25 de agosto de 2010

La Isleta de los Patos

Según recoge el Diccionario de la RAE, estanque es una “balsa construida para recoger el agua, con fines utilitarios, como proveer al riego, criar peces, etc., o meramente ornamentales.

En Sevilla, por lo que sea, esa definición suele limitarse tradicionalmente a la primera parte, ocultándose los “fines”, tanto “utilitarios” como “ornamentales”, bajo densas capas de verdina y suciedad.

Y es que en esta bendita ciudad un estanque medianamente limpio es tan difícil de encontrar como una pared sin grafitis, de hecho dudo mucho que ahora mismo se den ninguna de esas dos circunstancias.

Quizás ese sea el motivo por el que este domingo no me extrañara al ver que la Isleta de los Patos, en pleno corazón del Parque de María Luisa, está hecha una verdadera pena. Aunque, siendo justos, esa pena la arrastra de toda la vida, al menos que yo recuerde…

Parece ser que no siempre fue así, de hecho cuenta la tradición que el joven Alfonso XII declaró en su templete amor eterno a su prima María de las Mercedes cuando el estanque formaba aún parte de los vastos jardines del Palacio de Montpensier. Conociendo la frágil salud de la princesa y su triste muerte, no es de extrañar que hoy día sus padres no la dejaran acercarse a la Isleta de lo sucia que está. Quizás no la dejaran ni entrar al Parque.

También mi abuelo me contaba de niño historias de un pequeño zoológico instalado allí a mediados del siglo pasado con jaulas diseminadas por sus glorietas y jardines, donde vivían (o malvivían) pájaros, monos y hasta una leona, de nombre Mara, que hacía las delicias de propios y extraños, menos de ella misma seguramente.

Aún hoy es posible encontrar huellas de ese improvisado bestiario, aunque si los animales regresaran no les costaría nada adaptarse a vivir libremente en la Isleta, que en algunos puntos parece incluso una recreación de su hábitat natural.

Por desgracia yo no puedo tener recuerdos ni tan románticos ni tan exóticos. Durante mi infancia la Isleta era el destino paradisíaco que tenían los patitos de a veinteduros de la Alfalfa cuando desaparecían de la terraza a mediados de semana. O al menos eso decían mis padres. Menos suerte tenían los pollitos de colores, cuyo final era irremediablemente trágico y con arroz.

También me viene a la memoria un señor que, de la misma forma que la mujer de los arvejones en la plaza de América, vendía altramuces para dar de comer a los patos. Evidentemente hablo de una época en la que había patos, hoy no le saldría rentable porque apenas si quedan cuatro… supongo que será consecuencia de la gripe aviar o, esto me llena de esperanza, de que al cerrar la Alfalfa ya no hay patitos de a veinteduros con los que repoblar el estanque.

Pero los que verdaderamente llamaban la atención eran los pavos reales: su colorido, sus movimientos, su plumaje, su elegancia. Eran los más fotografiados, los más admirados, los más buscados, en definitiva, los reyes de la Isleta.

También desaparecieron, como lo hicieron los peces de colores que, siempre inmóviles, se podían adivinar en el fondo del estanque. Aquí, de todas formas, he de dar el beneficio de la duda ya que lo mismo siguen ahí sólo que la suciedad del agua impide que se vean.

Y es que la Isleta de los Patos, por desgracia, es hoy un simple decorado para que se hagan fotos los turistas. Sea por dejadez, por restricciones sanitarias o por el motivo que sea, con el paso de los años ha ido perdiendo tantas señas de identidad que hoy los chavales, simplemente, la pasan de largo.

Lástima que algunos piensen que sólo hay que conservar edificios, monumentos, calles, plazas, incluso estanques, y se olviden de ese otro patrimonio intangible que da forma a los recuerdos.

19 de agosto de 2010

La increíble y extraordinaria historia de las 60.000 personas que no tenían nada que hacer…


…Y se
presentaron al casting de Gran Hermano.

Porque estamos de enhorabuena: nuestra querida España, esa España nuestra de charanga y pandereta, no solo tiene su infalible mañana y su poeta, ahora también tiene un programa de televisión. Nada más y nada menos que 60.000 almas quieren entrar en el próximo reality de Telecinco, cifra parecida al número de estudiantes que han hecho la Selectividad este año, por ejemplo. Ole, con ole y olé!

De la misma forma que 300 espartanos acompañaron al rey Leónidas a morir en las Termópilas, 60.000 españolitos están dispuestos a ser expulsados por Mercedes Milá de la casa de Guadalix. Por fin, a base de nominaciones, insultos y coitos televisados, hemos conseguido forjar el que podríamos denominar “nuevo sueño español del siglo XXI”: ganar un pastón en prime time sin tener que hacer nada, como mucho gritar.

Entre quien entre en la casa, pueden estar tranquilos porque de momento hay cuerda para rato con estos 60.000 futuros periodistas que intentarán convalidar sus asignaturas mediante polvos y broncas; 60.000 jóvenes en celo dispuestos a fornicar bajo un edredón mientras imploran el perdón de su abuela; 60.000 portadas de Interviú; 60.000 tertulianos preparados para despotricar de todo lo que se mueva; 60.000 calientabraguetas de discotecas de pueblo; 60.000 nuevas piezas a incorporar al muestrario de carnicería barata y trapitos de moda fashion; 60.000 demandas judiciales para los Juzgados de Plaza Castilla; 60.000 boquitas prestas a patear diccionarios y libros hasta rozar el ridículo; 60.000 bestiajos que justificarán sus exabruptos recitando el “todo se magnifica dentro de la casa”; 60.000 aprendices de famosillo capaces de vender a su madre por sentarse en un plató; 60.000 cobayas de algo que vendieron como experimento sociológico y que al final no es mas que un sucio contenedor de telebasura; 60.000 cuentapolvos a sueldo y saldo… Y paro ya, que a este paso va a parecer la entrada a una canción de Sabina.

Si muchos demandaban una respuesta de esta sociedad frente a la crisis que estamos padeciendo, creo que hay poco más que decir: ahí van 60.000 respuestas, y olé.

17 de agosto de 2010

La cara invisible de la Operación Salida

Es el último grito. No se conoce barrio, calle o plaza que en los últimos tiempos no haya ampliado su vecindario con un auténtico perrito Yorkshire, con pedigrí, claro. Tamaño mini, extramini, megamini, ultramini, maximini, el perrito Yorkshire es lo más de lo más.

Cuanto más pequeño, mejor. Cuanto mayor sea su árbol genealógico, mejor aún. En sus múltiples variedades de pelos, orejas, rizos, medidas, el perrito Yorkshire, con pedigrí, claro, es la estrella de parques y jardines.

El vecino gamberrete que hace años mataba gatos a pedradas, el viejo cascarrabias que embadurnaba a sulfuro los alcorques de los naranjos, la huraña metomentodo que no paró hasta que se prohibiera la entrada de perros en el ascensor, todos pasean hoy orgullosos sus perritos Yorkshire, con pedigrí, claro; todos recogen orgullosos sus caquitas o miran de reojo hacia otro lado cuando el perrito Yorkshire, con pedigrí, claro, arquea el esternón y pone carita de circunstancias; todo vale, todo es gracioso, todo se perdona si está detrás un perrito Yorkshire, con pedigrí, claro. La vida es mas agradable si a nuestro lado tenemos un perrito Yorkshire, con pedigrí, claro.

Supongo que aún no habrán retirado el cadáver del Carlino negro que ayer estaba en la cuneta de la N-IV a su cruce con El Torbiscal. Reyes indiscutibles de otras temporadas perrunas, como también lo fueron en su momento los White Terrier, los Cockers o los caniches, hoy son en su mayoría juguetes rotos, igual que esos pekineses de ojos rasgados que ostentaron durante muchos años el número uno del perrito Yorkshire. O los Husky siberianos de la Alfalfa con medio metro de lengua fuera pasando lo mas dignamente posible las calores veraniegas de Sevilla. ¿Qué ha sido de ellos? ¿Dónde están?

El abandono es una de las muchas caras que presenta la Operación Salida, aunque no aparezca en los dispositivos especiales de tráfico, ni en los anuncios de la DGT, ni se utilice para hacer estadísticas de fallecidos. Es una cara invisible, cruel, egoísta, que tiene una primera y única parada en el arcén de la carretera y, casi siempre, un triste y silencioso final.

Quizás ése sea el principal problema: el silencio. No quiero ser demagogo, evidentemente no voy a comparar un perro con las muchas personas que se dejan la vida en la carretera, pero creo que no estaría de más tener una cierta sensibilidad con el tema. Seguramente habrá alguna legislación peregrina al respecto pero, ¿se aplica? ¿de qué vale? Todos sabemos como funciona este bendito país, donde suelen prohibirse las cosas sólo para que los de siempre puedan justificar su sueldo por si Santa Bárbara truena. Si no pasa nada, mejor: tan tranquilos.

Y así, todos los años, se vuelve a repetir la misma historia: hoy son los perritos Yorkshire, con o sin pedigrí, ayer los Labradores, anteayer los Samoyedos. Hoy usted puede encontrarse un perrito Yorkshire en cualquier calle, un Labrador con suerte; para ver un Samoyedo hay que ir al Arca de Noé.

Son los restos de otras temporadas caninas, stock anticuado, caprichos que hoy no quiere nadie, con o sin pedigrí, regalos sorpresa que ahora incomodan e incluso dañan la vista, que no tienen lugar en ningún rincón de la casa ni del alma.

Porque desgraciadamente muchos no terminan de enterarse de que las modas son para las pasarelas: con una vida no se juega, aunque sea la de un perro. Con o sin pedigrí.


En la imagen Lay, la perrita Schnauzer de mis padres, otra raza que ahora parece estar de moda.

9 de agosto de 2010

El Príncipe de Módena, Michelle Obama y la felicidad

Fue el 26 de octubre de 1747. Sevilla era una ciudad en franca decadencia que se marchitaba lentamente en el recuerdo de su reciente pasado y el intento de olvidar las desgracias del presente.

La Nueva Roma, esa urbe cosmopolita acostumbrada al lujo y las riquezas que Guadalquivir arriba transportara la flota de las Indias durante el Siglo de Oro, era ahora un túmulo ruinoso sumido en una galopante crisis económica y social.

Pero esa mañana había sido distinta. Una noticia corrió como un reguero de pólvora entre las desiertas calles de la ciudad levantando el revuelo y la curiosidad de sus vecinos, poco dados ya a este tipo de sorpresas: y es que acababa de atravesar las trece barcas que conformaban el puente a Triana el séquito de don Hércules de Este, Príncipe de Módena.

Elegantes carruajes, caballos ricamente enjaezados, pajes vestidos con lujosas galas, una cohorte de lacayos negros, en resumidas cuentas, un cortejo de tanto brillo y lustre que hacía mucho no se veía por estos lares.

Como no podía ser de otra forma, Sevilla se revolucionó de inmediato. Desde el más humilde de los mendigos hasta el mismísimo Asistente don Ginés Hermosa, pasando por los caballeros veinticuatro, los nobles que aún se aferraban a sus desvencijados palacios o los sacerdotes que poblaban la todavía llamada ciudad-convento, todo eran parabienes y adulaciones hacia el ilustre huésped.

Unos movidos por la curiosidad, otros por el placer de agradar al Príncipe, otros abrigando la esperanza de caer en gracia y progresar en el escalafón social, Sevilla ocultaba sus penurias bajo un falso tapete de boato y honraba la visita como mejor sabía (y podía) hacerlo.

Mucho ha llovido desde entonces, hasta granizado, pero como hemos visto estos días la historia, nuestra historia, siempre tiende a repetirse. Y es que no solo el sevillano, sino el españolito en general, suele ser un tipo apasionado capaz de dejarse la vida luchando por una causa que cree justa, pero al mismo tiempo se transforma en una criatura dócil y servicial cuando se trata de recibir una palmadita en la espalda de aquel que considera su modelo a seguir, imitar o respetar. Quizás por ello cuando ese ídolo es destronado no ceja hasta verlo hundido en la ciénaga.

El epicentro del país se trasladaba la semana pasada a Marbella. El paro, la crisis, la corrupción, los malayos, todo desaparecía de un plumazo con la llegada de Michelle Obama, encumbrada poco menos que a la categoría de señal divina enviada para expiar todos nuestros pecados, para lavar la marca Costa del Sol, para dar ese empujón a la maltrecha economía patria y de paso relanzar nuestra imagen internacionalmente.

Michelle ha llegado y el sol de Agosto ya no quema, ahora ilumina. Por donde pasa nacen las flores, huele a perfume, el lujo se desborda, todo son sonrisas, halagos, vítores, júbilo. Los gurús del colorín invocan el espíritu de la jet-set, que desempolva a la mismísima Gunilla del baúl de los recuerdos; la puesta de sol de la Alambra vuelve a ser las mas bella del mundo y el Tajo de Ronda deja al Niágara a la altura de una charca. Jamón, toros, flamenco, vino, folclore, mantones de ManilaEspaña vuelve a entonar el is different, y encima con un Mundial en la buchaca.

Pero la dicha tiene fecha de caducidad, y una tarde Michelle se fue como había llegado, volando. Y todo volvió a ser como antes: regresó la alerta naranja a los termómetros, los souvenirs de Marbella siguieron vendiendo collares y camisetas horteras a los turistas, las gitanas del Sacromonte taparon los desconchones de la cueva con las propinas de Micaela, los periodistas regresaron a pie de playa para sacar tetas en los informativos con cualquier pretexto, volvió a escucharse el susurro de la Fuente de los Leones, la Plaza de toros de Ronda reanudó la cuenta atrás para la Goyesca y el rey al fin pudo estar a gusto en su palacio de Miravent. El pueblo desperezaba de su sueño glamuroso y el centro del mundo volvía a desplazarse hacia cualquier otro lugar, seguramente muy lejos.

También por donde había llegado abandonó el Príncipe de Módena la ciudad de Sevilla, aunque cargado de grilletes y cadenas camino de las tétricas mazmorras del Castillo de San Jorge. Michelle era de verdad, don Hércules resultó ser un impostor que durante 5 días estuvo riéndose del personal.

Ayer como hoy, la vida de la ciudad volvió a tomarle el pulso a la realidad tras acabar su sueño de lujo y elegancia, todo aderezado por el bochorno de no haber desenmascarado antes al farsante.

Los curas de la iglesia de San Pablo que hacían repicar las campanas cuando aparecía el falso noble, las prostitutas que ambicionando favoritismo se entregaron a sus brazos en los Cuatro Cantillos, los nobles que habían organizado fiestas en su honor, el Asistente don Ginés Hermosa que aún debería rendir cuentas a Madrid: todos se avergonzaban ahora por haberse dejado embaucar tan fácilmente.

Pero, a fin de cuentas, la experiencia tampoco había sido tan negativa; si bien es cierto que al final todo seguía igual, que la ciudad continuaba siendo el mismo despropósito de siempre y que todos regresaban a su vida anodina e insulsa, al menos durante un tiempo habían recuperado la ilusión y, lo más importante, la felicidad. Y, ante eso, nadie podía objetar nada, aunque muchos consideraban que habían hecho el ridículo


Imágenes tomadas de Wikipedia.es y elmundo.es

6 de agosto de 2010

Estratigrafía de la Pintura Mural sevillana

En uno de los varios quiebros que conforman la calle Imperial, junto al Hotel que toma el nombre de la misma, hay una curiosa esquina en la que, si la suciedad y la dejadez no nos hacen apartar la vista hacia otro lado, se puede ver la evolución que ha tenido la pintura mural sevillana, o mas bien de los motivos que han inspirado a ésta, a lo largo de la historia.

Reconozco que hablar de pintura mural quizás sea algo exagerado para lo que hay en este improvisado museo al aire libre, pero viendo el déficit cultural que presenta la ciudad en los últimos tiempos, con el cierre del Espacio Iniciarte o el traslado de la Casa de Murillo por ejemplo, no hay mas remedio que agarrarse a un clavo ardiendo para no deprimirse.

Al contrario que en los cortes estratigráficos al uso, la pintura más antigua la encontramos en la zona superior de la referida esquina. Todo hace pensar que sea la altura el motivo de que siga ahí después de tanto tiempo, posiblemente desde el siglo XVI, cuando algún descendiente de Per Afán de Ribera, primer duque de Alcalá de los Gazules, decidió pintar el escudo de armas de su linaje en la fachada de una de las dependencias que cierran el Jardín Grande de la Casa de Pilatos.

Esta práctica era habitual en la Sevilla de la época ya que los nobles marcaban territorio, alardeaban de posesiones y de camino se hacían propaganda, aunque hoy día apenas quedan ejemplos en la ciudad que sean visibles y no estén ocultos bajo capas de pintura, en el mejor de los casos, es decir, siempre y cuando el palacio de turno no haya sido derribado.

Sin ir mas lejos en la calle Caballerizas, orientado hacia la iglesia de San Ildefonso, existía otro similar del que ya solo queda una blanca capa de cal, eso sí, ennoblecida por su escudo de metal, que aún se mantiene.

En el segundo nivel, ocupando la zona central de esta esquina museística callejera, encontramos un retablo cerámico de la Virgen de Guadalupe, una de las advocaciones marianas con más devoción y tradición de la ciudad, no en vano se llegaron a realizar cerca de 3000 reproducciones de la imagen sólo en el siglo XVIII entre azulejos, tapices, óleos y tablas.

Esta reproducción de la Capitana del Imperio Español seguramente sería realizada durante la época dorada de la historia hispalense, esa en que fue Puerto de América y mantenía el monopolio del comercio indiano, lo cual da sentido a este homenaje hacia una Virgen que, recordemos, es Patrona de Méjico.

Y para acabar este pequeño estudio descendemos hasta nuestros días, representados a pie de calle por algo que no sabemos exactamente qué es aunque el autor, un tal Morn, ha tenido el detalle de dejarnos su firma.

De menos calidad y menos riqueza cromática que sus predecesoras, no encuentro el motivo de esta pintura mural, que ya podríamos encuadrar dentro del género “grafiti” toda vez que este vocablo ha sido recientemente admitido en el Diccionario de la RAE junto a otros como antiespañol, muslamen (como suena) y oenegé (como lo leen).

Es de agradecer que este género grafitero resulte fácilmente erradicable sin necesidad de tener que recurrir a la socorrida cal. Así podemos tener limpia en pocas horas nuestra fachada y de esta forma dejar vía libre para que un nuevo artista callejero comparta sus inquietudes con todos nosotros.

Es triste, pero al paso que vamos no me extraña que en pocos años ésta sea la única forma que vamos a tener en esta bendita ciudad de disfrutar de "arte" contemporáneo.


1 de agosto de 2010

La Pila del Pato, 2ª Parte: Puzzle de recuerdos

Como decíamos en la entrada anterior, el Asistente Arjona sustituye el Mercurio renacentista por la Pila del Pato, una fuente menos monumental pero más acorde a los gustos de la época, que colocará en el centro de la Plaza de San Francisco y no frente al Arquillo del Ayuntamiento, donde anteriormente se encontraba.

Pese al empobrecimiento galopante en que se hallaba sumida la Sevilla del siglo XIX, la Plaza de San Francisco seguía siendo su centro social y cultural. Semana Santa, Corpus, manifestaciones… la vida de la ciudad transitaba por sus adoquines y no había acontecimiento importante que no tuviera de fondo el murmullo del surtidor de la nueva fuente.

Tanto es así que su ubicación se convierte en un problema, ya que al estar en una posición central impedía el tránsito de las procesiones y eventos que discurrían por la Plaza. Salvando las distancias, algo parecido a lo que ocurre ahora en Semana Santa con las catenarias del Metrocentro.

Por ello a los pocos años de su construcción se decide su traslado al mismo lugar donde estaba (y está hoy) el Mercurio, junto a la fachada del magnífico edificio porticado que ocupaba el solar del actual Banco de España. Vuelta a los orígenes, pero por poco tiempo.

Si por obra y gracia del que podríamos llamar tráfico cofrade la fuente vuelve a su posición primitiva, será otro tipo de tráfico hasta entonces poco desarrollado el que la dejará sin lugar en la Plaza que la vio nacer allá por el ya lejano medievo: el de los coches y tranvías, que la convierten en un estorbo, hasta el punto de ser traslada en 1885 a la Alameda de Hércules, junto a las columnas de los leones.

Cambio de registro en toda regla: de la Sevilla oficial y elegante a la popular y costumbrista, del gris adoquín al amarillo albero, de la solemnidad de la Semana Santa al jolgorio de velás y cruces de Mayo. Su agua ya no refrescará a aristócratas, clérigos y burgueses, ahora será gente humilde la que escuche el susurro del surtidor: obreros, aguadores, toreros en ciernes, cantaores y por supuesto, estamos en la Alameda, mujeres de vida licenciosa.

La Pila del Pato coge el testigo de las 3 fuentes que el Conde de Barajas colocara al urbanizar Laguna de la Feria allá por el siglo XVI, ahora en plena decadencia. El traslado se enmarca dentro del intento de revitalizar una Alameda Vieja que, en palabras del duque de Rivas, estaba “tan decrépita a tal punto, que ya se la puede contar con los muertos”.

Las Delicias de Arjona o el paseo de los Lutos (Jardines de Murillo) a las afueras, y el pujante entorno Tetuán-Sierpes-Campana-Duque con sus teatros y cafés habían relegado este inmenso espacio a un lugar residual dentro del entramado urbano de una ciudad que intentaba despegar de sus penurias pasadas.

La fuente se ubica, como se dijo antes, cerca de las columnas de los leones que se alzan al Norte de la plaza, en el lugar que hasta hace poco ocupaba la estatua de la Niña de los Peines, medalla de bronce tras Manolo Caracol y Chicuelo en el nefasto pódium que la última reurbanización nos ha dejado.

Y el barrio, rápidamente, la hace suya. De su chorro se decía que debían beberlo aquellos jóvenes que quisieran ser toreros, ajenos posiblemente a que ese mismo chorro había estado presente siglos atrás en la cornada letal que recibió Rehilete en unos festejos celebrados en la Plaza de San Francisco, el primer torero muerto en faena del que se tienen noticias.

El murmullo de la fuente se entremezcla con rasgueos de guitarra, pregones de aguaores y los juegos de los niños. La Pila del Pato pasa a formar parte de la Alameda y, aún hoy, los vecinos mas viejos de la zona siguen llamando por ese nombre a la plazoleta donde coloca sus veladores la Norte-Andaluza.

Pero la historia reciente de Sevilla es una historia de cambios, quizás demasiados. Ya en 1911 se eleva el suelo de la Alameda para evitar inundaciones, con lo que desaparecen los álamos, puentecillos, bancadas y demás elementos que permanecían desde los tiempos del Conde de Barajas. En 1936 se lleva a cabo una última transformación que la deja tal y como la conocimos hasta hace pocos años, con su albero, sus bancos, sus álamos y sus aparcamientos, demasiados aparcamientos, tantos que según crónicas de la época los coches entraban en doble fila entre los mismos Hércules, que son vallados por lo que pueda pasar.

El guión vuelve a repetirse adaptándose a los nuevos tiempos: y así, tras las procesiones y los tranvías, ahora es el tráfico de coches el que manda a la Pila del Pato a una nueva ubicación, que, paradojas del destino, estará frente a la recién estrenada Estación de Autobuses del Prado de San Sebastián, donde llega en los años cuarenta tras pasar un tiempo desmontada en la Plaza de las Mercedarias.

Frente a la puerta peatonal, junto a la antigua Casa de Socorro y en un entorno muy diferente al que conocemos hoy día, ya que la amplitud de la zona debía ser enorme toda vez que no estaba el edificio de los Juzgados ni muchos otros, Parque incluido, de los que hoy día hacen que el nombre de Prado sea un simple recuerdo, encuentra nueva ubicación esta fuente viajera.

De nuevo hay un cambio de registro, de la Sevilla tradicional de corrales de vecinos a ser la primera imagen que deja la ciudad a los recién llegados, del amarillo albero al negro alquitrán del asfalto: ahora el susurro del surtidor será apagado por los motores de los autobuses

Y, una vez más, la Pila del Pato se reinventa: si las procesiones de Semana Santa en la Plaza de San Francisco daban paso a las velás populares de la Alameda, ahora será la Feria de Abril la que proporcione nuevas señas de identidad a nuestra fuente, que se convierte en punto de encuentro y reunión de feriantes, el mítico lugar donde el Pali contaba los noventa y tantos lunares verdes y azules que tenía el vestido de la muchacha que acababa de conocer.

Pero tampoco estaba en su emplazamiento definitivo. La vertiginosa expansión de la ciudad hacia el extrarradio había convertido al Prado de San Sebastián en un inmenso solar enclavado en pleno centro geográfico. Para reurbanizar la zona y aprovechando que los Juzgados de Almirante Apodaca se habían quedado pequeños, se decide segregar una parte para construir un nuevo edificio donde se pondrán en práctica las ideas arquitectónicas que trataba de esbozar un estilo propio en la España franquista, dando como resultado el infumable y mastodóntico edificio que vemos hoy día.

Entorno en que se situaba la fuente

La Pila del Pato vuelve a estorbar y será otra vez el tráfico, en esta ocasión un aparcamiento en superficie de apoyo a los nuevos Juzgados, el que la obligue a buscar otro destino. Así, en Julio de 1965 comienza a desmontarse para ser trasladada a otro enclave del centro de la ciudad: la Plaza de San Leandro.

Como si del final de un trayecto se tratara, es en esta Plaza donde parece haber alcanzado finalmente su merecido descanso. Es curioso, podría decirse que el mismo entorno pretende evocar su pasado entremezclando los cambios de registro vividos de una manera pausada, tranquila y sosegada.

Así el ajetreo de la Sevilla que abría las puertas de América parece estar presente en el inmenso laurel de las Indias que le da sombra, como los 1700 frailes que llegaron a habitar el convento de San Francisco en sus buenos tiempos tienen su recuerdo en las agustinas que viven la quietud del convento de San Leandro.

La Casa-Palacio de los Ibarra, esquina a la calle Imperial, recoge el testigo de esa Sevilla señorial y de alta alcurnia que se daba cita junto a las casas de los Genoveses. Hasta la piqueta tuvo su cuota de protagonismo con la demolición del Hospital del Cardenal, en cuyo solar cupo el Instituto Velázquez, parte de la calle Carrión Mejías y hasta el bloque de viviendas de la acera de los pares de Cardenal Cervantes.

También en la Plaza de San Leandro se respira Alameda, se respira esa Sevilla de patios de vecinos en el cercano corral del Conde o antes en el desaparecido de la Almudena, en el recuerdo de la guitarra del Niño Ricardo y de esas noches bajo las estrellas del Cine de Verano Santa Catalina, en el bullicio a la salida de los chavales del Instituto, en el torpe redoble de tambor de una Cruz de Mayo pasados ya los fuegos artificiales del domingo de Feria.

Y es que la Pila del Pato es como el anciano que trata de recomponer los recuerdos acumulados a lo largo de toda una vida, un puzzle de sensaciones olvidadas, de estampas caducas que se entremezclan al susurro de una fuente en la que se arremolinan las palomas.


Con permiso del amigo Doria, , tomo prestado este bellísmo vídeo.