Cuando algo destaca en don Pedro Niño suele hacerlo de forma superlativa.
Poco importa que sea una calle estrecha, sinuosa, apenas transitada y de escasa importancia si se compara con otras del entorno: si sobresale, por el motivo que sea, lo hace a lo grande, como si quisiera llamar la atención o reivindicarse.
Esa tendencia a lo desmesurado ya se advierte al buscar el origen de su propio nombre, no en vano hay tres posibles candidatos a ser el Pedro Niño en cuyo honor se rotuló avanzado el siglo XVII. Subrayo el “candidatos” porque, las cosas de Sevilla, hace décadas que se olvidó exactamente quién fue.
Un audaz caballero medieval cuya vida parece sacada de una gesta épica; el hermano del arzobispo Fernando Niño de Guevara, inquisidor general que en apenas 3 años juzgó a casi 2000 personas, quemando a 240; y un buen hombre que al parecer vivía por allí a fines del siglo XVI, componen la terna de Pedros Niños aspirantes a nominarla, algo de lo que quizás alguna vez salgamos de dudas. O quizás no, a fin de cuentas hoy en día los nombres de las calles sólo importan si es para cambiarlos.
Superlativa según parece fue la casa principal del mayorazgo de los condes de Montelirios, que ocupaba casi todo el primer tramo de la calle en su embocadura hacia Lepanto.
Bastante importante fue este linaje, al parecer de origen judío, cuyo patriarca, Antonio Aguado Delgado hizo tanta fortuna en las Américas que no tuvo problemas para obtener el título gracias a una real cédula otorgada por Carlos III en 1764.
De este palacio de don Pedro Niño donde se instaló la recién ennoblecida familia salieron importantes personalidades que dieron bastante que hablar en la Sevilla de la siguiente centuria, para lo bueno y para lo malo.
No en vano un conde Montelirios era alcalde de la ciudad cuando en 1846 Narciso Bonaplata y José María Ybarra plantan el germen de la Feria de Abril, aunque también era del clan Montelirios uno de los afrancesados de mas infausto recuerdo para esta tierra: don Alejandro María Aguado, marqués de las Marismas.
Se cuenta que este señor fue participante activo en el saqueo de obras de arte llevado a cabo por las tropas napoleónicas, empezando antes de partir al exilio junto a los derrotados franceses una colección de pinturas que, a su muerte, contaba con casi 400 ejemplares, la mayotía arrancados directamente de las paredes de los templos sevillanos, a las que nunca han regresado.
A juzgar por las crónicas de la época, también debió ser superlativo el incendio que la noche del 7 de Febrero de 1934 arrasó completamente el antiguo palacio.
Llevaban ya un tiempo si estar por allí los Montelirios, que con el cambio de siglo lo habían vendido, teniendo desde entonces usos tan dispares como almacén de la familia Pueyo, Casa del Pueblo o Escuela de Comercio.
En ese momento era almacén de maderas, lo cual quizás justifique la magnitud tan exagerada que llegaron a alcanzar las llamas.
Y es que fue tan violento el funesto incendio que evacuaron no sólo a los vecinos de don Pedro Niño, sino también a los de Atienza, Lepanto y otras calles aledañas.
A la mañana siguiente no quedaba nada: el antiguo palacio de los Montelirios había pasado a la historia para más tarde quedar relegado al olvido.
Más de 80 años han transcurrido desde entonces.
Sobre el solar del palacio se levanta ahora un edificio de viviendas, también superlativo por cierto, aunque en lo simple de su arquitectura.
Pero no es lo que más llama la atención de don Pedro Niño, o quizás deberíamos decir que no es con lo que ahora llama la atención don Pedro Niño.
No si lo comparamos con el enorme cactus que crece en el jardincillo delantero del número 18.
Un enorme cactus que entre jazmines y enredaderas se eleva varios metros del suelo volcándose sobre la fachada, como si quisiera entrar dentro de la casa, vetusta casa de estilo dieciochesco que quién sabe si fue testigo de los primeros pasos de los Montelirios, los buenos y los malos.
Un cactus que trepa, se agranda y se abre espléndido hasta toparse con el frío y gastado cristal del cierro metálico, protector del interior del viejo caserón frente a las intenciones que pudiera tener este capricho de la naturaleza.
Un cactus que parece pedir auxilio a la vez que asusta por su fiereza, provocando sentimientos encontrados entre la compasión y el temor en todo aquel que la observa.
Sobre todo cuando al ocaso del día la tenue luz de la luna le confiere un aspecto tétrico, fantasmagórico, de otro tiempo, como si hubiera salido de alguna de las historias que en la niñez nos contaban los mayores para hacer mas llevadera la calor durante las noches de verano.
Curiosa la historia de la calle y sobre todo el cactus.
ResponderEliminarGracias, como siempre.
En la casa de al lado había una fábrica de peinas de carey.
ResponderEliminarAñado el mensaje de Miguel Andréu que al parecer no se ha insertado correctamente:
ResponderEliminarCuando comencé 1º de BUP en el San Isidoro, pasaba todos los días por ahí y ese cactus ya era alto, aunque solo tenía, por así decirlo, un único tronco, el cual ya alcanzaba el balcón.
Te hablo del año 1981...
Mi primer recuerdo de ese cactus también proviene de mi etapa como estudiante de bachillerato en el San Isidoro, como Miguel también en los primeros años ochenta. Lo que ya no tengo memoria es para recordar cómo era por aquel entonces...
ResponderEliminarRecuerdo el cactus y los bocadillos de tocino "del Camilo"... tienda de barrio que se mantiene cerquita de dicho cactus, aunque no sé que habrá sido del tal Camilo...
Es una calle que suelo transitar bastante, no sé si le ocurrirá a alguien más pero para mí es como una calle de transición entre "el centro" propiamente dicho cuando se llega a San Andrés y los barrios del Casco Norte como San Marcos o San Julián. Una especie de "calle del atajo"...
Interesante y documentada historia como siempre, queda pendiente salir de dudas y saber quién puñetas fue el tal Don Pedro Niño, porque como te pase como a mí hasta entonces no te quedarás tranquilo... ;)
yo vivía en la calle castellar, mi madre aún vive allí, tb estudie en el san isidoro y me acuerdo del cactus y de los bocatas de tocino, creo que la tienda sigue allí
EliminarHe pasado varias veces por esa calle y siempre me he detenido a contemplar ese maravilloso cactus, e incluso le he echados fotos.
ResponderEliminaren esta calle había un obrador de pastelería en el que hacían bollitos de
ResponderEliminarleches y cuñas de chocolate
Yo nací en esta calle, exactanente encima de la tienda del Camilo.
ResponderEliminarNo la tienda del Camilo ya no está, yo soy su hermana y el ha montado una tienda en otro barrio, muchos saludos y gratos recuerdos tanto para mis vecinos de la infancia como para tantos estudiantes que desayunabais con los bocatas del Camilo.
Yo nací en esta calle
ResponderEliminarYo nací en esta calle, justamente encima de la tienda "del Camilo" y no, la tienda ya no está, el ha montado otra tienda en otro barrio, soy su hermana y me gustaría enviar muchos saludos tanto para mis vecinos de la infancia como para todos aquellos estudiantes que disfrutasteis de los bocatas del Camilo.!que tiempos!!!!!
ResponderEliminarYo viví en el n8,y aunque ahora vivo muy lejos de esa calle y de mi ciudad, siempre la llevo en mi corazón, a también recordar que existía una librería llamada el desvan, que en reconocimiento de lo que me aporto tengo su nombre en varios proyectos personales su nombre EL DESVAN. Un saludo para todos mis antiguos vecinos
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