29 de diciembre de 2009

Fábula del Jabalí y la Ciudad Sostenible

Érase una vez un jabalí al que no le gustaba la Navidad. Tanto aborrecía estas fechas que siempre procuraba escapar hacia otros parajes alejados del mundanal ruido o, si no le quedaba mas remedio, esperar pacientemente a que se agotaran las páginas en rojo del calendario y que los Reyes Magos reemprendieran su camino de vuelta al lejano Oriente.

Pero ese invierno sus planes habían salido mal. Tanto había llovido, diluviado casi, que nuestro jabalí no había podido apenas salir de casa, con lo que se encontró en Nochebuena inmerso en un ambiente de fiesta, jolgorio y alegría.

- ¿Qué puedo hacer? – se preguntaba el pobre animal – Como me quede aquí no sólo voy a tener que tragarme estas malditas fiestas, sino que incluso tendré que ver a Belén Esteban engullendo las uvas en Nochevieja, y eso puede ser muy desagradable…

En éstas andaba nuestro protagonista cuando vino a su memoria lo que se comentaba en los alrededores acerca de una ciudad sostenible, una ciudad en la que los humanos se desplazaban en cacharros a pedales y en la que la fiebre ecológica había llegado a tal punto que apenas se adornaban las calles para ahorrar energía.

- Allí pasaré lo que queda de Navidad – se dijo el jabalí.

Dicho y hecho: le echó valor, se puso en marcha y tras una jornada de camino bajo la intensa lluvia llegó al fin a la ciudad de la que todos sus vecinos del monte hablaban maravillas. Y vaya si tenían razón, es más, había superado sus expectativas: no sólo en lo relativo al alumbrado navideño, que efectivamente apenas existía, sino que, para su sorpresa, pudo comprobar que el hábitat de los humanos era muy parecido al suyo: el agua de la lluvia había formado lagunas mas grandes que la charca en la que normalmente se revolcaba al mediodía, las calles estaban repletas de desperdicios y restos de comida de los banquetes de Nochebuena y así muchas cosas más que le hacían sentirse como en casa. “Mira por dónde, se dijo, lo mismo prolongo mis vacaciones y me quedo una temporadita más”.

Tan alucinado estaba con lo que veían sus ojos que no escuchó lo que gritaba un humano a un pequeño aparato que sostenía junto a su oreja: “¡Sí, Avenida de las Ciencias, en un matorral!”.

Pocos minutos después, en una de las calles de la ciudad que aún no había sido peatonalizada, una patrulla de policías locales, hartos de poner multas a coches en doble fila, se cruzaba con un coche de bomberos, hartos de desatascar alcantarillas anegadas, que a su vez se había cruzado con un camión de barrenderos, hartos de barrer hojas de árboles, y así hasta 15 unidades de expertos que se dirigían hacia el matorral en el que retozaba nuestro jabalí, que ahora estaba intentando descubrir qué diablos eran esas cosas color rojo que colgaban de los balcones.

No se lo esperaba, nada pudo hacer, sólo correr, y vaya si corrió: 7 horas nada más y nada menos hasta que, pasada la medianoche, pagó su tributo a Caronte tras recibir una certera cuchillada a manos de uno de los expertos cazadores que se habían sumado al elenco perseguidor.

Al menos tuvo un final ecológico y sostenible: no podía ser menos en la ciudad a la que había ido a morir.


Moraleja: Sevilla es la "ciudad de la personas", al menos de momento, y no es lugar para jabalíes, o mas concretamente para jabalíes con forma de jabalíes, aunque con sus modales los haya a patadas.


Esta entrada no la publiqué ayer para que no pareciera una inocentada, pero es totalmente cierta o mas bien, como las películas de sobremesa de Antena 3, está basada en un hecho real.

23 de diciembre de 2009

Surtido de Navidad

La estatua de Aníbal González

Por fin rinde tributo la ciudad de Sevilla a uno de los personajes más importantes de su historia reciente: Aníbal González. Un monumento en honor al arquitecto mirará para siempre su creación mas famosa, la Plaza de España, desde la avenida de Isabel la Católica.

Esta estatua de Aníbal González, que representa a Aníbal González, se puede encuadrar dentro del moderno y actual estilo escultórico hispalense que nos ha dejado magníficas obras como la “madre del rey montada a caballo”, que representa a la madre del rey montada a caballo, el “torero Chicuelo toreando”, que representa al torero Chicuelo toreando, o el recientemente aprobado monumento a la “Duquesa de Alba”, que representará a la Duquesa de Alba.

Esperemos que mientras permanezca el auge de esta corriente escultórica los monumentos sigan siendo individuales, porque como a alguien le de por homenajear, por ejemplo, a los Cien Mil Hijos de San Luis, llegamos a Albacete poniendo figuritas. (Imagen Diario de Sevilla)


Luces de Navidad

Los dos petardazos con que la Madre Naturaleza nos anticipó ayer tarde el inicio de la yihad pirotécnica que por estas fechas se celebra en las calles sevillanas ha permitido que por fin podamos disfrutar de alumbrado navideño gracias a una iniciativa de los semáforos de Kansas City, que lucieron sus tres colores durante toda la tarde para regocijo de los conductores, felices al poder disfrutar de sus cintas de villancicos y demás canciones populares durante el tiempo que permanecieron atascados.

Para hacer inolvidable este espectáculo de luz y color no dudaron en sumarse los policías locales con sus chubasqueros y señales amarillo fosforito y el negrito que vende pañuelos de papel en la rotonda de Santa Clara, que para colmo logró batir su plusmarca personal de apretones de manos.

Y es que la lluvia en Sevilla es siempre una maravilla. (Imagen Rafa Borondo)


La despeatonalización de la peatonalización

Aunque parece un trabalenguas, estamos hablando de un nuevo episodio en el culebrón de la peatonalización del centro de Sevilla. El más difícil todavía.

Dos metros y medio de carril bici se añadirán en próximas fechas al trayecto acotado del Metrocentro y a los veladores que cada vez más proliferan por la Avenida, dejando a los peatones con menos espacio para pasear que cuando los autobuses paraban a las puertas del Archivo de Indias.

Sevilla, una vez más, abre sus brazos y se adapta al medio de transporte de moda cuando debería ser al contrario. Nueva frustración para los peatones.


Madera para las Setas

Paradojas de la vida: mientras permanece apilada en Alemania la madera encargada de recubrir las Setas de la Encarnación a la espera de que alguien la pague por adelantado, el viento se dedica a arrancar árboles a diestro y siniestro, como vemos aquí en la avenida de San Juan de la Salle.

Con estos temas siempre me hago un pequeño lío: ¿De quién es la culpa de que se caiga un árbol? ¿Del Ayuntamiento por no talarlo previamente? ¿De los que siempre se oponen a que se talen? ¿Del viento por arrancarlo? ¿Del árbol por caerse? ¿De la gravedad?

Quienes no tienen la culpa, seguro, son los dueños de los coches que frenaron su caída. (Imagen Rafa Borondo)


El Dolmen de Montelirio

Pero la fuerza del dios Eolo no sólo arranca árboles, ni mucho menos… Por segunda vez en lo que va de año se lleva por delante la estructura que cubre el dolmen de Montelirio, en Castilleja de Guzmán. El asunto tiene miga, porque creo que es la segunda vez en este año que hace un viento medianamente fuerte (no se que habría pasado si estuviera en Tarifa…) y, lo mas importante y trascendental, porque en pleno siglo XXI se vuela esta estructura moderna mientras permanece en su lugar una construcción que arrastra cerca de 4000 años a sus espaldas.

Quizás la solución sea proteger la cubierta con el dolmen, cualquiera sabe…


A todo ésto, Felices Fiestas.

20 de diciembre de 2009

La Giraldilla de La Habana

Nadie recordaba cuando fue la primera vez que subió a la torre. Era tan habitual que su silueta se recortara sobre la atalaya del Castillo de la Real Fuerza que los vecinos la veían como una estrella más en el cielo de La Habana.

Y es que doña Isabel de Bobadilla tenía todo el tiempo del mundo. No había prisas, ni agobios, ni ansiedades. Ella tenía que esperar y no le importaba que fuera sólo un día, que una semana, que un mes, que un año… hasta la eternidad si hacía falta. De hecho su vida se había convertido en eso: en una larga espera.

Porque estaba convencida. No le cabía la menor duda de que alguna mañana, dejándose arrastrar por la misma brisa a la que se entregan las gaviotas cuando planean sobre la mar en calma, siguiendo los mismos surcos que esbozan las olas antes de ir a morir a los pies del Malecón, aparecería el navío en el que años atrás se había marchado buena parte de su existencia y de lo que aún le quedaba por vivir: aparecería don Hernando de Soto.

Porque estaba convencida. No sabia de su suerte. No sabía que su esposo había desembarcado en la Florida. No sabía que había sido el primer europeo en beber de las aguas del Mississipi, en recorrer las vastas praderas de Arkansas o escalar la cordillera de los Apalaches. Como tampoco sabía que, cegado por su insaciable ambición y por el embrujo de las leyendas indígenas, había emprendido la búsqueda de la Fuente de la Eterna Juventud, encontrando en su lugar unas malditas fiebres a las que había entregado su vida.

Ella no sabia nada. No era necesario. No le hacía falta saberlo. Sólo quería soñar, dejarse llevar por su deseo irrefrenable de volver a verlo, de estrecharlo otra vez entre sus brazos, de estar de nuevo a su lado. Solo quería esperar. Porque la esperanza es el sueño de los que están despiertos, mas aún si lo han perdido todo en esta vida.

Dicen que su pelo se volvió cano. Que sus ojos quedaron ciegos de perderse en la infinitud del horizonte. Que su rostro se llenó de arrugas talladas por el viento a imagen y semejanza del envite de las olas. Que hasta el último día de su vida, hasta poco antes de exhalar su último aliento, siguió interrogando al firmamento con su mirada.

Dicen que cuando murió en sus pupilas aún brillaba el azul del mar, ese mar en el que había depositado todas sus ilusiones. Nadie tuvo duda alguna, se había llevado su esperanza hasta el mas allá. Porque morir de esperanza es morir de sentimiento y ella, después de tantos años, se había despojado de todo aquello que estorbaba a lo único que daba sentido a su vida.

Dicen que La Habana quedó huérfana. Como su cielo, su mar y su gente. Que la torre estaba desierta y que las gaviotas volaban sin rumbo, perdidas. Fue entonces cuando el nuevo gobernador, don Juan de Bitrián, mandó fundir una veleta de bronce que colocaría sobre el Castillo de la Real Fuerza con la que recordar eternamente la promesa a la que había entregado su existencia doña Isabel y señalar el camino por el que el viento habría de traer a don Hernando.

Y a esa estatua le puso de nombre Giraldilla, nostálgico homenaje a su Sevilla natal, la misma en la que de niño había forjado sueños de fama y gloria, sueños que le habían llevado a hacer fortuna en las Américas y encumbrado a gobernador de la isla de Cuba.

Cuatro siglos han pasado, con todo lo que puede pasar en cuatro siglos. Cuatro siglos de dichas y de amarguras, de ausencias y de presencias, de hermanamiento y distancia. Cuatro siglos que, sin embargo, no son nada para una ilusión que nunca llegó a cumplirse.

Y es que aún hoy, cuando al clarear la mañana ha bajado la marea y las nubes se han difuminado siguiendo las brumas de poniente, dicen que las miradas de dos veletas se entrecruzan en el horizonte, uniendo las rocas del Malecón con la quietud plateada de la ribera del Guadalquivir.

Dicen que entonces intercambian saludos y confidencias, noticias y murmullos, aunque hay una pregunta que nunca obtiene respuesta, que siempre queda en silencio. Dicen que entonces una lágrima resbala por una mejilla de bronce que se recorta sobre el tapete azul del cielo de La Habana.

Aunque tarde, a mis amigos Julián y Macarena, por su paciencia; y para Raquel, que todo vaya lo mejor que pueda ir, si es posible.

17 de diciembre de 2009

La Arrebolera vuelve a tener su muralla

A veces da la sensación de que cuanto más fácil y simple es la solución de un problema, más tiempo tarda en resolverse.

Es la impresión que me queda después de pasear esta gélida tarde junto a los Jardines del Valle: sólo había que derribar la horrible tapia que los cerraba hacia María Auxiliadora para que en todo el entorno se haya producido un cambio radical.

Lo triste es que han tenido que pasar más de treinta años para que gracias a la típica reja de forja que cierra la gran mayoría de parques y jardines sevillanos podamos ver uno de los escasos lienzos continuos de muralla que aún quedan en la ciudad.

Árboles mediante, se ha ganado una nueva perspectiva: de hecho incluso se atisba cierta voluntad de sacar partido al enorme potencial de esta zona, situada a los pies del Centro y con más de 250 metros de muralla almohade a la vista de todo aquel que pase por la Ronda Histórica. Más de 250 metros de muralla almohade que por fin salen del ostracismo en que se encontraban desde hacía siglos y que se hacen visibles a una ciudad que, en parte importante, desconocía incluso su existencia.

Buena pinta tiene la cosa, aunque evidentemente tampoco hay que lanzar las campanas al vuelo. Esperemos que no quede todo en un bonito decorado para hacerse fotografías con la muralla como telón de fondo y se cuide el aspecto del parque, su pavimento, su arboleda y la larga lista de carencias que presenta.

De todas formas bien es verdad que, como se suele decir, no es plan de poner el parche..., que aún las obras no se han terminado; de momento, y no es poco, la Arrebolera vuelve a tener su muralla.

14 de diciembre de 2009

De la Navidad

Y la vida sigue, para bien o para mal. Como una apisonadora que se lleva por delante nuestro presente, dejando atrás alegrías y tristezas, risas y llantos, a veces hasta a nosotros mismos. Un río silencioso y constante que nos arrastra aunque no estemos preparados y, a veces, ni siquiera queramos estarlo.

La Navidad ya se encuentra a la vuelta de la esquina. La ciudad se llena de colores y matices que le son ajenos el resto del año: del rojo de las flores de pascua, de los tonos dorados y azules que imprimen las luces que adornan las calles, del humo blanquecino que escapa por las chimeneas de los puestecillos ambulantes de castañas, del arco iris de sonrisas e ilusiones que irradian las caras de los mas pequeños, de la invisible nostalgia de aquellos que tenemos algo para recordar.

En muchos balcones y ventanas asoman paños con el Niño Jesús en todas las modalidades, estilos y escenarios posibles, Reyes Magos que a duras penas escalan las barandas y esforzados Santa Claus que desafían las leyes de la gravedad como buenamente pueden. Se suceden, en definitiva, estampas entrañables y, en el peor de los casos, “curiosas” que mantienen con vida el espíritu navideño aún en el caso de los que, como servidor, no lo tenemos muy arraigado.

Entre esas estampas que he denominado como “curiosas”, traigo a estas líneas una que se puede ver en una terraza de la calle Amador de los Ríos, terraza presidida un enorme Papá Noel de casi 1,90 convenientemente ataviado con su uniforme reglamentario, aunque algo mas estilizado que el que tenemos todos en mente. Será que tiene cerquita el Sato...

Cualquiera diría que se ha mudado hasta nuestras latitudes huyendo del frío invierno lapón, aunque por la altura que le han dado al susodicho puede pasar perfectamente por una representación a escala real del pívot del Caja San Fernando (perdón, Cajasol). En fin, por si alguien quiere deleitarse no tiene mas que darse un paseo por la calle Amador de los Ríos.

Siguiendo con los disfraces, muy cerca de uno de los enclaves en los que Sevilla se está jugando su imagen internacional con el rodaje de Knight & Day, un artista urbano anónimo ha tenido el detalle o la ocurrencia de adornar la cruz mutilada de la Plaza de las Mercedarias con un cono (me gusta imaginar que ha sido “tomado prestado” del mismo rodaje) que le ha proporcionado un cierto "aire papanoelesco”, o al menos eso me parece a mi.

No estoy enfermo ni me he hecho graffitero, pero defino esta imagen como arte urbano y no acto vandálico porque para vandalismo el del señor o señores que permiten que esta histórica cruz siga mutilada después de años; de hecho ya se habló en este blog de ello hace algunos meses, sin que haya cambiado su situación en todo este tiempo.

Así que nada, mientras esta cruz de las Mercedarias siga siendo invisible esperemos que este anónimo artista urbano continúe deleitándonos con sus disfraces y haya encargado una peluca en Pichardo, que los carnavales ya mismo los tenemos encima.

11 de diciembre de 2009

Sinsentido

Llevo varios días conteniendo mis palabras. Por respeto, por consideración y, sobre todo, por impotencia. Mucha impotencia. Demasiada impotencia, más de la que nunca antes había llegado a sentir.

A estas horas la vida de Nono se escapa por la ventana de una habitación del Virgen del Rocío. Y con ella, la de su familia.

Dos semanas después salta a los medios la noticia de la brutal paliza que recibió el 25 de Noviembre mientras trabajaba como guardia jurado en un huerto solar de Marchena. Dos semanas silenciado, dos semanas en coma, dos semanas al cabo de las cuales ya nada se puede hacer.

Nono es una víctima de este teatro del absurdo en el que estamos sumergidos: víctima de una empresa de seguridad que por ahorrarse tres pesetas deja un chaval en un descampado sin ni siquiera proporcionarle un puñetero perro de apoyo; de unas normativas medioambientales tan extraordinariamente estúpidas que ven preferible que una persona haga guardia en un coche a oscuras antes que en una casetilla y con luz; de unas leyes tan poco contundentes que han permitido que proliferen estas bandas organizadas que campan a sus anchas desvalijando fincas, naves e incluso viviendas; de una economía sumergida en la que se esfuma por arte de magia el cargamento de cobre de un huerto solar; de una policía que calla cerca de 3 semanas mientras tarda 10 días en encontrar calcinado el coche del chaval a escasos metros de donde le propinaron la paliza; de unos servicios médicos que se enteran de lo que realmente ha pasado cuando ya es imposible hacer nada, y eso que en los medios no creo que salga ni la mitad…

Da vergüenza repasar, aunque solo sea por encima, todas y cada una de las circunstancias que se han concatenado para que Nono llegue a esta situación. Las preguntas se amontonan en la cabeza: ¿Tan vulnerables somos? ¿Siempre tenemos que pagar los mismos? ¿De qué va esto? Y, sobre todo, ¿Por qué?

¿Por qué le dan una paliza si sólo querían robarle? ¿Por qué truncan la vida de un chaval de 32 años por unos cuantos kilos de cobre? ¿Por qué ese silencio? Quizás si la noticia hubiera saltado el mismo 25 de Noviembre alguien habría sospechado, alguien habría visto algo. Quizás los médicos, al tener mas presión por tener prensa el caso, habrían examinado mas concienzudamente su cabeza. Ya lo se, sólo son conjeturas, pero es que me parece tan tonto que no se me ocurre respuesta alguna.

Es más, todo resulta tan sumamente estúpido y absurdo que ni siquiera parece creíble; no puedo evitar tener una desesperante sensación de vacío, de incredulidad, de duda hacia las estructuras de este mundo que gravita a mi alrededor y que cada vez apesta más a podrido.


Desde aquí todo mi apoyo a la familia, en especial a mi amiga Raquel; aporto mi pequeño granito de arena a la espera de que alcance toda la difusión que se merece este sinsentido. Aunque de poco sirva con lo realmente importante, que al menos se haga justicia y se den explicaciones.

9 de diciembre de 2009

Resta y sigue

Una ciudad que pretende ser ejemplar en lo que a conservación del patrimonio se refiere no puede ni debe ir a remolque de intereses económicos, turísticos ni de cualquier otro tipo. Es contradictorio.
Casos como el minijardín hortera que han montado en los bajos del Hotel EME de la calle Alemanes o el acuario rojo con alfombra y estrambótica farola incluidas que se adosa a la torre de Abdelaziz, en plena Avenida, son ejemplos de que algo falla o, simplemente, las cosas no son como nos quieren hacer ver.
Si ya es una pena pasearse por los terrenos de la antigua Expo’92, donde se demuelen los pabellones en función de la empresa que compre el solar, o por las calles comerciales del centro (Sierpes, Tetuán, San Eloy, Puente y Pellón, etc.), en las que se podría hacer todo un catálogo de escaparates y marquesinas, mas triste es saber que el entorno de la Catedral, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, también se encuentra a merced de unos intereses cuyo única finalidad parece ser la de lucrarse a su costa.
Sin salir de esta zona, si usted se sitúa en la esquina que hacen las calles Mateos Gago y Rodrigo Caro, donde se encuentra la Bodega Santa Cruz, Las Columnas para entendernos, podrá ver un ejemplo de lo que estoy trayendo a estas líneas.
Fijémonos en el caserón que encontramos de frente, objeto en este momento de una restauración. Curiosamente si nos metemos en Google Maps podemos seguir la evolución de estas obras: ver el edificio antes de la reforma (imagen 01), el desarrollo de la misma, con el balcón desmontado y una cuba a la entrada (imagen 02) y el resultado final, que aún no sale en Google pero he traído aquí en la tercera imagen.En el proceso se rehabilita el edificio, se crea un nuevo hotel, se le aplica un nuevo color, se adecenta el viejo caserón… en principio todo perfecto, salvo un detalle que quizás pueda pasar desapercibido: se ha eliminado el tejaroz que cubría el balcón principal, centro de gravedad de la fachada y del edificio en general.

El tejaroz es uno de los elementos característicos de la arquitectura tradicional sevillana. Según se recoge en Sevillapedia, su definición sería la de “pequeño tejado que aparece en fachada sobre un elemento secundario como es el caso de una puerta o ventana”.
De influencia árabe, tiene especial profusión en la época barroca, aunque cae de nuevo en desuso para ser rescatado por la corriente regionalista de principios del siglo XX, que lo introduce en las fachadas de las viviendas para cubrir balcones y terrazas, complementándose muchas veces, como era el caso de este edificio, con un cierro acristalado.
Tejaroces hay muchos, variados y en ocasiones pintorescos a lo largo de la geografía hispalense: en iglesias, retablos callejeros, palacios, hospitales, viviendas... Aunque cada vez quedan menos, como podemos comprobar en esta entrada o en su día en la calle Pozo.

No tenía hueco en la nueva imagen del Hotel, los costes de su mantenimiento eran demasiado elevados, al desmontarlo para las obras se dañó de forma irreversible. Son sólo suposiciones y conjeturas con las que trato de darme una respuesta mas o menos razonable a la desaparición de este tejaroz.
Por supuesto, pido disculpas si alguien piensa que me estoy dejando llevar por la exageración; no es lo que pretendo, como tampoco caer en la demagogia ni en el alarmismo.
Simplemente doy mi opinión y, por supuesto, protesto: protesto porque si este ejemplo lo siguen el resto de propietarios cuyos edificios presenten pórticos, balaustradas, cierros, ajimeces, tejaroces, guardapolvos u otros elementos propios de la arquitectura tradicional sevillana, nuestro legado se vulgarizaría. Aún más. Y contra eso alzo mi voz, ya que son detalles insignificantes en un principio que sin embargo deben cuidarse. De poco o nada sirve invertir una millonada en peatonalizar y adecentar el casco histórico si por otro lado se permiten estas cosas a las puertas del barrio de Santa Cruz, donde en vez de adaptarse los edificios a los comercios debe suceder exactamente lo contrario.
En fin, una nube mas para esos “cielos perdidos” que lloraba don Joaquín Romero Murube.

2 de diciembre de 2009

Las Cadenas del Puente de Triana

Fue el 3 de Mayo de 1248, festividad de la Santa Cruz. El sitio de Sevilla se prolongaba desde hacia varios meses, demasiados para la ambición de las tropas castellanas, que habían visto frenado en seco su victorioso paseo militar a lo largo de la ribera del Guadalquivir.

Abandonados a su suerte, ignorados por las taifas vecinas, enemistados con los poderosos reinos musulmanes del Norte de África, los sevillanos se enfrentaban a una situación complicada y, sobre todo, a uno de los ejércitos mas importantes del momento.

Pero nada les importaba, estaban dispuestos a vender cara su derrota, al precio que fuera. Sabían que les esperaba el exilio, abandonar para siempre la ciudad de sus antepasados, la ciudad donde habían nacido, la ciudad que les había dado la vida. Antes la muerte, sin duda sería un final mas dulce.

Confiaban en la afamada fortaleza de sus altas murallas y barbacanas; en la seguridad que les proporcionaba el río, cerrado en toda su orilla desde la coracha de la Torre del Oro hasta la Almenilla; en el inexpugnable Castillo de Triana, unido a la ciudad por los trece cascos del Puente de Barcas y sus gruesas cadenas de hierro; en otro castillo no menos importante y poderoso, el de Aznalfarache (Hisn al-Farach), desde el que se divisaba toda la vega del río; y, por supuesto, en su corazón, la mas importante de todas sus armas. Ya lo había cantado el poeta en tiempos de Almutamid:

Sevilla es una novia

cuyo esposo es Abbad:

el Aljarafe es su corona;

su collar es el Río.

Todo vale para conservar la ciudad: fuego grecisco, algarradas, ballestas, ataques sorpresa… No había excusa alguna para escatimar en esfuerzos, ni en dinero, ni siquiera en vidas. Todo con tal de que los castellanos levantaran sus campamentos de la dehesa de Tablada. Además la situación aún no era desesperada, no en vano a través de Triana les llegaba un flujo continuo de víveres y tropas desde el Aljarafe que servían para mantener viva la llama de la esperanza en la ciudad.

Pero nada parecía agotar la paciencia de Fernando III. Hombre creyente y ambicioso, era plenamente consciente del significado e importancia que tendría la conquista, sabía que con la caída del último gran bastión de Al-Andalus el sueño que siglos antes iniciaran sus abuelos en las lejanas montañas asturianas estaba al alcance de la mano, era cuestión de tiempo, de esperar que cayera como fruta madura.

Viendo la dificultad que entrañaba la conquista de la ciudad por tierra, el monarca había recurrido a Ramón Bonifaz, “un omme de burgos” según su compañero de armas y posterior señor, el infante don Alfonso, proporcionándole los medios necesarios para reclutar hombres y barcos de los puertos castellanos del Cantábrico, principalmente de las llamadas “Cuatro Villas de la Costa de Castilla”, a la sazón San Vicente de la Barquera, Laredo, Castro Urdiales y Santander, aunque también se unirán gentes de otras ciudades y provincias como los marinos vascos de don Diego López de Haro o los gallegos al mando del poeta Paio Gómez Charino.


Para reafirmar la autoridad y confianza depositada en él, don Fernando designa a Ramón Bonifaz como Almirante del Reino, siendo la primera vez que se crea esta dignidad en Castilla, de la misma forma que la suya sería la primera flota militar de la historia de España, con un número de naos que oscilaba según las fuentes entre 13 y 17, aunque seguramente también participarían otros bajeles de apoyo con menor porte.

Como en toda gran gesta que se precie, el camino del nuevo Almirante una vez abandona los puertos del Cantábrico no será precisamente fácil, no tardando mucho en entrar en combate, incluso antes de llegar a Sevilla: en la desembocadura del Guadalquivir, junto a las costas de Sanlúcar de Barrameda, una flota de benimerines que acudían en auxilio de los sitiados les hizo frente, sufriendo un descalabro de tales dimensiones que regresan a sus bases norteafricanas.

Doble golpe de efecto y una realidad palpable: por vez primera desde el siglo VIII el Río Grande estaba totalmente bajo control cristiano: la Reconquista había atravesado su Rubicón particular. La antorcha de la Torre de los Herberos se apagaba para siempre.

Al fin en las puertas de Sevilla, los marinos de Bonifaz no tienen mas remedio que dejarse arrastrar por la dinámica cansina y estática que había adquirido el asedio de la ciudad: escaramuzas, celadas, combates furtivos, saqueos. La guerra se había enquistado, la ciudad resistía y el tiempo corría en contra de los castellanos. En cualquier momento podía despertar la conciencia solidaria del sultán de Fez o de sus colegas magrebíes y dar un giro imprevisible a la situación. Había que actuar rápido, dar un golpe definitivo, precipitar los acontecimientos. Y así llegamos al 3 de mayo de 1248.

Don Fernando celebra consejo con sus mas experimentados hombres de armas, entre los que se encuentran el avilesino Ruy González y el propio Ramón Bonifaz. En sus manos deposita el futuro de la empresa, el futuro de la conquista, el futuro de su Reino.

Dos naos son elegidas: la Carceña y la Rosa de Castro; la una construida con madera del monte del mismo nombre, en los alrededores de Santander, la otra armada en las atarazanas de Castro Urdiales; la una gobernada por valeroso Ruy González, la otra por el mismísimo el Almirante Bonifaz; en ambas se colocarían hierros aserrados con los que embestir a todo lo que se cruzara en su camino; ambas se lanzarían sobre el Puente de Barcas, que debían destrozar para aislar Sevilla de una vez por todas del universo musulmán.

No era empresa fácil. Los 13 bajeles que lo conformaban estaban unidos por gruesas cadenas de hierro que se anclaban en las mismas murallas del castillo de Triana y en la orilla del Arenal. Tampoco era sencillo llegar hasta el mismo, ya que desde la Torre del Oro cualquier barco era blanco fácil para los proyectiles y dardos de los sitiados. Pero no tenían mas remedio que intentarlo. No cabía otra posibilidad.La jornada arrancaba de forma poco propicia para los intereses castellanos; ya sabemos como se las gasta la primavera sevillana y el día había amanecido apacible y soleado, exactamente lo contrario que necesitaban los hombres de Bonifaz, que de esa forma no podían navegar. No tienen mas remedio que esperar hasta el mediodía cuando, con ayuda de la pleamar y el despertar de un fuerte viento de Poniente, se lanzan por fin río arriba.

A la derecha la Rosa de Castro, a la izquierda la Carceña. Delante una ciudad que se defiende del peligro que se le venía encima arrojando todo tipo de artefactos y artilugios desde las almenas de la Torre del Oro y los embarcaderos del Arenal, de donde salen las pocas zabras musulmanas que quedaban para impedir el avance.

El almirante flaquea, la resistencia de los sevillanos había debilitado sobremanera a sus hombres, que fracasan en la embestida. No sucede lo mismo con los marinos de la Carceña, pontevedreses en un buen número que, comandados por González y alentados por su señor, el poeta-guerrero Paio Gómez Charino, arremeten a la máxima velocidad que le permiten los proyectiles musulmanes contra el Puente de Barcas, quebrándolo por el centro y rompiendo las gruesas cadenas que unían las orillas de Sevilla y Triana desde 1171.

La ciudad estaba perdida, el punto de inflexión de la guerra acaba de llegar, con las cadenas se rompen las esperanzas de los sitiados que, conscientes del daño que les habían infligido, recrudecen su ataque sobre las naves cristianas, cada vez mas debilitadas. La Rosa de Castro puede dar la vuelta con facilidad, pero la Carceña, que aún estaba recuperándose del fuerte impacto con el puente, se encontraba en una situación muy delicada.

Entonces aparece una vez mas el genio militar de don Fernando enviando a sus hombres a las mismas puertas de la ciudad para distraer la atención de los sitiados, que rápidamente se abalanzan sobre las murallas para repeler un posible ataque. Despejado el escenario ribereño, los héroes de la Carceña tienen vía libre para regresar pletóricos a los reales de Tablada.

Con el objetivo cumplido y el dulce sabor de la victoria en sus espaldas, se rompía para siempre el último vínculo de Sevilla con Al-Andalus, se eliminaba la puerta de acceso para víveres, armas y tropas. La ciudad estaba ganada, ya de forma irreversible y definitiva.

Hoy resulta difícil imaginar la tremenda relevancia que tuvo esta gesta para la época, gesta que supuso no sólo apuntillar la conquista de la ciudad (que pese a todo tardará aún algunos meses en caer), sino la Reconquista misma.

Para que nos hagamos una idea el escudo de Santander representa el momento en que la Carceña (cuya madera, como se dijo antes, procedía de un monte cercano a la ciudad cántabra) rompe las cadenas que unían Sevilla y Triana, aunque erróneamente se anclan éstas en la Torre del Oro.

Otro ejemplo lo teníamos hasta principios del siglo XIX en Pontevedra, localidad natal del poeta-guerrero Paio Gómez Charino y de buena parte de los integrantes de la flota castellana, donde recorría las calles el día del Corpus una embarcación arrastrada por cuatro bueyes llamada A Nau o A Santa Nao, en cuyo interior se representaba a los marinos participantes en la gesta hispalense que, según la tradición, portaban en sus manos restos de la Carceña. Su última salida fue en 1852, con motivo de la visita que efectúan los duques de Montpensier a la ciudad gallega.

Curiosa efeméride si tenemos en cuenta que ese mismo año de 1852 se termina de construir el Puente de Triana, que sustituirá definitivamente al de Barcas, uno de los protagonistas de esta historia y cuya última y única fotografía, tomada por el vizconde Vigier, aparece mas arriba, aunque desplazado de su emplazamiento habitual por las obras del primero.

Pero es en una de esas “Cuatro Villas de la Corona de Castilla”, en Laredo, donde tiene mas relevancia el recuerdo de este episodio naval vivido a orillas del Guadalquivir. Recuerdo que se mantiene vivo no sólo en el escudo de la localidad, que como el santanderino se inspira en lances del feroz combate; hay un tesoro olvidado (al menos para la gran mayoría de la población hispalense) que se custodia en uno de los templos con mas raigambre de la Villa: la iglesia Parroquial de Santa María de la Asunción.

Suspendidas del altar mayor, como si flotaran en el sosiego y el paso de los años, se encuentra un tramo de las cadenas que amarraban los trece bajeles del Puente de Barcas, tramo de cadenas concedido por gracia real como reconocimiento al valor de los guerreros laredanos en la toma de Sevilla.

Afortunadamente solo regresaron a su ciudad de origen, a orillas del Río que las vio nacer, en 1984 con motivo de una exposición sobre la conquista. Digo afortunadamente porque en caso contrario a buen seguro que se habrían perdido para siempre como las del puente que fotografió el vizconde Vigier o las que representaron los Wyngaerde o Meunier en el Siglo de Oro. Afortunadamente en la Villa de Laredo han sabido conservar esta parte de nuestra historia.
Y allí descansarán, por los siglos de los siglos, silencioso testimonio del arrojo de unos hombres que una vez cumplieron un sueño, un sueño que cobró forma un 3 de Mayo de 1248, día de la Santa Cruz.

Gracias a la colaboración de Juan de Dios Vega y Ángeles Medina y a la Asociación Cultural "Amigos del Patrimonio de Laredo", en especial a Rufo de Francisco Marín, tanto por la información amablemente facilitada (spam mediante) como por las imágenes de las cadenas del Puente de Barcas, del libro "Santander y Cantabria en la conquista de Sevilla", del historiador José Luis Casado Soto.

26 de noviembre de 2009

¿Es necesaria "esta" ampliación del Metrocentro?

Luz verde a la ampliación del Metrocentro. Después de aguardar, para variar, su pertinente retraso, en pocos días comenzarán los sondeos en los que se va a estudiar el terreno sobre el que discurrirá su prolongación hasta la Estación de San Bernardo y la zona de Viapol, lo cual aumentará el recorrido total del mismo hasta dejarlo en poco mas de 2 kilómetros.
Luz verde también para las voces de protesta de políticos, vecinos y asociaciones varias que consideran esta ampliación ilegal, además de insuficiente en algunos casos e innecesaria en otros. La polémica, como siempre, está servida.
El Metrocentro, recordemos, solo cubre un recorrido de 1,30 km entre la Estación de Autobuses del Prado y la Plaza Nueva, recorrido muy alejado del objetivo que supuestamente debía alcanzar: la conexión con Santa Justa y Puerta Osario en su Fase II y con La Campana en la tercera.No vamos a debatir sobre la necesidad o no del Metrocentro en sí, entre otras cosas porque ya está construido y al respecto poco o nada se puede hacer, a no ser que queramos tener otro Estadio Olímpico de la vida. La cuestión es si realmente resulta necesario prolongarlo tan sólo 885 metros.
Esta ampliación duplica el recorrido del Metro, que discurre bajo la misma superficie, cierto es. Pero también es cierto que esa línea es duplicada en la mayoría de su trayectoria por Tussam, carriles bici, etc. E igualmente es cierto que si estaba prevista su conexión con Santa Justa tarde o temprano debería ser duplicada.
Así pues, el principal problema quizás radique en el tamaño que, como en tantas otras facetas de la vida, aquí sí importa.
Importa porque se va a realizar una fuerte inversión para menos de 900 metros, cuando ese mismo dinero podría destinarse a otras obras mientras se espera a contar con una partida presupuestaria que permita acometer la Fase II en su totalidad. Otra cosa es que haya que hacerse la foto de inauguración.
También importa porque, pese a la ampliación, su escaso recorrido no permitirá al tranvía almacenar la energía necesaria para prescindir de las catenarias, uno de los principales problemas de toda esta historia.
Además la zona ha sido recientemente remodelada, con lo que se harían “nuevas obras” sobre “obras nuevas”, si bien en este aspecto llueve sobre mojado, solo hay que darse un paseo por el Puente del Indio, que estaba cortado en Septiembre
Son aspectos negativos, pero también hay que valorar que la ampliación llevará el Metrocentro hasta uno de los principales puntos estratégicos en lo que a comunicación y transporte se refiere, el Apeadero de San Bernardo, desde donde se podrá llegar a la Plaza Nueva sin necesidad de transbordar. Además de conectar los Juzgados de Viapol con los del Prado, idem para zonas universitarias.
Otro aspecto a tener en cuenta es que, a pesar de que el trayecto a alargar sea casi testimonial, al fin se atisba una cierta voluntad para que no quede todo en un trenecito turístico y, tarde o temprano, llegue a tener una utilidad real para el sevillano de a pie, que al fin y al cabo es el que padece estos embrollos.
Hasta aquí mis argumentos, ahora mi opinión: estoy de acuerdo con la ampliación, aunque sólo sea para que me termine de creer este tranvía. Aunque lo que realmente me gustaría es que llegara de una vez por todas hasta Santa Justa o hasta la Campana y, ¿por qué no?, hasta Plaza de Armas. Aunque desearía que se apostara definitivamente por este tipo de transporte como se hizo en Bilbao, donde da gusto circunvalar la ciudad sobre una alfombra de césped. Por suerte soñar es gratis y, con los tiempos que corren, hay que aprovecharlo.


PS. No entro en el tema de la denuncia. Por lo que yo entiendo la ilegalidad reside en la tramitación de la licencia, no en la ampliación. Eso sí, lo que me preocupa es que últimamente cada vez que vaya a hacerse algo en esta ciudad haya que darse un paseo previo por los juzgados. Como arraigue esta nueva moda es para echarse a temblar, porque entonces sí que nos quedamos varios pasos atrás...

23 de noviembre de 2009

Un paseo por la Sevilla de los 60: La Ranilla

Traemos hoy una nueva estampa de la Sevilla de los años 60. Estampa con la que, en la medida de mis posibilidades, pretendo hacer un sencillo homenaje a la Barriada de los Pajaritos, que estos días cumple 50 años de existencia (aniversario tristemente empañado por los trágicos sucesos del bar Ruiseñor) y de paso recomendar una vez mas el maravilloso blog en el que nuestro callejonero favorito repasa el día a día del nuevo parque que se está edificando en los terrenos de la antigua cárcel de Ranilla.

La imagen procede del Fondo Barquín y está fechada aproximadamente en Agosto de 1959, siendo parte de un amplio fotomontaje en el que se reflejaba el avance de las obras de construcción de las barriadas de La Candelaria y Los Pajaritos. Obras que, como se puede ver, aparecen en primer plano.

Bajo las órdenes del arquitecto Fernando Barquín y Barón nacían estos barrios obreros en los terrenos de la antigua Huerta de Amate, que desde hacía algunos años era propiedad municipal.

Con esta actuación y otras similares (ya en su día vimos Pío XII, hermana en tiempo y objetivos) se intentaba poner fin al gran problema de la vivienda que asfixiaba la ciudad en los años 50.

Y es que el crecimiento demográfico de una Sevilla que a duras penas se restregaba sus heridas de guerra unido al deterioro y consiguiente inhabitabilidad del vetusto caserío del centro histórico y, sobre todo, a una fortísima corriente inmigratoria desde pueblos y ciudades limítrofes, habían creado un serio problema para la ciudad, que se calcula tenía a finales de los cincuenta 32 núcleos suburbiales con cerca de 70.000 habitantes.

Ante la penosa situación económica en que se encontraba el país y la propia ciudad, que para colmo aún arrastraba deudas de la Exposición del 29, el Ayuntamiento compra las fincas y huertas periféricas en las que permite asentarse a familias sin techo y edificar en la medida de sus posibilidades a la espera de una futura urbanización de esos terrenos o su definitivo traslado a alguna de las barriadas de nuevo cuño que se estaban edificando.

Se daba por tanto una especie de chabolismo planificado y consentido por el propio Consistorio, que al menos trataba de solventar el problema en la medida de sus posibilidades. O de limpiar su conciencia, que cada cual escoja.

Un ejemplo de todo lo que estamos hablando lo teníamos precisamente en la zona que nos ocupa, sobre lo que hoy son las barriadas de Los Pajaritos y La Candelaria, donde se asentaban las chabolas del llamado poblado de Villalatas.

Camiones, recuas de mulos, presos de la RanillaVillalatas desaparecía y en su lugar se abrían las zanjas que contendrían las zapatas de los nuevos bloques de pisos. El hormigón brilla por su ausencia, muros de carga para 3, 4 y hasta 5 plantas de altura. Así ha ido la cosa: viviendas humildes para gente humilde. Hoy Los Pajaritos aguarda a la espera de su rehabilitación integral dado el lamentable estado en que se encuentra su estructura, y el que escribe puede dar fe de ello. El mismo camino han seguido otros barrios de la época como Regiones Devastadas. Lo que es innegable es que su función originaria la cumplieron con creces, hoy la pelota está en otro tejado y ya veremos cómo se responde.

Pero bueno, demos paso a la auténtica estrella de la imagen: el acueducto que la atraviesa diagonalmente, los Caños de Carmona.

No nos llevemos a engaño, lo que vemos en la foto es lo que por ese entonces quedaba de los mismos. Precisamente donde les perdemos la pista, en lo que hoy es el cruce de las calles Leonardo de Figueroa y Padre Pedro Ayala, era donde se cortaban. Ciudad adentro lo único que quedaba era lo mismo que hoy, es decir, los dos tramos de Luis Montoto. El resto simplemente estorbaba.

Y en sentido contrario, siguiendo lo que sería la Avenida de Andalucía, mas de lo mismo, acabándose en la Hacienda de la Negrilla. Aunque en este caso el motivo de su desaparición era bien distinto, ya que fueron utilizados como material de construcción en las chabolas y viviendas de las que se habló anteriormente. Cuando menos curioso.

Con esto quiero decir que, a pesar de lo que vemos en la fotografía, no vayamos a pensar que en los cincuenta los sevillanos bebían de la misma agua que Almotamid. Este tramo, felizmente, aún estaba indultado, aunque por poco tiempo.

Quizás uno de los motivos de ese indulto se debía a que en ese punto alcanzaba uno de los hitos mas espectaculares de todo su recorrido al salvar el obstáculo que atraviesa la imagen de lado a lado, que no es otro que el Tamarguillo, llamado por estos lares Ranilla, mediante una triple arcada con la que se sorteaba la depresión natural que conformaba el cauce del arroyo, para discurrir hacia la Puerta de Carmona por lo que hoy sería la calle Leonardo de Figueroa.

A la derecha, paralelo a los Caños y también para salvar el Tamarguillo, se situaba el famoso Puente de Ranilla, junto al de Marqués de Pickman y el de la Juncal (en el Matadero) uno de los tres únicos puntos por los que podían los sevillanos atravesar el arroyo.

Hito importante en la Sevilla de la época, no sólo prolongaba la calle Oriente hacia la carretera de Alcalá sino que en sus inmediaciones, en una zona que se encontraba a la derecha de la imagen, se unían al Tamarguillo las aguas del Tagarete, desviado desde hacía algunos años en la Fuente del Arzobispo (cerca de Calonge).

Tampoco se ve la Huerta de Ranilla ni su famosa Venta, que como ya hemos podido adivinar da nombre a casi todo lo que aparece y sobre la que se asienta en la actualidad el Polígono Carretera Amarilla. Por el contrario, sí que se adivinan tras árboles y arroyo los cultivos, aún en funcionamiento, de otra de las huertas históricas de esta zona extramuros de los extramuros hispalenses, la del Huracán, sobre la que hoy estaría el Centro Comercial Los Arcos.

Siguiendo con el barrido de la foto, tenemos al otro lado de los Caños la antigua Prisión Provincial, llamada, como no podía ser de otra forma, Cárcel de Ranilla. Edificada en tiempos de la República (año 1933) para reemplazar a la obsoleta Cárcel del Pópulo (actual Mercado de Entradores), las casualidades de la vida quisieron que prácticamente la estrenaran los presos republicanos.

En la actualidad es un inmenso solar en el que, como se dijo antes, se está construyendo un parque así como otros equipamientos de los que hasta ahora carecía la zona, como un centro cívico o una jefatura de policía. Y, por supuesto, es el objetivo de uno de los blogs de nuestro amigo Antonio.

Otro ilustre veterano que aún se mantiene en pie pero que dentro de poco pasará a mejor vida (punto limpio en esto de la edificación) es, como no, la Fábrica de la Cruzcampo, cuyas oficinas y naves asoman a la derecha de los Caños.

Y al fondo el progreso. El barrio de Nervión crece al compás de la calle Luis Montoto, entonces Oriente y antes Industria, que avanza posiciones flanqueada por grandes bloques de pisos, como el Grupo de Viviendas del Marqués de Urquijo, que destaca en altura donde se cruza la actual Avenida de la Cruz del Campo y que, junto a edificios de similar talla y tipo, había encajonado al Templete que daba nombre a la zona, difícilmente apreciable tras un ventorrillo ya desaparecido.

Los nuevos tiempos, las nuevas necesidades, la nueva Sevilla: un rodillo que inexorablemente se llevaría por delante, en unos casos para bien, en otros por desgracia, todo lo que tenemos en el primer plano de la imagen. Huertas, arroyo, acueducto, campos… El tiempo no pasa el balde y cobra peaje.