Nadie recordaba cuando fue la primera vez que subió a la torre. Era tan habitual que su silueta se recortara sobre la atalaya del Castillo de la Real Fuerza que los vecinos la veían como una estrella más en el cielo de La Habana.
Y es que doña Isabel de Bobadilla tenía todo el tiempo del mundo. No había prisas, ni agobios, ni ansiedades. Ella tenía que esperar y no le importaba que fuera sólo un día, que una semana, que un mes, que un año… hasta la eternidad si hacía falta. De hecho su vida se había convertido en eso: en una larga espera.
Porque estaba convencida. No le cabía la menor duda de que alguna mañana, dejándose arrastrar por la misma brisa a la que se entregan las gaviotas cuando planean sobre la mar en calma, siguiendo los mismos surcos que esbozan las olas antes de ir a morir a los pies del Malecón, aparecería el navío en el que años atrás se había marchado buena parte de su existencia y de lo que aún le quedaba por vivir: aparecería don Hernando de Soto.
Porque estaba convencida. No sabia de su suerte. No sabía que su esposo había desembarcado en la Florida. No sabía que había sido el primer europeo en beber de las aguas del Mississipi, en recorrer las vastas praderas de Arkansas o escalar la cordillera de los Apalaches. Como tampoco sabía que, cegado por su insaciable ambición y por el embrujo de las leyendas indígenas, había emprendido la búsqueda de la Fuente de la Eterna Juventud, encontrando en su lugar unas malditas fiebres a las que había entregado su vida.
Ella no sabia nada. No era necesario. No le hacía falta saberlo. Sólo quería soñar, dejarse llevar por su deseo irrefrenable de volver a verlo, de estrecharlo otra vez entre sus brazos, de estar de nuevo a su lado. Solo quería esperar. Porque la esperanza es el sueño de los que están despiertos, mas aún si lo han perdido todo en esta vida.
Dicen que su pelo se volvió cano. Que sus ojos quedaron ciegos de perderse en la infinitud del horizonte. Que su rostro se llenó de arrugas talladas por el viento a imagen y semejanza del envite de las olas. Que hasta el último día de su vida, hasta poco antes de exhalar su último aliento, siguió interrogando al firmamento con su mirada.
Dicen que cuando murió en sus pupilas aún brillaba el azul del mar, ese mar en el que había depositado todas sus ilusiones. Nadie tuvo duda alguna, se había llevado su esperanza hasta el mas allá. Porque morir de esperanza es morir de sentimiento y ella, después de tantos años, se había despojado de todo aquello que estorbaba a lo único que daba sentido a su vida.
Dicen que La Habana quedó huérfana. Como su cielo, su mar y su gente. Que la torre estaba desierta y que las gaviotas volaban sin rumbo, perdidas. Fue entonces cuando el nuevo gobernador, don Juan de Bitrián, mandó fundir una veleta de bronce que colocaría sobre el Castillo de la Real Fuerza con la que recordar eternamente la promesa a la que había entregado su existencia doña Isabel y señalar el camino por el que el viento habría de traer a don Hernando.
Y a esa estatua le puso de nombre Giraldilla, nostálgico homenaje a su Sevilla natal, la misma en la que de niño había forjado sueños de fama y gloria, sueños que le habían llevado a hacer fortuna en las Américas y encumbrado a gobernador de la isla de Cuba.
Cuatro siglos han pasado, con todo lo que puede pasar en cuatro siglos. Cuatro siglos de dichas y de amarguras, de ausencias y de presencias, de hermanamiento y distancia. Cuatro siglos que, sin embargo, no son nada para una ilusión que nunca llegó a cumplirse.
Y es que aún hoy, cuando al clarear la mañana ha bajado la marea y las nubes se han difuminado siguiendo las brumas de poniente, dicen que las miradas de dos veletas se entrecruzan en el horizonte, uniendo las rocas del Malecón con la quietud plateada de la ribera del Guadalquivir.
Dicen que entonces intercambian saludos y confidencias, noticias y murmullos, aunque hay una pregunta que nunca obtiene respuesta, que siempre queda en silencio. Dicen que entonces una lágrima resbala por una mejilla de bronce que se recorta sobre el tapete azul del cielo de La Habana.
Aunque tarde, a mis amigos Julián y Macarena, por su paciencia; y para Raquel, que todo vaya lo mejor que pueda ir, si es posible.
Me encanta su entrada, maravillosa. Quizás me encanta porque vengo de allí, de aquella Giraldilla pero vivo con la original. Casi todos los cubanos siguen mirando al mar, esperando que llegue algo o buscando la manera de ver algo más allá y al mar maldito entregan su vida muchos de ellos con el corazón lleno de esperanza de cambiar sus vidas y al igual que Don Hernando de Soto, muchos encuentran su fin en él. La esperanza muchas veces es lo que nos mantiene vivos. Un abrazo y feliz año nuevo.
ResponderEliminarComo dijo el gran poeta Josechu el Vasco... desde la Bravura del Amazonas hasta el saber estar del Guadalquivir...
ResponderEliminarQue poético te ha vuelto la navidad, es una de las entradas tuyas que más me han gustado.
ResponderEliminarEspero que seas muy feliz ahora y siempre y que el vecino te deje serlo.
Besos
¡Qué bonita entrada!
ResponderEliminarEntre unos y otros estáis haciendo que esta mañana mis sentimientos broten a borbotones.
Un beso grande.
P.D: te llamaré esta tarde para excusarme por lo del sábado. Vi el mensaje por la noche.
Soy lector habitual de tus entradas y siempre me han sorprendido muy gratamente por su bien cuidada, investigación y documentación, a la vez que cuando es necesario aportas tu opinión particular del tema y no dudas en mojarte. Ahora bien, con esta narración tan poética me recuerdas la influencia que siempre has tenido de Machado.
ResponderEliminarEspero que el espíritu de la Navidad ayude a nono a recuperarse. Un abrazo
Estimado amigo: Te deseo unas muy FELICES FIESTAS y en la seguridad que gracias a tu blog he aprendido más de Sevilla, que en mis últimos 50 años.
ResponderEliminarCuriso, el Triunfo de la Fe, que al final no se hizo realidad.
ResponderEliminarUn saludo
Poner tus esperanzas y tu vida misma en manos de algo tan incontrolable e impredecible como es el mar: poesía, tragedia, sueños... no se me ocurren palabras con las que sintetizar todo lo que se me viene a la cabeza, Lisset.
ResponderEliminarAsistí en directo a esa célebre cita, pellejerito; ¡que gran poeta se nos ha llevado Holanda! jeje.
Me alegra mucho que te haya gustado, Luz de Gas.
No tienes por qué excusarte, zapateiro, cualquiera hace planes en estas fechas...
Y a mi que me da que te conozco bien, pumarejo 10. Gracias por tus palabras.
Todo un placer, desnuda en otoño.
Pues no capitán, no triunfó la Fe, aunque su búsqueda sí ha pasado a la eternidad.
Saludos.
La Habana es Sevilla con más negritos, Sevilla es la Habana con más caña de lomo...
ResponderEliminarMancantao la entrada.
Un abrazo miarma.
Oh, grande muy grande esta entrada. Aprovecho para desearte unas felices fiestas y que el 2010 nos traiga una ciudad más habitable, educada y cuidadosa con su patrimonio material e inmaterial. Un abrazo.
ResponderEliminarMorir de esperanza es morir de sentimiento!....Cuando la esperanza se nos va ya no hay nada que buscar.
ResponderEliminarPreciosa entrada que siento muy de tu corazón,hasta poética mi general,que estilazo!
La Habana que lejana están sobre todo en el corazón de mi madre,que nunca deja de soñarla.
Un saludo navideño....Me voy por un refresco pues me he perdido un par de entradas y procedo a ponerme al día!
Un fuerte abrazo!
Otro motivo más para adorar La Habana.
ResponderEliminarMuchas felicidades.
Grande esta reinterpretación de Carlos Cano, Moe...
ResponderEliminarOjalás, Ranzzionger.
Tan lejos y tan cerca, like a rolling stone... hoy me he levantado poético, América. Es lo que tiene trabajar el día de navidad...
Tú lo has dicho, querida dama.
Saludos.
Por cierto, en breve espero colgar mas fotos de esta Giraldilla, estoy a la espera de que me las pase un amigo.
ResponderEliminarSaludos.