2 de diciembre de 2009

Las Cadenas del Puente de Triana

Fue el 3 de Mayo de 1248, festividad de la Santa Cruz. El sitio de Sevilla se prolongaba desde hacia varios meses, demasiados para la ambición de las tropas castellanas, que habían visto frenado en seco su victorioso paseo militar a lo largo de la ribera del Guadalquivir.

Abandonados a su suerte, ignorados por las taifas vecinas, enemistados con los poderosos reinos musulmanes del Norte de África, los sevillanos se enfrentaban a una situación complicada y, sobre todo, a uno de los ejércitos mas importantes del momento.

Pero nada les importaba, estaban dispuestos a vender cara su derrota, al precio que fuera. Sabían que les esperaba el exilio, abandonar para siempre la ciudad de sus antepasados, la ciudad donde habían nacido, la ciudad que les había dado la vida. Antes la muerte, sin duda sería un final mas dulce.

Confiaban en la afamada fortaleza de sus altas murallas y barbacanas; en la seguridad que les proporcionaba el río, cerrado en toda su orilla desde la coracha de la Torre del Oro hasta la Almenilla; en el inexpugnable Castillo de Triana, unido a la ciudad por los trece cascos del Puente de Barcas y sus gruesas cadenas de hierro; en otro castillo no menos importante y poderoso, el de Aznalfarache (Hisn al-Farach), desde el que se divisaba toda la vega del río; y, por supuesto, en su corazón, la mas importante de todas sus armas. Ya lo había cantado el poeta en tiempos de Almutamid:

Sevilla es una novia

cuyo esposo es Abbad:

el Aljarafe es su corona;

su collar es el Río.

Todo vale para conservar la ciudad: fuego grecisco, algarradas, ballestas, ataques sorpresa… No había excusa alguna para escatimar en esfuerzos, ni en dinero, ni siquiera en vidas. Todo con tal de que los castellanos levantaran sus campamentos de la dehesa de Tablada. Además la situación aún no era desesperada, no en vano a través de Triana les llegaba un flujo continuo de víveres y tropas desde el Aljarafe que servían para mantener viva la llama de la esperanza en la ciudad.

Pero nada parecía agotar la paciencia de Fernando III. Hombre creyente y ambicioso, era plenamente consciente del significado e importancia que tendría la conquista, sabía que con la caída del último gran bastión de Al-Andalus el sueño que siglos antes iniciaran sus abuelos en las lejanas montañas asturianas estaba al alcance de la mano, era cuestión de tiempo, de esperar que cayera como fruta madura.

Viendo la dificultad que entrañaba la conquista de la ciudad por tierra, el monarca había recurrido a Ramón Bonifaz, “un omme de burgos” según su compañero de armas y posterior señor, el infante don Alfonso, proporcionándole los medios necesarios para reclutar hombres y barcos de los puertos castellanos del Cantábrico, principalmente de las llamadas “Cuatro Villas de la Costa de Castilla”, a la sazón San Vicente de la Barquera, Laredo, Castro Urdiales y Santander, aunque también se unirán gentes de otras ciudades y provincias como los marinos vascos de don Diego López de Haro o los gallegos al mando del poeta Paio Gómez Charino.


Para reafirmar la autoridad y confianza depositada en él, don Fernando designa a Ramón Bonifaz como Almirante del Reino, siendo la primera vez que se crea esta dignidad en Castilla, de la misma forma que la suya sería la primera flota militar de la historia de España, con un número de naos que oscilaba según las fuentes entre 13 y 17, aunque seguramente también participarían otros bajeles de apoyo con menor porte.

Como en toda gran gesta que se precie, el camino del nuevo Almirante una vez abandona los puertos del Cantábrico no será precisamente fácil, no tardando mucho en entrar en combate, incluso antes de llegar a Sevilla: en la desembocadura del Guadalquivir, junto a las costas de Sanlúcar de Barrameda, una flota de benimerines que acudían en auxilio de los sitiados les hizo frente, sufriendo un descalabro de tales dimensiones que regresan a sus bases norteafricanas.

Doble golpe de efecto y una realidad palpable: por vez primera desde el siglo VIII el Río Grande estaba totalmente bajo control cristiano: la Reconquista había atravesado su Rubicón particular. La antorcha de la Torre de los Herberos se apagaba para siempre.

Al fin en las puertas de Sevilla, los marinos de Bonifaz no tienen mas remedio que dejarse arrastrar por la dinámica cansina y estática que había adquirido el asedio de la ciudad: escaramuzas, celadas, combates furtivos, saqueos. La guerra se había enquistado, la ciudad resistía y el tiempo corría en contra de los castellanos. En cualquier momento podía despertar la conciencia solidaria del sultán de Fez o de sus colegas magrebíes y dar un giro imprevisible a la situación. Había que actuar rápido, dar un golpe definitivo, precipitar los acontecimientos. Y así llegamos al 3 de mayo de 1248.

Don Fernando celebra consejo con sus mas experimentados hombres de armas, entre los que se encuentran el avilesino Ruy González y el propio Ramón Bonifaz. En sus manos deposita el futuro de la empresa, el futuro de la conquista, el futuro de su Reino.

Dos naos son elegidas: la Carceña y la Rosa de Castro; la una construida con madera del monte del mismo nombre, en los alrededores de Santander, la otra armada en las atarazanas de Castro Urdiales; la una gobernada por valeroso Ruy González, la otra por el mismísimo el Almirante Bonifaz; en ambas se colocarían hierros aserrados con los que embestir a todo lo que se cruzara en su camino; ambas se lanzarían sobre el Puente de Barcas, que debían destrozar para aislar Sevilla de una vez por todas del universo musulmán.

No era empresa fácil. Los 13 bajeles que lo conformaban estaban unidos por gruesas cadenas de hierro que se anclaban en las mismas murallas del castillo de Triana y en la orilla del Arenal. Tampoco era sencillo llegar hasta el mismo, ya que desde la Torre del Oro cualquier barco era blanco fácil para los proyectiles y dardos de los sitiados. Pero no tenían mas remedio que intentarlo. No cabía otra posibilidad.La jornada arrancaba de forma poco propicia para los intereses castellanos; ya sabemos como se las gasta la primavera sevillana y el día había amanecido apacible y soleado, exactamente lo contrario que necesitaban los hombres de Bonifaz, que de esa forma no podían navegar. No tienen mas remedio que esperar hasta el mediodía cuando, con ayuda de la pleamar y el despertar de un fuerte viento de Poniente, se lanzan por fin río arriba.

A la derecha la Rosa de Castro, a la izquierda la Carceña. Delante una ciudad que se defiende del peligro que se le venía encima arrojando todo tipo de artefactos y artilugios desde las almenas de la Torre del Oro y los embarcaderos del Arenal, de donde salen las pocas zabras musulmanas que quedaban para impedir el avance.

El almirante flaquea, la resistencia de los sevillanos había debilitado sobremanera a sus hombres, que fracasan en la embestida. No sucede lo mismo con los marinos de la Carceña, pontevedreses en un buen número que, comandados por González y alentados por su señor, el poeta-guerrero Paio Gómez Charino, arremeten a la máxima velocidad que le permiten los proyectiles musulmanes contra el Puente de Barcas, quebrándolo por el centro y rompiendo las gruesas cadenas que unían las orillas de Sevilla y Triana desde 1171.

La ciudad estaba perdida, el punto de inflexión de la guerra acaba de llegar, con las cadenas se rompen las esperanzas de los sitiados que, conscientes del daño que les habían infligido, recrudecen su ataque sobre las naves cristianas, cada vez mas debilitadas. La Rosa de Castro puede dar la vuelta con facilidad, pero la Carceña, que aún estaba recuperándose del fuerte impacto con el puente, se encontraba en una situación muy delicada.

Entonces aparece una vez mas el genio militar de don Fernando enviando a sus hombres a las mismas puertas de la ciudad para distraer la atención de los sitiados, que rápidamente se abalanzan sobre las murallas para repeler un posible ataque. Despejado el escenario ribereño, los héroes de la Carceña tienen vía libre para regresar pletóricos a los reales de Tablada.

Con el objetivo cumplido y el dulce sabor de la victoria en sus espaldas, se rompía para siempre el último vínculo de Sevilla con Al-Andalus, se eliminaba la puerta de acceso para víveres, armas y tropas. La ciudad estaba ganada, ya de forma irreversible y definitiva.

Hoy resulta difícil imaginar la tremenda relevancia que tuvo esta gesta para la época, gesta que supuso no sólo apuntillar la conquista de la ciudad (que pese a todo tardará aún algunos meses en caer), sino la Reconquista misma.

Para que nos hagamos una idea el escudo de Santander representa el momento en que la Carceña (cuya madera, como se dijo antes, procedía de un monte cercano a la ciudad cántabra) rompe las cadenas que unían Sevilla y Triana, aunque erróneamente se anclan éstas en la Torre del Oro.

Otro ejemplo lo teníamos hasta principios del siglo XIX en Pontevedra, localidad natal del poeta-guerrero Paio Gómez Charino y de buena parte de los integrantes de la flota castellana, donde recorría las calles el día del Corpus una embarcación arrastrada por cuatro bueyes llamada A Nau o A Santa Nao, en cuyo interior se representaba a los marinos participantes en la gesta hispalense que, según la tradición, portaban en sus manos restos de la Carceña. Su última salida fue en 1852, con motivo de la visita que efectúan los duques de Montpensier a la ciudad gallega.

Curiosa efeméride si tenemos en cuenta que ese mismo año de 1852 se termina de construir el Puente de Triana, que sustituirá definitivamente al de Barcas, uno de los protagonistas de esta historia y cuya última y única fotografía, tomada por el vizconde Vigier, aparece mas arriba, aunque desplazado de su emplazamiento habitual por las obras del primero.

Pero es en una de esas “Cuatro Villas de la Corona de Castilla”, en Laredo, donde tiene mas relevancia el recuerdo de este episodio naval vivido a orillas del Guadalquivir. Recuerdo que se mantiene vivo no sólo en el escudo de la localidad, que como el santanderino se inspira en lances del feroz combate; hay un tesoro olvidado (al menos para la gran mayoría de la población hispalense) que se custodia en uno de los templos con mas raigambre de la Villa: la iglesia Parroquial de Santa María de la Asunción.

Suspendidas del altar mayor, como si flotaran en el sosiego y el paso de los años, se encuentra un tramo de las cadenas que amarraban los trece bajeles del Puente de Barcas, tramo de cadenas concedido por gracia real como reconocimiento al valor de los guerreros laredanos en la toma de Sevilla.

Afortunadamente solo regresaron a su ciudad de origen, a orillas del Río que las vio nacer, en 1984 con motivo de una exposición sobre la conquista. Digo afortunadamente porque en caso contrario a buen seguro que se habrían perdido para siempre como las del puente que fotografió el vizconde Vigier o las que representaron los Wyngaerde o Meunier en el Siglo de Oro. Afortunadamente en la Villa de Laredo han sabido conservar esta parte de nuestra historia.
Y allí descansarán, por los siglos de los siglos, silencioso testimonio del arrojo de unos hombres que una vez cumplieron un sueño, un sueño que cobró forma un 3 de Mayo de 1248, día de la Santa Cruz.

Gracias a la colaboración de Juan de Dios Vega y Ángeles Medina y a la Asociación Cultural "Amigos del Patrimonio de Laredo", en especial a Rufo de Francisco Marín, tanto por la información amablemente facilitada (spam mediante) como por las imágenes de las cadenas del Puente de Barcas, del libro "Santander y Cantabria en la conquista de Sevilla", del historiador José Luis Casado Soto.

20 comentarios:

  1. Ea, pues ahora que venga Pérez Reverte y lo mejore.
    Eres un figura, que entrada más amena y didáctica has conseguido, bueno, como todas.
    Un abrazo

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  2. Bueno, tiempo ha que no paso por aquí. Mis disculpas.

    Qué magnífica narración nos regala, intensísima recreación de la historia. Por momento me vi allí, acaso encadenado. De verdad, una entrada memorable.

    Y una duda que me queda: me ha encantado lo de "fuego grecisco", pero no sé lo que es...

    Un fuerte abrazo.

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  3. Plas, plas, plas (onomatopeya de ovación cerrada). Qué bien narrada la historia, haciendo que sea capaz uno de verla conforme la va leyendo.
    Ah, Juanma he tenido que mirar lo que era "fuego grecisco" y me he encontrado esto:

    "grecisco se aplicó a un tipo de fuego que acabó suponiéndose, también, invento griego. Si vamos bien encaminados y el fuego grecisco se denominaba así por ser grisiesco, tendremos que pensar en una materia grisácea capaz de provocar misteriosas explosiones, por ejemplo el espeso grisú o metano, probablemente ya conocido por los mineros antiguos; la expresión fuego grecisco acabaría por extenderse a cualquier artefacto explosivo de mecanismo desconocido para los españoles".

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  4. Son puntos de vista,Luz de Gas.

    Muchas gracias como siempre por tus palabras, No cogé ventaja.

    No solo disculpado, sino que me alegro muchísimo de tu regreso, Juanma. También yo llevo una época de vacas flacas en lo que a bloguear se refiere.
    Respecto al fuego grecisco, añado a lo que dice el amigo Ranzzionger que es lo mismo que fuego griego, un compuesto altamente inflamable que inventaron los bizantinos y que era arrojado en los combates navales sobre los barcos enemigos, que ardían rápidamente. El problema de los sitiados en Sevilla es que su flota estaba muy debilitada y para la época de la rotura del Puente de Barcas apenas tenían naves para entrar en combate. Y claro, para usar el fuego grecisco necesitaban acercarse mucho al enemigo.

    Me alegro mucho que te haya gustado la entrada, Ranzzionger. Otra suerte de fuego grecisco, o eso se pensó en un principio, se usaría años mas tarde en el sitio de Niebla, donde se empleó por vez primera la pólvora en España. Ya digo, eso pensaron cuando vieron los estallidos, luego los tiros iban por otro lado, nunca mejor dicho.

    Saludos.

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  5. Gran trabajo de documentación. Excelente entrada compañero.

    Felicidades ;)

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  6. Una entrada perfecta Sergio. También es cierto que narras una historia de una de las épocas más fascinantes para esta ciudad.

    Sabía la relación con Santander y el detalle del escudo porque las tierras cántabras son conocidas para mi pero lo de Laredo y las cadenas que se encuentran en la iglesia que mencionas no lo conocía.

    Pienso en el trabajo de documentación que haces con tu blog y se me ponen las patillas flojas, con lo vaga que soy yo para estas cosas... Es admirable.

    Por cierto, para que te cuente de palabra toda la relación existente entre Sevilla y Cantabbria nadie mejor que el Sr. Revilla. Es un tío estupendo.

    Un beso.

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  7. Cuanto sabes de nuestra historia y que detalle el que lo compartas. A mí también me gusta mucho la historia, pero este episodio que tu narras de la conquista con tantos detalles no lo conocía.
    Me ha parecido vivir entre los sitiados, recogiendo víveres y preparándome para el asedio. La verdad es que me hubiera encantado.
    Tampoco tenía ni idea de la conmemoración del hecho en los escudos, ni del lugar donde estaban las cadenas.
    Muy ameno de leer y de vivir nuestra historia, y como bien dices, afortunadamente las cadenas volvieron a la iglesia que las guarda.

    Un abrazo

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  8. Las relaciones entre Cantabria y Sevilla son maravillosas. La tierra montañesa (que pasa algo desapercibida por la presencia de su vecina astur) es digna de recorrer y palpar, subiendo y bajando valles.

    De nuevo, preciosa entrada que plasma desde un punto de vista amable y para nada vengativo parte de la historia universal, la de Cantabria y la nuestra, ambas ligadas al río.

    Una segunda parte con el telón de fondo de "los chicucos" y las tiendas de ultramarinos en el viejo caserio... incluso con comercios de la Gran Plaza...

    Cantabria es mucha Cantabria... y aquí nos hemos enterado de mucho y bueno.

    Fíjate que hasta me se una canción de Castro Urdiales que te cantaré cuando me haya tomado mínimo cuatro cervezas en El Salvador con el general y su tropa....

    Un abrazo
    Antonio

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  9. Da gusto leer este blog, y esta entrada es especialmente amena, interesante y combina un episodio conocido con muchos detalles no sabidos.

    Un saludo

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  10. Muchas gracias Sevalber.

    Gran personaje el señor Revilla, zapateiro, o al menos la imagen que proyecta al exterior, que a los políticos normalmente hay que ponerlos entre comillas...

    Ojalá hubiera cundido el ejemplo y de la misma forma que se llevaron las cadenas a Laredo hubieran hecho lo mismo con otras cosas que han desaparecido de nuestra historia y de nuestras vidas, verdial. Por poner un ejemplo, siglos se llevó la veleta previa a la Giralda amontonada en la actual Plaza del Cabildo, antiguo corral de San Miguel. Cualquiera sabe dónde están ahora...

    Cierto es, Antonio, imprescindibles las tiendas de ultramarinos regentadas muchas veces por cántabros (casualidad y causalidad a la vez) en la historia reciente de nuestra ciudad.
    Espero ansiosamente esa(s) cerveza(s), lo mismo servidor también se anima al cante, jeje.

    Muy generosas tus palabras, capitán, y gracias por visitar estos lares.

    Saludos.

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  11. En Cádiz y Sevilla ... los ultramarinos los llevaban los chicucos.. que es como se les decía a los chicos en tierras montañesas y los freidores los gallegos... escuchando carnaval de los años ochenta se aprende tela... eran los blogs de la época...

    Un abrazo. Voy afinando.

    Antonio

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  12. La historia tiene eso es fascinante,referencia a toda una interesante época,plena de cuidadosos detalles,una entrada para consultar.

    Las cadenas afortunadamente se conservan,esperemos que por mucho tiempo,testigos de excepción.

    Felicitaciones nuevamente por tan buen y documentado trabajo,propio de un profesional.

    Un cordial saludo.

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  13. Uno de los santanderinos que llegaron a Sevilla, fué el padre del último dueño que tuvo que el Bar Laredo (esquina de Sierpes con Plaza de San Francisco), de ahi su nombre.

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  14. Desearia saber si es posible. Las cadenas que circunda, parte de la Catedral de que época son, pues hay una que se parece muchisimo a la que tienen en la Iglesia a la que hace refrencia. Gracias

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  15. Contrariamente a lo que dice Luz de Gas, ¡Qué alegría de conquista! No se me caen los anillos en decirlo. Como dijo Sanchez Albornoz, a la influencia hebrea y musulmana de España hay que darle la importancia que se merece, ni más ni menos. Si no llega a ser por estos locos maravillosos, no tendríamos Gran Poder, ni sería festivo hoy, ni podríamos beber cerveza en Los Coloniales, ni a lo mejor teníamos las libertades de la que gozamos.

    Por otra parte la Civilización Islámica también ha dejado profunda huella en nosotros que tampoco se pueden obviar: urbanismo, vocabulario,arquitectura, algunas influencias estéticas que todavía perviven, etc.

    Y si, estos musulmanes que se defendía de los españoles del norte eran tan sevillanos como Al-Mutamid, expulsado por los almorávides, o tan sevillanos como los hijos de los visigodos que se establecieron en Sevilla, no lo olvidemos.

    Felicidades DuGueclin por tan maravillosa entrada.

    Fdo: 1º Anónimo

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  16. Este miércoles te manifestarás en el radioblog en directo de 18 a 19 horas, gracias por la colaboración.

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  17. Verdaderos tratados de historia popular sin duda,callejonero.

    Esperemos, como bien dices, que por mucho tiempo, América.

    Muchas gracias por ese apunte, anónimo, no lo conocía.

    Las cadenas son de distintas épocas, anónimo, incluso hubo momentos en que no existieron, quedando las columnas exentas. Por ejemplo en la bodega Díaz-Salazar, en la calle García de Vinuesa, hay una imagen de la calle Alemanes en 1900 en la que las columnas no tienen cadenas.
    Y leyendo a Felix Gonzalez de León también comenta que en su época no estaban puestas, aunque habían existido.
    Supongo que, como tantas cosas en esta ciudad, su uso o desuso iría en función de la modita de turno...

    Opino igual, 1º anónimo, puede haber diferentes puntos de vista, pero yo estoy contigo.
    Fundamental el paso de los musulmanes, pero también lo ha sido el de los godos, los romanos, etc.. Y por supuesto el cristiano, en cada una de sus diferentes épocas. Son todas las Sevillas que nos hacen ser hoy día como somos. Ni mas ni menos. Para bien o para mal.

    Allí estaremos, Luz de Gas.

    Saludos.

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  18. Se han olvidado de la Villa de Avilés, y la figura de Ruy Gómez en dicha acción en Sevilla

    http://www.adghn.org/confe/2003/aviles.pdf

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  19. Maravilloso todo lo leído, pero de todo lo que he contrastado,no se acaba de confirmar si había o no cadenas en la torre del oro.
    Un saludo.

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