Dicen que cuando el Rey don San Fernando conquistó Sevilla los musulmanes intentaron destruir la Giralda para evitar que cayera en manos cristianas. Se cuenta que entonces su hijo Alfonso, ya con maneras de Sabio, logró salvarla bajo amenaza de ajusticiarlos "a golpe de espada" si quitaban "una sola piedra".
Eso fue en el siglo XIII; hoy día, con la mentalidad de nuestros políticos, seguramente se demolería sin contemplaciones para ajustarla al modelo de ciudad del gobierno entrante. Eso si el PGOU de turno, la UNESCO, el Tribunal Supremo y los vecinos de aledaños hubieran permitido su construcción, claro.
No en vano, en menos de 20 años Sevilla ha sido Ciudad Universal, Ciudad Olímpica, ciudad de las personas y ahora ciudad de los flecos y volantes, ya que hasta en el cartel de la Cabalgata sale una niña vestida de gitana.
Su personalidad parece estar condenada a transformase cada vez que hay un cambio de siglas en el Ayuntamiento, momento en que se trata de meter con calzador un nuevo modelo de ciudad a la medida y hechuras del partido vencedor.
Y eso, creo, es insostenible y no lleva a nada, porque una ciudad que aspire a tener una imagen definida no puede cambiarla cada 4, 8 o 12 años. No es creíble ni serio ni soluciona sus verdaderos problemas, los que sufren y padecen sus habitantes en el día a día.
Más aún si ese nuevo modelo, como suele suceder, reniega del anterior y prácticamente lo deja abandonado a su suerte; basta recordar la desaparición de media Expo, un Estadio Olímpico usado apenas como sala de conciertos o, como hemos visto estos días, el "aprovechamiento" de una estructura de 120 millones de euros como porche para coches.
Imagen vía @mavazquezb
Pero no hay que irse a las líneas maestras de la gestión municipal o a las grandes inversiones para comprobar este proceso de “transfiguración hispalense”; el ejemplo lo estamos viviendo estos mismos días con una nueva escenificación en su versión lúdico-festiva.
Y es que el Solsticio de Invierno de los últimos años ha recuperado su antiguo nombre, vídeo de réplica incluido, gracias a las gestiones del Consistorio: “En Sevilla…. se llama Navidad”.
Todo perfecto, nueva batalla dialéctica, guerra semántica, basura para un lado, basura para otro y todos a justificarse con los “y tú más” correspondientes.
Lo que pasa es que uno ya empieza a estar harto de tanta tontería, de tantos nombres, de tantos modelos; yo quiero que me digan como se van a llamar las estaciones de las líneas 2, 3 y 4 del Metro, que iba a ser "de primera"; o el nombre de las barriadas donde se construirán viviendas sociales con el nuevo plan que sustituirá al anterior, que ya no vale; o como puedo entrar al Centro con el coche, que con tantos cambios e improvisaciones da miedo cogerlo.
Ya está bien de tirar balones fuera, de debatir sobre el sexo de los ángeles o de los soviets, me importa un bledo, quiero soluciones.
Porque en Sevilla ahora se llama Navidad, pero hay tanto o más paro que cuando se llamaba solsticio de Invierno, y sigue siendo una aventura la movilidad en hora punta, y los gorrillas controlan las calles, y se forman atascos kilométricos en la SE-30 cuando caen cuatro gotas....
Y lo peor de todo es que la historia vuelve a repetirse como en un bucle infinito: distinto modelo de ciudad, los mismos problemas y los errores de siempre.