26 de marzo de 2009

Mi amigo Pedro

Mi amigo Pedro nació en Sevilla, como yo. Aunque nuestros caminos discurrieron separados durante los años de colegio e instituto, ambos coincidimos en Reina Mercedes y nos licenciamos en la misma carrera, al menos mientras Bolonia no diga lo contrario, que como está el patio lo mismo en unos meses hay que prepararse otra vez la selectividad….

A mi amigo Pedro también le gusta pasear por el río ahora que parece que se ha ido el mal tiempo; como a mi, le encanta el olor a azahar, tomarse una cerveza bien fría en la plaza del Salvador y se le abren los pulmones de par en par cuando pasa cerca de Blanco Cerrillo.

Lo primero que hace mi amigo Pedro cuando se asoma a un balcón o sube a una azotea es buscar la Giralda entre antenas y castilletes; como yo, quiere vivir lo mas cerca del centro posible, y si está al lado el Tremendo mejor. Y es que mi amigo Pedro es tanto o más sevillano que yo, aunque por estas fechas se me suele olvidar.

Porque mi amigo Pedro no sabe lo que es una chicotá (tampoco creo que lo quiera saber). No distingue una banda de cornetas y tambores de una agrupación musical; no sabe que hay hermandades de silencio y ni siquiera se le pasa por la cabeza que al doblar una esquina pueda estar haciendo una revirá.

Sólo sabe que en estos días puede tardar mas de media hora en salir a la Ronda como lo coja el ensayo de la Hiniesta y que desde el Domingo de Ramos le va a costar la misma vida llegar a su casa después de trabajar. De hecho lo más probable es que se vaya a la playa a partir del Miércoles Santo, como siempre.

Por ello cuando mi amigo Pedro lee que este año, una vez más, resurge en vísperas de Semana Santa el “affaire catenarias”, que a este paso va camino de convertirse en un clásico en plan “huelgas pre-feria de los taxistas”, me tengo que esconder debajo de una piedra.

Porque uno puede argumentar mil cosas a favor de la Semana Santa desde todos los puntos de vista posibles: tradicional, religioso, económico, turístico… Uno puede justificar que durante unos días se corten calles y avenidas e incluso que se cierre a todo tipo de tráfico la principal arteria del centro histórico. Pero explicar que por motivos estéticos hay que gastarse mas de 20 millones de las antiguas pesetas en desmontar las catenarias del tranvía es tarea ardua y difícil.

Sobre todo porque mi amigo Pedro sabe que hace poco mas de 50 años las cofradías a veces incluso tenían que esperar que pasara el tranvía para continuar su estación de penitencia. O que en algunos casos discurrían a la sombra de la mismísima portada de la Feria (cuando se celebraba en el Prado).

Por mucho que le explico lo feo que queda un misterio entre postes y farolas fernandinas; por mucho que haya que bajar la palmera de la Borriquita para que no roce con los dichosos cablecitos; por muchos argumentos estéticos y artísticos que le doy, para mi amigo Pedro la Avenida de la Constitución no es un decorado por el que pasan las cofradías camino de la Catedral, sino una calle mas de su ciudad, mi misma ciudad, como lo pueden ser Almirante Apodaca, Kansas City o Mateos Gago.

Claro que es uno de los tramos de la Carrera Oficial por los pasan en su estación de penitencia todas las cofradías, pero precisamente por eso se cierra durante toda una semana a la gente como mi amigo Pedro, a los que ni les va ni les viene este tema y que no tienen por qué entender que se empleen 120.000 euros en desmontar estas estructuras para volverlas a poner la semana siguiente, por muchos perjuicios estéticos que ésto tenga. A fin de cuentas, para perjuicios los suyos…

A mi amigo Pedro también le hace mucha gracia el uso tan descarado que se está haciendo de la Semana Santa desde el punto de vista político. Le hace gracia porque le da igual. A mi me preocupa.

Porque me preocupa que en una celebración que debería tener una esencia meramente religiosa y si acaso tradicional, o ambas cosas a la vez, la “cosa política” esté posicionándose de una forma cada vez mas evidente. Y es que está visto y comprobado que cuando estos señores se meten por medio siempre aparecen otros intereses y factores partidistas que poco o nada tienen que ver con los que verdaderamente deberían primar.

El ejemplo mas claro lo tuvimos esta última semana: que cada cual escoja un bando, un color, una postura, lo que quiera, pero nuestros ilustres mandatarios nos dejaron un catálogo de cómo sacar tajada a la Semana Santa, tanto para justificar financiaciones extrañas como para aprovechar el tirón mediático de los programas que se emiten por estas fechas. Y si me apuran, el Metro lo “inauguran” la semana que viene… Ya digo, que cada cual elija su color, que hay para todos.

No entiende tampoco el tema de los lacitos blancos. Ni yo. Hay tantísimos motivos hoy en día que justificarían esos lazos que sacarlos exclusivamente para un solo tema da hasta pavor…

Pero bueno. esto es lo que hay. Afortunadamente los próximos días seguro que pasarán muy rápidos. El Domingo de Ramos está a la vuelta de la esquina y es tan grande el ansia de incienso que uno tiene por estas fechas que las hojas del calendario se arrancan por sí solas.

Y una semana después, como todos los años, regresará mi amigo Pedro de la playa para reubicarse en su ciudad, en mi misma ciudad; porque, a fin de cuentas, mi amigo Pedro es tanto o más sevillano que yo, aunque por estas fechas se me suele olvidar.

20 de marzo de 2009

Paquito

Que por estos lares somos muy dados a poner motes y apodos es algo fuera de toda duda. En nuestra nómina de conocidos y amigos siempre suele figurar algún “chino”, “mono”, “negro” o “cabeza” que, normalmente por motivos obvios, compagina su nombre y apellidos con estos otros “añadidos” a posteriori.

De esta afición no se libra ni el callejero de la ciudad. Como muestra un botón, o mas bien una calle, en concreto la céntrica Laraña, que a lo largo de su historia ha recibido nombres tan pintorescos como “Tejador mal Lavado” o “Remángate Niña” por distintos sucesos e incidencias acaecidas en ella, parece ser que un tejedor que no era un ejemplo de higiene en el primer caso y en el segundo por las casas de “dudosa reputación” que en su momento existieron en la acera derecha. Nombres que durante un intervalo de tiempo convivieron con el clásico de la misma, calle Compañía, que hacía referencia a las casas de los jesuitas que se encontraban en la actual Bellas Artes.

No creo que resultara por tanto muy complicado ponerle un segundo nombre a una calle, habida cuenta de que en esta ciudad mala leche y guasa conviven en un espacio muy pequeño, a veces difícil de diferenciar; y que nos encantan estas historias, todo hay que decirlo.

Pero que en nuestros días le hayan colado uno de estos seudónimos al mismísimo Google Maps, el célebre visor de mapas y planos, sí que es para nota, y alta. Y es que si nos damos un paseo por el mismo podremos ver que el puente mas meridional de Sevilla, el del Quinto Centenario, recibe en el citado buscador el muy castizo nombre de Paquito.



Es cierto que es el apodo que tuvo durante su construcción, de la misma forma que el del Cachorro era el de Los Leperos o el del Alamillo tenía otro rinconcito en el nomenclátor popular basado en su “enhiesta” figura. Pero ya digo, que haya llegado Paquito al mismísimo Google Maps tiene su gracia, y bastante.

Así que nada, ya está realizada la advertencia; si tenéis intención de hacerle una ruta a algún amigo a través de este buscador y vais a señalarle la manera mas corta de llegar a Bellavista desde Los Remedios, no se os ocurra escribir Puente del Quinto Centenario porque podéis confundirlo. Simplemente, llamadlo Paquito.

17 de marzo de 2009

Las Cuatro Cruces de Omnium Sanctorum

Es tiempo de cruces; 20 días escasos para que abran las puertas de la antigua ermita de San Sebastián, para que Nuestro Padre Jesús de la Victoria cargue su madero entre los árboles del Parque de María Luisa, para que los niños vuelvan a adivinar entre las alborotadas ramas del olivo que aparece entre los (ahora) eternos muros del Salvador la figura del pequeño Zaqueo.

Es tiempo de cruces; así lo anuncian los escaparates de las tiendas: caramelos para los mas jóvenes, caoba para los abuelos; así lo enseñan los carteles de quinarios y traslados que buscan su hueco entre las paredes cargadas de ofertas de trabajo (maldita crisis, cruz de cruces…); así lo pregonan las bandas de cornetas y tambores que al fin transformaron los acordes caóticos y molestos con que nos han deleitado todo el invierno en recuerdos de revirás imposibles y entradas en Campana.

Es tiempo de cruces; o de huir de ellas, como tanta gente que está esperando que las calles huelan a incienso para escapar a la playa o simplemente disfrutar de unos días de descanso.

Es tiempo de cruces; y sinceramente, no se me ocurría mejor excusa para introducir esta historia sobre uno de los rincones de Sevilla donde mas y distintos tipos había, el entorno de Omnium Sanctorum, en la calle Feria.

Y es que si bien hoy día el papel simbólico de la cruz ha quedado relegado casi exclusivamente al ámbito religioso, durante mucho tiempo no fue así.

Por supuesto, me refiero a esos tiempos en que no existían las grandes avenidas que hoy fragmentan la ciudad, ni los centros cívicos, ni los distritos… casi ni siquiera barrios; tiempos en los que bien es cierto que el papel ejercido por la iglesia sobre la sociedad era fortísimo y en muchas ocasiones monopolizador.

Por ello, las cruces eran elementos cotidianos y habituales en las calles, sirviendo tanto para delimitar collaciones y feligresías como para señalar hitos importantes en la vecindad. Unos usos y unas utilidades que en la actualidad han quedado obsoletos con el discurrir de los tiempos, pero de los que aún quedan vestigios en algunos rincones de la ciudad, como es el caso de Omnium Sanctorum, donde llegaron a concentrarse en su momento hasta cuatro cruces de distinta forma, origen y uso que, sin que sirva de precedente, han llegado hasta nuestros días.

La primera de estas cuatro cruces que vemos al llegar a la vieja parroquia de la calle Feria es la conocida como Cruz del Garfio. Esta cruz estaba originalmente ubicada en la calle Peris Mencheta, antiguamente conocida como Peso del Carbón ya que en ella se comerciaba el combustible de este tipo que se vendía en Sevilla.

Esta venta no era exclusiva de la zona, ya que en los Humeros también tenía relativa importancia y en otras partes de la ciudad como el entorno de la Macarena, donde aún queda incluso una carbonería; pero el peso del mismo sí que se llevaba a cabo en esta calle gracias a un curioso método que describe Félix González de León y cuyo protagonista principal era esta cruz.

Situada sobre una peana de material, de la misma pendía un garfio del que a su vez se colgaba la romana con la que se pesaba el carbón. A cambio, los carboneros dejaban limosna con la que sufragaban el culto de la cruz.

Como vemos, tuvo esta cruz un uso bastante alejado de los menesteres religiosos, al contrario mas bien. Uso que mantuvo hasta 1816, año que perdió su garfio, su peana, sus limosnas y su sitio privilegiado en Peris Mencheta para ser trasladada a una hornacina de la vecina Omnium Sanctorum, donde aún hoy podemos contemplarla.

Accediendo al interior del templo, dejándonos llevar por esos curiosos cánones de conducta no escritos que siempre nos hacen entrar por el lado derecho, encontramos otra cruz de forja que tiene quizás menor belleza que la anterior, pero no por ello menos historia, la Cruz de Linos.

De grandes dimensiones, su origen rememora sucesos mas lúgubres y desgraciados, ya que señalaba la existencia de un cementerio de la terrible epidemia de peste que asoló Sevilla en 1649 y que diezmó considerablemente su población.

Tan fuerte fue esta epidemia que la ciudad prácticamente se llenó de estos enterramientos improvisados, habitualmente señalizados por una cruz de similares características y que en bastantes ocasiones han sido el origen de muchas de las plazas y calles que hoy día podemos disfrutar.

Este cementerio se encontraba en la calle Linos, nombre que recibía antiguamente el último tramo de la actual calle Feria desde el mercado hasta la Resolana, y evidentemente de ella tomó su nombre la cruz, que también fue trasladada a Omnium Sanctorum, en este caso al interior.

En dirección contraria, en esta ocasión hacia el centro de la ciudad y siguiendo la histórica calle Ancha, tramo de la actual Feria que abarcaba desde la ya citada Linos hasta la plaza del Caño Quebrado, hoy Montesión, encontrábamos otra cruz de no menos belleza que las anteriores y que daba también nombre a la plazoleta en que estaba situada, concretamente en la confluencia de Correduría con Feria: la Cruz de Caravaca.

También tenía ésta un uso distinto a las anteriores, ya que fue levantada para homenajear la Santa Cruz, llegando a contar incluso una Hermandad propia que desapareció a principios del siglo pasado.

Lo laborioso de su forja motivó que estuviera cercada de rejas para evitar “acercamientos no deseados”, aunque quedó exenta a mediados del XIX.

Nueva cruz, nuevo uso y nuevo traslado, ya que también encontró acomodo final en los muros de Omnium Sanctorum, concretamente en el lado opuesto a la Cruz de Linos, esto es, a la salida del templo, del que nos despide.

Y llegamos a la mas famosa de las cruces que existieron en las inmediaciones de la vieja iglesia, la que aún da nombre a la calle en que se encontraba y la que, curiosamente, está mas lejos y peor conservada de todas, la Cruz Verde.

En el centro de la calle así llamada, señalaba los límites de la parroquia y tenía la peculiaridad de estar pintada de ese color, por lo que es fácil deducir el origen de su nombre.

También la Cruz Verde contaba con Hermandad propia, fundada a finales del siglo XVII, aunque parece ser que era bastante humilde y se extinguió a principios del XIX.

Sobre el año de 1840 la Cruz Verde fue arrancada de su peana y se le buscó nueva ubicación, aunque no tan cercana como la de las otras cruces de los alrededores. Ni tan accesible. Al contrario, como si de un castigo se tratara fue enviada a la iglesia de Santa Marina, cuya torre remata hoy en día.

De Feria a San Luis, de Omnium Sanctorum a Santa Marina, en la actualidad la belleza de esta cruz es apenas perceptible desde la pequeña plaza que se abre a los pies del templo, aunque si nos adentramos en la calle Padre Majón, bordeando la parroquia, podemos apreciarla bastante mejor. O peor, ya que tanto un un pararrayos como unos horrendos (y posiblemente olvidados) altavoces provocan que su visión se afee de forma considerable.

Pero bueno, no estaba en el ánimo de esta entrada criticar y tampoco protestar (sin que sirva de precedente), tan sólo se pretendía contar la historia y origen de estas cuatro cruces que, como tantas otras cosas que pasan desapercibidas, llevan a sus espaldas buena parte de la historia de Sevilla, que no es poco.

8 de marzo de 2009

La Venta de los Gatos

I

“Figuraos una casita blanca como el campo de la nieve, con su cubierta de tejas rojizas las unas, verdinegras las otras, y entre las cuales crecen un sinfín de jaramagos y matas de resedas.”

Así empieza Gustavo Adolfo Bécquer la descripción de la Venta de los Gatos, un ventorrillo situado a las afueras de Sevilla que inspira uno de sus relatos mas célebres y conocidos.

Esta venta era una de las muchas que surgieron en el viejo camino de Extremadura, que muchos historiadores han identificado como comienzo de la Ruta de la Plata y que hoy día es aún reconocible en el eje Don Fadrique-Sánchez Pizjuán.

La profusión de villas de recreo nacidas al amparo de este camino, también conocido como Calzada de los Macarenos, nos puede dar una idea de la importancia que tenía en la Sevilla de la época: junto a la Venta de los Gatos, la de los Escalones, la Concepción o la del Santo son sólo unos ejemplos que, para bien o para mal, hoy solo existen en la hemeroteca del recuerdo.

En esta primera parte de la historia Bécquer nos describe un lugar alegre y luminoso, rodeado de olivares y huertas, con un ambiente “animado por una multitud de figuras, de hombres, mujeres, chiquillos y animales formando grupos a cuál más pintoresco y característico”.

La fiesta, el cante, las palmas, las risas, los rasgueos de guitarra… el escritor hace tanto hincapié en dibujar una estampa vitalista e incluso bulliciosa que bien podría ser la descripción de uno de los cuadros costumbristas de Gonzalo de Bilbao o de su mismo hermano, Valeriano.

Entre toda la gente que daba vida y color a la Venta destaca Amparo, una bella muchacha a la que no duda en erigir centro de toda la escena, a la que convierte en modelo del dibujo que pretende llevarse como recuerdo de ese día, en centro de los amores del hijo del ventero y, en definitiva, la que será la musa del propio relato.

II

“Por último, llegué al ventorrillo; lo recordé más por el rótulo, que aun conservaba escrito con grandes letras en una de sus paredes, que por nada; pues en cuanto al caserío, se me figuró que hasta había cambiado de forma y proporciones. Desde luego puedo asegurar que estaba mucho más ruinoso, abandonado y triste.”

Después de largos años de ausencia, Bécquer vuelve a Sevilla, pero todo ha cambiado: el genial escritor se extraña por las “cosas nuevas que se han levantado no se como” a la vez que añora “muchas cosas viejas que han desaparecido, no se por qué”.

Y es que, sin duda, la ciudad había sufrido una importante transformación en el intervalo de tiempo en que están inspiradas las dos partes del relato.

Buena parte de las puertas y murallas que la rodeaban habían sucumbido a la voracidad demoledora de la piqueta; las afueras de la ciudad, especialmente las orillas del río por las que mostraba especial predilección, estaban completamente remozadas; muchos conventos e iglesias habían quedado abandonados e incluso desaparecido por obra y gracia de la desamortización de Mendizábal. Sus propias palabras no pueden ser mas explícitas: “Yo dejé una Sevilla y encontraba otra muy diferente”.

No se queda atrás la Venta de los Gatos; de hecho, el panorama en este lugar es aún peor. La creación del nuevo cementerio de San Fernando había herido de muerte al otrora idílico ventorrillo.

El ambiente festivo y lúdico había dado paso a un paisaje monótono y desolador, acentuado por “la sombra del cementerio”.

Ya no había cante y jolgorio, todo era distinto: las mesas estaban desiertas, el antiguo bullicio había dado paso a un silencio tan solo interrumpido por aullidos de perros y sonidos confusos, el ambientado camino ahora únicamente lo transitaban sacerdotes, sepultureros y ancianos de luto. Todo estaba “mucho mas ruinoso, abandonado y triste”.

Y Amparo había muerto.

Se había marchado para siempre, como la alegría y la música. Su vida se había secado “como se secan las flores arrancadas de un huerto para llevarlas a un estrado”. Como esa vieja Sevilla que ya solo viviría en los recuerdos de Bécquer.

III

Desde que Bécquer publicara en El Contemporáneo este relato, en 1862, han transcurrido cerca de 150 años.

Sobra decir que los cambios experimentados por Sevilla en todo ese tiempo han sido mucho mas profundos y radicales que los vividos por el escritor. Sobra decir que la muralla, las puertas, las orillas del río, las afueras, la ciudad en general ha cambiado, y mucho. Por suerte o por desgracia. Para bien y para mal.

Y sobra decir que el entorno de la Venta de los Gatos no tiene nada que ver con lo que nos describió Bécquer.

Las viejas huertas y olivares son hoy bloques de viviendas; la antigua Calzada de los Macarenos ha cambiado su textura de piedra y albero por el gris del asfalto; el cementerio de San Fernando pasa desapercibido dentro de la maraña urbana en que se ha convertido el entorno de San Jerónimo; y los primero alegres y después lúgubres caminantes que ambientaban las escenas del relato son ahora gente anónima que simplemente está de paso y que, por regla general, no suele reparar en una pequeña construcción de escasa altura y aspecto destartalado que languidece a la sombra de las edificaciones que la rodean.

Una pequeña construcción cuya presencia está a medio camino del desafío al paso del tiempo y de la súplica por ese golpe definitivo que la haga desaparecer como ha desaparecido ese universo becqueriano del que una vez fue protagonista.

Porque la Venta de los Gatos aún existe, aunque muchos la hayan olvidado.

Hoy no hay fiesta ni música. Tampoco hay tristeza ni llantos. Simplemente hay un aparcamiento de motos.

A pesar de los esfuerzos, tan débiles como estériles, de vecinos y autoridades, parece ser que su dueño, el hijo del hijo del hijo de aquel ventero que apadrinó a Amparo y que tuvo de parroquiano a uno de los mas geniales escritores del Romanticismo patrio, no está interesado en dignificar este emblemático lugar.

Y es que el tiempo sigue conjurado contra la Venta de los Gatos, donde hoy solo habita el olvido.

El mismo olvido en que está Amparo, cuyas cenizas quizás se encuentren esparcidas por algún rincón del camposanto que cambió para siempre el mundo en que fue feliz; o el mismo olvido en que se encuentra la tumba de Bécquer, enterrado en uno de los mausoleos del casi desconocido Panteón de Sevillanos Ilustres.

Vida, muerte y olvido: es tanto el paralelismo que hay entre los protagonistas de esta historia que asusta.

Quizás, sin que podamos evitarlo, se esté escribiendo en estos momentos la tercera parte de la obra de Bécquer. O su final...

6 de marzo de 2009

El precio del Metro

Parece que empieza a aclararse algo el nublado panorama que presentaba el Metro de Sevilla, o mas bien la única línea del Metro de Sevilla que se está construyendo, aunque ese es otro tema...

Según se ha podido conocer hoy, la previsión de la Junta de Andalucía es que la inauguración de la Línea 1 se produzca antes del Domingo de Ramos, vamos, en 3 semanas.

Pese a todo algunos sectores de la misma Junta no piensan lo mismo, y en la ciudad creo que nadie: pasa como con el cuento del lobo, que el personal no se termina ya de creer nada por muchas buenas palabras e intenciones que se tengan.

Pero la actualidad del futuro y futurible suburbano hispalense no gira, precisa y desgraciadamente, entorno a su puesta en marcha, sino en algo mas material y doloroso en estos tiempos que corren: el precio del billete.

Varias asociaciones de consumidores y Ferrocarriles Andaluces, la empresa que tutela la construcción del Metro sevillano, andan a la gresca sobre las tarifas que deberán tener los viajes por el subsuelo de la ciudad; tarifa que, si nadie lo remedia, tendremos el dudoso honor de que sea la mas alta de España.

Teniendo en cuenta el tiempo que se ha tardado en traer el Metro a la ciudad (hablo desde que se hicieron los primeros túneles y estaciones, allá por los años 70), que sólo se ha hecho una Línea, que gran parte del mismo va en superficie, las molestias que las obras han ocasionado y ocasionan al comercio y a los ciudadanos en general, y muchos otros y diversos factores, me parece este precio récord, como mínimo, una injusticia. Por no decir de poca vergüenza…

Desde mi punto de vista, claro está.

Y es que, pienso yo, el Metro es un medio de transporte público, aunque sea gestionado por una concesionaria privada. Y sigo pensando (si no es mucho pensar) que el transporte público debe estar orientado al servicio del ciudadano, ya sea directamente mediante su uso o indirectamente mediante los beneficios que proporciona que sea usado por otros (reducción de tráfico, de contaminación, de ruidos….). Recalco orientado al ciudadano, no orientado a beneficiarse a costa del ciudadano: para eso está el privado.

En fin, que el transporte público se crea por y para el ciudadano. Y no lo olvidemos: gracias a él, ya que con sus impuestos se ejecutan las obras, parte fundamental en todo este asunto.

Si ahora ese ciudadano va a tener que pagar unos precios que, comparándolos con lo que se paga en otras ciudades, son bastante más elevados, algo falla.

Entendería que el madrileño, por ejemplo, tuviera que abonar unas tarifas desorbitadas ya que puede atravesar y rodear su ciudad varias veces sin necesidad de ver la luz del sol; pero es que precisamente el billete en Madrid cuesta 20 céntimos menos que el de Sevilla, donde sólo habrá de momento una línea que ni siquiera llegará, por ejemplo, a su barrio mas poblado, el de Pino Montano.

No encuentro por tanto sentido a estos precios, y menos aún que sean para un solo tramo de los 3 en que se pretende dividir la línea. Porque eso también tiene miga…

En definitiva, que el transporte público debe ser rentable principalmente para los que lo vamos a utilizar, así que medidas como éstas pueden disuadir a mucha gente de hacerlo, ya que no se puede obligar a nadie a montar en Metro, en autobús o en bicicleta, por muy ecológico y beneficioso que sea.

Sería bastante triste que después de tantos años esperando un Metro público tuvieran que adoptarse medidas a posteriori para hacer público el Metro.

3 de marzo de 2009

No quiso

Serían las 5 y media de la tarde pasadas cuando Juan Miguel Ortega Ezpeleta, el Hermano Mayor, confirmó lo que todos temíamos desde que prácticamente había amanecido.

El repiqueteo de la lluvia en el alféizar de la ventana durante toda la noche era un mal presagio de los derroteros por los que iba a discurrir el resto del día, aunque es verdad que siempre queda un atisbo de esperanza, un salvador claro en el Aljarafe que, por desgracia, casi nunca hace acto de presencia.

Para entonces llevaba poco mas de una hora dentro del Santuario. Casi nada…

Porque una hora delante del Señor de la Salud y de la Virgen de las Angustias da para mucho.

Desde poner en orden mis ideas, confusas por naturaleza, hasta un repaso por estos últimos tiempos tan turbulentos y atípicos que sobrellevo como buenamente puedo; todo tiene cabida en “esa hora” tan necesaria que, dicho sea de paso, casi nunca consigo arañar a mi agenda.

Dentro del templo se respiraba ambiente de día grande. Los ojos irradiaban un brillo especial, ese brillo que sólo tienen aquellos que de niños se “sollaron” alguna vez las rodillas en la “rampla” del Salvador.

Y es que al fin se acercaba ese momento tan esperado los últimos meses, ese anticipo del azahar y del incienso, el adelanto de esa semana por la que bien merece la pena esperar todo un año.

Las paredes encaladas del barrio de San Román, los naranjos de Doña María Coronel, las voces silenciosas de las Hermanas de la Cruz, la brisa de la calle Imagen, la lejana silueta de la Giralda, la estrechez de la calle Francos, la siempre incómoda Cuesta del Rosario, las mil revirás por las callejas de la vieja morería, el verde palio de los árboles de San Pedro, la interminable recta final hasta las puertas del Santuario….

Todo estaba preparado y dispuesto. Pero no quiso. No quiso dejarla sola.

Algunos pasos por detrás, en su altar oro y celeste, lo contemplaba.

Siempre en segundo plano, con ese semblante tierno de madre y de hermana; con esa mirada certera que desnuda los sentimientos más profundos y escondidos; con esa belleza morena que es capaz de reconfortar las noches mas atormentadas con su simple recuerdo.

No llevaba andas ni parihuelas. No había cirios blancos ni pétalos de flores en los balcones de la calle Verónica. Se quedaría allí, esperando, en silencio.

Pero él no podía dejarla sola. Y no quiso.

Como tampoco quiso que mi padre, por vez primera en mi vida, dejara de acompañarme en esos primeros metros que se hacen tan pesados al salir de la Catedral. Sólo una palabra retumba en mi cabeza: Salud… Y gracias.

Y al final no se salió. No merece la pena buscar motivos. No es justo ni necesario: simplemente no quiso. Y punto.

Ya llegará el Jueves Santo, ya vendrá la madrugá, esa noche en la que no se sueña porque en sí es un sueño, esa promesa hecha realidad año tras año; y esta vez sí que estaremos todos. Seguro.

1 de marzo de 2009

Sevici

Mediante estos azulejos, que desgraciadamente cada vez son mas escasos en la ciudad, se pretendía hace poco mas de 100 años educar a los niños en el respeto hacia los pájaros y los animales en general. Incluso se encomendaba a Dios la labor de premiar a los que se portaban bien mientras se dejaba en manos de la Ley el castigo para los que seguían maleando.

Este mensaje lo máximo que puede arrancar hoy día es una sonrisa, entre otras cosas porque a un chaval de 14 años le sueltas un sermón para que no le haga daño a una paloma y es capaz hasta de denunciarte. Si no tienes que pelearte directamente con el padre...

He traído el azulejo en cuestión hasta aquí porque una readaptación de estas palabras a los nuevos tiempos, cambiando pájaros por bicicletas y sustituyendo la cerámica por una plaquita de acero inoxidable, podría servir para frenar el continuo estropicio que sufre día tras día Sevici si la realidad de nuestros tiempos no estuviera tan alejada de la existente 100 años atrás. Y es que ha llovido mucho desde entonces, demasiado...

Según se ha conocido en un reciente estudio elaborado por Facua la semana pasada, nada mas y nada menos que el 40% de las bicicletas que oferta Sevici sufren desperfectos y fallos.

Si la flota completa consta de 2500 aparatos repartidos a lo largo de toda la ciudad, la cifra es para tenerla muy en cuenta. Y más aún si se considera que hemos sufrido uno de los inviernos mas fríos y lluviosos que se recuerdan, o lo que es lo mismo, que venimos de unos meses en los que el uso de estas bicicletas ha tenido que ser bastante bajo, así que no me quiero imaginar como estará la cosa a mediados de Septiembre….

Aunque no soy ni creo que vaya a ser nunca usuario de este servicio público, entre otras cosas porque la última vez que me monté en una bicicleta estaba Miguel Induráin escalando Alpe d'Huez y porque mi profesión no me lo permite, no por ello deja de parecerme una propuesta de gran utilidad e interés. De hecho todo aquello que se haga para descongestionar y aliviar el enorme problema que supone el tráfico en esta ciudad siempre me parecerá fantástico, aún cuando me genere dudas o lo considere insuficiente (me refiero al Metro…).

La experiencia de ofertar bicicletas públicas en alquiler ya ha sido puesta en marcha en otras ciudades europeas con excelentes resultados, tanto por el número de usuarios como por los efectos positivos que ha generado; y aquí en Sevilla la cosa no anda muy mal desencaminada en ese aspecto, aunque la estadística de Facua como mínimo hace reflexionar.

Porque no nos engañemos, esto no es Amsterdam ni Estocolmo; como ciudad posiblemente Sevilla no tenga nada que envidiarle a estas capitales, es mas, apuesto por lo contrario. Pero claro, en una población convergen muchos factores y uno de ellos (fundamental) es el humano. Y, por desgracia, si lo ponemos en valor la balanza se inclina ostensiblemente hacia el lado negativo.

Bien es cierto que estos aparatos se estropean con bastante facilidad y que precisan de unas labores de mantenimiento importantes, mas aún si su uso es público; pero el problema estriba en que los casos mas sangrantes no tienen nada que ver con “los eventos consuetudinarios que acontecen en la roa”, al contrario, son esos que tienen nombre, apellidos y un o unos cafres detrás: me vienen a la mente la bicicleta primero destrozada y luego tirada al río hace pocos meses que tuvo incluso su correspondiente momento de gloria en Youtube o una entrada de Rincón de Sevilla denunciando un caso similar por el mes de Agosto.

En fin, que con la corriente de educación y respeto que impera en la actualidad me parece muy complicado el mantenimiento de un servicio público que, para mas inri, es casi imposible vigilar, quedando por tanto a expensas de la buena voluntad de sus usuarios y lo que es peor, de los no usuarios, que por regla general suelen ser mas dañinos.

Sin embargo el aspecto fundamental y decisivo es, como no podía ser de otra forma, el político, que al fin y al cabo será el que determine el futuro de este servicio público.

Porque en la actualidad Sevici es rentable políticamente: se trata de una apuesta concreta de un equipo de gobierno concreto que, al menos durante las legislaturas que se mantenga en la Plaza de San Francisco, tratará de cuidar al máximo.

El problema puede venir después, cuando haya un cambio en la alcaldía, ya sea de partido o de fichas dentro de la misma corporación municipal. Problema ya que entonces llegarán otras apuestas, otras Sevicis que dejarán a la actual en un segundo plano. Y es entonces cuando posiblemente no se haga tanto hincapié en reparar las bicicletas defectuosas ni en mejorar el servicio.

No es que tenga una bola mágica, simplemente es lo que siempre pasa en esta bendita ciudad. El mas claro ejemplo (al que me remito una vez mas) es el Estadio Olímpico, el cual no me cabe la menor duda que estaría mucho mas aprovechado si aún gobernara el equipo de gobierno bajo el que se edificó. Con esto no me decanto por una u otra opción política; simplemente así respira Sevilla. Carpe diem.

Esperemos que mientras tanto Sevici vaya calando hondo en la población hispalense y dure el máximo tiempo posible. Si con esas 2500 bicicletas se quedan aparcados aunque sean 250 coches bueno es.

Así que sólo queda encomendarse a dos palabras que desgraciadamente cada vez resultan mas extrañas en nuestra sociedad: educación y civismo. Casi nada….