Hoy dirigimos nuestros pasos hasta los mismos pies del Barrio de Santa Cruz, en concreto a la Plaza de Alfaro, rosa de los vientos de la Sevilla mas fotogénica y turística, ese dédalo de callejuelas que se abre al mundo desde el recogimiento de sus rincones y adarves.
En uno de los 4 edificios que cierran esta plaza donde el Deán López Cepero reunía intelectuales y obras de arte en los albores del romanticismo, donde según la tradición Murillo vivió sus últimos días y según Rossini el conde de Almaviva cortejaba a su amada Rosina, se encuentra una reja que, cuando menos, merece la pena ser observada por lo peculiar de su forja.
Aunque dejemos atrás la exuberancia de los Jardines de Murillo o el rasgueo de guitarra que se pierde en las angosturas del Callejón del Agua, volvamos nuestra mirada hacia la esquina de Lope de Rueda, recuerdo adoquinado del genial dramaturgo, donde se levanta un viejo caserón testigo del siglo de Oro y de la decadencia vivida por la ciudad desde entonces.
Un viejo caserón que presenta tantos tipos de reja como ventanas, si no recuerdo mal 14, todas diferentes, todas con una personalidad y un estilo único; pero nos centraremos en una de ellas, la que en la imagen aparece en la esquina inferior izquierda, sin ninguna característica que a primera vista pueda llamarnos la atención; de hecho, desde la distancia, cualquiera diría que es la menos interesante.
Sin embargo todo cambia conforme nos acercamos, conforme se nos hace mas nítida y clara la unión entre los barrotes, que no están soldados, ni pegados ni atornillados, sino entrelazados como si de un tejido se tratase, como si su hacedor hubiera poseído el don de malear el metal a su antojo, desafiando todas las leyes de la física y la naturaleza.
Y es que ante nosotros tenemos una reja machihembrada, con barrotes que se alternan atravesando y siendo atravesados por su par gracias a una técnica tan difícil como precisa conocida como punzonado. Una reja original y única, a la par que misteriosa.
El maestro Ocampo, un forjador afincado en Tres Cantos, la llama Reja del Diablo, y no seré yo quién lo ponga en duda: primero porque ha logrado conservar este noble arte y segundo, lo más importante, por la inmensa amabilidad que ha tenido respondiendo mis pesquisas al respecto.
Según sus palabras, nuestra reja no fue originalmente fabricada en Sevilla sino que posiblemente provenga de Úbeda o de Jaén como la verja que da acceso al interior del caserón desde la calle Lope de Rueda o la portada que lo enmarca.
Una vez más nos encontramos con el temido acarreo, aunque en este caso el destino es Sevilla: sirva para desquitarnos de otros casos que hemos visto antes, como en el Palacio de los Monsalves.
Siguiendo con nuestro maestro, asegura que el pueblo le puso ese nombre porque “sólo el Diablo pudo ser su creador por la dificultad de la técnica empleada”. Quizás por ello únicamente queden un puñado de ejemplares en lugares tan dispares como Sitges o la lejana Austria de los que, por supuesto, nadie sabe tampoco a ciencia cierta su origen: se dice que pudo ser mudéjar, aunque tal vez haya que remontarse a tiempos de los romanos… difícil tarea seguirle la pista en el tiempo a esta “reja misteriosa”, como la llaman en Francia.
Sea como fuere, a los profanos en el noble arte de la forja poco más nos queda que admirarla y como mucho imaginar el momento en que el herrero, como si tuviera entre sus manos una madeja de lana, entrelazaba las varillas de metal candente recién sacado de la fragua.
Sin duda, para lo bueno y para lo malo, Sevilla nunca dejará de sorprendernos.
Mi agradecimiento a Francisco Rodríguez, amigo de este blog, por ponerme sobre la pista de esta peculiar Reja del Diablo; y por supuesto al maestro Juan Ocampo por su amabilidad.