27 de octubre de 2008

La Avenida de la Constitución, 1ª Parte - Orígenes y época musulmana

Las obras de peatonalización y pavimentación realizadas en los últimos años han provocado que la Avenida de la Constitución haya pasado de ser una de las principales vías de acceso al centro de la ciudad a convertirse en todo un proyecto de “Milla de Oro” para la Sevilla del siglo XXI.

Estas transformaciones han servido entre otras cosas para poner en valor el rico entorno arquitectónico de la zona y para que los sevillanos “descubran” edificios que se podría decir que hasta la fecha habían pasado prácticamente desapercibidos a los ojos de la mayoría de la población.

Sin embargo, estos cambios realizados son ínfimos comparados con las grandes transformaciones que ha tenido la Avenida a lo largo de los siglos. Grandes transformaciones en las que la ciudad, dependiendo del contexto histórico concreto en que se encontrara, ha ido adaptándola y modificando con el fin de solucionar los problemas y obstáculos que el momento demandara.

La idea principal de las próximas entradas es analizar la evolución de la Avenida desde sus inicios hasta nuestros días con el fin de realizar una valoración final sobre la conveniencia o no de tantas transformaciones y si verdaderamente la ciudad se ha beneficiado de las mismas.

Es cierto que en este largo e intenso camino a la largo de la historia se perdieron importantes edificios y auténticas joyas de la arquitectura civil sevillana; pero por otro lado se ganaron nuevos lugares, nuevos espacios y, hasta la fecha, un proyecto de Gran Vía en la que, aunque ahora mismo poco menos que podamos tomarnos un café o comprar un disco, es de suponer (y de esperar) que en los próximos años se producirá una proliferación de comercios y establecimientos que la convertirán en uno de los ejes principales de la vida social hispalense.


Curiosamente la actual Avenida de la Constitución quedaba en su totalidad fuera del recinto amurallado de la antigua Híspalis romana. Digo curiosamente porque a pesar de que hoy se asocia con el centro de la ciudad, durante bastantes siglos ni siquiera estuvo dentro de ésta.

De hecho su tramo inicial estaba ocupado por uno de los dos brazos del Guadalquivir que atravesaban Sevilla, concretamente el que llegaba hasta la calle García de Vinuesa, antigua calle de la Mar, donde se unía definitivamente al río después de dejar una laguna en la actual Alameda de Hércules y otra en la zona de Molviedro.

Eso explicaría que en las obras del Metro efectuadas en 1975 en la Plaza Nueva aparecieran los restos de un barco o, ya remontándonos en el tiempo, que donde hoy se encuentra el Ayuntamiento estuviera hasta el siglo XVI la antigua Lonja de la ciudad.

Durante las siguientes centurias la zona apenas experimenta variaciones: el continuismo visigótico junto al papel secundario jugado en la época califal provoca que durante cerca de mil años Sevilla esté constreñida dentro de unas murallas que no solo eran un obstáculo a su crecimiento, sino que habían quedado tan anticuadas que apenas tenían utilidad, como se encargaron de demostrar los vikingos cuando en los años 844 y 859 saquearon e incendiaron la ciudad.

El ocaso del califato de Córdoba y la creación del reino taifa de los abbadíes primero junto a la llegada de los almorávides después significaron una nueva etapa de esplendor para Isbilya, que se terminó de consolidar en época almohade como la cabeza visible de al-Andalus, lo que supuso un grandísimo desarrollo en todas sus facetas, incluida la urbanística.

Hasta esta época la zona de la Avenida había seguido estando extramuros, existiendo incluso un cementerio en el tramo que va de la Plaza Nueva hasta la Punta del Diamante (la antigua calle Génova), como se encargaron de demostrar las excavaciones realizadas con motivo de las recientes obras del Metrocentro, que sacaron a la luz cerca de 80 tumbas musulmanas. Este cementerio estaba a las afueras de la llamada Puerta de los Alfareros, que estaría situada por los alrededores aunque no se sabe con exactitud su emplazamiento.

Son por tanto los almorávides los que, en vista de que la vieja ciudad heredada de los romanos se había quedado pequeña y con el fin ampliarla y convertirla en la capital de sus extensas posesiones, llevan a cabo la ampliación del cinturón de murallas y por consiguiente de la misma Isbilya.

Aumentar el perímetro amurallado de una ciudad era algo así como hacer en la actualidad un Plan Urbanístico, ya que establecía los nuevos límites de la misma y definía el uso que deberían tener las nuevas zonas anexionadas al exterior. La ampliación almorávide dibujó el contorno de Sevilla hasta el siglo XIX, con lo que podemos hacernos una idea de la importancia que tuvo.

De la Avenida de la Constitución (o lo que actualmente conocemos con ese nombre) tan sólo el sector comprendido entre la Plaza de San Francisco y la calle Almirantazgo pasa a incorporarse a la nueva ciudad, continuando el resto (el tramo que hoy continuaría hasta la Puerta de Jerez) extramuros durante algunos años.

Y es que si bien el perímetro de la muralla había quedado perfectamente definido en el resto de la ciudad, en este sector no termina de estar tan claro debido a las muchas ampliaciones y modificaciones que se producen en el entorno.

La construcción de la nueva Mezquita Mayor en 1172, dado que la antigua de Ibn Adabas (actual Iglesia del Salvador) se había quedado pequeña, junto a las continuas ampliaciones del Alcázar y los nuevos palacios que se construyen en este sector aún extramuros crean un complejo entramado de murallas y cercas de los que aún hoy quedan vestigios como la Torre de Abdelaziz o la Puerta de la Plata.

La Puerta de la Plata

Pero vayamos por partes; los ataques vikingos de finales del siglo IX, a los que ya se hizo antes referencia, además de destruir la ciudad por dos veces dejaron bastante impresionada a la población. Teniendo en cuenta que la primera visión que tenían de la ciudad los guerreros normandos cuando remontaban el río era precisamente este sector, Abd-al-Rahman III, califa cordobés, establece una Alcazaba (cuartel fortificado) en la zona donde hoy se encuentra el Patio de Banderas, cuyas murallas aún son visibles en la calle Romero Murube y en la Plaza de la Alianza.

Esta Alcazaba es el germen del actual Alcázar, el Dar-Al-Imara, lugar donde vivía el gobernador de la ciudad, y se construyó sobre una serie de edificaciones de origen visigodo entre las que destacaba la Ermita de San Vicente Mártir, considerado primer templo cristiano de la ciudad.

El florecimiento que experimenta Isbilya una vez finiquitado el califato e instaurado el Reino Taifa de los abbadíes tiene bastante repercusión en el sector, ya que los reyes de esta dinastía, especialmente Al-Mutamid, comienzan a embellecerlo con palacios y nuevas zonas residenciales.

El Alcázar de la Bendición (Al Mubarak) es quizás el mas renombrado de estas residencias reales; en la actualidad solo queda la entrada al mismo, el conocido Arco de la Plata. Otros edificios de menos envergadura pero igualmente importantes como los palacios de Al-Zahi, Al-Tay o Al-Turaya se esparcen por el sector, que se convierte sin duda en la zona residencial mas importante de la Isbilya musulmana, aunque quedaba fuera del recinto amurallado.

Y es que en un principio la ampliación de la ciudad que efectúan los almorávides no llegaba hasta la Puerta de Jerez: proveniente de la Puerta del Arenal, la muralla hacía un giro de cerca de 90 grados antes de llegar al Postigo del Aceite en dirección a la actual Puerta de San Miguel de la Catedral, en esa época Mezquita Mayor. Aún quedan restos de ese lienzo en la Plaza del Cabildo.

Al fondo, el lienzo de muralla de la Plaza del Cabildo

Una vez llegada la muralla a la Avenida, giraba de nuevo otros 90 grados hasta la actual esquina de la calle Almirantazgo, donde estaba la Torre del Aceite, cuya cimentación se encuentra en la actualidad en el sótano del edificio que ocupa su lugar.

En esa torre la muralla de nuevo giraba 90 grados en dirección a la Catedral y atravesaba la Avenida a través de la llamada Puerta de San Miguel, uno de los nuevos accesos a la ciudad.

En principio la de San Miguel era una puerta en recodo, como la mayoría de las existentes en la Sevilla musulmana, pero con el tiempo se anuló esa entrada y se creó un arco de tal anchura que incluso permitía pasar a la vez a dos coches de caballo, aunque ese tema será referido mas adelante.

Siguiendo con la muralla, ésta adquiría gran importancia al atravesar la Mezquita Mayor, donde coincidía con el muro de la qibla. Dice la tradición que la imagen de la Virgen de la Antigua fue pintada al fresco por los cristianos sobre este muro sagrado islámico una vez conquistada la ciudad. En la actualidad el perfil del muro está diferenciado del resto mediante un pavimento de granito gracias al cual nos podemos hacer una idea de su trazado.

Desde la Mezquita Mayor, enlazaba con la antigua muralla romana en la Plaza del Triunfo, continuando por la Alcazaba y enfilando hacia la antigua Borceguinería (Mateos Gago) desde donde llegaba hasta la Puerta de la Carne.

Quedaban por tanto la Alcazaba y el resto de palacios musulmanes fuera de la ciudad, aunque no duraría mucho esta situación, ya que en la primera mitad del siglo XII se ampliaría definitivamente hasta la Puerta de Jerez, marcándose de esta forma el límite Sur de la ciudad definitivamente.

Con esta ampliación se ocupaba también gran parte de la Pradera de la Plata, la Mary al Fidda, entre el Alcázar y el Tagarete, el lugar donde solía pasear la aristocracia musulmana de la época y donde, según cuenta la leyenda, Al-Mutamid conoció a Itimad, la reina alfarera que le acompañó al exilio una vez hubo perdido la ciudad a manos almorávides.

Introducir todos estos edificios dentro de la ciudad junto con sus sistemas defensivos significó que en la zona quedara un entramado de murallas y puertas bastante complejo del que aún hoy día podemos observar algunos vestigios; además de la mencionada Puerta de la Plata y de un pequeño lienzo de muralla en la calle Antonio Rodríguez Buzón, destaca la Torre de Abdelaziz, resto de un tramo bastante importante que comunicaba la Puerta del León del Alcázar (de hecho, la muralla aún discurre por la medianera de las viviendas de la calle Santo Tomás, a la que asoma con otro torreón) con la Torre del Oro, atravesando nuevamente lo que actualmente sería la Avenida.

Se sabe que estaba situada otra puerta por esta zona, concretamente en la esquina de Joaquín Hazañas con Santander, aunque su existencia debió ser bastante efímera.

La Torre de Abdelaziz

Quedaba por fin integrada en la ciudad todo lo que actualmente conocemos como Avenida de la Constitución, aunque su forma distara muchísimo de lo que hoy día podemos ver.

Como se dijo anteriormente, hasta la ampliación del perímetro amurallado a la Puerta de Jerez la Avenida abarcaba tan solo desde la Plaza de San Francisco, donde hemos dicho se encontraba la sede central de las Pescaderías (aunque el puerto quedaba ya bastante lejos) hasta la Puerta de San Miguel, donde, una vez franqueados los límites de la ciudad musulmana, se esparcían los edificios a los que se ha hecho referencia anteriormente; no se puede por tanto hablar de este tramo como una calle o vía propiamente dicho, simplemente porque no existía y porque, una vez incorporados estos terrenos a la ciudad, tampoco es que tuviera la calle una continuidad directa hasta la Puerta de Jerez. De hecho, esta continuidad no ha existido hasta la Exposición Iberoamericana de 1929, cuando son derribadas todas las edificaciones que, como los antiguos palacios musulmanes, atravesaban la actual Avenida. Pero ese tema se tratará mas adelante.

Tenemos por tanto una vía estrecha y angosta que a partir de la esquina conocida popularmente como Punta del Diamante se ensanchaba considerablemente (casi tanto como podemos apreciar hoy en día) coincidiendo con el lateral de la Mezquita Mayor de la ciudad.

Esta diferenciación se mantuvo tras la reconquista, llamándose el primer tramo calle Génova mientras que el segundo, más ancho y cómodo, se llamaba Gradas. En esta calle estaba la Pila del Hierro, una de las fuentes mas antiguas de la ciudad que debe su nombre a que a sus pies se vivió uno de los episodios bélicos mas importantes de la toma de Sevilla, de tal magnitud que se cuenta que aún varios siglos mas tarde era fácil encontrar restos de espadas y lanzas simplemente con excavar un poco en sus alrededores. La Pila del Hierro desapareció en 1618 al construirse el Sagrario de la Catedral.

Fue ésta una de las calles mas populosas e importantes de Isbilya, llegando a ser uno de los centros económicos de la ciudad gracias a su cercanía al Puerto y a la Alcaicería de la Seda (actual calle Hernando Colón), condición que mantuvo también durante la época cristiana hasta el punto de llegar a tener su propio Alguacil de las Gradas, encargado de velar el orden y decoro de la calle, aunque para ese entonces la media luna ya había dejado de ondear sobre las almenas de la vieja Alcazaba.

19 de octubre de 2008

La Biblioteca Pública de la Calle Alfonso XII

Eran otros tiempos y otras historias.

Alfonso XII seguía siendo una calle estrecha, larga e incómoda, tremendamente incómoda; los de Lipassam seguían prodigándose con esos manguerazos que le daban siempre aspecto de estar mojada, como si una escurridiza nube hubiera descargado durante un momento para desaparecer de la misma forma en que había llegado, dejando el resto de la ciudad seca; los novios seguían esperando en la puerta de servicio del Corte Inglés que sus parejas terminaran el turno del día; los atascos se seguían produciendo cada vez que un coche mas largo de la cuenta o con un conductor de escasa pericia maniobraba para meterse en cualquiera de las callecitas que la atravesaban; la Plaza del Museo seguía a la sombra siempre bajo la atenta mirada de Murillo; de Plaza del Duque a Puerta Real y viceversa, se podría decir que el decorado seguía siendo el mismo, salvo que con otros colores, otros destinos y, sobre todo, otros calores.

Los calores de unos sitios y unos años que ya nunca volverán, para bien o para mal. El calor de Sevilla Rock, entonces cargada de vinilos y casetes a 800 pesetas en las ofertas de la planta sótano; el calor que desprendían las velas y oraciones a San Judas Tadeo que invadían la calle desde el patio de San Antonio Abad; el calor de esas tiendas y comercios con sabor a barrio que subsistían como podían en la Puerta Real bajo la amenaza del coloso del Duque; el calor de una calle que era uno de los puntos neurálgicos de la vida estudiantil de la Sevilla de entonces: la Academia Afobán, la Escuela de Estudios Hispanoamericanos y, por supuesto la Biblioteca Pública, daban cuenta de ello.

Por esa época jugábamos a ser universitarios, o al menos a comportarnos como pensábamos que debían hacerlo los universitarios; mas tarde llegarían las litros en el césped del Campus y las Fiestas de la Primavera para echar por tierra nuestras teorías; pero en esos tiempos éramos felices, aunque fuera simplemente por el hecho de ser mayores, o parecerlo.

Reina Mercedes estaba bastante lejos y la antigua Fábrica de Tabacos imponía demasiado respeto, así que lo mas parecido a ese mundo de libros y estudio que anhelábamos se encontraba en el 19 de la calle Alfonso XII. Además, por qué no decirlo, la parada del 12 pillaba cerca.

Dicen que el paso de los años imprime en las imágenes que tenemos guardadas entre los recuerdos un color característico, e incluso a veces un olor. Para mi, la Biblioteca Pública era gris y sepia; un gris frío y silencioso, como la sala de espera de un hospital; un sepia claro años setenta que no desentonaría como decorado de una escena de “Cuéntame como pasó”; funcionalidad, sobriedad, simpleza, el típico edificio público de la época que lo mismo podía ser una delegación de Hacienda que un ambulatorio que una comisaría de policía, siempre cortado por el mismo patrón.

Hoy día sería impensable hacer de un edificio con esas características una Biblioteca; su escalinata de entrada, prácticamente recluida a una esquina por el acceso a la cochera que ocupaba casi toda la fachada, daba paso a una serie de salas y estancias poco iluminadas que invitaban al recogimiento y la lectura; se puede decir que una vez dentro no tenias mas remedio que meterte en faena, porque no había ninguna otra distracción ni posibilidad alguna de tenerla.

A nuestro alrededor se extendía todo un universo de estanterías, libros, revistas, diccionarios y, sobre todo, de ficheros, centenares de ficheros que no eran más que los mismos archivos que hoy día ocuparían menos de un mega del disco duro de cualquier ordenador con los datos principales y la sinopsis de cada volumen, pero que entonces no había mas remedio que almacenarlos en archivadores y carpetas para que el control de la Biblioteca fuera lo mas fácil posible. Y es que Bill Gates aún no era muy conocido, al menos por Sevilla.

El ambiente a biblioteca te envolvía por completo: los cubículos individuales de lectura y las grandes mesas de estudio, los mas de 100 tomos de la Enciclopedia Espasa, los voluminosos y siempre poco manejables Atlas de Salvat, toda suerte de libros y revistas que en la actualidad se diría que solo se pueden conseguir comprando coleccionables en los kioscos y, sobre todo, el silencio, ese silencio tan necesario y siempre reconfortante. Ese silencio que siempre era requerido con la mirada cuando alguien osaba quebrantarlo. Ese silencio que hoy, casi diez años después de su cierre, convive en esos pasillos y salas de lectura junto al vacío de las estanterías y a la soledad de un edificio tantos años abandonado tras su traslado a la Biblioteca Infanta Elena.

Soy consciente de que hoy día es prácticamente imposible que en este lugar se vuelva a albergar una Biblioteca Pública, sobre todo porque como dije antes, por funcionalidad, accesibilidad o luminosidad dista mucho de los cánones establecidos actualmente para ese tipo de edificaciones; pero al menos sirvan estas líneas como recuerdo antes de que esas 17 letras (una ya se ha caído) sean eliminadas de la fachada para siempre.

13 de octubre de 2008

La Puerta Osario: reconstrucción virtual

Inauguro una nueva sección de estas Sevillanadas en la que trataré de realizar reconstrucciones virtuales (lo mas fieles dentro de lo posible ya que no tengo tiempo ni medios como para tirar cohetes, así que se hará lo que se pueda) de espacios y lugares de la Sevilla clásica que por un motivo u otro han desaparecido para siempre.

Como no podía ser de otra forma, las antiguas puertas y murallas de la ciudad, por las que siento especial debilidad, ocuparán un lugar preferente dentro de esta serie de entradas.

Estas reconstrucciones están realizadas gracias a los datos y testimonios tanto gráficos como escritos que quedan de dichos lugares y, siempre que trate de puertas y recinto amurallado, se apoyan tanto para la ubicación como para acercarme a la escala real que tenían, en el Método de Trascripción y Restitución Planimétrica de don Ignacio Algarín Vélez.

Esta primera entrega se centra en la Puerta Osario, una de las entradas a la Sevilla antigua que si bien no destacó especialmente por su belleza y monumentalidad, fue una de las mas importantes de la ciudad hasta que el Cabildo Municipal decretara su derribo el 22 de Septiembre de 1868.

De la antigua Puerta Osario no queda en la actualidad ningún vestigio. Enclavada en el cruce de la calle Valle con Puñonrostro, el lienzo de muralla que desaparece en la calle Verónica (del que se ha tratado en la entrada de los Jardines del Valle) y el nombre de la siguiente calle por la que seguiría discurriendo la cerca, Muro de los Navarros, que ya de "muro" solo tiene el nombre por cierto, son los únicos datos en los que nos podemos apoyar para su hipotética reconstrucción.

Al no ser, como ya dije antes, una de las puertas mas vistosas y monumentales de la ciudad, tampoco quedan fotografías ni muchas imágenes de la misma, como por ejemplo tenemos de la vecina Puerta de Carmona o de la de Triana. Sólo algunos dibujos como el que aparece bajo estas líneas de Bartolomé Tovar de 1878 (diez años después de haber sido derribada la puerta) u otro de Richard Ford nos permiten hacernos una idea de cómo era la primitiva Puerta Osario antes de que la piqueta cumpliera su trabajo.

Básicamente se trataba de un arco de medio punto sobre cuyo centro estaba situada una placa que recordaba la fecha de su construcción. Flanqueada por dos torreones destinados a labores de guardia, uno de ellos tenía una escalera de caracol desde la que se accedía a la zona superior almenada de la puerta. Nada de ornamentos, nada de artificios ni de adornos, al contrario, una de las puertas mas funcionales y simples de la ciudad, a pesar de encontrarse entre los caminos que llevaban a Carmona y Córdoba.

La Puerta Osario tiene un origen mas o menos reciente si la comparamos con su vecina Puerta de Carmona. Situada extramuros de la ciudad romana, es fruto de la ampliación de la Isbilya musulmana llevada a cabo por los almorávides en el siglo XII, de la que ya se ha hablado otras veces en este blog y que señaló los límites de la ciudad hasta prácticamente finales del siglo XIX.

Conocida en tiempos de la dominación musulmana con el nombre de “Bib Alfat”, Puerta de la Victoria, ya que según se cuenta por ella entraron las tropas vencedoras de la batalla de Alarcos, sobre el origen de su nombre cristiano no está la cosa tan clara; mientras que para algunos historiadores se debe a que en sus exteriores estaba localizado un cementerio musulmán, para otros eruditos como Rodrigo Caro se debe a que en ella estuvo situado desde muy antiguo el “Unzario” o peso de la harina, que derivó mas tarde hacia “Onzario” y finalmente a su nombre actual.

Hay una anécdota que dice que bajo el arco de esta puerta se situó durante varios años el tenderete de un musulmán que se dedicó a cobrar un tributo a todos los que sacaban un cadáver para enterrarlo en el cementerio cercano. Este impuesto, llamado “almacabra”, no tenía fundamente alguno y parece ser que fue inventado por el citado señor, que seguramente recibiría su castigo una vez descubierto por las autoridades.

Como el resto del recinto amurallado de la ciudad sufrió numerosas reparaciones y reconstrucciones a lo largo de su historia; los motivos, los de siempre: el paso de los años, las crecidas del Tagarete, las necesidades de los nuevos tiempos….

En 1560 fue totalmente reedificada, al igual que muchas otras de las puertas de la ciudad, cambiando completamente su fisonomía original de puerta en recodo (como los restos que quedan de la Puerta de Córdoba) para ser una moderna puerta de acceso directo, aspecto que mantendría con algunas modificaciones hasta el siglo XIX, el último tramo de su historia.

Las Guerras Carlistas dejaron la puerta tan tocada que fue necesario derribarla y reconstruirla en 1848 gracias a un proyecto de Manuel Galiano y Balbino Marrón, en el que se fija la estructura que aparece (algo fuera de escala) en el dibujo de Tovar. Se construyen los dos torreones aledaños y se coloca una nueva placa indicando la reconstrucción de la misma bajo el reinado de Isabel II. Es esa la referencia que he tomado para la hipotética reconstrucción virtual.

Basándome en la restitución planimétrica de Algarín, posiblemente el entorno de la Puerta Osario tendría hoy día esta imagen de no haberse producido el derribo. Quizás uno de los torreones habría quedado embutido dentro de las edificaciones colindantes mientras que el arco central daría acceso hacia el centro de la ciudad a uno de los dos carriles que actualmente llegan por Puñonrostro. Es lo mismo que sucede en la Puerta de la Macarena y en el Postigo del Aceite, tomados como referencia para la escala, donde solo hay un carril de acceso. Y es que precisamente fue éste una de las excusas esgrimidas a la hora de justificar la demolición de las viejas puertas.

El final de la historia es conocido; aunque resulte paradójico, el mismo Manuel Galiano firma el 24 de Septiembre de 1868 un presupuesto para su demolición por valor de 5100 reales.

Nada podía detener el “progreso” y antes de Diciembre de ese mismo año la Puerta Osario era derribada para siempre.

5 de octubre de 2008

La Avenida de Miraflores

Todo parece indicar que el Garaje Miraflores está en proceso de pasar a mejor vida o, como se dice técnicamente, de ser “rehabilitado” mediante un cambio de uso. En breve, la vieja gasolinera y mas viejo aún aparcamiento de la Avenida de Miraflores seguirá los pasos de la ya célebre manzana de la Florida o los que posiblemente va a seguir el bloque de viviendas que se encuentra en la Barqueta, entre Calatrava y Resolana.

Ni crisis ni pinchazo de la burbuja inmobiliaria… una inmensa parcela de mas de 2000 m2 a un paso del centro histórico de la ciudad destinada a almacenamiento y garaje era una perita en dulce que, siendo objetivos, ha tardado demasiado tiempo en caer del árbol.

Aunque como suele suceder en estos casos se indulte la fachada, con el Garaje de Miraflores no solo se va uno de los primeros edificios de ese tipo creados en la ciudad (del año 1921), sino que también se marchará el cinturón de pequeñas tiendas y comercios que cerraban su perímetro a la Avenida y que, antaño, daban tanta vida a la zona. Antaño, porque la mayoría lleva ya algún tiempo cerrado. Que cada cual saque sus propias conclusiones.

Para los que vivimos en la zona Norte de Sevilla, la Avenida de Miraflores siempre ha sido parte importante de nuestras vidas; son tantos los recuerdos y vivencias que me llegan de repente, como un torbellino, que sería imposible describirlos en una sola entrada….

Los tristes regresos las mañanas de los domingos, siendo niño, con la mente aún puesta en el cachorrillo que se había quedado mirándome entre las cajas de cartón del mercadillo de la Alfalfa; los nervios de la víspera de Reyes al volver de la cabalgata y pasar por la puerta de Juguetes la Oca; el lento caminar con los pies reventados el mediodía del Viernes Santo después de otra noche mágica acompañando a mi Virgen de las Angustias; las frías mañanas de invierno, camino del Instituto, con ambas aceras de la Avenida ocupadas por camiones de butano esperando que sus conductores apuraran el desayuno; los primeros escarceos con la Cruzcampo en Casa Pepe; las típicas gamberradas a las puertas del Hiroshima; los complementos de bicicletas en La Labor; esos oscuros regresos nocturnos esquivando árboles y farolas después de haberse ido la mano con algún que otro cubata…. Tantas idas y venidas a lo largo de esa calle, hasta hace poco tiempo aún empedrada; tantos recuerdos; tanta vida….

El antiguo Camino de Miraflores es tan antiguo como la misma Sevilla y así lo atestiguan las excavaciones realizadas en la zona de la antigua Hacienda que le da nombre, donde han aparecido restos de un asentamiento de época romana. No en vano era uno de los muchos caminos que convergían a la ciudad y que, al fin y al cabo, hicieron posible que ésta naciera y se desarrollara.

Su nombre proviene del arroyo Tagarete, que era llamado así al pasar por la zona en que hoy día, precisamente, está siendo recuperado su cauce dentro del Parque de Miraflores.

También conocida como Antigua Carretera de Córdoba, la actual Avenida estaba flanqueada por huertas, haciendas e incluso una laguna desde prácticamente la época en que Fernando III hizo el repartimiento de la ciudad una vez arrebatada a los musulmanes; la Barzola, Casajea, La Pintada o el Castillo son los nombres de algunas de las fincas que jalonaban este camino y que, en algunos casos, han durado hasta hace relativamente poco tiempo.

Inmutable e imperturbable con el paso de los siglos, no es hasta la segunda mitad del siglo XIX, con la demolición de las puertas y murallas que cercaban la ciudad desde su fundación, asunto que desgraciadamente tantas veces se ha tratado en este blog, cuando Miraflores empieza a tomar un papel importante para el crecimiento y desarrollo de Sevilla; así, en las antiguas huertas comienzan a instalarse fábricas y toda suerte de construcciones industriales que esbozan sobre el antiguo camino de Córdoba las trazas de la avenida que hoy día conocemos.

A la pionera Fábrica de Tejidos de don Pedro Lázaro Sánchez, que posteriormente recibiría el nombre de su esposa pasando a llamarse “La María”, le sigue la Fábrica de Vidrio de La Trinidad, fundada en 1900 por don Luís Rodríguez Caso, poniéndose de esta forma el punto de partida de esta particular “revolución industrial”.

Poco a poco comienzan a instalarse industrias y almacenes en ambas aceras de la Avenida, tanto que en 1945 apenas si quedan ya vestigios de las antiguas huertas que bordeaban el camino.

A las dos construcciones fabriles antes citadas les siguen la Fábrica de Aderezo de Aceitunas de la viuda de Diego González, obra del arquitecto Antonio Gómez Millán en 1912 y que mas tarde pasaría a ser el Bazar España; la Fábrica de Tejidos de Seda de Santiago Pérez; la Fundición de Bronces de Gilbert y cía.; la Fábrica de Tapones de Corcho de Antonio Hayas Gagiga; y finalmente, ocupando gran parte de la actual barriada de Santa María de Ordás, se instala la Fábrica de Corcho de Armstrong Cork y cía, una de las industrias mas mecanizadas de la ciudad, hasta donde incluso llegaba un ramal del tren que discurría por la actual Avenida del Alcalde Manuel del Valle (de cuyo murete de defensa aún se conservan restos por cierto).

Tanta fue la importancia adquirida por esta zona industrial de nuevo cuño que incluso se instalan otras fábricas en las calles aledañas como la Carretera de Carmona, donde se establecen el Almacén y Aserradero de Maderas de los Hermanos Ramoneda o las polémicas Destilerías de Bordas Chinchurreta, cuyos “aromas” han estado padeciendo los vecinos hasta finales de los 90.

Pero claro, hemos de tener en cuenta que estamos a principios del siglo XX, en una ciudad que en poco menos de cincuenta años ha duplicado su población y que ha tenido una de las mayores transformaciones urbanísticas de su historia con motivo de la Exposición Iberoamericana de 1929 (uno de cuyos ideólogos fue precisamente Luis Rodríguez Caso, el fundador de la Fábrica de Vidrios de la Trinidad).

Al contrario de lo que sucede en la actualidad, que las fábricas se ubican en el extrarradio urbano agrupadas en polígonos, a principios del siglo pasado las construcciones industriales no solo formaban parte de la ciudad, sino que se integraban en la misma y, como en el caso de Miraflores o de Luis Montoto (conocida en sus tiempos como Calle Industria, antes incluso que Oriente), la creaban.

Por ello era habitual que en los espacios vacíos que quedaban entre las fabricas se construyeran viviendas y todo tipo de edificaciones e infraestructuras; así en la Avenida nacen la barriada del Retiro Obrero, el Barrio Polo (junto al Colegio Felipe Benito), y mas tarde la Barriada de Pío XII; en 1921 se crea el Garaje Miraflores, por la misma época se construye un cuartel de la Guardia Civil e incluso se abre un Canódromo por la zona la zona, aunque desaparece al poco tiempo.

Paso a paso, la Avenida de Miraflores llega a los años 60 no solo integrada y consolidada dentro de la ciudad, sino incluso con la condición perdida de zona periférica debido a la imparable expansión urbana de la Sevilla de la época.

Nuevos barrios como La Barzola, Begoña, Villegas, Pino Flores, Campos de Soria, San Diego o Pino Montano expanden la ciudad varios kilómetros hacia el Norte; la aparición de nuevas zonas industriales mas modernas como Cisneo Alto, con mas fácil acceso; y, por supuesto, el hecho de que las fábricas se estaban quedando anticuadas y obsoletas, hacen que empiece la decadencia de la zona.

De la misma forma que habían surgido estas empresas pioneras en la industrialización y modernización sevillana se produjo su progresiva desaparición. Las viejas fábricas de la Avenida de Miraflores se quedaban cada vez mas encorsetadas dentro de los nuevos barrios que iban surgiendo y la accesibilidad de los camiones, maquinarias y personal necesarios para su funcionamiento comenzaba a ser bastante difícil.

Por ello, se realiza su traslado a otros emplazamientos mas apropiados o simplemente desaparecen; así, la inmensa Fábrica de Corcho de Armstrong Cork, después de varios incendios, deja su lugar a la barriada de Santa María de Ordás mientras que otras naves son abandonadas o en el mejor de los casos reutilizadas como el Bazar España o Juguetes La Oca sobre la antigua fábrica de tejidos de La María.

Con la reciente desaparición del Garaje Miraflores, la Avenida consuma definitivamente su transformación en zona residencial, quedando únicamente las fachadas de las antiguas fábricas como testigos de su no tan lejano pasado industrial. En la actualidad, los restos de la Fábrica de Tejidos Mecánicos de La María o de la Fábrica de Sedas de Santiago Pérez no son mas que el portal de acceso a modernos edificios de viviendas.

Solo la Fábrica de Vidrios de la Trinidad se mantiene aún en pie, desafiando al tiempo y, sobre todo, a la especulación urbanística. Uno de los pocos testimonios fehacientes de la época que cambió para siempre la historia de Sevilla, tanto la nave central como el horno y la chimenea han sido declarados Bien de Interés Cultural como Lugar de Interés Etnológico.

Pero ello, como suele suceder, no quiere decir nada. Con recordar que el primer templo sevillano en ser declarado Bien de Interés Cultural fue la Iglesia de Santa Catalina en 1912 creo que todo queda dicho.

Al amparo su suerte, expuesta a los efectos nocivos del tiempo y de la ley de la gravedad, la Fábrica de Vidrios no solo tiene que sortear las periódicas invasiones de okupas y los saqueos que se producen al patrimonio que aún se esconde entre sus naves, sino que una amenaza mas preocupante se cierne sobre su abandonado horizonte y es el proyecto de construir sobre su terreno la Urbanización La Trinidad, una zona residencial que albergará cuatro bloques con unas 200 viviendas, además de otros equipamientos como garajes y establecimientos. Vuelve la piqueta, que si bien no podrá tocar la zona declarada BIC, si que está previsto que se lleve por delante el resto de instalaciones de la fábrica, como las naves adosadas a misma.

Aunque este proyecto se haya topado de lleno con la oposición de vecinos y asociaciones de la zona, constituidos en la”Plataforma Salvemos la Fábrica de Vidrios”, no pinta muy bien la cosa, básicamente porque la parcela es propiedad de una empresa inmobiliaria y ya se sabe lo que suele suceder en estos casos….

Son muchos los usos alternativos que se le puede dar a la vieja fábrica: centro cívico, museo orientado hacia el pasado industrial de la zona, centro de interpretación, biblioteca, incluso parque, usos de los que por cierto carece el entorno; pero claro, los beneficios que obtendría la empresa propietaria de la parcela serían de risa comparados con los que sacaría de hacerse la urbanización.

Porque de lo que no cabe duda es que la población de la zona ha crecido mucho en los últimos años con los nuevos bloques de viviendas del Bazar España, La María, etc... mientras que los equipamientos y servicios públicos son los mismos que hace 30 años.

Fotografía cedida por Juanra Pérez Calero

Si bien es verdad que ahora mismo el proyecto se encuentra parado, bien sea por las protestas vecinales, bien por la crisis del ladrillo o bien porque se está esperando que la fábrica termine por desplomarse (juego bastante peligroso por cierto, basta recordar el tristemente célebre muro del Bazar España), la realidad es que tarde o temprano se realizará la demolición de las construcciones no protegidas.

Nada se puede hacer contra el aprovechamiento y rentabilidad que pretenda obtener de la parcela la empresa inmobiliaria, sobre todo porque es de su propiedad y es lógico que quiera sacar los máximos beneficios; pero también es verdad que, desde mi punto de vista, los vecinos se encuentran (y nos encontramos) con todo el derecho para reclamar que una edificación histórica y fundamental en la historia reciente de la zona se proteja y se conserve todo lo que sea posible, aunque solo sirva para mantener viva la memoria de una Sevilla que, poco a poco, se nos está yendo; quizás cuando nos demos cuenta, sea ya demasiado tarde…