El próximo 23 de noviembre se cumplen 760 años de la entrada en Sevilla de las huestes de Fernando III, monarca castellano que pasó a la historia como el Rey Santo (fue elevado a los altares por Clemente X en el siglo XVII) y que arrebató la ciudad del dominio musulmán bajo el que se encontraba sumida hacía mas de 500 años.
La reconquista no fue traumática para Sevilla desde el punto de vista social, significando más bien un cambio de poder al mantenerse en líneas generales la misma población, tan solo repoblándose con los vencedores las zonas que habían quedado vacías tras la conquista.
De esta forma a las ya afincadas comunidades musulmana y judía se les sumó una nueva comunidad, la cristiana (ya existente pero que desde ese momento pasó a ser mayoritaria y por supuesto dominante) conviviendo estas 3 culturas durante algunos siglos, los suficientes como para erigir la ciudad en la cabeza visible del reino castellano-leonés y a la postre del incipiente reino español; no en vano son de esa época precisamente los principales hitos de la Sevilla cristiana, la Catedral y el Alcázar.
Pero estos tiempos dorados no duraron mucho y no tardó en aparecer una especie de proceso involutivo, sobre todo a nivel de respeto y convivencia: judíos, musulmanes, moriscos… todos fueron antes o después expulsados en una búsqueda de un supuesto puritanismo racial y religioso que no hizo sino empobrecer la ciudad en todos sus niveles e incluso dejar algunas escenas macabras y tristes que aún hoy día son recordadas en tradiciones y leyendas transmitidas durante todos estos siglos.
Parece ser que el devenir de los tiempos no ha enterrado aún esa tendencia involutiva y esta misma semana nos hemos despachado un nuevo episodio del empobrecimiento social y en ocasiones cultural que se viene arrastrando desde esa época con la ubicación de la nueva mezquita que, casi ocho siglos después, volverá a tener la ciudad. Una mezquita que en vistas del extraordinario aumento de población musulmana que se ha producido debería ser una necesidad pero que, contrariamente, se ha convertido en un nuevo motivo de polémica y sobre todo, otra demostración de lo retrógrada e intolerante que puede llegar a ser la sociedad sevillana.
Después de años batallando con asociaciones vecinales convertidas poco menos que en ángeles custodios de la civilización occidental, colectivos sociales y “culturales” semi-integristas y políticos que en ocasiones parecen sacados de un tribunal de la santa Inquisición, la mezquita ha tomado el camino que suelen tomar todas las cosas “incómodas” pero necesarias para la ciudad, el camino de la Cartuja.
Parece ser que para vivir en la Sevilla del siglo XXI habrá que pagar un impuesto religioso, o al menos un billete de autobús, si no comulgas (y nunca mejor dicho) con los descendientes del rey Santo, que a buen seguro hoy podría darles lecciones de civismo y educación cultural a esos que pasean su pendón los días 30 de mayo.
Curioso el puritanismo religioso y cultural que pretenden algunos en plena época de las telecomunicaciones y la globalización.
Curioso que en la Sevilla del siglo XIII hubiera menos problemas de convivencia que en la del XXI.
Curioso que unas personas que mataban en nombre una religión y unas creencias fueran más tolerantes que las de hoy en día, que sólo pisan iglesias una semana al año.
Curioso. Y preocupante.
Mi enhorabuena por el post. mUy acertada su crítica.
ResponderEliminarUn saludo.