Un regalo envenenado. Tomo prestadas estas palabras de Priscila Campos, la simpática guía del programa “Luces sobre la Memoria” en las visitas que se están realizando estos días a la Fábrica de Artillería, para definir la sensación que me dejó este inmenso edificio entregado recientemente por el Ejército a la ciudad de Sevilla.
Más de 20.000 metros cuadrados de naves, galerías, almacenes y otras instalaciones fabriles con un futuro incierto y un presente confuso.
Creo que el principal problema de la Fábrica de Artillería es su estado de conservación, que no es malo estructuralmente hablando pero lamentable por la dejadez y abandono con que ha sido entregado, tanto que prácticamente es imposible darle un uso a corto-medio plazo sin realizar una fuerte inversión económica (se estima que unos 70 millones de euros).
La Fábrica de Artillería no hay que verla desde un punto de vista unitario sino más bien como un conjunto de edificaciones que a lo largo de los años se van superponiendo primero y luego modificando en función de las necesidades de la propia industria.
El germen lo pone Juan Morel a mediados del siglo XVI ubicando en unos terrenos cercanos a la Puerta de la Carne, junto al arrabal de San Bernardo y al arroyo Tagarete, su Fundición de Bronce, una empresa familiar que con el tiempo fue adquiriendo importancia, tanta que de sus hornos saldría uno de los símbolos de la ciudad: el Giraldillo.
La Fundición de la familia Morel pasa a manos estatales durante el reinado de Felipe III, aunque no es hasta el siglo XVIII cuando se crea la Fábrica de Artillería propiamente dicha, concluyéndose en tiempos de Carlos III (concretamente en 1785).
A partir de entonces comienza una producción que acabará a finales de los 80, cuando se desmantelan los talleres y hornos, quedando tan solo la parte administrativa en uso, mientras el resto se destina a cochera o, simplemente, abandonado.
Este paseo virtual nace con la intención de que podamos hacernos una idea del estado actual del edificio y de la importancia que puede tener la puesta en valor de este trozo de nuestro pasado para comprender el presente y esbozar el futuro.
Lo primero que encontramos al acceder a la Fábrica (01) es un tramo de la antigua calle Almonacid, hoy Cristo de la Salud, salida natural del barrio de San Bernardo hacia el Camino Real que en tiempos era la actual Avenida Eduardo Dato, tramo que tras las sucesivas ampliaciones llevadas a cabo a lo largo de los años quedó integrado dentro del edificio. De hecho al fondo de la imagen podemos ver la puerta que conectaría con el arrabal.
Las baldosas de esta antigua calle Almonacid nos llevan a la primera de las edificaciones de la fábrica propiamente dicha, el llamado corral de escorias (2), una inmensa nave dividida en 3 crujías que se asienta sobre la antigua Fundición de Bronces de la familia Morel.
Sobre los restos de esta fábrica se alzaría en 1735 este inmenso espacio, que apoya su vano central en arcos de medio punto y en gruesos muros los medianeros; espacio en el que aún pueden verse restos del mecanismo con el que se abrían las compuertas de la cubierta para airear los residuos y desechos generados por la producción propia del edificio.
Acto seguido se pasa a los talleres de afino (3), una nave menos espectacular y de reciente construcción asentada sobre una estructura metálica. La peculiaridad principal de la misma está en la cubierta, en forma de diente de sierra y orientada hacia el Norte, lo cual provoca una diferencia de temperatura considerable respecto a la edificación anterior.
Llegamos a uno de los espacios mas impresionantes del conjunto, la Fundición Antigua o Chica (4), que data de 1735 y bajo cuyos lucernarios vieron la luz por vez primera los leones que flanquean las puertas de las Cortes de Madrid, conservándose el molde original en Capitanía.
Las bóvedas apoyadas en gruesos pilares de ladrillo, degolladas en algunos tramos, dan al edificio un aire a lugar sagrado, un tono místico que, evidentemente, rompe la suciedad y deterioro que encontramos entre sus paredes.
Es sólo el anticipo de la Nueva Fundición o Catedral (5), sin duda el espacio mas espectacular del conjunto. Construido en 1759, todo se magnifica en ella: altura, escala, dimensiones. Hasta la suciedad.
De las bases de sus pilastras, forradas por planchas metálicas con el símbolo de la granada incendiada que podemos ver también como remate de la verja de acceso desde el exterior, parten bóvedas a distintas alturas (para fabricar cañones de diferente calibre) rematadas por lucernarios y por la cúpula de linterna en la que se alza la veleta que se ha convertido en el emblema del edificio, representando un miguelete armado de una bayoneta.
Aún es posible ver restos de la antigua actividad de la fábrica, aunque en un estado deplorable, como la cajonera que contenía (y contiene) archivos para el control de la producción o una pila de agua que se mantiene en pie gracias a esa inercia que suele obrar milagros.
Desde las puertas oxidadas y cristales rotos de la Catedral podemos acceder a los talleres del patio Sur, por el que se producía la comunicación con el exterior o, si giramos en dirección Oeste hacia la calle interna en la que habíamos empezado el recorrido, llegar a una zona de almacenaje y acopio de materiales dividida en dos secciones, una al aire libre donde se perfilaban las piezas de artillería y otra bajo una cubierta metálica (6) similar a la que encontrábamos en el corral de escorias.
Pasamos ahora al taller de barrenado (7), otro espacio bastante interesante en el que destaca su cubierta de madera, que salva una luz importante, la necesaria para que en el centro de la sala, hoy improvisado aparcamiento, pudiera colocarse un molino de sangre (movido por bestias) encargado de la función de barrena.
Además de la cubierta ya mencionada en esta nave destaca el artesonado de la primera crujía, decorado en sus crucetas con motivos animales, dato curioso si tenemos en cuenta el carácter fabril del edificio.
También de madera es la cubierta del siguiente espacio que encontramos: la Sala de Grabería. De dimensiones mas reducidas en ella, como su propio nombre indica, se procedía a grabar y sellar los cañones y piezas producidas en la Fábrica.
Y así llegamos al punto final de la visita (8), que también es su punto inicial, a ese trozo de calle arrebatado al barrio de San Bernardo que en breve parece ser que se abrirá de nuevo al público, a ese pórtico de acceso a uno de los edificios mas grandes, impresionantes y desconocidos de la ciudad que, si no se pone remedio, puede llegar a convertirse en un desastre patrimonial. Otro.
Esperamos que esto no suceda y nunca haya que lamentarse como hizo Jose, el cabo que dejó grabada su desdicha en una de las pilastras que sostienen la Catedral. Afortunadamente, aún estamos a tiempo.