“Nunca dejes que la realidad te estropee una buena historia”
Algo parecido a esta maravillosa frase de Francesc Miralles debía rondar la cabeza de los guionistas de Curro Jiménez cuando en los ya lejanos años 70 comenzaron el rodaje de la serie que estos días repone La2 para deleite de los muchos que caminamos entre la nostalgia y el aburrimiento en estas larguísimas tardes estivales.
Y es que cuando uno bucea en la vida del televisivo bandolero como mínimo se sorprende al conocer que ni se escondía con su cuadrilla en la Serranía de Ronda, ni luchaba contra los migueletes, mucho menos contra los franceses y que, para colmo no se llamaba Curro ni se apellidaba Jiménez, ya que su verdadero nombre era Andrés López Muñoz.
Era este Andrés López el hijo del barquero de Cantillana, un oficio ligado al pueblo ribereño desde prácticamente su fundación allá por tiempos de los romanos, que lo bautizaron como Naeva.
Las facilidades que ofrecía el Río para ser vadeado en sus inmediaciones habían proporcionado históricamente a Cantillana ciertas ventajas en comparación con otras localidades del entorno, con una economía más volcada en la agricultura.
Por su puerto fluvial pasaba la plata de Almadén, el hierro de El Pedroso o el carbón de Villanueva, además de carnes, productos agrícolas, pescado y, por supuesto, viajeros, que eran transportados de una orilla a otra.
Dos eran las barcazas que tenían licencia municipal para realizar esta actividad en la primera mitad del siglo XIX, perteneciendo una de ellas al padre de nuestro Andrés López, un muchacho de la calle Egido que había nacido en 1819, cuando la Guerra de la Independencia era un mal recuerdo y no quedaba por estas tierras ni rastro de las tropas francesas; sin ir más lejos el propio Napoleón Bonaparte llevaba ya un tiempo desterrado en la isla de Santa Elena, donde morirá en 1821.
El Barquero de Cantillana, de Antonio Sánchez Palma Fuente: pastoralparroquial.eu |
Se cuenta que el joven Andrés quedó huérfano alrededor de 1839, decidiendo continuar con la tradición familiar para lo que solicita la licencia de barquero de su difunto padre, según parece hereditaria, recibiendo una respuesta negativa por parte del Ayuntamiento para su sorpresa.
A partir de entonces los acontecimientos se precipitan, y al descontento por el desplante consistorial se une según unas versiones un lío de faldas, según otras una trifulca, quizás un asesinato… quién sabe si todo a la vez… lo cierto es que la paciencia del joven parece agotarse, se le va la cabeza y comete algún delito de tal gravedad que no tiene mas remedio que escapar de la justicia y echarse al monte.
Eso sí, un "monte" bastante alejado del que podemos ver todas las tardes en La2, porque nuestro incipiente bandolero no escapa a la Serranía de Ronda como en la serie, sino que se queda mucho mas cerca de su Cantillana natal, en las estribaciones de Sierra Morena, ocultándose en un paraje prácticamente inaccesible conocido como Risco Colorao.
Desde allí, y en compañía de otros forajidos que se unen a su causa, el hijo del Barquero asaltará cortijos, diligencias y correos, poniendo en jaque a las autoridades de las comarcas septentrionales de Sevilla y Córdoba.
Eso sí, no todo eran atrocidades en la vida del joven Andrés, que también gustaba de cuidar su corazón y su espíritu. Y así, de vez en cuando se dejaba ver por su pueblo para rezarle a la Virgen de la Soledad y, de paso, encontrarse con su enamorada, nada más y nada menos que la hija del Alcalde, ese que lo había empujado al monte.
Los años pasaban, las fechorías se suceden una tras otra y el fuego de los escurridizos bandoleros se cobra víctimas ilustres como los alcaldes de la Algaba o Posadas, pasando a estar la cabeza de Andrés bastante cotizada, aunque parecía imposible atraparlo.
Pero un hecho cambiará el sino de los forajidos: la creación de la Guardia Civil en 1844, que entre sus primeros objetivos pone el punto de mira en la escurridiza partida del Barquero de Cantillana.
Los encontronazos no tardan en sucederse, saldándose favorablemente para los hombres de Andrés, pero la Guardia Civil no ceja en su empeño y se topa en 1845 con la partida en las cercanías de Cantillana, teniendo lugar una refriega en la que caen la mayoría de los bandoleros.
El revés tiene pinta de ser irreversible: los tiempos han cambiado bruscamente y la Guardia Civil ha pasado a controlar todos los caminos, colaborando ahora con ellos los campesinos en vez de con los otrora idolatrados forajidos.
Pero Andrés no desespera; sus fechorías han ido tan lejos que ya es demasiado tarde pedir el indulto y reinsertarse, por no decir que deponer las armas tenía un único destino: el patíbulo.
Por ello trata de formar una nueva partida, se alista incluso en el bando carlista, pero todo es en vano. El cerco se estrecha cada vez más, tanto que no tiene otra escapatoria que refugiarse en zonas rocosas prácticamente inaccesibles, lo que le obliga a prescindir incluso de los caballos, realizando sus últimas acciones a pie, una imagen bastante alejada del halo romántico que suele rodear al bandolerismo.
Conscientes de que la victoria estaba ya al alcance de su mano, los mandos de la Guardia Civil destinan una patrulla en exclusiva para acechar a los acorralados bandidos. El teniente Francisco del Castillo, el sargento Francisco Lasso, el guardia Salvador Santipérez y el cabo Juan Sánchez serán los elegidos para acabar con ellos de una vez por todas, lo cual sucederá la mañana del 2 de noviembre de 1849.
Cuentan que aún no había acabado de salir el sol cuando un hombre de unos 40 años con una ligera cojera deambulaba entre los escarpados riscos de la serranía, topándose de repente con los Guardias, que no dudan en identificarlo como uno de los miembros de la partida de bandoleros con los que llevaban tanto tiempo luchando.
Ante tan feliz encuentro, la Guardia Civil invita al desdichado a llevarlos hasta la guarida de sus compañeros, algo imposible de rehusar, y menos en esos tiempos y con esos amigos.
Y así el cojo los guía a través de barrancos, senderos y parajes imposibles hasta una zona rocosa donde estaban ocultos Andrés y sus hombres. La suerte estaba definitivamente echada.
Se sucede una intensa refriega, pero nadie huye, ni los Guardias ni los bandoleros: todos eran conscientes de que se estaba escribiendo el final de esta historia, ganase quién ganase.
El intercambio de balas es bastante intenso, rápido, trepidante... hasta que una atraviesa la cabeza del hijo del Barquero de Cantillana. Los 3 hombres que lo acompañaban no tardan mucho en caer.
La historia había concluido, ahora la vida de Andrés quedaba en manos de la leyenda, una leyenda que con el paso de los años le cambiaría el nombre, lo situaría en otra época, con otros enemigos y escondido varios cientos de kilómetros al Sur, pero una leyenda que a fin de cuentas le ha permitido llegar hasta nuestros días.
Total, nadie es perfecto, ni siquiera Curro Jiménez.
Me encanta esta serie!
ResponderEliminarQué buena labor de investigación para contarnos parte de nuestra historia.
ResponderEliminarUn abrazo
Antonio
VIENDO EL PANORAMA DE ESTE PAIS LO RARO ES QUE NO HUBIESE HABIDO
ResponderEliminarMAS BANDOLEROS, PUES LOS DE ARRIBA NI PREDICARON NI PREDICAN CON
EL EJEMPLO, FIJAROS EN QUE ESTA HISTORIA SE HABRIA PODIDO EVITAR
CON FALLEDIDOS INCLUIDOS, SI EL SIMPATICO ALCALDE AQUEL, HUBIESE RENOVADO EL CONTRATO A ANDRES "CURRO" ... PUES NO... SEGURO QUE
YA TENDRIA UN ENCHUFADO EN MENTE... COMO SIGUE OCURRIENDO AHORA.
HASTA SIEMPRE, BANDOLEROS