29 de julio de 2011

A propósito del Plan Centro

Lo sucedido con el Plan Centro creo que podría explicarse mediante esa cualidad tan nuestra de ser extremistas por naturaleza: las cosas son blancas o negras, sin matices.

Así nos luce el pelo, ya que estos extremismos, sobre todo en los tiempos que corren, son a todas luces contraproducentes; y unidos a la eterna crisis, a la judialización galopante de la vida política o a la misma crispación dejan un inevitable tufillo a parón, a que Sevilla ha entrado en barrena, que cuando menos inquieta. Basta echar un vistazo a los affeires de los Ikea, Ciudad de la Justicia o Biblioteca del Prado.


Cuando la extinta Ciudad de las Personas declaraba hace años la guerra al coche parecía que ese extremismo innato había quedado aparcado, ya que sus primeros pasos se dieron de una forma lógica, pausada y controlada, peatonalizando calles a la vez que se ofrecían alternativas de transporte y movilidad.

El problema es que con el tiempo esas buenas maneras se olvidaron, pasándose a un fuego a discreción que prácticamente convertía en proscrito a todo aquel que osara sujetar un volante. Y la guinda fue el Plan Centro.

Desde un principio he pensado que este Plan fue un error, a la vez que injusto, ya que si bien los vecinos del casco histórico no tenían restricción ni limitación a la hora de hacer su vida normal, incluso podían beneficiarse de la fluidez del tráfico y el mayor número de plazas de aparcamientos, sufrían sus consecuencias de forma indirecta.

Ahora, con el cambio de gobierno, el Plan es derogado y se rompe con todo: barra libre a los coches, al tráfico, todo es poco con tal de recuperar lo perdido. Y quizás también esto sea un error: en el término medio está la virtud, amén de que al personal no se le puede cambiar sus hábitos cada dos por tres a base de decretos y planes.

Posiblemente no sea inteligente pasar página de forma definitiva al Plan Centro ni a su derogación, o al menos no perderlo de vista, ya que hay muchos aspectos que cuidándolos pueden complementar la peatonalización ya existente y evitar que en un futuro se vuelva a tener que tomar medidas drásticas y restrictivas, porque todo apunta que los tiros del desarrollo urbano en las próximas décadas irán por esos derroteros.

Opciones haberlas, haylas, como alternar los accesos según matrículas o zonas, el fomento de un transporte público ecológico con lanzaderas desde bolsas de aparcamientos periféricas, la misma ampliación del Metrocentro siguiendo el modelo de otras ciudades en las que funciona, como Bilbao….

Por no hablar de elementos propios de la tierra como gorrillas o la doble fila, actividades prohibidas aunque siguen consintiéndose sin que parezca que nadie pueda hacer nada, a pesar de que reducen ostensiblemente la movilidad.

El problema es que, si nadie lo remedia, el Plan Centro pasará a la historia como una demostración de poder, primero de los unos, ahora de los otros, y no como un intento fallido de solucionar la movilidad en el casco histórico. Y es que dicen que de los errores se aprende, si no estás cegado, claro.

24 de julio de 2011

Turismo Macareno

Aprovechando que el turismo se ha convertido en uno de los pocos sectores que mantienen el tipo ante esta crisis interminable, aporto en esta entrada mi granito de arena proponiendo un nuevo atractivo que añadir a la vasta oferta cultural que ofrece Sevilla.

Sería un recorrido a través de las murallas de la Macarena que podría catalogarse como “turismo combinado” ya que el visitante podría conocer nuestro patrimonio histórico y a la vez disfrutar de la naturaleza autóctona. Lo que viene siendo un “dos en uno”.

La idea me vino a la cabeza paseando por la misma calle Macarena, a la sombra de las murallas, donde ha crecido un jardín colgante de jaramagos y hierbajos que dejan en ridículo al olvidado huerto de los Toribios, a la vez que sirve de refugio y alimento a los numerosos integrantes de la pequeña fauna local.

De este modo a la vez que se conocen las características e historia de la muralla almohade que durante siglos defendió la ciudad de enemigos y riadas, se podrían observar los hábitos y costumbres de los pajarillos que se acercan a comer las florecillas del jaramago, de las lagartijas que esconden entre los matojos o de los roedores que tratan de zamparse a los unos y a los otros: resumiendo, un estudio completo de la cadena trófica macarena que seguro hará las delicias de nuestros huéspedes.

Todo serían ventajas, ya que además de atraer a los turistas ávidos de monumentos y a los que quieren conocer la Naturaleza, la muralla tendría incluso la posibilidad de salir en La 2 por partida doble: tanto en los reportajes de historia como en los documentales de sobremesa.

Siendo honesto, he de reconocer que la idea no es del todo mia ya que está basada en una noticia que se remonta a 2007, cuando el entonces concejal de Urbanismo, Emilio Carrillo, anunció que las murallas serían visitables una vez concluyeran las obras de conservación que se estaban llevando a cabo.

Extasiado por la “perspectiva del casco histórico realmente novedosa” que se obtenía desde la Torre Blanca, un edificio con casi mil años de antigüedad a sus espaldas, el edil prometía visitas a la liza e incluso un centro de interpretación de la cerca.

Hoy, casi 4 años después, las murallas siguen sin ser visitables y su estado de conservación deja mucho, muchísimo, que desear. Tanto que no es de extrañar que algunos tramos deban ser de nuevo restaurados en breve.

La reja que cerraba la entrada al camino de ronda tras la barbacana sigue cerrada, como la que da acceso a la escalinata de la Torre Blanca (desde la que disfrutaríamos de esa perspectiva novedosa milenaria) o la que cierra la Puerta de Córdoba, donde iba el Centro de Interpretación.

Resulta increíble que una ciudad orgullosa de su pasado y que pretende ser un referente turístico permita que uno de sus monumentos mas importantes presente un estado de conservación tan lamentable, prácticamente abandonado a su suerte.

Viendo las imágenes uno tiene la sensación de que las murallas están ahí porque sí, como podrían no estarlo.

En muchas ciudades lienzos de muralla con menos historia e importancia que el de la Macarena son visitables; en Sevilla parece que estamos hablando de la tapia de un derribo. Eso si se conserva, que ayer nos demostró Cultura de Sevilla que a veces ni eso...

Una verdadera pena.



12 de julio de 2011

El renacer de la Sevilla de los Faraones

Después de un tiempo en barrena, la Sevilla de los Faraones vuelve a escena. Una vez más, seguramente “como siempre”, la ciudad confía su suerte a un megaproyecto, a una inversión ambiciosa y colosal que para unos solucionará todos los problemas habidos y por haber mientras otros rastrean buscando puntos donde haga aguas.

Y es que la historia hispalense da vueltas sobre sí misma, como en un bucle, encontrándose con los mismos obstáculos y ofreciendo las mismas soluciones. Así nos va.

Si hace pocos años se sacaba el tambor para marcar el ritmo de obras a la gloria eterna de Ayuntamiento, Universidad o Cajasol, hoy es el turno de Ikea.

Para variar se tiende un puente de plata a este maná bendecido por el Faraón y sus salvapatrias de turno, los que llevarán la prosperidad al reino. Antes vinieron de Alemania con sus maderas, de Irán con su hormigón arboricida o de Argentina con su torre de acero y vidrio; ahora redimirá nuestros pecados una tienda de muebles suecos desmontados, con sus tornillos, sus llaves allen y sus nombres impronunciables.

A favor los argumentos de siempre, en contra también; los defensores son los que antes cargaban a diestro contra el siniestro, ahora los papeles se han invertido; solo hay un cambio de siglas, de nombres, de colores, pero en el fondo todo sigue igual.

Por no ser originales, hasta las justificaciones son las mismas: cientos, miles de puestos de trabajo, directos e indirectos, revitalizar una economía moribunda, aumentar la riqueza, prosperidad… todo a cambio de un PGOU a la medida, de saltarse unas normas a la torera de forma legal y elegante, con los chapuceos y alfombras necesarias para ocultar la basura que haga falta.


Porque es curioso, y triste, que para abrir una sucursal de Ikea (que la empresa cerrará cuando le venga en gana), levantar una torre a la medida que Cajasol estime necesario o encajar una macroescultura en la Encarnación (porque si nadie pone interés parece que Metropol va a quedarse en eso) se modifique el planeamiento sin más, todo por el bien de la ciudad y del ciudadano.

Pero ahora que ese mismo ciudadano pruebe a ampliar el cuartillo de su azotea en Valdezorras a menos de tres metros de la fachada, o a colocar unas placas solares sobre un castillete en el barrio de los Carteros, o a poner más veladores de la cuenta en una terraza de Alcosa, o a sacar cajas de naranjas a la puerta de una frutería de Bellavista; que pruebe y después cuente el tiempo que tarda en llegar la carta certificada de la Gerencia de Urbanismo, donde se cambia el PGOU.

Todo parece flexible cuando hay que moverse en la gran escala, en el macrourbanismo, cuando se habla en el lenguaje de los Faraones; pero solo hay trabas e impedimentos al poner los pies en la tierra, en la realidad cotidiana, en ese lugar donde la gente vive o trata de vivir lo mejor que puede. Ahí todo es tajante, inquebrantable, sin fisuras. Y a base de multas.


Moraleja: el salvapatrias propone, el Faraón dispone y a usted, ciudadano de a pie, ni se le ocurra colarse…

7 de julio de 2011

Las dos caras del Cohete Ariane

Con ustedes el cohete Ariane, uno de esos trastos que aún recuerda a los nostálgicos de la Expo’92 que el tiempo pasa y, lo peor, no se detiene.

El calificativo trasto no es gratuito, es la sensación que tengo viendo el tratamiento y cuidado que, desde el final de la muestra, ha recibido por parte de los señores encargados de su mantenimiento y explotación, que prácticamente lo han dejado casi 20 años varado tras una valla de tubitos blancos.

Por suerte, al ser un cohete, no había que alimentarlo ni darle de beber, lo cual ha permitido que llegue hasta nuestros días sin necesitar muchos cuidados.

Como la Luna, el satélite vecino al que su creador lo había destinado en vez de al canal cartujano en que finalmente ha acabado, el cohete Ariane tiene dos caras: una buena y otra oculta, que no lo es aunque debería serlo.

Cara A

Es el perfil fotogénico del cohete, ese que si fuera Julio Iglesias siempre pondría para salir en la foto.

Y es que desde los feliz y tardíamente inaugurados Jardines del Guadalquivir, en el llamado Jardín Acuático, donde plantas anfibias como la Thalia dealbata o la Pontederia cordata (eso dice un panel explicativo, mis conocimientos de botánica son nulos) se esparcen bucólicamente entre láminas de agua, podemos obtener una bellísima estampa con el Arianne de fondo y protagonista.

Es la cara agradable, la bonita, donde llevar a los amigos “de fuera” para enseñarles lo modernos que son nuestros parques; pero si queremos vivir la aventura, si queremos dar un paseo por ese lado salvaje que cantaba Lou Reed, nos espera la otra cara.

Cara B

Para disfrutar de esta cara en plenitud nada mejor que asomarse al puente que al final de la calle Marie Curie atraviesa lo que era el canal del Lago. Un canal que en tiempos surcaba el catamarán y hoy, como mucho, recibe las visitas de los pajarillos de la Cartuja, donde tienen un semillero interminable del que alimentarse.

Esta recreación del Cabo Cañaveral hispalense es hoy un Cabo Jaramagal del que no podría despegar un cohete porque se quedaría pegado al suelo de la suciedad que tiene. Todo ello aderezado con farolas mugrientas, pavimentos levantados y escalinatas llenas de cristales rotos.

Lo dicho, no es la cara oculta, aunque debería ocultarse, mas que nada por vergüenza.

4 de julio de 2011

El Perro Andaluz

El pasado viernes cerraba sus puertas El Perro Andaluz.

Desde Bustos Tavera se pasaba una nueva página de ese libro que va camino de quedar vivo sólo en la memoria de aquellos que despertamos a la noche tras el sueño del 92; esa noche de botellonas eternas regadas por las litros de Amalia y los lotes de tiendas de Puente y Pellón abiertas hasta la madrugada para sacarse un extra; de llamadas al Telebotellón desde la cabina del Salvador y de alfombras de plástico en la Plaza del Pan con el logo de Continente.

Noches sin límite, ni de hora ni de gente ni de bebida; de pijos, heavys y canis, de estudiantes, currantes y Erasmus; donde la abuelita pregonaba “Wiston del made te da cuén” y el viejo sus “arvellanas radiactivas”; donde los últimos yonkis te sacaban jeringuillas envueltas en pañuelos que costaban los “cinco duritos” de rigor; en las que el Cuñao te pedía un hielo y el Indio de las Tres Mil un cubata o directamente la botella.

Y, por supuesto, noches de vecinos sin dormir, de cubos de agua desde balcones, de furgones policiales y navajazos en la Cuesta del Rosario, de calles solo transitables gracias al zotal de los barrenderos, de pancartas en los balcones y reportajes de Informe Semanal; en resumen, noches tan alegres como nocivas, tan peligrosas como agradables, ni mejores ni peores: noches.


Fuente: Fotolog Lucha de Gigantes


Noches de bares; donde antros, pubes, garitos y discotecas se diseminaban por lugares que hoy resultarían inimaginables; de Archivo en don Remondo y Alcaicería en Empecinado; noches que empezaban los jueves en la Reja y el Barómetro para terminar en la mañana del domingo a las puertas del Berlín escuchando los pajaritos de la Alfalfa o comprando Cedés grabados en los tenderetes de la Alameda.

Noches que pasaban por Francos, bajando las escaleras del Bourbon o subiendo al escenario del Whiskymania; tras las columnas de Otra noche en la Ópera y bajo los balcones del Antigüedades.

Noches de banderas de chupitos en el Minibar y gargantas quemadas a mejicanazos del Surferito, esa bisagra que te abría las puertas del Arenal, donde todo empezaba bajo los soportales del Mercado de Entradores antes de que llegaran las rejas y los pleitos; a partir de ahí cervecitas en la Cueva del Indio, vinitos en el Pianillo, cócteles en Habana, estrecheces en el Pópulo, agobios en el Ícaro, heinekens en el Guadalquivir y colas para entrar en el Siglo XX. Y de posturas en el Posturas, lo único que aún nos queda.

Principio también tenía la Alfalfa, solo que dependiendo de por donde entraras: Cubanito desde Ortiz de Zúñiga y unos pasos más allá el MiniBar, repletito de macetas y ofertones de refresco mezclado con matarratas.

Por la otra punta, cuando la plaza aún era un aparcamiento, el Lamentable, donde la leyenda urbana siempre enrollaba a Alejandro Sanz con un conocido del primo del amigo del vecino de uno del instituto; a su lado el Bare Nostrum con su cuarto de baño imposible, el Cabo Loco con su Hora Feliz y el chupito de tequila que regalaba el Azul con una Coronita.

Aunque claro, hablar de chupitos en la Alfalfa era hablar, y afortunadamente es, de la Rebotica, esa Torre de Babel hecha barra de bar, con sus paredes empapeladas de tebeos satirones y listas de precios de estufas, juanitas o cerebritos, brebajes de nombres tan pintorescos como nocivos para cabeza y estómago.

Precisamente una estufa era la BarBería a altas horas de la mañana, cuando el siempre risueño Antonio espantaba a los pasados de rosca de los escalones del Hábitat Geriátrico y mandaba callar a la gente que hacía cola para entrar en el Sopa de Ganso. Ambos sitios aún siguen abiertos, no El Mundo, que desde hace algunos años dejó en silencio las noches de Siete Revueltas.



Y al fin, en tierra de nadie, o de todos, Bustos Tavera y Matahacas, o lo que es lo mismo, los binomios Perro Andaluz-Cara B y Urbano-Matakas. A medio camino de los puntos cardinales de la movida que señalaban Alfalfa y Alameda, parada obligada y socorrida para aquellos que buscaban separarse del resto de la manada bien porque estuvieran cansados de hacer siempre lo mismo o, si a la flauta le había dado por sonar, para buscar algo de intimidad en esas noches triunfales en las que se conseguía ligaralgo más” que alcohol y refresco en un vaso de plástico.

Uno de estos binomios se rompió hace un tiempo con el Cara B y ha desaparecido definitivamente desde que el viernes cerró El Perro Andaluz. Esa última noche en que se apagaron las aureolas de Dalí, Lorca y Buñuel; en que quedó vacía la moqueta del escenario, con su piano blanco y sus sillones de peluquería; en que se sirvió la última cerveza, se descolgaron los cuadros de artistas noveles que adornaban las paredes y los maniquíes disfrazados dejaron de tener sentido, o de no tenerlo. El surrealismo era atropellado por la realidad, esa que dicta el paso del tiempo.

Dicen que cambia de dueño, pero seguramente nunca volverá a ser lo mismo. De hecho, nada vuelve nunca a ser lo mismo. Y si no, que le pregunten a la noche.