Repito, con suerte, porque hace unos años otros hallazgos de la misma época encontrados en la aledaña calle José Gestoso fueron a parar a una escombrera. Así que no hay que dar en estos casos nada por definitivo por lo que pueda suceder.
Poco nos queda de la Sevilla romana: tres columnas (ampliables a cinco según la tradición), lápidas, estatuas y, sobre todo, un sinfín de conjeturas y de hipótesis. Y es que, aunque pueda parecernos extraño, Híspalis es una ciudad prácticamente desconocida.
A lo largo de los siglos ni historiadores, ni arqueólogos ni estudiosos se han puesto de acuerdo a la hora de esbozar el plano de la ciudad romana. Siempre son conjeturas, desde la ubicación del foro y de las calles principales (cardo y decumano) hasta la situación de los edificios típicos y representativos de la cultura, como templos, teatro, circo, etc.
Y es que cada nuevo descubrimiento echa por tierra las antiguas teorías; sin ir mas lejos, uno de los últimos hallazgos encontrados con motivo de las obras de la Piel Sensible, un gran aljibe que se ha llevado siglos oculto bajo la Plaza de la Pescadería, ha puesto completamente en jaque la hipótesis de que el antiguo Foro se encontraba en la Plaza de la Alfalfa. Y así cada vez que se abre una zanja en el centro de la ciudad….
Pese a todo, hay algo en lo que si parece haberse alcanzado en los últimos años un cierto “consenso”, y es en los límites de la urbe. Y digo en los últimos años porque tradicionalmente dichos límites se suponía que eran los mismos de la muralla almohade, aunque investigaciones y hallazgos recientes han constatado que Híspalis tenía unas dimensiones bastante mas reducidas que las de la ciudad que encontró Fernando III en 1248 y que, prácticamente, ha durado hasta hace poco mas de 100 años.
Este tramo recién sacado a la luz pertenecía, como es suponer, a dicha muralla, que viniendo desde la zona de la Catedral y pasando por Álvarez-Quintero y Cuna, enfilaba esta calle Orfila, para seguir luego en línea recta hasta la iglesia de San Andrés y después, continuando por la calle Cervantes, llegar hasta la iglesia de San Martín.
La existencia de estos tramos de muralla, en muchos casos aún enterrados bajo el subsuelo de la ciudad como el que estamos tratando, ha provocado que muchas calles tengan desniveles bastante pronunciados y en ocasiones, como por ejemplo en la plaza de San Martín o hasta hace poco en la misma calle Orfila (concretamente en la acera de la fachada de la oficina de El Monte), auténticos escalones de considerable altura.
Pero no solo hay tramos de muralla bajo el suelo que pisamos, ni mucho menos; aunque el verdadero problema es que no sabemos siquiera lo que podemos encontrarnos al excavar. Otros ejemplos los tenemos en el solar desenterrado en la plaza de la Encarnación o los enterramientos de la calle San Luis.
Mas antiguas y mucho mas populares son las columnas de la calle Mármoles; excavadas al derribar una vieja casa en 1886, se conocía su existencia al menos desde 1574, cuando el Conde de Barajas extrajo otras dos que estaban también en el mismo lugar para colocarlas en la Alameda, donde aún hoy día se encuentran. La rotura de una sexta durante su traslado parece ser que hizo recapacitar al asistente, que al menos dejó las 3 restantes en su ubicación original.
Tampoco se ponen de acuerdo los historiadores a la hora de explicar el origen de estas columnas, que para unos pertenecieron a un templo dedicado a Hércules mientras que para otros son los restos de alguno de los edificios civiles que debió haber en la zona. Lo dicho, todo hipótesis.
Y todavía hay más casos de este “reciclaje arqueológico”, aunque a una escala algo mas pequeña que y de menos valor artístico: desde las lápidas funerarias que se encuentran a los pies de la Giralda hasta la concha o “venera” de la antes citada calle José Gestoso, que adorna el centro geográfico de la ciudad antigua.
En la esquina de las calles Prada y Pedro Miguel se sabe de la existencia de los restos de una estatua romana, concretamente de sus piernas, hasta el siglo XVIII. De hecho, y no precisamente en un alarde de originalidad, Pedro Miguel se llamó hasta entonces calle Piernas (a saber lo que fue de las mismas….)
Pero claro, si hablamos de estatuas romanas y de calles es imposible no hacer referencia al Hombre de Piedra.
En una hornacina a ras de suelo, en la confluencia de la calle a la que da nombre con Medina, se encuentra el torso desnudo de una estatua de mármol de origen romano que parece haberse quedado atrapada en el hueco desde tiempos inmemoriales.
Quizás la estatua no tenga ya mucho valor, quizás ya no merezca la pena llevarla a un museo, quizás lo mejor es que se quede ahí, en la hornacina a ras de suelo, hasta que la silueta masculina termine definitivamente por difuminarse y se convierta en un monolito informe de mármol; quizás termine sus días, 2000 años después o 3000 o quién sabe… en una escombrera como los sillares de José Gestoso o posiblemente las piernas de la calle Pedro Miguel; es difícil vaticinar lo que deparará el futuro a esta estatua…. Lo único cierto e inequívoco es que estas cosas solo pasan en Sevilla.
Nadie sabe a ciencia cierta por qué está ahí nuestro Hombre de Piedra; su origen está vinculado, como no podía ser de otra forma, a una serie de conjeturas que en este caso son también adornadas por una leyenda con cierto trasfondo moralista, como nos gustan aquí.
Hay que remontarse al siglo XIV, a los últimos años del reinado de Juan I, monarca castellano que, pese a haber estado prácticamente desde su juventud enfrascado en guerras y contiendas de lo más variado, consigue encontrar un hueco en su agenda para dictar una serie de leyes con las que reorganizar el reino, bastante tocado tras la Guerra Civil que había entronizado a su dinastía (los Trastámara y mas concretamente a su padre, don Enrique) en detrimento del rey Pedro I.
Dichas leyes serán expedidas en Guadalajara en el año de 1390 y en una de ellas, concretamente la número 11, se obligaba a todo aquel que se topase con el Altísimo Sacramento a arrodillarse bajo pena de perder la cabalgadura o 600 maravedíes. Una campaña de tráfico en toda regla, adaptada al siglo XIV por supuesto.
Esa misma ley fue años mas tarde, en 1714, grabada en una lápida y colocada en la esquina del Salvador con la calle Villegas por la Archicofradía del Santísimo Sacramento, emplazamiento en el que aún hoy se conserva.
Y apoyándose en dicha Ley 11 del rey don Juan es donde entra la parte legendaria del Hombre de Piedra, ya que según la tradición un tipo, que ha pasado a la posteridad como Matías “el rubio”, se negó a postrarse ante el paso de una comitiva que llevaba la extremaunción a un enfermo, cayéndole ipso facto un rayo que lo transformó en la estatua que hoy podemos contemplar y por muy poco casi pisar.
En definitiva, o si lo quieren llamar moraleja mejor aún; que el bueno (o el malo) de Matías está en estos momentos expiando sus pecados en una hornacina transformado en piedra… Afortunadamente para algunos la ley 11 ha perdido vigencia, porque si no el Domingo de Ramos tendríamos mas de una estatua con chaqueta blanca y mallas de rayitas.
Conviene aclarar que el motivo de la colocación de la placa no es precisamente por recordar la afrenta de Matías al Sacramento, sino que viene de algunos hechos acaecidos en la zona del Salvador relacionados con el mismo tema y que tienen fecha e incluso nombres y apellidos. Sin ir mas lejos, según cuenta Passolas Jaúregui, el 25 de Mayo de 1824 se originó una pelea entre los voluntarios partidarios de la monarquía que escoltaban la procesión y un grupo de soldados que estaban viendo el discurrir de la misma.
Hasta aquí la leyenda y, a partir de ahora, las conjeturas. La idea mas generalizada es que la estatua perteneciera a unas termas romanas que se encontraban en la zona y que continuaron vigentes durante la época musulmana como “Baños de la Estatua”.
Pero es una hipótesis que considero algo dudosa por varios motivos; el primero y principal, la zona de Hombre de Piedra, es decir, la collación de San Lorenzo, quedaba extramuros de Híspalis y, lo que es mas significativo, mas allá del brazo del Guadalquivir que penetraba por la Barqueta y desembocaba en García de Vinuesa (calle de la Mar).
El hecho de que estuviera en la orilla opuesta de la Alameda, que aún en la Edad Media (y estamos hablando de la época romana…) era una gran laguna en la que había incluso una barcaza atracada (precisamente en la calle Barco) para aquellos que quisieran atravesarla, hace poco probable que se ubicara un edificio tan sofisticado y complejo como unas termas en un terreno que, como mínimo, debía ser bastante inundable y al que sería muy difícil abastecer de agua potable.
Lo mas lógico es que unas termas se edificaran al amparo de la muralla, como las de San Ildefonso o las recientemente descubiertas en Placentines. Incluso las piernas de la calle Pedro Miguel, más cercanas al trazado de la muralla, podrían provenir de alguna edificación de ese estilo. Pero unas termas romanas en ese emplazamiento lo veo dudoso.
El hecho de que pertenecieran a unos baños árabes también lo pongo en duda; no la existencia de los baños, ya que una vez urbanizada la zona por los almohades es muy probable que se crearan establecimientos de este tipo (menos sofisticados y complejos en esta cultura que en la romana) en esta calle, como por ejemplo se crearon en la vecina calle Baños; pero hay que recordar que la religión musulmana no es muy proclive a las representaciones iconográficas humanas, por lo que es dudoso que fueran presididos por una estatua con forma de persona. Aunque también es verdad que hay noticias de que en Al-Andalus se tomaba vino...
Probablemente, desde mi punto de vista, la estatua perteneciera a una villa o a alguna zona de recreo que, con el paso de los siglos y las crecidas del río, quedó sepultada como la inmensa mayoría de la antigua ciudad romana hasta que, ya dentro del perímetro amurallado tras la ampliación almohade y, por tanto, con un terreno mas desecado y estable, reaparecería en el transcurso de una excavación, siendo reutilizado por su nuevo dueño.
Nuevo dueño que, a medio caballo entro lo original y lo hortera, tuvo la genial idea de innovar en el arte de los guardacantones sevillanos y, frente a las típicas ruedas de molino y las columnas (en muchos casos también de origen romano) que se solían colocar en las esquinas y en las calles estrechas, no se le ocurrió otra cosa que embutir la estatua en una hornacina desde la que saludar a los transeúntes que llegaran por la calle Medina y de paso facilitar el giro en dirección hacia la Alameda como si de una señal de tráfico se tratara.
Pero claro, y repito una vez mas, estamos ante conjeturas y suposiciones (en este caso personales), ya que cualquiera sabe desde cuando se encuentra ahí la estatua. O Matías… quién sabe….
Para mis amigos Miguel Andréu y Carmen; más vale tarde...