Como decíamos en la entrada anterior, el Asistente Arjona sustituye el Mercurio renacentista por la Pila del Pato, una fuente menos monumental pero más acorde a los gustos de la época, que colocará en el centro de la Plaza de San Francisco y no frente al Arquillo del Ayuntamiento, donde anteriormente se encontraba.
Pese al empobrecimiento galopante en que se hallaba sumida la Sevilla del siglo XIX, la Plaza de San Francisco seguía siendo su centro social y cultural. Semana Santa, Corpus, manifestaciones… la vida de la ciudad transitaba por sus adoquines y no había acontecimiento importante que no tuviera de fondo el murmullo del surtidor de la nueva fuente.
Tanto es así que su ubicación se convierte en un problema, ya que al estar en una posición central impedía el tránsito de las procesiones y eventos que discurrían por la Plaza. Salvando las distancias, algo parecido a lo que ocurre ahora en Semana Santa con las catenarias del Metrocentro.
Por ello a los pocos años de su construcción se decide su traslado al mismo lugar donde estaba (y está hoy) el Mercurio, junto a la fachada del magnífico edificio porticado que ocupaba el solar del actual Banco de España. Vuelta a los orígenes, pero por poco tiempo.
Si por obra y gracia del que podríamos llamar tráfico cofrade la fuente vuelve a su posición primitiva, será otro tipo de tráfico hasta entonces poco desarrollado el que la dejará sin lugar en la Plaza que la vio nacer allá por el ya lejano medievo: el de los coches y tranvías, que la convierten en un estorbo, hasta el punto de ser traslada en 1885 a la Alameda de Hércules, junto a las columnas de los leones.
Cambio de registro en toda regla: de la Sevilla oficial y elegante a la popular y costumbrista, del gris adoquín al amarillo albero, de la solemnidad de la Semana Santa al jolgorio de velás y cruces de Mayo. Su agua ya no refrescará a aristócratas, clérigos y burgueses, ahora será gente humilde la que escuche el susurro del surtidor: obreros, aguadores, toreros en ciernes, cantaores y por supuesto, estamos en la Alameda, mujeres de vida licenciosa.
La Pila del Pato coge el testigo de las 3 fuentes que el Conde de Barajas colocara al urbanizar Laguna de la Feria allá por el siglo XVI, ahora en plena decadencia. El traslado se enmarca dentro del intento de revitalizar una Alameda Vieja que, en palabras del duque de Rivas, estaba “tan decrépita a tal punto, que ya se la puede contar con los muertos”.
Las Delicias de Arjona o el paseo de los Lutos (Jardines de Murillo) a las afueras, y el pujante entorno Tetuán-Sierpes-Campana-Duque con sus teatros y cafés habían relegado este inmenso espacio a un lugar residual dentro del entramado urbano de una ciudad que intentaba despegar de sus penurias pasadas.
La fuente se ubica, como se dijo antes, cerca de las columnas de los leones que se alzan al Norte de la plaza, en el lugar que hasta hace poco ocupaba la estatua de la Niña de los Peines, medalla de bronce tras Manolo Caracol y Chicuelo en el nefasto pódium que la última reurbanización nos ha dejado.
Y el barrio, rápidamente, la hace suya. De su chorro se decía que debían beberlo aquellos jóvenes que quisieran ser toreros, ajenos posiblemente a que ese mismo chorro había estado presente siglos atrás en la cornada letal que recibió Rehilete en unos festejos celebrados en la Plaza de San Francisco, el primer torero muerto en faena del que se tienen noticias.
El murmullo de la fuente se entremezcla con rasgueos de guitarra, pregones de aguaores y los juegos de los niños. La Pila del Pato pasa a formar parte de la Alameda y, aún hoy, los vecinos mas viejos de la zona siguen llamando por ese nombre a la plazoleta donde coloca sus veladores la Norte-Andaluza.
Pero la historia reciente de Sevilla es una historia de cambios, quizás demasiados. Ya en 1911 se eleva el suelo de la Alameda para evitar inundaciones, con lo que desaparecen los álamos, puentecillos, bancadas y demás elementos que permanecían desde los tiempos del Conde de Barajas. En 1936 se lleva a cabo una última transformación que la deja tal y como la conocimos hasta hace pocos años, con su albero, sus bancos, sus álamos y sus aparcamientos, demasiados aparcamientos, tantos que según crónicas de la época los coches entraban en doble fila entre los mismos Hércules, que son vallados por lo que pueda pasar.
El guión vuelve a repetirse adaptándose a los nuevos tiempos: y así, tras las procesiones y los tranvías, ahora es el tráfico de coches el que manda a la Pila del Pato a una nueva ubicación, que, paradojas del destino, estará frente a la recién estrenada Estación de Autobuses del Prado de San Sebastián, donde llega en los años cuarenta tras pasar un tiempo desmontada en la Plaza de las Mercedarias.
Frente a la puerta peatonal, junto a la antigua Casa de Socorro y en un entorno muy diferente al que conocemos hoy día, ya que la amplitud de la zona debía ser enorme toda vez que no estaba el edificio de los Juzgados ni muchos otros, Parque incluido, de los que hoy día hacen que el nombre de Prado sea un simple recuerdo, encuentra nueva ubicación esta fuente viajera.
De nuevo hay un cambio de registro, de la Sevilla tradicional de corrales de vecinos a ser la primera imagen que deja la ciudad a los recién llegados, del amarillo albero al negro alquitrán del asfalto: ahora el susurro del surtidor será apagado por los motores de los autobuses
Y, una vez más, la Pila del Pato se reinventa: si las procesiones de Semana Santa en la Plaza de San Francisco daban paso a las velás populares de la Alameda, ahora será la Feria de Abril la que proporcione nuevas señas de identidad a nuestra fuente, que se convierte en punto de encuentro y reunión de feriantes, el mítico lugar donde el Pali contaba los noventa y tantos lunares verdes y azules que tenía el vestido de la muchacha que acababa de conocer.
Pero tampoco estaba en su emplazamiento definitivo. La vertiginosa expansión de la ciudad hacia el extrarradio había convertido al Prado de San Sebastián en un inmenso solar enclavado en pleno centro geográfico. Para reurbanizar la zona y aprovechando que los Juzgados de Almirante Apodaca se habían quedado pequeños, se decide segregar una parte para construir un nuevo edificio donde se pondrán en práctica las ideas arquitectónicas que trataba de esbozar un estilo propio en la España franquista, dando como resultado el infumable y mastodóntico edificio que vemos hoy día.
Entorno en que se situaba la fuente
La Pila del Pato vuelve a estorbar y será otra vez el tráfico, en esta ocasión un aparcamiento en superficie de apoyo a los nuevos Juzgados, el que la obligue a buscar otro destino. Así, en Julio de 1965 comienza a desmontarse para ser trasladada a otro enclave del centro de la ciudad: la Plaza de San Leandro.
Como si del final de un trayecto se tratara, es en esta Plaza donde parece haber alcanzado finalmente su merecido descanso. Es curioso, podría decirse que el mismo entorno pretende evocar su pasado entremezclando los cambios de registro vividos de una manera pausada, tranquila y sosegada.
Así el ajetreo de la Sevilla que abría las puertas de América parece estar presente en el inmenso laurel de las Indias que le da sombra, como los 1700 frailes que llegaron a habitar el convento de San Francisco en sus buenos tiempos tienen su recuerdo en las agustinas que viven la quietud del convento de San Leandro.
La Casa-Palacio de los Ibarra, esquina a la calle Imperial, recoge el testigo de esa Sevilla señorial y de alta alcurnia que se daba cita junto a las casas de los Genoveses. Hasta la piqueta tuvo su cuota de protagonismo con la demolición del Hospital del Cardenal, en cuyo solar cupo el Instituto Velázquez, parte de la calle Carrión Mejías y hasta el bloque de viviendas de la acera de los pares de Cardenal Cervantes.
También en la Plaza de San Leandro se respira Alameda, se respira esa Sevilla de patios de vecinos en el cercano corral del Conde o antes en el desaparecido de la Almudena, en el recuerdo de la guitarra del Niño Ricardo y de esas noches bajo las estrellas del Cine de Verano Santa Catalina, en el bullicio a la salida de los chavales del Instituto, en el torpe redoble de tambor de una Cruz de Mayo pasados ya los fuegos artificiales del domingo de Feria.
Y es que la Pila del Pato es como el anciano que trata de recomponer los recuerdos acumulados a lo largo de toda una vida, un puzzle de sensaciones olvidadas, de estampas caducas que se entremezclan al susurro de una fuente en la que se arremolinan las palomas.
Leyendo el final de este artículo puedo incluso perdonarle que no le gusten los toros.
ResponderEliminarExcelente.
El local del cine Sta Catalina sigue estando tal como era, creo que su uso ahora es de patio de deportes del Instituto. Al solar de los pisos de funcionarios del Ayuntamiento, que comenzaba en el taller de taxís que hay en G.H y un taller de encuadernado que hay enfrente, se accedía por unos escalones pues la cota era superior en al menos dos metros. Allí existió un cine, también de verano, que era el San Leandro al que se accedia por C. Cervantes.
ResponderEliminarCuando se instaló allí la fuente durante un tiempo el ambiente fue muy malo, por venta de droga y por la asistencia a aquella plaza de muchos homosexuales pederastas de los que podría dar nombres y empleos que ostentaban.
Recuerdo que mi padre cuando se enteraba que iba al San Leandro, era únicamente cuando ponía veto a la hora de llegada y se preocupaba de saber con quién iba.
Perdona la amplitud, un abrazo
En fin, ahora las sevillanas del Pali tienen algo de más sentido, jejeje
ResponderEliminarY el olor a Ámsterdam que hay en la plaza de San Leandro fijo que también es cuestión de rememorar pasado alamedero…
Kisses
P.S. Mi madre, que en su juventud vivía en la calle Lanza, era muy asidua al cine Santa Catalina, sin contar que por la vecindad la pila tiene pasajes de sus recuerdos, aunque empiezo a pensar que la Pila es un poco Forrest Gum, está en todos los acontecimientos importantes de la historia…
ResponderEliminarMira te he encontrado un par de datos sobre el Cine Santa Catalina.
ResponderEliminarEste cine apareció entre los años 1930 - 1934, siempre se llamó así y los últimos dueños de este cine, los cuales lo tuvieron durante muchos años era la familia Cairaso que vivían en la calle Francisco Carrión Mejias en los pisos de los funcionarios.
Saludos de nuevo
Bueno, lo de los dueños lo se porque eran amigos nuestros y alguna que otra vez he entrado gratis en este cine.
ResponderEliminar¿Sabías que el pato fue robado en una ocasión?
ResponderEliminarNo te puedo dar más datos, porque es lo único que recuerdo.
Lógicamente, terminó apareciendo.
Pues no lo he visto nunca.
ResponderEliminarMe gusta que no le gusten los toros.
Me gustó bastante esta entrada, he tratado de buscar algo nuevo y he añadido imágenes que creo que gustarán :D
ResponderEliminarhttp://esasevilla.blogspot.com/2010/12/la-pila-del-pato-y-la-fuente-de.html
Te lo dejo en las dos partes por si alguien sigue los comentarios y le interesa ;)
Un saludo!
http://esasevilla.blogspot.com/