31 de enero de 2010

Alameda, calimocho en las baldosas amarillas

Decía Séneca que “no hay viento favorable para el que no sabe dónde va”. Esta frase viene a la perfección para definir la situación en que se encuentra actualmente la Alameda de Hércules, uno de los estandartes de esta nueva Sevilla sostenible que tan difícil es a veces de entender.
El último episodio vivido con el intento de reapertura al tráfico de la zona Norte de la plaza vuelve a dejar ese tufillo a improvisación y chapuza, a no tener muy claras las ideas de lo que se tiene entre manos, que gravita alrededor de muchas de las actuaciones realizadas en pos del “nuevo modelo de ciudad” que según parece ha de alcanzarse a toda costa, aunque a veces haya que tirar del calzador.
Antes de entrar en materia, como suelo hacer, pongo mis cartas sobre la mesa: no me creo la Alameda, nunca me la he creído. Ni ésta ni las anteriores que he conocido.
El principal motivo de mi “incredulidad alamedesca” lo baso en la tendencia, casual o no, de darle un “lavado de cara” a esta plaza y a la de la Virgen de los Reyes cada vez que llega un nuevo inquilino al Ayuntamiento. Regla no escrita o manera fácil de hacerse notar desde bien pronto, lo cierto es que cada cambio de vara lleva aparejado un cambio de baldosas, en este caso amarillas.
De esta forma, si la memoria no me falla, es ésta la tercera Alameda que conozco y, aquí no tengo dudas, la que menos me agrada. Creo que está fuera de sitio, es incómoda, fría, no me dice nada. La considero más un lugar de paso que una plaza, como una calle amplia que se ha decorado de una forma que puede gustar más o menos, pero que perfectamente podría encajar en cualquier otra ubicación con muchas menos connotaciones históricas y tradicionales.
Recuerda los modernos espacios diagramáticos que ilustran las páginas de El Croquis y otras revistas arquitectónicas especializadas, actuaciones urbanísticas de vanguardia absolutamente válidas para ciudades del norte de Europa y de otras latitudes en las que el concepto de “plaza” como espacio público difiere bastante del que tenemos por estos lares, donde el lugar no se “usa”, sino que se “vive”.
El problema no es que yo no me crea la Alameda, al fin y al cabo no soy mas que un tipo que expresa su opinión; el problema es que según parece no se la cree nadie, ni siquiera sus propios valedores. Prueba de ello son las continuas diferencias de criterio que se suceden desde su reinauguración.
Las primeras contradicciones empezaron antes incluso de que se acabaran las obras con la “zona de juegos para niños”, a la que se opuso rotundamente Elías Torres, padre de la criatura; oposición que cayó en saco roto cuando se incrustó en el camino de baldosas amarillas un parterre de toboganes y columpios a imagen y semejanza de los parterres de toboganes y columpios incrustados en las plazas de Rochelambert o Pino Montano. Un parche en toda regla para una inversión millonaria; parche por otro lado necesario, pero que podía haber sido tratado de otra forma.
Al Cabernet Sauvignon le echaban Coca Cola, aunque era sólo el principio: ahora llegaba el turno de la fuente.
Nadie duda que en Sevilla hace bastante calor, sobre todo en verano. Nadie duda que el calor provoca sed. Nadie duda que la sed se sacia con agua. Nadie duda que en un espacio público medianamente decente hay que colocar cuando menos una fuente pública para saciar esa sed. O sí.
En otro error de cálculo, error diagramático, error de diseño o error de lo que sea tampoco hay sitio para una fuente de agua potable en la Alameda, error que es afortunadamente subsanado de forma inmediata, aunque se hace de aquella manera…Y se incrusta junto al parterre de toboganes y columpios a imagen y semejanza de los parterres de toboganes y columpios de Rochelambert o Pino Montano una fuente de agua potable a imagen y semejanza de las fuentes de agua potable de Rochelambert o Pino Montano. Otro parche más, calimocho con Coca Cola Light.
Pero claro, la penúltima palabra no estaba dicha: turno para el tráfico.
En un nuevo error de cálculo, de previsión, de lo que sea, ésta vez no achacable al señor Torres, resulta que ahora se pide a gritos la “despeatonalización” de la zona Norte de la plaza para descongestionar el problemón en que se está convirtiendo el tráfico del Casco Histórico. Más o menos lo que viene a ser un Cabernet Sauvignon con Coca Cola Light sin cafeína.
Si te gastas una millonada en reorganizar y prácticamente sacarte de la chistera una nueva Alameda para luego parchearla, trocearla y vulgarizarla, hay algo que falla. O en otras palabras, no se puede reinventar una plaza con casi quinientos años de historia poniendo en su lugar otra completamente distinta.Quizás antes de darle al intro del programita de diseño o el visto bueno a las infografías de turno no habría venido mal que alguien se hubiera leído los juegos de niños en la Jabanilla que nos relata Julio Martínez Velasco en su "Paseo por la Sevilla del 98" o reparado en los puestos de agua que aparecen en las fotos de finales del siglo XIX.
A lo mejor se habrían tomado otras medidas que no hubieran hecho necesario parchear las millonarias baldosas amarillas. Quién sabe, quizás las hubieran hecho hasta creíbles…

27 de enero de 2010

El Río que nos lleva: La Fábrica de Harinas de Peñaflor

Afortunadamente las piedras no hablan. Catedral de la Vega, la vieja Fábrica de Harinas de Peñaflor es el primer saludo que recibe el Río Grande al adentrarse en la provincia de Sevilla.

Atrás quedó la Cañada de Agua Fría, ya afluyó el cauce bermejo del Guadalimar, la Albolafia volvió a recordar los tiempos en que peinaba la corriente tumultuosa de lo que aún se quedaba en un esbozo y los susurros del Darro llegaron acunados en el lecho del Genil. La madurez se consumó en Palma, cruce de caminos: el todo es sólo uno, Guadalquivir.

Aguas que besan Peñaflor, la antigua Celti, puerto romano de la Sierra Norte, y sueñan la brisa marina escoltadas por los naranjales de la ribera. Aguas que pasan de largo, indiferentes a la larga agonía de esa Fábrica a la que durante cien años dieron vida. Aguas que no fueron suficientes para apagar las llamas que devoraron a principios de los 80 lo que ya estaba desierto.

Seguramente de haber estado en otro sitio su suerte habría derivado por diferentes derroteros. Quizás hoy albergaría un museo, un centro de interpretación o mil usos mas que se me vienen a la cabeza para reivindicar el patrimonio industrial de una región, Andalucía, que no anda precisamente muy sobrada.

Ahora solo habita el viento entre sus paredes. El viento que recorre las estancias sin obstáculo que lo impida, entre los muros desnudos de su estructura, a través de los vanos vacíos en los que antes había ventanas, sin techo ni suelo que lo detenga. Única voz, silenciosa y callada, que queda a la antigua Fábrica: la voz de la soledad que la arruina.


El autor de la primera imagen es Pepe Carranza y está tomada de su página en Panoramio, donde tiene una preciosa colección de fotografías sobre Peñaflor.

24 de enero de 2010

Prohibidos...

Estas fotografías están tomadas en dos jardines de la Barriada Santa María de Ordás; recalco la palabra jardines por si alguien tiene alguna duda al respecto, ya que como se puede observar apenas hay flores ni plantas mientras que por el contrario han crecido señales de prohibición como si fueran éstas el objeto de los cuidados del jardinero: Prohibido pisar el Césped, Prohibido apoyarse en la Valla, Prohibido soltar Perros. Todo parece estar prohibido.

Ante la maravillosa perspectiva de este sembrado de cartelitos la pregunta es obligada: ¿cada vez se prohíben más cosas o por el contrario lo que realmente se intenta es impedir que se haga lo que antes era de sentido común?

Quizás estemos ante un problema de ética, de moral, de educación, de valores… Hablando claro, que o bien nos estamos volviendo idiotas o nos estamos embruteciendo.

Lo más grande es que este ejemplo se queda en una tontería si lo comparamos con lo que se cuece entorno al tabaco, a la velocidad en carretera, a la descarga de archivos vía internet, a las bolsas de plástico, a las mismas drogas….

Como decía Calderón, seguramente todo dependa del color del cristal con que se mire: para algunos el jardinero será un quejica, para otros los vecinos unos animales. Se suele decir que en el término medio está la virtud pero, ¿cuál es el término medio?

Por mi parte lo tengo claro, prefiero pisar el césped antes que llenar un jardín de carteles, aunque claro, quizás en el fondo yo no sea más que un vándalo. Eso sí, un vándalo silingo, que nadie me quite el pedigrí.

20 de enero de 2010

Sinsentido (y II)

La madrugada del pasado martes se acababa la larga agonía de Nono. Cerca de dos meses después de la brutal agresión a manos de unos hijos de puta, que parecen haberse esfumado de la faz de la tierra, no se ha podido hacer nada por revertir el estado de coma en que se encontraba desde Noviembre. Atrás queda una familia, una pareja, unos amigos y, sobre todo, una vida truncada a los 32 años.

Caprichos del destino, por estas fechas se cumple un año de la desaparición de Marta del Castillo, cuyo caso parece que está igual de cerca de resolverse que el de Nono. De ésto el destino ya no tiene la culpa.

Iba a entrar a valorar el aluvión de reportajes, entrevistas, debates y demás historias de los medios de comunicación que nos espera este fin de semana, pero confío sepan excusarme, son tantas las cosas que sobrevuelan mi cabeza que me desviaría irremediablemente del tema de la entrada.

Por ello, y para no explayarme más, deseo, espero y pido algo tan simple como que haya justicia; algo tan simple como que se capture por fin a los malnacidos asesinos de Nono, tan simple como que dentro de unos meses los dos guardias de seguridad que vigilan el campo de Marchena donde él se encontraba no vuelvan a quedarse en uno sólo para que aumenten los beneficios de la empresa; tan simple como que de una puñetera vez cambien las leyes que tengan que cambiar con el fin de que, al menos, la muerte de Nono no haya sido en vano.

De Marta poco tengo que decir que no se haya repetido hasta la saciedad; me quedo con este sencillo mural situado en la Plaza del Pianista José Romero, a escasos metros del colegio en que estudiaba y de la casa donde se crió. No soy precisamente un amante de los graffitis, al contrario, pero por una vez prefiero este tipo de homenaje, anónimo y desinteresado, antes que los muchos programas y especiales que las televisiones emitirán este fin de semana. Sobre todo porque este homenaje sí es de verdad.

18 de enero de 2010

Plaza de Santa Isabel

Hay lugares que no pueden ser recordados porque ellos mismos son un recuerdo. Lugares en los que no pasaría nada si de repente el tiempo se parara porque son eternos. Lugares que no merece la pena fotografiar porque es imposible capturar un sentimiento. Uno de ellos es la Plaza de Santa Isabel.

Posiblemente la magia de este rincón se deba a que su belleza fue usada como paño de lágrimas con que aliviar el llanto de aquellos que la vivieron.

Llantos de impotencia, la que sintieron los Fuentes al ver como las llamas devoraban la fernandina iglesia de San Marcos durante las disputas nobiliarias de finales del siglo XV.

Llantos de desamparo, el único equipaje que llevaban las monjas sanjuanistas camino de las Dueñas tras verse desamortizadas de la que fue su casa durante casi 300 años.

Llantos de tristeza, bajo la que se consumían las presas de la cárcel que se instaló en el antiguo convento a mediados del XIX.

Llantos de arrepentimiento, con el que confiaban expiar sus penas y desgracias las mujeres acogidas por las filipenses de la Madre Dolores en pos de los sueños del Padre Tejero.

Llantos de dolor, el que se mezcló con las cenizas que volvió a ser la iglesia de San Marcos cuando las madres de uno y otro bando despidieron a sus hijos camino de una sinrazón fratricida.

Llantos que ocultan otros llantos, lágrimas que limpian otras lágrimas, suspiros que se esconden entre las desnudas ramas de los árboles. Quién sabe, quizás sea ese el motivo por el que no deja nunca de manar agua de su fuente, corazón de la plaza: para acallar con su murmullo los ecos y plegarias que aún quedan entre sus piedras.

14 de enero de 2010

Una de Vándalos Silingos

Definitivamente estamos en manos de la moda. O de las modas en general. Somos “fashion victims” en cada una de las facetas de nuestra vida, porque modas hay para todos los gustos, no sólo para vestir: las hay para hablar, para escribir, para comer…. hasta para protestar y reivindicar nuestros derechos, o los que pensamos que son nuestros derechos.

Hace 15 años, por ejemplo, media España le cogió gustillo a quedarse con el culo al aire emulando la famosa escena de la película Full Monty. Cualquier excusa era válida para disfrazarse y desdisfrazarse sobre un escenario, más aún si esa excusa tenía como objetivo alguna queja o reclamación.

Pero los tiempos cambian, y las modas con ellos. Lo que ya no sabría decir es quién cambia a quién, si va antes el huevo o la gallina. Mas de una década después resulta que el despelote no está bien visto, ya sea porque nos hemos vuelto mas puritanos o simplemente no hay ganas de que nos vea el personal haciendo el ganso en Youtube o en el muro de Facebook.

Ahora se lleva lo cafre, lo bruto. El que se desnuda para reivindicar sale como mucho en las páginas secundarias de Interviú, pero el que la lía parda se asegura unos segundos en los informativos de Pedro Piqueras o una entrevista en Andalucía Directo.

Dejar que se desfogue ese vándalo que todos llevamos dentro parece ser la mejor solución para que, como mínimo, se nos escuche y se nos tome en serio. Cosa que, por otro lado, tampoco nos debe resultar muy difícil ya que todos tenemos un puntito vandálico, no en vano fueron antepasados nuestros; la misma Andalucía se llama así precisamente por la estancia de estos señores en los albores del siglo V, cuando acabaron con cientos de años de dominio romano.

Una manifestación de “yo internosvandálicos se produjo, por ejemplo, el pasado mes de Diciembre cuando la huelga de taxistas. Diez años atrás lo mismo habrían conducido desnudos o se habrían bajado los pantalones delante del Ayuntamiento, pero como la moda pide cafrerío, nada mejor que colapsar la ciudad durante horas. Ni las huestes del rey Gunderico, que así se llamaba nuestro antepasado de origen bárbaro, podrían haber organizado un caos mayor cuando arribaron a una arruinada Híspalis allá por el 426.

Más claro aún lo tenemos en la protesta de activistas antipeleteros el pasado día 9 en el Corte Inglés. Mientras en el resto del mundo los del PETA, los antitaurinos y demás asociaciones pro-derechos de animales se despelotan a las primeras de cambio, aquí se manifiestan con visones despellejados, que viene a ser algo así como condenar una guerra importando cadáveres.

Vándalos Silingos, que así se llamaban los que se asentaron en nuestra tierra, los hay también en los medios de comunicación. El pasado martes, sin ir mas lejos, un señor proponía en una televisión local con total y absoluta seriedad que cada vez que hiciera acto de presencia algún miembro del Ayuntamiento se le obsequiara con una cacerolada.

Claro está que cada cual utiliza los medios de los que dispone adaptados a su tiempo, y si cuando el ya referido Gunderico profanó la basílica de San Vicente Mártir, que se encontraba donde hoy el Patio de Banderas, fue la Justicia Divina la encargada de vengar la afrenta y acabar con la vida del caudillo, en nuestra era moderna, mas pacífica y menos espiritual, la misión de ahuyentar los caudillos municipales es encomendada a una cacerola. Evidentemente la intención es lo que cuenta.

Pero donde está alcanzando un grado superior de especialización nuestro vándalo interno es, sin duda alguna, en el terreno inmobiliario, concretamente en el de la okupación (con c dependiendo del caso).

Este campo, tradicionalmente reservado a los dos polos opuestos de nuestra sociedad, es decir, a gente con pocos recursos y a niños bien que agotan de esta forma los últimos cartuchos de rebeldía que les quedan antes de hacerse cargo de la oficina de papá y su descapotable de turno, ha sido asimilado con naturalidad y sin complejos como método de presión ante la desidia municipal, que tradicionalmente no suele hacer acto de presencia hasta que a Santa Bárbara no le da por aparecer.

Así es okupada (con k) para realizar actividades sociales la vieja Fábrica de Vidrios de la Trinidad tras años de protestas vecinales por su abandono y futura semi-demolición, okupación (con k) que tuvo uno de sus puntos álgidos este fin de año con su fiesta correspondiente, igual que en otro local cercano a la Puerta Osario, también okupado (con k) para dar la bienvenida a 2010.

Y hace pocos días estuvieron a punto de ser ocupadas (ahora con c y con llamamiento incluido) las Naves del Barranco, esta vez por parte de los vecinos que demandaban un centro de atención diurna para los ancianos del barrio.

Es aquí donde me surgen las dudas, porque quizás okupar sea propio de vándalos silingos, y ocupar también, aunque en este caso sólo sean vándalos a secas, pero claro, ¿a qué tribu pertenecen los que dejan que las cosas se caigan o simplemente las abandonan? ¿fenicios? ¿romanos? ¿visigodos?

Supongo que ni ellos mismo lo saben. O lo saben demasiado bien….

10 de enero de 2010

Nieva en Sevilla

Serían las 2 de la tarde. Unos temas de papeleo, la lluvia, el frío y la curiosidad me habían llevado a buscar refugio tras las puertas de San Román junto a dos hombres que fumaban sin parar y una Ester oculta bajo varias capas de abrigos, guantes y bufandas.

- ¡Nieve!– Grita una niña desde la esquina de El Uno extendiendo la mano hacia el cielo - ¡Está nevando! – Vocifera mientras la madre, con esa agilidad innata en las madres cuando ejercen de madre, la engancha del otro brazo a la vez que la tapa con el paraguas, la abronca y la mete de nuevo en el bar.

- ¡Pero mamá, está nevando! – Protesta la niña, que ya se veía amasando un muñeco en el cruce de Matahacas.

Sin darme cuenta mi mano se ha extendido fuera de la puerta, como la de la niña, buscando la misma nieve que buscaba la niña. Los dos hombres que fumaban sin parar han hecho lo mismo. Ester no, había sonado Amaral y bajo las capas de abrigo se las ingeniaba para hablar por el móvil.

- Está nevando en Los Príncipes – retransmite.

Miro de nuevo hacia el cielo. Pensándolo bien, esta lluvia es un poco rara, tiene un tono blanquecino, la veo hasta sólida. Los dos hombres que fumaban sin parar parece que piensan lo mismo.

- Es aguanieve – asegura uno de ellos, dándoselas de entendido.

Una persiana se levanta y asoma el brazo de una anciana, que se extiende hacia el cielo buscando la misma nieve que buscaba la niña, la que buscaba yo, los dos hombres que fumaban sin parar y la amiga de Ester que la llama desde la calle Cantalobos.

En el foro del Sevilla donde horas antes había puesto verde a Manolo Jiménez se olvida a Sergio Canales: la nieve es el tema estrella. En el Viso, en Mairena, en Tomares, en Lora… Pues va a ser que sí, que nieva en Sevilla.

En Betisweb se ahuyentan Los Pajaritos, hasta Lopera queda en un segundo plano. Mercedes por fin escribe un mensaje alegre en su muro del Facebook, Antonio prepara su cámara para atrapar copos blancos en la Ranilla y Manolo Rabones esquiva la resaca con unos hielos distintos a los que tenían los cubatas que tomó la noche anterior.

La nieve lo cubre todo, nos hace soñar a todos y despierta la curiosidad de todos. Desde las monjitas de Santa Isabel a los okupas de la Fábrica de Vidrios; desde los perroflautas de la Alameda a los que esperan la llegada de la primera igualá; desde las limpiadoras del Metro al campanero de la Giralda.

Por fin hay algo capaz de poner a todas las Sevillas de acuerdo. A mediodía no estaba acabando la Navidad, ni el Solsticio de Invierno, ni las Saturnales ni el Año del Buey. Estaba nevando.

Sonrío, calado hasta los huesos, camino de casa. Me hace gracia imaginar que mientras esa niña esperaba que un manto blanco cubriera la plaza de San Román, los Antonio Burgos, Torrijos, Zoido y Monteseirín podían estar asomados a sus ventanas, como media ciudad, buscando copos de nieve entre las gotas de lluvia.

Que sí, que mañana llegarían las protestas, las quejas: que si el carril-bici no es apto para trineos, que si las losetas de la Avenida no resisten las heladas, que si no hay forma de descongelar los langostinos de MercaSevilla con este frío. No importa: por una vez toda la ciudad miraba en una sola dirección.

Sigo sonriendo; con la afición que tenemos aquí a pasear bordeando los extremos seguramente algunos habrán pasado la mañana en una Baqueira-Beret hispalense mientras otros estarán decepcionados con el chirimiri del mediodía. La mayoría se habrá olvidado ya de todo.

Pero bueno, al menos saco en claro que en My Fair Lady estaban equivocados, que la maravilla en Sevilla no era la lluvia, ni mucho menos: la verdadera maravilla es la nieve, lo único capaz de ponernos a todos de acuerdo, aunque sólo sea durante unas horas.

Quizás, por eso, nunca nieva de verdad…

7 de enero de 2010

La Vieja María

En nuestros días cada vez quedan menos historias que contar. Quizás porque hayamos dejado abandonados esos menesteres en manos de la televisión; quizás porque nuestro mundo sea tan anónimo e impersonal que ya casi nada nos importa; quizás, y seguramente, sea un poco de todo.

Por ello es de agradecer que quede gente como la vieja María, uno de los escasos personajes que todavía tienen el don de transportarnos al pasado, a esa Sevilla de la que nos hablaron de niños nuestros padres y abuelos, esa Sevilla de cuentos y tradiciones que, para bien o para mal, hoy es muy difícil de reconocer.

Y es que la vieja María siempre ha existido: es esa mujer extraña, solitaria, huraña, rodeada de un halo misterioso que encarnaba la Beata Dolores cuando vendía huevos en la calle Dados a fines del XVIII o la tía Tomasa oculta en su Torre Blanca a los pies de la Macarena.

No en vano su improvisado tenderete de chucherías bajo los soportales de la calle Imagen bien podría haber formado parte de algún capítulo de Rinconete y Cortadillo u ocupado un hueco en cualquiera de los dibujos que nos regaló Richard Ford en el siglo XIX.

Es lo poco que nos queda de los rumores y cuchicheos que recorrían los pasillos de los corrales de vecinos, de la imaginación desatada en niños que no necesitaban de la Wii para soñar. Forma parte de nosotros mismos, de nuestra propia idiosincracia, que siempre ha necesitado de vagabundos y gente diferente para unas veces compadecerse de ellos y otras fabular historias exageradas.

Seguramente ella sea la única ajena al universo de chismorreos y habladurías que gravita sobre las calles por las que día tras día transita su carrito. La única que no sabe lo que se comenta en Árbol Gordo de sus dinerales escondidos, lo que se dice en El Fontanal sobre las casas que tiene por San Carlos y San Nicolás, los bulos que corren por la calle Arroyo acerca del origen de sus chucherías o lo que se cuenta en la Encarnación sobre su vida pasada. Seguro que no sabe nada, ni falta que le hace.

Principalmente porque su vida es el día a día, su vida comienza cada amanecer, ese amanecer sevillano tantas veces eternizado en poemas y canciones que seguramente ella desconocerá. Francisco de Ariño, Arroyo, Puñonrostro, Escuelas Pías, Imagen, Encarnación.

No hay días laborales ni festivos, veranos ni inviernos, lluvia ni sol, frío ni calor. Sólo hay vida, una vida monótona, solitaria, silenciosa, pero vida al fin y al cabo.

Tampoco hay setas en la Encarnación, ni polémicas en periódicos cada vez más sectarios, ni carriles bici, ni tiene cabida una torre que dentro de poco señalará el nuevo techo de su ciudad, entre otras cosas porque ¿cuánto tiempo llevará sin ver a su ciudad misma? Sólo hay vida, una vida anónima, aislada, vagabunda, pero vida al fin y al cabo.

Todo acaba al anochecer, ese anochecer sevillano que también eternizaron canciones y poemas que seguramente ella también desconocerá. Encarnación, Imagen, Escuelas Pías, Puñonrostro, Arroyo, Francisco de Ariño.

Algún día el carrito se parará para siempre. Seguramente nadie lo notará: todo seguirá igual, Sevilla seguirá igual, nosotros seguiremos igual. Tan sólo quedará un hueco vacío en una de las esquinitas que resguardan los soportales de la calle Imagen.

Y una historia, una historia más en la larga lista de historias de esta ciudad; una historia más que seguramente mezcle fantasía y realidad, pobreza y soledad; una historia más que se apagará conforme se apague la memoria de aquellos que algún atardecer vieron el transcurrir de la procesión mas pura y real de todas las que se celebran en la tierra de las procesiones: la de la vida misma.