30 de abril de 2011

Estampas de Abril

De nuevo el habitual repaso a algunas de las imágenes y comentarios de la página que tiene el blog en Facebook, en este caso reflejando este loco e impredecible mes de Abril que hoy termina.



Arte obsceno

No es que haya salido muy bien parada Triana en el repartimiento de estatuas, y el Monumento al Alfarero es seguramente el mejor ejemplo de ello.

En palabras de Rocío la Zapat, “la tomadura de pelo más grande que se le ha hecho en la historia a un gremio”, gremio que según uno de sus integrantes, el amigo Manolo Ruiz, no se siente para nada representado en este monumento más cercano al remolque publicitario para Jacinto Gutiérrez.



El Castillo de la Tía Tomasa

La Torre Blanca, junto a las del Oro y de la Plata uno de los hitos mas importantes de la vieja muralla almohade que aún se conservan.
Abandonada a su suerte durante siglos (ahora tampoco está muy cuidada que digamos), fue refugio de indigentes como la Tía Tomasa, una anciana que la habitaba a finales del XIX y que según la leyenda raptaba a los niños del vecindario para encerrarlos tras sus muros de tapial.

Una Reja hacia el cielo

O, en palabras de Rafa Borondo, una escalera hacia las casas de los vecinos. Cuando menos, una imagen curiosa.



Varias Sevillas en un solo trayecto

Via Crucis del Centro Itálica: el Cristo de los Desamparados transita por la calle Laraña.
Al fondo la
Facultad de Bellas Artes, la iglesia de la Anunciación, Metropol Parasol, la torre de la iglesia de San Pedro y los edificios de la calle Imagen.

Barroco, racionalismo, eclecticismo, monteseirismo según Aracnidus Rojiblancus... Varios estilos, varios momentos: ¿varias Sevillas?



Ventanales de la antigua Comisaría de la Gavidia

Otra cara de Sevilla, en este caso triste: la del abandono, la dejadez y la vergüenza reflejadas en el estado de conservación de la antigua Comisaría de la Gavidia.



Cruce de Miradas

Nada hacía presagiar el Viernes de Dolores que el reflejo del Cristo de la Corona en las antiguas Tiendas Peyré sería una de las pocas miradas cofrades que nos dejaría la Semana Santa.



Espera…

El Cristo de la Sed avanza por Eduardo Dato. Al fondo la Giralda espera en un Miércoles Santo que, afortunadamente, escapó a la dichosa lluvia.



Balcón Cofrade

Si la Semana Santa no sale a la calle, al menoslo haga al balcón.

Imagen kitsch para Ramsés Torres, banalización de la fiesta según Manolo Ruiz o lamentable en palabras de Mariquilla del Pilar, este maniquí de Almacenes Pérez que nos comenta María José Muñoz ha levantado pasiones… negativas.



Plaza de San Marcos

Hubo que esperar al cuarto día para comprobar que había Resucitado de entre las lluvias…



Y la Feria en el horizonte….

Al final de Abril, como al final de la calle Asunción, la Portada de este año nos vuelve a recordar que la vida sigue sin concedernos tregua alguna.

Tempus Fugit.


26 de abril de 2011

Heredarás

Heredarás un cornetín de plástico y un tambor de hojalata con los que acompañar a los jilgueros del Parque de María Luisa la mañana del Domingo de Ramos. Y una nube de algodón de azúcar. Y unos dedos pegajosos de garrapiñada derretida a la sombra de la torre de Santa Catalina.

Heredarás el azahar de Mateos Gago, la paz únicamente quebrada por los vencejos que se persiguen entre los balcones de Virgen de los Buenos Libros y un dédalo de callejuelas en los que perderse en pos de un reguero de cera que te guíe hasta la ojiva de un templo cerrado.

Y cuando pasen las horas, cuando pasen los años, cuando pase la vida, heredarás un cansancio que no cansa porque lo alivia la brisa que llega hasta el mismísimo corazón del Arenal desde el Puente; un agobio que no agobia porque el Postigo se hace grande para que la Pura y Limpia salude los palios que embocan su centenario arco; una espera que no es espera tras diluirse entre chicotás interminables por la rosa de los vientos que es la Alfalfa.

Heredarás la rampla y esos alcorques de San Lorenzo donde jugaba de niño tu bisabuelo; y el temor al cielo y a las nubes; y esa nostalgia efímera al ver la trasera de un palio alejarse calle abajo; y esa saeta postrera que acompaña la entrada de la Soledad, “divino broche de oro que cierra la Semana Santa.”

Y heredarás la mañana del Viernes Santo cuando, pasado el mediodía, se cierren las puertas del antiguo templo del Valle. Y entonces estarás junto a Ella, cómplice del silencio, tu corazón frente a su mirada, a solas, sin nada ni nadie que pueda romper ese momento, que pueda desvincularte de la eternidad, del pasado, del presente.

Y de tus ojos brotarán las mismas lágrimas que anteayer resbalaban por las mejillas de tus padres y abuelos, esa fe de tus mayores entre los que yo habré pasado a formar parte.

Y entonces, sólo entonces, comprenderás que todo ha merecido la pena; tanta espera, tanta ilusión, tanta locura, bendita locura que equipara vida y muerte en el tamiz de un sentimiento.

Así es y así será, como así siempre ha sido. Por los siglos de los siglos.

25 de abril de 2011

De lo Eterno....

Artículo con el que he colaborado en el Especial de Semana Santa 2011 de la revista Casco Antiguo.


A pesar de la cantidad de años que habían transcurrido aún recordaba aquella noche con extraordinaria nitidez.

Se había acercado con precaución, con cautela, lo justo y suficiente como para escuchar las voces de los hombres que examinaban el viejo pontoncillo de la Campana. Y es que había llovido tanto los últimos días que el tímido hilo de agua que desde tiempo inmemorial llegaba, aseguraban, desde la Alameda, se había convertido en un charco insalvable.

Cabizbajos, los hombres volvían sobre sus pasos por la calle de las Armas: aquella noche no se podría salir, el Nazareno no franquearía por este año las puertas de San Antonio Abad.

Como entonces, una agria mezcolanza de sensaciones y contrastes se apoderó de ella mientras, casi por inercia, avanzaba entre los árboles de la Plaza del Duque.

Tristeza, impotencia, resignación, eran muchos los adjetivos capaces de describir su estado de ánimo, y barajándolos estaba cuando, por algún extraño motivo que no sabría poner en pie, se detuvo frente a la inmensa mole que hacía esquina con Trajano.

Una vez más los recuerdos afloraron a borbotones, como si de una cascada se tratase. Y sobre el frío avispero de ventanitas cuadradas trató de esbozar una torre mudéjar, unas ojivas, unos pilares, unos capiteles: la arquitectura gótica que daba forma a la iglesia de San Miguel. Ya no estaba, desde hacía bastantes décadas, más de un siglo. Tampoco estaba el Teatro que se levantó en su lugar. Ni la Soledad, ahora en San Lorenzo. Ni el Amor, junto a Pasión en el Salvador.

Maldita piqueta, pensaba mientras volvía su vuelo sobre el surco que recientemente había abierto en la oscura noche. Oscura noche de recuerdos y fantasmas, de siluetas borrosas, de torreones difuminados como el del Palacio del Marqués de Palomares, que ahora dibujaba sobre el aberrante aplacado blanco-humo del Corte Inglés; de tesoros perdidos para siempre bajo los escombros de la casa de don Miguel Sánchez-Dalp; de lecciones olvidadas en los desaparecidos pasillos del Colegio Alfonso X.

Se agobiaba, necesitaba huir, dejarse llevar por la brisa para no escuchar los ecos del Hotel Venecia, el jaleo del Pasaje Duque o las guardias nocturnas de la Farmacia Central.

Campana, Martín Villa, Laraña… quiso volver a escuchar las oraciones dominicas de Santa María de Gracia, los sonetos que desde su balcón soñara el poeta Arguijo, a los niños del Colegio de Villasís recitando de carretilla las tablas de multiplicar… pero todo estaba en silencio.

Buscó entre los árboles que asomaban tras los merlones florentinos del palacio del Marqués de la Motilla, en las aulas aún desiertas de la Facultad de Bellas Artes, a través del rosetón que corona la portada de la Anunciación por si encontraba refugio en los ojos verdes de la Virgen del Valle… pero todo estaba oscuro.

Su mundo había cambiado, aunque seguía allí; presente y pasado se daban la mano, aunque no se reconocieran. Era muy confuso.

Y entonces decidió elevar su vuelo.

Tanto lo elevó que pudo atravesar el entramado de maderas y acero que días atrás habían terminado de colocar en el centro de la plaza de la Encarnación, sobre el viejo mercado de abastos, sobre el convento de las agustinas, sobre las casas de don Pedro Ponce, sobre la Isbilya que llorara Almutamid y los cimientos de la misma Híspalis romana.

Tanto que dejó de oler el azahar de los naranjos de San Andrés, que apenas distinguió la Fe sobre las olvidadas techumbres de Santa Catalina, que las luces de la SE-30 garabatearon sus líneas en el horizonte.

Tanto que al fin se percató de que llevaban un buen rato observándola, que le tenían fijada la mirada desde tiempo atrás, que sus temores y angustias no habían viajado a solas con ella.

Y así, en la oscuridad, en la soledad de la noche, con la luna por testigo, encontró la respuesta escrita en los ojos de Santa Juana: nada en Sevilla es eterno, salvo el vuelo de las golondrinas en Primavera.


15 de abril de 2011

La Primera Vez

Sevilla es un mar de calles en el que todos tienen cabida, por eso será que cada día se acercan hasta ella más y más foráneos que vienen dispuestos a desabrocharse el alma y empaparse del olor a azahar que brota de cada plazuela al notar que asoma entre la primavera nuestra tan esperada Semana Santa.
Acción y reacción. Llegar, conocerla y enamorarte de ella, dejarte atrapar por el frasco de las esencias que se destapa en cualquier esquina durante la semana más mágica del año.
Cofradías y cofradías, calles y más calles. De este modo descubriremos que Sevilla es su centro, calle Feria rebosante de vida y de cofradías, Plaza del Salvador y Calle Cuna, estrechez en Francos y algarabía en la Alfalfa, silencio en Doña Mª Coronel, oscuridad en Sales y Ferré, recogimiento en Conde de Barajas y Cardenal Espínola.
Cofradías y más cofradías, caminatas incesantes. De este modo descubriremos también que Sevilla son sus barrios y arrabales, brisa fresca para el visitante, aires toreros por San Bernardo y marineros en Triana, aroma de ribera en el Arenal y de naranjos en Santa Cruz. Tiro de Línea, Nervión, San Pablo, Porvenir y Cerro, barrios que alejados del casco histórico tienen sello propio y son ejemplo de juventud, fuerza e ilusión.
Pero lo más importante no es el hecho de conocer y descubrir cosas nuevas, lo verdaderamente importante es redescubrir lo ya conocido, encontrando momentos que nos vuelvan a emocionar una y otra vez: la revirá de un misterio; la trasera de un palio que se difumina entre el gentío; ciriales encendidos revolviendo las esquinas; una nube de incienso; el silencio del Postigo cuando arranca una chicotá; el tañir de las campanas durante la recogida de Santa Marta; una levantá en el puente; la oscuridad de Mateos Gago un Martes Santo
Tesoros y detalles que guardaremos en la memoria y que permanecerán con nosotros para siempre, pudiéndolos revivir cada vez que queramos con sólo cerrar los ojos.
Detalles, que aunque pequeños esconden un inmenso significado.
Detalles como aquella estampita del Cristo de San Bernardo o del Sentencia que me regalaron hace años y que siempre guardaré como oro en paño, o esa medallita de San Esteban que descansa en un rincón privilegiado de mi casa. Detalles que todos conservamos como un preciado botín que nos acercará a la Semana Santa cuando no la tengamos cerca.
La Semana Santa sevillana es un punto y aparte en la vida del cofrade, es el manantial de sentimientos que no cesa de brotar; el manantial del que merece la pena beber; del que hay que empaparse.
Un año más durante una semana, Sevilla rezará en silencio y hablará con la mirada; un año más merecerá la pena conocerlo, vivirlo y sentirlo.

Álvaro Ballén Pozo

13 de abril de 2011

Ya es Semana Santa en el Corte Inglés

Buenas noticias para los nostálgicos: si usted, como el que escribe, se quedó esperando que Gulliver y toda su tropa cumplieran su promesa de regresar a Sevilla en el 92, está de enhorabuena ya que el Corte Inglés ha puesto en sus comercios de la Plaza del Duque el germen de lo que en pocos años podría ser la versión cofrade de Cortilandia.

Porque los tiempos cambian, y si en los años 80 la gente quería ver en Navidad pajaritos de cartón-piedra cantando a coro y gigantes articulados moviendo los brazos a la velocidad del tocino, hoy el pueblo pide marchas (cofrades, que no de baile, para eso están las discotecas, aunque al paso que vamos nada es descartable).

Y los señores del Corte Inglés, siempre al quite, lo han visto claro, muy claro, tan claro que están montando una SemanaSantaLandia con canastillas doradas en los escaparates del antiguo Lubre, Agrupaciones Musicales bajo los soportales de la Concordia y tinieblas perfumadas por incienso cada vez que se pasa junto a las puertas, esas cuyo fresquito tanto se agradece cuando llega la canícula.

La realidad, triste realidad, es que la “red cofrade” que al amparo de páginas web, blogs y grupos sociales fue creándose espontáneamente estos últimos años se ha convertido en pieza codiciada para mercado y mercaderes, mas aún en estos tiempos en los que encontrar un filón comercial es bastante difícil.

Atrás quedaron los típicos coleccionables de los periódicos, hoy Telepizza te regala un artilugio para que los niños hagan su propia bola de cera sin necesidad de recurrir al papel Albal (¿existe aún?) o achicharrase las palmas de las manos.

Todo parece vendible, incluso los detalles mas nimios, esos que han estado ahí toda la vida aunque nunca se les haya echado cuenta; todo forma parte de ese panal de rica miel del que cientos de moscones quieren sacar tajada.

Y es que, aunque muchos no queramos verlo, la Semana Santa está de moda y, para muchos, es una moda.

10 de abril de 2011

Pregón

Un año más, no me ha gustado el Pregón.

No me ha gustado porque, un año más, ha sido el de siempre, ese que busca el aplauso fácil del respetable con las críticas que a este paso se pueden considerar oficiales edulcoradas por estampas cofrades.

No me ha gustado porque, un año más, considero que el pregonero se queda corto.

Se queda corto ensalzando la que, para servidor, es la Semana Grande de esta ciudad, que parece haber caído en una crisis tan profunda que ya ni siquiera inspira a los ponentes del atril del Maestranza.

Y se queda corto porque cuando me hablan de fe y religión, quiero que me hablen de fe y religión, no de los mismos valores que salen a relucir año tras año y que a este paso alguien va a tener que patentar, como también las manidas azucenas y el “Sevilla se hace niña…”.

Al menos por esta vez no se ha criticado el matrimonio homosexual, supongo que el pregonero estará mas metido en la realidad cofrade que algunos de sus predecesores.

Pero no me desvío: servidor estaría encantado, encantadísimo, de poder llamar a un pregonero demagogo porque hablara no sólo del aborto o de la retirada de crucifijos en las escuelas, sino también de la cantidad de vidas humanas que se podrían salvar en el Tercer Mundo con los más de 100.000 euros que viene costando retirar las catenarias de la Avenida para no romper la estética de las procesiones. Por poner un ejemplo.

Pero claro, entonces lo mismo no aplaude el Maestranza.

Así que, un año más, me quedo con el Pregón que lanza Sevilla desde el púlpito del antiguo convento de la Paz; me quedo con la hiedra, con el vuelo de los vencejos, con el azahar que sube desde Doña María Coronel y con esa Cruz recortada en la pared encalada, esa Cruz en la que identifico la machadiana fe de mis mayores, no la que unos cuantos han decidido.

En fin, que como esa señora que veía la Macarena delante de las Setas, prefiero no perder más el tiempo escuchando pregones con lo que tengo delante de los ojos.

Eso para los que predican con agua y beben vino.

3 de abril de 2011

Los lobos de Santa Catalina

Sucedió una mañana de Abril de 1472. Aún no se habían apagado los ecos de la enésima refriega entre Ponces y Guzmanes, esa guerra fratricida que tenía sumida la ciudad en un triste goteo de vidas humanas y penurias económicas, cuando un nuevo acontecimiento, cuando menos pintoresco, volvía a sacudir la azarosa vida de los sevillanos.

Según contaban, apenas habían despuntado los primeros rayos del Sol, dos lobos que deambulaban por el vecino Prado de Santa Justa penetraron por una Puerta Osario recién abierta sin que nadie pudiera hacer nada por detenerlos.

Contaban que se habían abierto paso por la calle de la Luna, despertando al vecindario con sus feroces aullidos; contaban que en su avance, dejando a un lado las casas del Marqués de Cádiz, don Rodrigo Ponce, habían atravesado la Plaza de la Paja, por fortuna desierta ya que aún no estaba montado el mercadillo; contaban que entre alaridos habían llegado a las mismas puertas de Santa Catalina y que, entrando en el templo, se dirigieron hacia el altar mayor donde el sacerdote se encontraba oficiando misa, rasgándole las vestimentas entre el pánico de los parroquianos.

Para entonces dos dardos habían herido a uno de los animales, el otro seguía indemne. El primero huyó despavorido hacia la collación de San Pedro, donde la Morería, pero no pudo evitar que le dieran muerte. El otro, aún entero, dirigió sus pasos hacia Santa Lucía, escapando de la ciudad ante los atónitos ojos de los guardianes de la Puerta del Sol.

Hoy, más de 500 años después, los lobos vuelven a acechar Santa Catalina. Cierto es que todo ha cambiado mucho en este tiempo, empezando por el propio escenario de las correrías de los animales: las puertas del Sol y Osario fueron demolidas en la segunda mitad del siglo XIX; en su calle a la Luna solo le quedan unos azulejos ennegrecidos; las casas de don Rodrigo son ahora un avispero de ladrillo y la Plaza de la Paja es una inmensa parada de autobuses.

Por cambiar, han cambiado hasta los mismos lobos, que en poco o nada se parecen a los que interrumpieron los oficios del sacerdote: esos ya solo viven en algunos rincones escondidos de las montañas del norte y en los cuentos de los niños.

Y es que los lobos que ahora ponen en peligro Santa Catalina son más peligrosos, más dañinos, más destructivos. Son lobos alimentados por la desidia de Cultura, que aparta la vista de un templo que se cae a pedazos; lobos que se crecen al comprobar como el Arzobispado hace oídos sordos ante las quejas de los feligreses; lobos que se amparan en la dejadez de un Ayuntamiento que aplaza eternamente la restauración.

Pero si hay algo que no ha cambiado respecto a ese lejano mes de Abril de 1472 es que los vecinos, una vez más, han hecho frente a esos lobos; y si entonces usaron dardos y palos para ahuyentarlos, hoy lo hacen con velas y flores, llevando esa luz necesaria para rescatar Santa Catalina de las frías y oscuras fauces del olvido. Esperemos que así sea, mas temprano que tarde.