Cuando un pueblo (en el sentido general de la palabra) tiene una historia reciente o escasa, suele buscar elementos y situaciones a las que agarrarse como clavo ardiendo para enriquecer (e incluso a veces justificar) su pasado.
De este tema hablé hace poco en una entrada. Como dije entonces, sólo hay que ver la programación del Canal Historia y comprobar que está prácticamente copada por documentales de la “interesantísima” a la par que “gloriosa” historia de los Estados Unidos de América.
Sevilla normalmente peca de lo contrario. En una ciudad donde solo hace falta abrir una zanja para que aparezcan restos arqueológicos de los últimos 2000 años, a veces da la sensación de que el cupo de elementos históricos destacables está ya completo.
Un ejemplo son las columnas de la calle Mármoles. Las columnas están ahí y punto, al amparo de la Ley de la Gravedad. Nadie las adecenta, nadie hace nada. Parece como si se estuviera esperando que cayeran definitivamente para quitarse un problema de encima y hacer por fin una casita de dos plantas con la fachada encalada. Y lo peor es que esa espera dura ya varios siglos.
Otra muestra es la Piedra Llorosa.
En 1857, cuando al legendario capitán Custer todavía le quedaban 20 años para morir a manos de los sioux en Little Big Horn, el alcalde de Sevilla, García de Vinuesa, lloraba en dicha piedra el fusilamiento de 82 jóvenes sevillanos que se habían alzado en armas contra Isabel II. Del americano se han hecho 4 películas y escrito cientos de libros; del nuestro tan sólo hay referencias escritas en los autores locales.
Es así de triste, pero la mayoría de los sevillanos conocen mejor la historia estadounidense que la de su propia ciudad. Y lo peor es que tampoco se hace nada por solucionarlo.
Pese a que en los últimos años se ha remozado completamente todo el entorno de San Laureano, todo apunta a que la Piedra Llorosa va a seguir siendo un sillar de mármol delante de un paso de cebra. Como siempre ha sido, por cierto.
Es increíble que un enclave que podría tener tantas posibilidades y tanto encanto esté de nuevo a punto de ser abandonado en los brazos de la indiferencia, como tantas otras cosas. No digo que haya que hacer un punto turístico como por ejemplo en El Escorial con la Silla de Felipe II; ni siquiera que haya que gastarse parte del erario municipal como en León, donde se colocó una estatua de Gaudí en el punto donde diseñó la Casa de Los Botines; pero sí creo que se debería dignificar un poco el lugar, colocar una placa, una referencia, algo para que al menos se sepa por qué está ahí esa piedra. Para que se sepa algo más de la historia de la ciudad y, sobre todo, para que no se olvide.