29 de septiembre de 2010

La primera manifestación de Sevilla

Casualidades de la historia: hoy, 29 de Septiembre, se cumplen 300 años desde que Sevilla viviera en sus calles la primera manifestación organizada de la que se tienen noticias.

Más curioso aún es que esa manifestación no la convocaron los trabajadores de las Atarazanas, algo así como los precursores de Astilleros; ni las cigarreras de la Fábrica de Tabacos; ni los campesinos del cinturón de huertas y fincas que rodeaba la ciudad; ni los bisabuelos de esos obreros que siglos más tarde darían forma al Moscú sevillano en el entorno de la Macarena: sus protagonistas fueron las monjas agustinas del Convento de la Encarnación, que por entonces se levantaba en el solar donde hoy se construyen las Setas.

La escena es descrita por Justino Matute en sus Anales Eclesiásticos y Seculares de la MN y ML Ciudad de Sevilla:

Las muchas necesidades que afligían a las religiosas del convento de la Encarnación las obligaron a un hecho que, aunque no laudable, sólo de él pudieron esperar remedio. Había días que carecían de lo más preciso para mantener la vida: habían sido inútiles cuantas diligencias habían hecho escribiendo esquelas a personas caritativas, exponiéndoles su necesidad; así que el 29 de septiembre a las 5 de la mañana salieron de su convento trece monjas, precedidas de la Cruz, y procesionalmente se dirigieron a la Catedral para implorar personalmente el socorro del ilustrísimo cabildo, a quién estaban sujetas.

A la novedad acudió mucha gente y prebendados con el deán, quienes las condujeron a la sacristía mayo; y luego el cabildo trató de que se restituyesen a su convento, adonde el provisor y visitador las condujeron en coches, habiéndolas señalado suficiente congrua para evitar que en adelante se repitiera tan escandalosa escena, privando de todo voto a las que habían salido.

Como se suele decir la historia es cíclica y, como en el día de hoy, las monjitas sindicalistas quizás tardaron demasiado tiempo en manifestarse, tanto que, si bien aliviaron sus penurias durante un tiempo, fue sólo un pequeño espejismo ya que un siglo después el convento sería derribado y ellas instaladas en el antiguo Hospital de Santa Marta, donde aún permanecen.

Los resultados de hoy ya los veremos. O no, que ya sabemos como funciona en estos casos el tema de las estadísticas y recuentos. De todas formas, para ilustrar la entrada, traigo al indio de Kansas City a primera hora de la mañana portando una bandera sindicalista. Y es que en el mundo de las estatuas no hay piquetes ni esquiroles. En el resto, de momento, sí, aunque todo se andará…

23 de septiembre de 2010

La Tortuga Alejandra

Desde que hace unos días el calor empezara por fin a hacer las maletas he cogido la tonta costumbre de madrugar para empezar la mañana con un cafelito. Sentado en los veladores de cualquier bar del barrio, el que me pille mas cerca de donde tenga aparcado el coche, apuro los minutos previos al trabajo disfrutando del líquido mágico, de la ahora agradable brisa matutina y, si puede ser, de lo que de tiempo a leer en los periódicos, normalmente poco.

Hoy se escribía un nuevo capítulo del interminable culebrónMetro de Sevilla”, que ya cansa aunque casi ni haya empezado: el cruce Montesierra-SE30, de momento soterrado hasta nuevas alegaciones, cambio de planes o modificaciones presupuestarias.

Tampoco es que hayan descubierto ahora América, aunque en estas cosas parece que utilizar el sentido común es lo más difícil” pienso mientras trato de adivinar tras el brazo de Rosa Aguilar el trazado de la línea en la foto que ilustra la página.

Mi tortuga Alejandra también es capaz de comerse una tostada como ésta de grande” – Un hilillo de voz interfiere en mis pensamientos metropolitanos. A mi lado se desarrolla una escena que si fuera pintor retrataría posiblemente como “bodegón alimenticio”: una abuela y su amiga que se comen con los ojos a un niño, el susodicho niño que devora una tostada de mantequilla con jamón york y, como telón de fondo, el apetito insaciable de su tortuga, Alejandra.

Vuelvo con el Metro, ahora me vienen a la cabeza alegaciones como la que proponía todo el trazado en superficie, una especie de Tranvía a lo grande: más económico y fácil de hacer, pero ese modelo no funcionó hace 40 años, así que ahora con muchos más coches lo veo complicado; si acaso una línea circular por la Ronda, como en Bilbao, aunque tengo mis reservas…

Mi tortuga Alejandra se comió todas las macetas que mi madre tenía en la terraza”; no solo desayuna, también nos ha salido la tortuga vegetariana. La abuela sonríe, la amiga de la abuela sonríe. Yo no lo tengo tan claro, sigo repasando alegaciones y recuerdo las de la oposición, que aumentaban el presupuesto 1500 millones de euros y el recorrido varios kilómetros más. Eso ya no lo verían ni mis nietos, si es que se quedan a vivir aquí, que en 50 años dicen que vamos a estar como en Arizona y lo mismo les viene mejor irse a Cantabria con la prima de Mercedes.

Sí, y en Navidad se tragó la mitad de la alfombra de pelos que estaba en el salón”; el niño sigue a lo suyo, como la tortuga, cuyo apetito parece no tener límite ni fondo. Trato de escapar como puedo y me refugio en la parada del Metro en la Plaza de San Pedro, una de las dos con las que contaría la ciudad que siempre ha presumido de tener el casco histórico mas grande de Europa. Algo falla: o llevan toda la vida mintiéndonos o simplemente nos van a hacer una chapuza. Otra…

Y los pantalones de mi hermano”; abuela y amiga sonríen, yo estoy superado. La tortuga Alejandra es peor que Atila y las plagas de Egipto juntas. Es más, estoy empezando a pensar que deberíamos ponerla a excavar los túneles del Metro y hasta los de la SE40 a la altura de Coria. Seguro que los acaba antes del verano que viene.

Y una mañana se había comido…”; lo reconozco: me puede, estoy derrotado. Ni Metro, ni alegaciones, ni paradas, ni SE30, en mi cabeza Alejandra excava un túnel hasta Chipiona, el verano que viene no pago autopista. Todos mis esfuerzos se centran en sacarle partido a esa insaciable voracidad, quizás sea la solución a muchos problemas. Y para colmo una solución ecológica, con lo que está de moda. La tortuga acaba de abrir un amplio abanico de posibilidades subterráneas, sin tuneladoras ni máquinas excavadoras, todo a base de mordiscos.

Encadenando pensamientos ni me he dado cuenta de que a mi alrededor se ha hecho el silencio. Calle abajo se alejan la abuela, la amiga, el chaval y las hazañas culinarias de Alejandra. Es curioso, pero me he quedado vacío, sin saber qué hacer. La tortuga me ha puesto en jaque, tanto que acabo el café y cierro el periódico, no necesito leer más, no quiero saber más. Aunque solo sea por una mañana voy a creerme las historias de ese niño: visto lo visto, confío más en él que en las promesas de los políticos.

20 de septiembre de 2010

Estampas de la Macarena en Septiembre

Posiblemente este fin de semana hayamos asistido a una de las salidas procesionales mas controvertidas de los últimos tiempos. Para bien y para mal, la presencia de la Esperanza Macarena en la beatificación de Madre María de la Purísima y, sobre todo su trayecto, ha provocado comentarios de lo más dispares.

Opiniones hay para todos los gustos: empezando por el engorde del vasto catálogo de reproches de los integrantes (numerosos integrantes) de esa otra Sevilla que ignora e incluso aborrece todo lo cofrade, porque no es muy normal que aún en verano se cierre al tráfico una de las salidas de Huelva, por poner un ejemplo.

Todo ello pasando por las críticas vertidas desde el mismo mundo cofrade dado el inusual recorrido (que dejó escenas rayando lo bucólico-festivo) o que haya quedado prácticamente relegada a un segundo plano la misma beatificación que motivó esta salida.

Aunque no todo es negativo, sería injusto olvidar la gratitud de las Hermanas de la Cruz y de los vecinos de esas barriadas que por primera vez formaron parte del camino de la Esperanza.

Desde un plano personal, no soy partidario de que los pasos salgan a la calle también en Septiembre (ni en Octubre, ni en Noviembre… todo tiene su tiempo); tampoco soy muy afín a todo lo que rodea esta hermandad (conocer tanta gente de la misma y haber crecido en el barrio me han creado una serie de prejuicios, mea culpa por supuesto), pero, y quién quiera que me llame demagogo, la ilusión que durante unas horas tuvieron los vecinos de las barriadas por las que pasaba su Señora creo que justifica mucho, demasiado, casi todo.

Que junto a un cartel de “Se Vende” se cuelgue un gallardete conmemorando el evento es un claro y sintomático ejemplo de lo que allí se vivió. Igual que los tendederos de la Barriada del Carmen, donde por unas horas pantalones y camisas dejaron su sitio a mantones y colgaduras, o los altares improvisados en las ventanas de las casas: escenas difíciles de ver incluso en la propia Semana Santa, como tampoco lo es escuchar el flautín de Rocío entre los pinos del Parque del Alamillo, faltaría más.

Resumiendo: pan y circo para algunos, completamente fuera de lugar para otros, afán desmedido de protagonismo para una parte, simplemente devoción…. que cada cual saque sus propias conclusiones, servidor desde el sábado por la tarde no lo tiene tan claro...

12 de septiembre de 2010

La última casa de Aníbal González

La noticia no había dejado a nadie indiferente. Desde el más poderoso miembro de la aristocracia al más humilde los obreros, el fallecimiento de Aníbal González había dado aquella mañana un triste aldabonazo en todas y cada una de las puertas de la ciudad.

Serían las dos y media de la madrugada del 31 de mayo cuando, como consecuencia de las complicaciones de una infección intestinal, el corazón del ilustre arquitecto se paraba para siempre. El hombre que con sus sueños había conseguido despertar una ciudad que llevaba casi trescientos años dormida, la dejaba huérfana pocos días después de inaugurarse el que debía ser su punto de despegue definitivo: la Exposición Iberoamericana.

Las muestras de respeto no paran de sucederse durante todo el día en señal de duelo: por su capilla ardiente, instalada en la iglesia del Sagrario, desfilan las principales personalidades de la ciudad, desde el alcalde Conde de Halcón hasta el cardenal Ilundáin, pasando por el asistente del Infante don Carlos, el Hermano Mayor de la Real Maestranza o los miembros del Ateneo. Pero, sobre todo, destaca la continua afluencia de trabajadores que quieren rendir su último homenaje al que durante años fuera algo más que un simple maestro y que obligan a abrir de par en par las puertas del templo.

Mayor aún era la afluencia de gente concentrada en las calles para presenciar el desfile del cortejo fúnebre que parte desde su casa, en el número 18 de la calle Albareda y pasa por Tetuán, O’Donell, Campana, Amor de Dios… los comercios están cerrados, las fábricas paralizadas, las obras silenciosas. En la Alameda de Hércules aguardan mas de ochocientos taxis enlutados con crespones negros para trasladar gratuitamente al Cementerio de San Fernando a todo aquel que quiera asistir al sepelio. Nadie quería quedarse sin despedir al hijo más ilustre de Sevilla.

Pero, aunque pueda parecer lo contrario a tenor de los gestos que se sucedieron para honrar su memoria, no había sido nada fácil la vida de Aníbal González. Víctima de los difíciles tiempos que le había tocado vivir, de ese sentimiento tan español como es la envidia e incluso de su propia genialidad, junto a los numerosos reconocimientos obtenidos a lo largo de su carrera, entre los que se encontraban el de Hijo Predilecto de la ciudad o la Cruz de Alfonso XII a su labor profesional, el arquitecto acumulaba un largo y penoso rosario de sinsabores que iban desde el atentado sufrido en 1920 pasando por los problemas surgidos a la hora de afrontar la construcción de su último gran proyecto, la Basílica de la Inmaculada Milagrosa, y, sobre todo, por los desacuerdos con el Comité Organizador de la Exposición Iberoamericana que le llevaron a dimitir de su cargo de director de las obras en 1927. Todo ello, unido a su frágil salud, había ido poco a poco minando su vitalidad de forma casi irreversible hasta desembocar en el trágico final.

Y la ciudad lo sabía; Sevilla lo sabía, sabía que durante varios años se dedicó en cuerpo y alma a forjar esa nueva imagen de la que ahora todos se enorgullecían en la Plaza de España, en los Palacios de la Plaza de América o en los rincones del Parque de María Luisa. Sabía que, por desavenencias con el Comité, apenas cobró sus honorarios, que trabajó prácticamente gratis, que había salido por la puerta de atrás. Sabía, en definitiva, que se había cometido una gran injusticia: “Don Aníbal, por cuyas manos pasaron tantos millones, muere pobre”, publicaba El Liberal tras su fallecimiento.

Quizás por ello cualquier gesto parecía insuficiente con tal de honrar al arquitecto. Los actos y homenajes no dejan de sucederse, la conciencia colectiva no terminaba de estar tranquila y al fin, apenas 5 meses después de su muerte, el periódico antes mencionado pone en marcha una iniciativa a la que rápidamente se adhiere la mayor parte de la sociedad civil hispalense, incluido el Ayuntamiento: realizar una suscripción popular para construir una casa donde vivirían la viuda, Ana Gómez Millán, y los hijos del fallecido.

Asociaciones, empresas, estamentos, particulares… todos quieren participar en este último homenaje en la medida de sus posibilidades y las donaciones se suceden: desde las 10.000 pesetas del Círculo Mercantil hasta los céntimos de obreros anónimos, la ciudad se vuelca con la memoria de Aníbal González.

El entusiasmo es unánime: se nombra una Comisión que se encarga de gestionar el dinero recaudado, de adquirir una parcela de 780 m2 en unos terrenos que el marqués de Esquivel poseía en la avenida de la Reina Victoria y de encargar a los arquitectos Juan Talavera y José Espiau las obras de la que sería última morada de Aníbal González: la de su memoria.

Y así el 31 de Mayo de 1930, primer aniversario de su muerte, se inauguran unas obras que, bendecidas por el Cardenal Ilundáin, acaban a finales de 1932, entregándose a la familia su nueva vivienda el último día del año.

La conciencia hispalense quedaba definitivamente limpia gracias a ese bello palacete de trazas regionalistas donde Talavera y Espiau habían aparcado sus gustos personales para dar una vez más, la última, rienda suelta a los conceptos “anibalistas. El ladrillo, el azulejo, la forja, las columnas de mármol, el mirador... todo el universo estilístico del arquitecto se materializaba en esta obra póstuma que rendía tributo a su recuerdo y donde pasaría su viuda los últimos días de su vida.

Cerca de 80 años han pasado desde entonces y, por suerte, la casa en la que se reflejó la gratitud de la ciudad para con su hijo predilecto todavía se mantiene en pie, aunque algo cambiada: doña Ana murió en 1973 y desde entonces ha pasado por diversas manos que, como es normal, fueron dejando su “impronta” con mayor o menor acierto.

Así, aún puede leerse tras el cerramiento del número 14 de la Avenida de la Palmera un azulejo donde se recuerda el espíritu que dio origen a la vivienda, el espíritu de una ciudad agradecida:

“Esta casa, hogar de la familia del gran arquitecto don Aníbal González y Álvarez Ossorio, se hizo mediante el esfuerzo y la aportación de todas las clases sociales deseosas de rendir un póstumo homenaje al glorioso artista hispalense. La ciudad de Sevilla se enaltece a sí misma recordando en este lugar al hombre insigne que levantó en su recinto tantas obras de imperecedera belleza. MCMXXXII.”


A modo de epílogo, apuntar que si usted tiene interés y 3 millones de euros en su cuenta corriente puede adquirir esta casa ya que ahora mismo está en venta. Posiblemente en cualquier otra ciudad medianamente respetuosa con su patrimonio hubiera tenido desde hace muchos años un destino acorde a su significado y simbolismo pero, para bien y para mal, estamos en Sevilla

5 de septiembre de 2010

El baño de Arquímedes

Hace mas de dos mil años un matemático de Siracusa llamado Arquímedes decidió darse un baño. Hasta ahí todo entra dentro de la normalidad; de la misma forma que a nadie sorprende que Isabel la Católica prometiera no cambiarse de camisa hasta conquistar Granada, los griegos eran gente refinada y culta que daban bastante importancia a su imagen y, por supuesto, a la higiene corporal.

Lo que no podía sospechar nuestro protagonista es que estaba ante uno de los baños más famosos y trascendentales de la historia: y es que mientras entraba en la tina, el bueno de Arquímedes se dio cuenta de que la misma cantidad de agua que desplazaba su cuerpo al introducirse emergía por otro lado. Eureka!, se dice que gritaba mientras corría desnudo por la calles de Siracusa. No era para menos, de esta forma tan limpia e higiénica se habían puesto las bases de la hidrostática, de la mecánica de fluidos y de varias ramas más de la física.

Desde entonces el baño de Arquímedes, el Principio que enunció a partir del mismo y sus aplicaciones nos ha hecho la vida más fácil, sencilla y agradable, aunque algunos parece que faltaron al instituto el día que se daba en clase. O simplemente lo han olvidado.

Porque uno tiene la sensación de que se quedaron dormidos cuando tocaba Arquímedes los señores que la semana pasada decidieron acabar con el problemón de los gorrillas de la Plaza de la Gavidia expulsándolos de allí. Evidentemente a los pocos minutos ya no quedaba ninguno: vecinos contentos, comerciantes contentos, todos contentos. Pero claro, el desplazamiento del fluido gorrillesco por otros puntos de la ciudad es directamente proporcional a la presión ejercida por la Policía Nacional y, al rato, ya estaban en otro sitio.

Conclusión, ya que estamos con leyes físicas: el gorrilla ni se crea ni se destruye, solo se desplaza. Siempre y cuando, claro, desplazarlo sea la única solución que se da a su problemática. Aplicarles las Ordenanzas Municipales como al resto de ciudadanos, buscarles otra salida, tratar directamente su situación… eso es engorroso, difícil y puede llegar a ser hasta impopular, de hecho nadie de la oposición ha ido a hacerse fotos ni con expulsados ni con expulsores. Hay que ir a lo fácil, aunque Arquímedes ya nos advirtiera que no sirve para nada: Gavidia limpia para hoy, eurito para mañana.

Lo mismo pasa con los asentamientos chabolistas que no paran de dar vueltas alrededor de la ciudad. El titular de esta situación podría ser algo así como Un desmantelamiento, un poblado”. Tampoco aquí se dan soluciones, ni hay fotos ni se cumplen ordenanzas; todo queda supeditado a una aplicación infinita de Arquímedes que seguramente tendrá su fin el día que pase algo grave y empiece la rondita de golpes en el pecho, discursos oportunistas y nuevas leyes incumplibles cara a la galería.

Hay bastantes más casos que a bote pronto se me vienen a la cabeza, como los sintecho desalojados en agosto de varios enclaves céntricos que ahora han montado una zona de acampada en la Plaza del Cristo de Burgos o los okupas de la Fábrica de Vidrio que han aflorado en la antigua discoteca Varadero, en el Muro de los Navarros.

Desaparición forzosa por un lado, generación espontánea por otro: distintas situaciones y distintos problemas que pretenden atajarse poniendo el mismo parche cuando éste no puede y menos aún debe ser la solución. Sobre todo porque luego viene Arquímedes y deja al personal en evidencia…