28 de septiembre de 2008

Hombre de Piedra

La semana pasada salían a la luz nuevos restos de Híspalis. Unas obras en la calle Orfila dejaban al descubierto lo que queda de un pequeño tramo de la antigua muralla romana que cercaba la ciudad, tramo que con suerte será de nuevo enterrado (no es la primera vez que aparece este tramo ya que tampoco es la primera vez (ni la segunda, ni la tercera…) que se hacen obras en Orfila) una vez se hayan efectuado los pertinentes estudios y muestreos del mismo.

Repito, con suerte, porque hace unos años otros hallazgos de la misma época encontrados en la aledaña calle José Gestoso fueron a parar a una escombrera. Así que no hay que dar en estos casos nada por definitivo por lo que pueda suceder.

Poco nos queda de la Sevilla romana: tres columnas (ampliables a cinco según la tradición), lápidas, estatuas y, sobre todo, un sinfín de conjeturas y de hipótesis. Y es que, aunque pueda parecernos extraño, Híspalis es una ciudad prácticamente desconocida.

A lo largo de los siglos ni historiadores, ni arqueólogos ni estudiosos se han puesto de acuerdo a la hora de esbozar el plano de la ciudad romana. Siempre son conjeturas, desde la ubicación del foro y de las calles principales (cardo y decumano) hasta la situación de los edificios típicos y representativos de la cultura, como templos, teatro, circo, etc.

Y es que cada nuevo descubrimiento echa por tierra las antiguas teorías; sin ir mas lejos, uno de los últimos hallazgos encontrados con motivo de las obras de la Piel Sensible, un gran aljibe que se ha llevado siglos oculto bajo la Plaza de la Pescadería, ha puesto completamente en jaque la hipótesis de que el antiguo Foro se encontraba en la Plaza de la Alfalfa. Y así cada vez que se abre una zanja en el centro de la ciudad….

Pese a todo, hay algo en lo que si parece haberse alcanzado en los últimos años un cierto “consenso”, y es en los límites de la urbe. Y digo en los últimos años porque tradicionalmente dichos límites se suponía que eran los mismos de la muralla almohade, aunque investigaciones y hallazgos recientes han constatado que Híspalis tenía unas dimensiones bastante mas reducidas que las de la ciudad que encontró Fernando III en 1248 y que, prácticamente, ha durado hasta hace poco mas de 100 años.

Este tramo recién sacado a la luz pertenecía, como es suponer, a dicha muralla, que viniendo desde la zona de la Catedral y pasando por Álvarez-Quintero y Cuna, enfilaba esta calle Orfila, para seguir luego en línea recta hasta la iglesia de San Andrés y después, continuando por la calle Cervantes, llegar hasta la iglesia de San Martín.

La existencia de estos tramos de muralla, en muchos casos aún enterrados bajo el subsuelo de la ciudad como el que estamos tratando, ha provocado que muchas calles tengan desniveles bastante pronunciados y en ocasiones, como por ejemplo en la plaza de San Martín o hasta hace poco en la misma calle Orfila (concretamente en la acera de la fachada de la oficina de El Monte), auténticos escalones de considerable altura.

Pero no solo hay tramos de muralla bajo el suelo que pisamos, ni mucho menos; aunque el verdadero problema es que no sabemos siquiera lo que podemos encontrarnos al excavar. Otros ejemplos los tenemos en el solar desenterrado en la plaza de la Encarnación o los enterramientos de la calle San Luis.

Mas antiguas y mucho mas populares son las columnas de la calle Mármoles; excavadas al derribar una vieja casa en 1886, se conocía su existencia al menos desde 1574, cuando el Conde de Barajas extrajo otras dos que estaban también en el mismo lugar para colocarlas en la Alameda, donde aún hoy día se encuentran. La rotura de una sexta durante su traslado parece ser que hizo recapacitar al asistente, que al menos dejó las 3 restantes en su ubicación original.

Tampoco se ponen de acuerdo los historiadores a la hora de explicar el origen de estas columnas, que para unos pertenecieron a un templo dedicado a Hércules mientras que para otros son los restos de alguno de los edificios civiles que debió haber en la zona. Lo dicho, todo hipótesis.

Y todavía hay más casos de este “reciclaje arqueológico”, aunque a una escala algo mas pequeña que y de menos valor artístico: desde las lápidas funerarias que se encuentran a los pies de la Giralda hasta la concha o “venera” de la antes citada calle José Gestoso, que adorna el centro geográfico de la ciudad antigua.

En la esquina de las calles Prada y Pedro Miguel se sabe de la existencia de los restos de una estatua romana, concretamente de sus piernas, hasta el siglo XVIII. De hecho, y no precisamente en un alarde de originalidad, Pedro Miguel se llamó hasta entonces calle Piernas (a saber lo que fue de las mismas….)

Pero claro, si hablamos de estatuas romanas y de calles es imposible no hacer referencia al Hombre de Piedra.

En una hornacina a ras de suelo, en la confluencia de la calle a la que da nombre con Medina, se encuentra el torso desnudo de una estatua de mármol de origen romano que parece haberse quedado atrapada en el hueco desde tiempos inmemoriales.

Quizás la estatua no tenga ya mucho valor, quizás ya no merezca la pena llevarla a un museo, quizás lo mejor es que se quede ahí, en la hornacina a ras de suelo, hasta que la silueta masculina termine definitivamente por difuminarse y se convierta en un monolito informe de mármol; quizás termine sus días, 2000 años después o 3000 o quién sabe… en una escombrera como los sillares de José Gestoso o posiblemente las piernas de la calle Pedro Miguel; es difícil vaticinar lo que deparará el futuro a esta estatua…. Lo único cierto e inequívoco es que estas cosas solo pasan en Sevilla.

Nadie sabe a ciencia cierta por qué está ahí nuestro Hombre de Piedra; su origen está vinculado, como no podía ser de otra forma, a una serie de conjeturas que en este caso son también adornadas por una leyenda con cierto trasfondo moralista, como nos gustan aquí.

Hay que remontarse al siglo XIV, a los últimos años del reinado de Juan I, monarca castellano que, pese a haber estado prácticamente desde su juventud enfrascado en guerras y contiendas de lo más variado, consigue encontrar un hueco en su agenda para dictar una serie de leyes con las que reorganizar el reino, bastante tocado tras la Guerra Civil que había entronizado a su dinastía (los Trastámara y mas concretamente a su padre, don Enrique) en detrimento del rey Pedro I.

Dichas leyes serán expedidas en Guadalajara en el año de 1390 y en una de ellas, concretamente la número 11, se obligaba a todo aquel que se topase con el Altísimo Sacramento a arrodillarse bajo pena de perder la cabalgadura o 600 maravedíes. Una campaña de tráfico en toda regla, adaptada al siglo XIV por supuesto.

Esa misma ley fue años mas tarde, en 1714, grabada en una lápida y colocada en la esquina del Salvador con la calle Villegas por la Archicofradía del Santísimo Sacramento, emplazamiento en el que aún hoy se conserva.

Y apoyándose en dicha Ley 11 del rey don Juan es donde entra la parte legendaria del Hombre de Piedra, ya que según la tradición un tipo, que ha pasado a la posteridad como Matías “el rubio, se negó a postrarse ante el paso de una comitiva que llevaba la extremaunción a un enfermo, cayéndole ipso facto un rayo que lo transformó en la estatua que hoy podemos contemplar y por muy poco casi pisar.

En definitiva, o si lo quieren llamar moraleja mejor aún; que el bueno (o el malo) de Matías está en estos momentos expiando sus pecados en una hornacina transformado en piedra… Afortunadamente para algunos la ley 11 ha perdido vigencia, porque si no el Domingo de Ramos tendríamos mas de una estatua con chaqueta blanca y mallas de rayitas.

Conviene aclarar que el motivo de la colocación de la placa no es precisamente por recordar la afrenta de Matías al Sacramento, sino que viene de algunos hechos acaecidos en la zona del Salvador relacionados con el mismo tema y que tienen fecha e incluso nombres y apellidos. Sin ir mas lejos, según cuenta Passolas Jaúregui, el 25 de Mayo de 1824 se originó una pelea entre los voluntarios partidarios de la monarquía que escoltaban la procesión y un grupo de soldados que estaban viendo el discurrir de la misma.

Hasta aquí la leyenda y, a partir de ahora, las conjeturas. La idea mas generalizada es que la estatua perteneciera a unas termas romanas que se encontraban en la zona y que continuaron vigentes durante la época musulmana como “Baños de la Estatua”.

Pero es una hipótesis que considero algo dudosa por varios motivos; el primero y principal, la zona de Hombre de Piedra, es decir, la collación de San Lorenzo, quedaba extramuros de Híspalis y, lo que es mas significativo, mas allá del brazo del Guadalquivir que penetraba por la Barqueta y desembocaba en García de Vinuesa (calle de la Mar).

El hecho de que estuviera en la orilla opuesta de la Alameda, que aún en la Edad Media (y estamos hablando de la época romana…) era una gran laguna en la que había incluso una barcaza atracada (precisamente en la calle Barco) para aquellos que quisieran atravesarla, hace poco probable que se ubicara un edificio tan sofisticado y complejo como unas termas en un terreno que, como mínimo, debía ser bastante inundable y al que sería muy difícil abastecer de agua potable.

Lo mas lógico es que unas termas se edificaran al amparo de la muralla, como las de San Ildefonso o las recientemente descubiertas en Placentines. Incluso las piernas de la calle Pedro Miguel, más cercanas al trazado de la muralla, podrían provenir de alguna edificación de ese estilo. Pero unas termas romanas en ese emplazamiento lo veo dudoso.

El hecho de que pertenecieran a unos baños árabes también lo pongo en duda; no la existencia de los baños, ya que una vez urbanizada la zona por los almohades es muy probable que se crearan establecimientos de este tipo (menos sofisticados y complejos en esta cultura que en la romana) en esta calle, como por ejemplo se crearon en la vecina calle Baños; pero hay que recordar que la religión musulmana no es muy proclive a las representaciones iconográficas humanas, por lo que es dudoso que fueran presididos por una estatua con forma de persona. Aunque también es verdad que hay noticias de que en Al-Andalus se tomaba vino...

Probablemente, desde mi punto de vista, la estatua perteneciera a una villa o a alguna zona de recreo que, con el paso de los siglos y las crecidas del río, quedó sepultada como la inmensa mayoría de la antigua ciudad romana hasta que, ya dentro del perímetro amurallado tras la ampliación almohade y, por tanto, con un terreno mas desecado y estable, reaparecería en el transcurso de una excavación, siendo reutilizado por su nuevo dueño.

Nuevo dueño que, a medio caballo entro lo original y lo hortera, tuvo la genial idea de innovar en el arte de los guardacantones sevillanos y, frente a las típicas ruedas de molino y las columnas (en muchos casos también de origen romano) que se solían colocar en las esquinas y en las calles estrechas, no se le ocurrió otra cosa que embutir la estatua en una hornacina desde la que saludar a los transeúntes que llegaran por la calle Medina y de paso facilitar el giro en dirección hacia la Alameda como si de una señal de tráfico se tratara.

Pero claro, y repito una vez mas, estamos ante conjeturas y suposiciones (en este caso personales), ya que cualquiera sabe desde cuando se encuentra ahí la estatua. O Matías… quién sabe….

Para mis amigos Miguel Andréu y Carmen; más vale tarde...

21 de septiembre de 2008

Sobre Darwin, palomas y estatuas con pinchos

En mi infancia las palomas eran unos pájaros bastante simpáticos. Prácticamente todos los recuerdos que guardo de esa época en que aparecen estas aves son de momentos y situaciones agradables: los dibujos y murales las clases de Pretecnología representando la paloma de la paz con su ramito de olivo en el pico; las luminosas mañanas de domingo en el Parque de María Luisa (por aquel entonces Parque de las Palomas) con la típica fotografía completamente cubierto de plumas blancas en las que apenas se ve la mano aguantando los arvejones con que les daba de comer; las carreras siempre inútiles en la Plaza del Salvador detrás de un ave que, sobrada de confianza, no llegaba nunca a levantar el vuelo…

Pero los años pasan, uno crece y, de repente, aparecen palomas por todos lados: en el barrio, en las plazas, estatuas, farolas, semáforos… en todos los rincones posibles. De pájaro idílico, pasa a ser un elemento habitual de las calles; es cuando te das cuenta de que no todas las palomas son blancas, que también las hay grises... e incluso negras.

Y todo se dispara cuando llega la hora de comprarse un coche, que es cuando pasan a convertirse en un serio problema para la carrocería del mismo y por ende, para la economía personal… Y ya sabemos lo que pasa cuando se toca el bolsillo (y mas en tiempos de crisis)

Uno empieza a idear métodos y estrategias para combatir y prevenir los efectos nocivos de los excrementos de estas otrora simpáticas aves convertidas ahora en molestos enemigos; y entonces te das cuenta que a tu alrededor hay dispuesta toda una maquinaria de guerra a gran escala para luchar contra estos animales a los que alguien que no las amaría mucho precisamente (supongo que tendría un coche bastante grande y caro) denominó alguna vez “ratas del aire”.

Desde particulares a instituciones públicas, la guerra a la paloma está absolutamente extendida por toda la ciudad con un despliegue de medidas, en muchas ocasiones, bastante curiosas.

De esta forma, es habitual ver en los balcones y terrazas de muchas calles sevillanas una gran variedad de objetos en los que los vecinos han encomendado sus esperanzas de ahuyentar estos pájaros; objetos que van desde simples bolsas de basura atadas en las barandas a los tradicionales y coloridos molinillos de papel, pasando por utensilios tecnológicos de última generación en desuso, esto es, cedés estropeados colgados de cuerdas, que por cierto suelen ser mas eficientes que bolsas y molinillos (no es que sople mucho el viento en nuestra ciudad como para hacer girar el artilugio) aunque resulten menos vistosos.

Sin embargo, el mayor derroche de medios lo tenemos sobre todo a nivel público: estos abarcan desde soluciones naturales, que suelen ser los verdaderamente nocivos para estas aves, como el control de su población, o lo que es lo mismo, eliminarlas para que no sean muchas; hasta la genial idea de introducir una colonia de primillas en el entorno de la Catedral, que, si bien al principio mantuvo a raya la colonia de palomas de la zona centro, al extenderse por la ciudad está causando verdaderos estrago entre los canarios y demás pájaros domésticos que viven en terrazas y azoteas (¿para qué cansarse volando detrás de un pájaro cuando puedo coger otro que está dentro de una jaula?)

Pero son las medidas puestas para proteger monumentos y estatuas las que llaman realmente la atención, sobre todo la colocación de pinchos y alambres de punta para evitar que los pájaros se posen y hagan sus nidos.

El resultado es que podemos ver iglesias absolutamente blindadas a los pájaros como la iglesia de San Lorenzo, donde no se salva ni siquiera la cruz que remata la puerta de entrada al templo. Cornisas, hornacinas, pináculos… un espantapájaros gótico-mudéjar en toda regla.

Algo más ridículas han quedado algunas estatuas que también han sido “impregnadas” de estas soluciones anti-palomas, especialmente la de Daóiz en la Plaza de la Gavidia y la de San Fernando en la Plaza Nueva; los pinchos en punta, que desde lejos apenas se aprecian, dan lugar a imágenes insólitas (y por qué no decirlo, algo “cutres”) cuando nos acercamos: de esta forma la espada del héroe de la Guerra de la Independencia se transforma en un rastrillo mientras su popular pie aumenta varios centímetros con los alambres.

Y no le va a la zaga San Fernando, ya que en la estatua del Santo Rey no se salvan ni el caballo (con las extensiones metálicas de sus crines), ni Ramón Bonifaz y demás prohombres ilustres que bordean el monumento. De blandir una espada para conquistar Sevilla a aguantar un pincho para espantar palomas… a veces la historia no solo no pone a uno en su sitio, sino que encima parece que se ríe de él….

Pero en muchas ocasiones estos esfuerzos son en balde, ya que las palomas parece que se adaptan a todo tipo de medios y situaciones, en fin, son supervivientes natas.

Ya la dijo Charles Darwin cuando hablaba de la selección natural:

aquellos miembros (de una especie) con características
mejor adaptadas sobrevivirán más probablemente

Así pues, aunque haya habido entre la población de palomas alguna que otra baja en esta guerra sin cuartel contra el ser humano y sus circunstancias, poco a poco hay especimenes que se están adaptando a la vida entre pinchos y saliendo adelante, para desdicha de los que tengan que sufrirlas.

Como muestra esta familia de palomas que, en plan fakir, conviven con alambres de punta como si tal cosa en uno de los ventanucos de la planta alta de una tienda de zapatos en la calle Córdoba.

Ni los pinchos, ni la cercana colonia de cernícalos que habita en los altos de la Iglesia del Salvador, ni el continuo bullicio de gente en una de las calles mas transitadas de la ciudad, ni siquiera la espantosa visión de las cercanas farolas sensibles de la Plaza de la Alfalfa parecen haber inmutado a esta familia palomil a la hora de elegir un lugar donde plantar su nido. Cualquier sitio es bueno para echar raíces, mas aún inmersos como estamos en esta crisis inmobiliaria, que parece que ha llegado hasta para las palomas.

16 de septiembre de 2008

Los Almacenes del Rey

Corría el año de 1735. Sevilla, otrora una de las ciudades mas importantes tanto económica como culturalmente del mundo conocido, cabeza visible del Reino de España, nexo de unión entre el Viejo y Nuevo Continente, se hallaba sumida en una creciente y galopante crisis.

Los estragos causados por la terrorífica epidemia de peste de 1649, que había enterrado la mitad de los habitantes de la ciudad (mas de 60.000 personas cuentan las crónicas); la pérdida progresiva (y efectiva desde 1717 con el traslado de la Casa de la Contratación a Cádiz) del monopolio comercial con las Indias; los graves problemas sociales en una población desestructurada y decadente; la falta de recursos económicos alternativos a los tradicionales heredados de la época musulmana; toda una conjunción de factores negativos habían llevado a la ciudad a un camino de muy difícil salida.

Conocedores de la delicada encrucijada en la que se encontraba la ciudad, el Gobierno de Felipe V establece una serie de medidas con el objetivo de reflotar, al menos en todo lo posible, la ahora paupérrima economía hispalense; de esta forma se traslada la Fábrica de Tabacos de su ubicación original en la actual Plaza de San Pedro a una zona situada entre la Puerta de San Fernando, San Telmo y el Convento de San Diego llamada de las calaveras, donde se crearía una importantísima industria tabaquera que prácticamente ha durado hasta nuestros días; cerca del Río, en esta ocasión junto a la Puerta de Triana, se crea otro edificio industrial, en este caso destinado al acopio de materias primas, en concreto madera: los Almacenes del Rey, también conocidos como Almacenes de Maderas del Segura.

El enclave elegido para el edificio, conocido como Afueras de la Puerta de Triana, era desde el punto de vista estratégico prácticamente perfecto: junto a la Puerta de Triana, una de las mas activas y bulliciosas de la ciudad, el Almacén estaba situado a los pies del Puente de Barcas que unía la ciudad con el arrabal trianero y con la comarca del Aljarafe; y cerca de las Reales Atarazanas, a las que abastecía de madera en la labor de reparación y construcción de barcos y navíos.

Era un edificio de una sola planta, de corte neoclásico aunque con algunas “licencias” como los pequeños torreones de vigilancia que marcaban las esquinas del mismo. Otros elementos salientes como los pequeños frontones a modo de ventanas o las gárgolas en forma de cañón para el desagüe de la cubierta, sumadas al perímetro totalmente delimitado por arcos de medio punto hacían que se tratara de una obra bastante particular y, sobre todo, bastante elegante y monumental para el uso que en realidad tenía.

Fototeca de la Universidad de Sevilla

También era curioso el funcionamiento de estos almacenes; al mas puro estilo de las películas del Oeste, los árboles talados en la lejana Sierra de Segura, junto a las fuentes en que nacía el Guadalquivir, eran arrastrados río abajo por las aguas hasta su llegada a Sevilla, donde quedaban los troncos atrapados entre las barcazas que mantenían a flote el puente de barcas que en la época unía Sevilla y Triana. En este tamiz fluvial se recogían los maderos que eran almacenados en el edificio recién creado, desde donde se repartían posteriormente según las necesidades del momento, una de las cuales era precisamente reparar el mismo puente de los desperfectos ocasionados por la riadas.

Pero la significación de los almacenes tiene aún mas valor si tenemos en cuenta que fue, junto a la medianera Lonja del Bacalao uno de los primeros edificios creados en una zona que con la entrada del nuevo siglo se convertiría en uno de los principales motores de la nueva era industrial en que Sevilla estaba entrando.

Potenciado aún mas este aspecto con la llegada del ferrocarril a la cercana y recién creada Estación de Córdoba, la zona se convierte poco menos que en un vivero de empresas y fábricas pioneras en la ansiada modernización de la ciudad, como la Fábrica de Jabones de Juan Bautista Conradi, la fábrica de la Catalana de Gas o la Fundición de Hierro de los hermanos Portilla.

El desarrollo de la zona adquiere todavía mayor magnitud cuando se inaugura el Puente de Isabel II, que pone fin a la historia del puente de barcas y de camino deja a los Almacenes del Rey sin una de sus funciones y, curiosamente, sin rudimentario transporte fluvial de troncos, que llegarán desde ahora vía ferrocarril. Pero el impulso definitivo a las Afueras de la Puerta de Triana estaba aún por llegar.

Es curioso, pero la Plaza Nueva es fundamental para el desarrollo urbanístico de la zona; recién creada la Plaza tras la demolición del Convento Casa-Grande de San Francisco, el Ayuntamiento se había encontrado con un grave problema y era la idncapacida económica de sufragar los gastos para adecentar este nuevo espacio que estaba llamado a ser el eje central de la vida de la ciudad.

Esta precariedad económica lleva a plantearse seriamente la posibilidad de derribar el mismísimo Ayuntamiento, con el doble objeto por un lado de unir Plaza Nueva y Plaza de San Francisco creando una inmensa Plaza en pleno centro de Sevilla y por otro de evitar los gastos que suponían la creación de la fachada del mismo Ayuntamiento a la Plaza Nueva; recordemos que el edificio consistorial solo tenía una fachada, que era la que daba a la Plaza de San Francisco, mientras que la otra era una simple medianera con el Convento Casa Grande; de esta forma cuando se demuele San Francisco el Ayuntamiento se ve en la necesidad de tener que labrar una nueva fachada plateresca en pleno siglo XIX que de a la recién creada plaza. O, como se ha dicho, derribar el edificio y quitarse de problemas. Afortunadamente se optó por la primera opción.

Pero claro, había que sacar dinero de hasta debajo de las piedras, y la mejor opción era subastar las nuevas parcelas creadas tras la construcción del Puente de Isabel II.

Se crea una vía principal (Reyes Católicos) a cuyos lados nacen dos nuevos barrios para la ciudad, el de la Cestería a la izquierda y a la derecha la zona del Campo de Marte, que abarcaba desde la Puerta de Triana a la Real, y donde quedaba encuadrado el Almacén de Maderas del Segura, que queda incrustado entre nuevas edificaciones; tanto es así que desaparece la fachada Este del almacén al unirse con el nuevo edificio creado en el solar de la antigua Lonja del Bacalao.

La zona se desarrolla rápidamente ya que las principales familias de la ciudad invierten en los nuevos terrenos; pero claro, todo tenía su precio y si bien supuso la definitiva integración de la misma en la ciudad con la creación de nuevas calles y espacios residenciales, desde el punto de vista histórico y artístico el bagaje es bastante peor, ya que tanto fue el auge que alcanzó la zona que las viejas murallas y puertas de la ciudad se convirtieron en obstáculos insalvables para la evolución de los nuevos barrios; tanto que fueron definitivamente condenadas a la piqueta, desapareciendo para siempre joyas del patrimonio de la ciudad como la citada Puerta de Triana.

Sin embargo, como reza la canción, “todo tiene su fin…”; y las antiguamente inhóspitas Afueras de la Puerta de Triana empiezan a convertirse poco a poco en una de las mejores zonas residenciales de la ciudad, lo cual tiene un efecto inmediato sobre las edificaciones fabriles, que o bien desaparecen o bien son trasladadas hacia otros lugares mejor acondicionados para el uso industrial.

Los Almacenes del Rey caen en una profunda decadencia que roza el abandono, cegándose las puertas que daban a la calle Arjona y sumiéndose en un estado casi ruinoso; ante esta situación precaria, lo mas lógico habría sido demoler el edificio, como sucede casi siempre que en esta ciudad se presenta ese problema; pero, sin que sirva de precedente, se opta por conservar los antiguos almacenes.

De esta forma, el edificio es primero reestructurado en 1927 para ser definitivamente reformado en los años 40 con la ejecución de una serie de obras que no solo significaron un cambio radical en su uso, sino en su propia fisonomía.

Los arquitectos Balbotín y Delgado Roig redactaron de esta forma un proyecto por el que se amplió el edificio en dos nuevas plantas, dejando la baja como un local diáfano en el que instalará sus dependencias la empresa Damas. En planta alta, tal y como sigue hoy día, se crearon 20 viviendas y un ático.

La ampliación respetó escrupulosamente las trazas neoclásicas originales del edificio, tanto que hoy día resulta difícil apreciar a simple vista las diferencias entre ampliación y edificio original.

La recién creada estación de autobuses entraba de lleno en clara competencia con el también recién creado Mercado de Entradores, antigua Cárcel del Pópulo, donde tenía su sede la empresa de A. Jiménez.

En la nueva estación de Damas los autobuses entraban por la fachada a la calle Segura, donde hoy se encuentra el taller de reparación de Mercedes, para salir por la puerta trasera a la calle Arjona, desde donde partían hacia sus destinos, principalmente la zona de Huelva.

De centro industrial de Sevilla a eje de las comunicaciones de la ciudad, el viejo almacén de maderas había conseguido adaptarse una vez mas a los nuevos tiempos y, por fortuna mantenerse en pie.

A su alrededor todo cambiaba de nuevo vertiginosamente: se derribaban las pocas fábricas y almacenes que subsistían junto a las viviendas de mediados el siglo XIX mientras se levantaban bloques de pisos cada vez mas altos que prácticamente engullían la ya maltratada ala Este del edificio, definitivamente desaparecida entre los nuevos bloques.

Y claro, todo se precipitó aún mas a finales de los años 80: la Estación de Córdoba quedaba en desuso con el traslado del ferrocarril a la recién creada Estación de Trenes de Santa Justa mientras que justo enfrente se edificaba la Estación de Plaza de Armas, un edificio en el que se centralizaban las estaciones de autobuses de la zona y que dejó una vez mas sin uso los bajos del antiguo almacén de maderas ya que la empresa Damas se traslada a la misma. Nuevamente, el edificio tiene que reinventarse, en esta ocasión como concesionario de la casa Mercedes.

Así, todo el frente a la calle Arjona es ocupado por dicho concesionario, cuyos talleres se ubican en la fachada Sur, la antigua entrada a la Estación. El resto se utilizaría como aparcamiento privado, accediéndose al mismo por la misma puerta donde antaño salían los autobuses camino de los pueblos y playas onubenses.

De esta forma ha llegado el Almacén de Maderas del Segura hasta nuestros días; sin duda, un raro ejemplo de edificio que, por un motivo u otro, se mantiene en pie a pesar de los múltiples cambios que se han dado a su alrededor y en su mismo interior; pero, sobre todas la cosas, un buen trozo de historia viva de la ciudad que quizás suele pasar desapercibido la mayoría de las veces, como la lápida ilegible que saluda en su fachada a la calle Segura, en la que probablemente se hable de un pasado bastante lejano, tan lejano como los tiempos en que los troncos quedaban encallados entre las barcazas del viejo puente de Triana.

10 de septiembre de 2008

El Humilladero de San Onofre: cómo olvidar el pasado

Desde sus orígenes Sevilla ha sido un cruce de caminos. Por tierra, agua e incluso aire, mas de dos mil años siendo punto de partida, punto de llegada y lo que es mas importante, punto de encuentro.

Por las puertas de Híspalis pasaban la Vía Augusta y la Vía de la Plata; de esas mismas puertas salieron las rutas que durante siglos fueron nexo de unión entre los rudos reinos cristianos del norte y el floreciente universo musulmán, en una época en que se ponían en Isbilya las primeras piedras del alminar que, años mas tarde y con un Nuevo Mundo por descubrir, sería el faro de los barcos y de los sueños que marchaban río abajo hacia las Indias; el mismo alminar que, ya en el siglo pasado y convertido en torre de uno de los mayores templos de la cristiandad, fue testigo privilegiado de la salida de dos de las gestas mas importantes de la aviación española, los vuelos del “Jesús del Gran Poder” y del “Cuatro Vientos”, ambos un éxito en su objetivo pero con suerte desigual para su tripulación.

Como se ha dicho, uno de estos caminos era la Ruta de la Plata; desde el Norte, la vieja calzada romana arribaba a la ciudad por un trazado que hoy día aún es reconocible: entrando por la avenida Sánchez Pizjuán, enfilaba Don Fadrique para, pasando por San Luis y Bustos Tavera, morir a los pies de una de las antiguas puertas de Híspalis, la que se encontraba en Santa Catalina. Siglos más tarde, cuando el recinto amurallado de la ciudad se amplió y fue demolida esta puerta romana, la entrada se trasladó a la actual Puerta de la Macarena y la calzada romana pasó a llamarse Cañada Real, puesto que por este camino decidieron los reyes hacer sus entradas en la ciudad.

También conocida como Calzada de los Macarenos, de la Algaba o de San Lázaro, fue una vía muy transitada, lo que provocó que en sus aledaños aparecieran edificios y servicios especializados en los muchos viajeros que constantemente frecuentaban la calzada: posadas, hospederías, ventas….

Tan grande fue la importancia adquirida por este camino que en 1259 Alfonso X funda a sus pies el Hospital de San Lázaro y dos siglos mas tarde, en 1414, el religioso fray Diego Martínez hace lo propio con el Monasterio de San Jerónimo de Buenavista. Ambas edificaciones, junto al Hospital de las Cinco Llagas ya mediado el siglo XVI, serán fundamentales para el devenir de esta antigua calzada y su posterior desarrollo, ya que han sido el germen de edificios que hoy días son auténticos referentes en la vida de la ciudad; así, vinculado al Hospital de las Cinco Llagas se crea el Virgen Macarena mientras que junto al Hospital de San Lázaro se crearía el Cementerio de San Fernando.

Asociado al monasterio de San Jerónimo se ubicó en el cruce de las veredas que conducían a Brenes y a Cantillana el Humilladero o Templete de San Onofre, una sencilla construcción sustentada en cuatro columnas en cuyo interior estaba situada una estatua del santo eremita.

Según se desprende de los textos de Fermín Arana de Varflora, pudiera ser que en su origen estuviera situado en el lugar un Hospital relacionado con el gremio de los trabajadores de la seda que, ante el gran número de edificaciones hospitalarias existentes en la ciudad, fue clausurado sobre 1578 en un intento del Cabildo hispalense de centralizar estas instituciones. De esta forma, perdería importancia a favor del cercano San Lázaro y es de suponer que quedara reducido primero a ermita y luego tan sólo al templete.

Los humilladeros eran edificaciones situadas en un límite o en un cruce de caminos donde se veneraba un símbolo religioso que ayudaba al caminante durante su viaje y de paso lo aliviaba espiritualmente. Aunque era una construcción bastante común, en la actualidad en Sevilla sólo quedan dos, este de San Onofre (aunque en la actualidad el santo eremita está en paradero desconocido y su lugar es ocupado por un Sagrado Corazón) y el de la Cruz del Campo (mas conocido y popular), si bien en la provincia hay mas ejemplos de estas construcciones, como por ejemplo en Alcalá del Río.

Según cuenta la tradición popular, el Templete de San Onofre está ligado a San Fernando, cuyo caballo parece ser que se paró en el lugar cuando el Santo Rey se prestaba a conquistar la ciudad; de todas formas, lo mas seguro es que se trate de una construcción de la época de los Reyes Católicos, es decir, de finales del siglo XV, si tenemos en cuenta su estilo gótico-mudéjar y la fecha de finalización de las obras del monasterio de San Jerónimo, al que pertenecía como ya se ha señalado.

Después de ser clausurado el hospital y convertido en ermita, San Onofre fue perdiendo protagonismo en la vida de la ciudad y prácticamente su función quedó limitada a señalar el cruce de las dos veredas que fueron su origen; pese a todo, es curioso que hasta el santo se dirigían las viudas que deseaban tener segundas nupcias, según nos señala Diego Ortiz de Zúñiga, otro de los cronistas de la Sevilla antigua. Y es que las tradiciones en esta ciudad siempre han tenido bastante peso, aunque mas de uno no lo vea o no quiera verlo.

De todas formas, aún estaban por llegar tiempos peores para el Templete; la decadencia del Monasterio de San Jerónimo, que primero fue usado por el ejército francés como cuartel de caballería y mas tarde sufrió el apuntillamiento de Mendizábal y su desamortización, fue también acusada por el Humilladero, que prácticamente se abandonó a su suerte, hasta el punto de quedar integrado en una venta que se fundó en el lugar, que como se puede suponer era perfecto para este tipo de negocios: la Venta del Santo.

Esto fue letal para el viejo Templete, que perdería para siempre a su imagen titular y por poco si se pierde dentro de la misma venta, ya que una parte de ésta se adosó completamente a uno de los lados de la capilla, que quedaría de esta forma oculta durante largos años.

Sin duda, fue un punto de inflexión en la historia de San Onofre; a pesar de todos los problemas y de la progresiva decadencia a que se había visto precipitado desde casi su misma fundación, su inclusión dentro de la Venta significó su práctica desaparición a los ojos de todos, hasta que en 1914, en unas obras de reforma, fue descubierto y puesto en valor por don Miguel Sánchez-Dalp, de quién ya se ha hablado previamente en la entrada de la Plaza del Duque.

Pero el empeño de don Miguel en recuperar para la ciudad este antiguo monumento es en principio baldío: su estado de conservación es lamentable y no queda mas remedio que, prácticamente, reinventar de nuevo el viejo Templete: se coloca una cruz a modo de veleta proveniente de una de las torres del Monasterio de San Jerónimo (que no es que corriera mucha mejor suerte, ya que también fue degradado progresivamente a fábrica de cristales e incluso cebadero de cerdos); el hueco de San Onofre es cubierto con la figura de un Sagrado Corazón de Jesús (el Santo Negro); se adecenta la estructura del monumento y se intenta, en definitiva, devolverlo a su cometido primitivo, esto es, señalar el cruce de caminos y servir de bálsamo espiritual de los viajeros.

Pero las buenas intenciones de don Miguel para con el Templete duraron lo que la vida de este enamorado de Sevilla y sus tradiciones; y así, tras este rescate de las sombras del pasado, el Templete cayó una vez mas en desgracia. O peor aún, en el olvido, pese a que entre los vecinos de San Jerónimo la devoción por el Santo Negro se mantenía (y, afortunadamente se mantiene) intacta.

Las vías del tren, el desvío del cauce del Tagarete, actual Canal del Tamarguillo, en los 60, la carretera de Alcalá… el Humilladero es encorsetado entre nuevas infraestructuras que tienen como colofón la creación de la SuperNorte para 1992. Paradojas de la vida, el antiguo cruce de caminos es asfixiado por esos mismos caminos.

Solo la Vereda de Brenes, hoy día un carril de albero entre campos de labranza, mantiene un poco viva la llama del recuerdo del viejo Humilladero; al menos mientras éste se tenga en pie….

Y es que el estado de conservación del mismo se puede calificar de lamentable; el deterioro ocasionado por el paso del tiempo, por una restauración quizás no del todo bien ejecutada, por las vibraciones provocadas por los coches y los trenes que circulan a los pies del Santo Negro, por mil motivos y causas, han hecho que si no se ponen medios de forma urgente, su desaparición definitiva pueda ser un hecho a corto plazo.

El primer problema que nos encontramos es el mismo acceso al Templete; la única forma que tenemos de llegar a él es atravesando el puente de la Carretera de Alcalá que cruza la SuperNorte y el Canal del Tamarguillo, puente que por cierto no está acondicionado para el tránsito peatonal; o mediante otro viejo y estrecho paso elevado sobre el Canal, mas antiguo y aún peor acondicionado, a través del cual los vecinos del barrio de San Jerónimo llegaban hasta el monumento. Y, afortunadamente, aún llegan…

Una escalerilla metálica nos conduce hasta los pies del Templete, cuya cubierta adivinamos entre jaramagos y grietas. Desgraciadamente, el estado de la techumbre no es mas que un adelanto de lo que encontraremos abajo.

Además de la suciedad y poca higiene que presenta el lugar, lo realmente peligroso es el estado en que se encuentra su estructura, en claro riesgo de derrumbe; grietas que amenazan con desplomar las columnas, desconchones, problemas patológicos de la piedra que conforma el monumento… Son muchos, variados y peligrosos los problemas que tiene el Humilladero, no solo ya desde el punto de vista de su propia conservación, sino para los mismos fieles y devotos que aún hoy acuden a rezar al lugar.

Y es que el Santo Negro, a pesar de todos los pesares, sigue hoy día siendo un lugar de devoción, tal y como atestiguan las numerosas flores, velas y ofrendas que descansan junto a su pedestal. Incluso en una de las 4 columnas que, de momento, lo mantienen en pie, hay restos de estampas y fotos pegadas en la pared que, con el paso del tiempo, se han ido desprendiendo como la misma piedra sobre las que estaban colocadas.

Traslado de sitio, adecentamiento del lugar, refuerzo de la estructura respetando el entorno... Todo menos el olvido; son muchas las soluciones, propuestas y alternativas que se ofrecen ante lamentable estado de conservación del Templete, pero la única verdad ineludible es que, como no se ponga pronto remedio, en pocos años puede pasar a engrosar el triste panteón de joyas desaparecidas de la ciudad. Y ya van demasiadas.

El Humilladero de San Onofre: Flores para mantenerlo con vida

9 de septiembre de 2008

Aquí pringamos todos (14 cosas o cositas)

A requerimiento de mis estimados Juan Duque y Miguel Andréu, bajo la sombra de la espada de Damocles de que uno no parezca un malajoso ni un "saborío" (¿existe es palabra en el Diccionario? (el de la RAE, en la Wikipedia supongo que sí)), voy a participar en esta cadena, meme o juego que, la verdad, me recuerda bastante a los cuestionarios del Superpop que hacía mi hermana de niña.

No es que yo sea muy dado a participar de estos temas (tampoco en los premios, creo que ha quedado patente alguna que otra vez...) aunque no voy a negar que no me alegre cuando me otorgan el galardón "Que te pique un Pollo" o el "Premio Unidad". Ahora, sinceramente, el verdadero premio es cuando dejáis un comentario o un mensaje en el blog. Eso sí que se agradece, saber que estáis ahí y, por supuesto, que participáis. Pero bueno, no me enrrollo mas; cuanto antes pasemos el trámite mejor (o eso creo).

Las reglas son las que siguen:

Copiar las reglas.
Escribir 14 cosas que me hacen feliz.
Seleccionar 6 blogs para que sigan con el meme y avisarles.

Una vez copiadas las reglas, pasaemos a las 14 cosas que me hacen feliz (que no tiene por qué ser las 14 cosas que me hagan mas feliz, claro).

1.- El olor a incienso (en todas y cada una de sus modalidades)
2.- Escuchar Queen por sorpresa (en todas y cada una de las modalidades sorpresivas que pueda haber: anuncios, películas, radio...)
3.- El silencio (de ésto hay una única modalidad)
4.- Acabar estas cositas de una vez, que voy por la tercera y me está cansando...
5.- Los Donner-Kebab de la calle José Díaz (modalidad cordero y ternera)
6.- Ver la silueta de la Giralda recortada en el cielo de Sevilla cuando me marcho de vacaciones.
7.- Ver la silueta de la Giralda recortada en el cielo de Sevilla cuando regreso de las vacaciones.
8.- Obvio, irme de vacaciones.
9.- Que la Virgen de la Cueva también se vaya de vacaciones por Semana Santa.
10.- Ver una buena película en el cine Cervantes (por buena película entiendo aquella en la que el protagonista va como mínimo montado a caballo y blande una espada (o aquella en la que salga Juan Duque, por supuesto)).
11.- Tomarme una Cruzcampo fresquita en las Columnas o en la Moneda después de dar un paseo por el Alcázar.
12.- Frederic Kanouté
13.- Pasar con una camiseta amarilla debajo de una escalera después de cruzarme un gato negro (de día, que de noche todos los gatos son pardos)
14.- Que esto se ha acabado ya.

Respecto al último punto, como para variar soy de los últimos en participar en esta cadena y veo que prácticamente se ha barrido toda la blogosfera local en una mañana, me tomo la licencia de no seguir pasando la pelota a nadie mas; al fin y al cabo, las reglas están para romperlas...

5 de septiembre de 2008

Las Murallas del Valle

El 22 de Octubre de 1861 el Ayuntamiento de Sevilla, con el beneplácito de la gran mayoría de estamentos e instituciones de la ciudad, aprobaba la demolición parcial de las murallas que cercaban la ciudad, en algunos tramos prácticamente desde su fundación.
El informe redactado por la Comisión de Obras Públicas que ponía fin a la existencia de la cerca almohade salvaba algunos tramos de la misma, concretamente el comprendido entre las puertas del Sol y de la Barqueta, mientras dejaba el resto abandonados a su suerte, o mas exactamente a la suerte que le quisiera dar la promoción privada, ya que todo aquel que necesitara abrir un hueco en la muralla o simplemente derribarla para hacerse una casa estaba en su pleno derecho. Todo un detalle…
De esta forma, y como es normal, poco a poco el cinturón amurallado de la ciudad fue cayendo bajo la piqueta hasta reducirse a lo que tenemos hoy día, que como se puede comprobar es menos aún de lo señalado en el decreto de demolición, ya que del tramo que se proponía conservar solo se ha salvado la franja limitada por las puertas de la Macarena y de Córdoba.
Sin embargo, esa opción de derribar según la libre elección del constructor ha dejado intactos (en el menor de los casos) o embutidos dentro de algunas edificaciones (bien sea como medianeras, bien como simples paredes) algunos lienzos de la muralla que, afortunadamente, a día de hoy aún se mantienen en pie.
Uno de estos tramos salvados gracias a la buena voluntad de sus propietarios se encuentra en los Jardines del Valle, concretamente en el límite entre estos jardines y la espalda de los números pares de la calle Sol.
Entre acacias, limoneros, eucaliptos; en uno de los parques mas sucios y poco higiénicos de la ciudad, se esconden más de 250 metros de muralla de idéntica construcción y tipología que las de la Macarena, aunque en este caso la barbacana ha desaparecido, quedando solo la cerca y una serie de torreones en diferente estado de conservación según su situación que iremos desgranando a continuación.
Como siempre, daremos antes un paseo por la historia de los jardines para meternos en materia, aunque los mas veteranos seguidores del blog ya tendrán una ligera referencia tras la entrada dedicada a la Fábrica de Salitre.
Encuadrado fuera de la ampliación que llevaron a cabo los almohades del recinto amurallado de la ciudad, ampliación que por otro lado señaló la forma definitiva (o casi, ya que hubo algunos movimientos en la zona de la calle San Fernando) de la muralla sevillana hasta ese fatídico año de 1861, en el siglo XV se funda el Convento del Valle sobre esta lugar, donde la muralla hacía un quiebro de 90 grados del que, aún a día de hoy, se desconoce el motivo.
Poco tiempo dura este Convento, ya que en 1757 se ubicaban en el solar algunas estancias de la ya referida Fábrica de Salitre, que tampoco es que tuviera un éxito abrumador, pues fue vendida en 1866 a la marquesa de Villanueva, que estableció definitivamente el Colegio del Sagrado Corazón (o del Valle), hasta su desaparición en 1975, año en que se crearon los jardines actuales y en el que, como puede comprobar todo aquel que pasee por el mismo, seguramente se podaron y adecentaron por última vez algunos de sus árboles.
Aunque pueda parecer milagroso, a pesar de los distintos cambios de uso que se dieron en el lugar y de las diferentes reformas que tuvo a lo largo de los siglos, la muralla ha permanecido prácticamente intacta en todo este tiempo, se podría decir que pasando desapercibida (de la misma forma que hoy en día sucede), aunque su estado de conservación difiere según el tramo en que nos encontremos.
De las tres entradas que tiene el recinto, quizás la de la calle Verónica sea la que presente un mayor sabor añejo: el trazado sinuoso de la calle, el empedrado con reminiscencias clásicas, caminar con la muralla a un lado y la remozada Iglesia del Valle al otro, viendo el parque a través de las rejas y huecos… Todo puede resultar bastante tentador en principio, solo que hay una serie de factores de índole más desagradable que hacen que no sea muy recomendable aventurarse por la zona en solitario, y no me refiero a ello solamente por la dejadez y el abandono que podemos ver en las fotos…
Esta calle, que es la prolongación de la calle Verónica, aunque en este tramo parece que ha perdido en la actualidad el nombre, era hasta finales del siglo XIX bastante mas larga (aunque igualmente angosta) y abrazaba la muralla no solo por donde hoy podemos ver, sino que incluso giraba el ángulo de 90 grados que hacía el cercado para continuar junto al mismo hasta la Puerta del Sol.

Murallas del Valle

Es decir, que en su momento se trataba de una calle idéntica a la actual calle Macarena o a la calle Agua, hasta que entre los años 1885 y 1890 (según la planimetría conservada) las casas pares de la calle Sol se ampliaron hasta la muralla, desapareciendo este tramo de calle, aunque afortunadamente en la libre elección que les había dado el Ayuntamiento, los vecinos optaron por conservar la muralla como separación respecto al vecino Colegio del Valle.
Ya dentro del parque (si usted no va acompañado, vuelvo a sugerir que entre por María Auxiliadora), el tramo de muralla que corre junto a lo que queda de esta antigua calle Verónica presenta un estado de conservación bastante lamentable, de hecho prácticamente se puede decir que es una vieja tapia de argamasa y mortero que no tiene ni siquiera almenas.

Murallas del Valle

Dos torreones hay en este tramo, o eso se intuye, ya que en realidad lo que queda de ellos son dos cubos de mortero mal cuidados, y en uno de ellos ni eso, porque su estado de conservación es pésimo, hasta el punto de que prácticamente se ha convertido en una papelera mas del parque…
Conforme avanzamos dirección calle Sol la muralla se adecenta un poco, hasta el punto de que cuando hace el ya referido ángulo de 90 grados para correr paralela a esa calle (o para ser la pared trasera del patio de las casas de esa calle más exactamente) se nos muestra la cerca en todo su esplendor.
Son también dos los torreones que se encuentran en ese tramo y, al igual que la muralla, su estado actual es excelente, tan solo algo deteriorados por la verdina de las lluvias y el lógico paso de los años.

Jardines del Valle

Si bien no al mismo nivel que los torreones de la calle Agua (donde prácticamente se vive dentro de la torre), también están integrados en las edificaciones de las que son medianeras, desde las que seguramente se podrá acceder a su interior. Lo que ya no quiero imaginarme es el uso que les habrán dado sus inquilinos…
En similar estado de conservación sigue la cerca hasta el final del parque en dirección a la antigua Puerta del Sol, continuando curiosamente con otro torreón desmochado y en muy mal estado de conservación, otro cubo de argamasa y ladrillo que es una especie de despedida, una advertencia de que pocos metros después, donde la vista se pierde dentro de edificaciones y viviendas, desaparecerá la muralla definitivamente. Y no solo de nuestros ojos, por desgracia.

Jardines del Valle