29 de septiembre de 2013

Cabeza del Rey don Pedro: Cruce de Leyendas


Cabeza del Rey don Pedro es uno de los pocos rincones mágicos que aún quedan en Sevilla.
Historia y tradición se dan la mano en este cruce de caminos que recibe su nombre de una leyenda protagonizada por Pedro I, un rey tan sevillano que unos lo llamaban el Cruel y otros el Justiciero.
De ambos apodos hizo gala el controvertido monarca en esta calle ya que, en un alarde de lo primero, mató a sangre fría a un caballero durante una de sus famosas escapadas nocturnas.
Para merecer lo segundo, simplemente, hizo cumplir la ley colocando la cabeza del asesino en el lugar donde se había cometido el crimen.
Sólo que claro, al ser él mismo, lo que se puso fue su propio busto tallado en piedra; una versión “sui géneris” de las leyes castellanas… para algo era el Rey.

Cabeza del Rey don Pedro

Así, desde el siglo XIV hasta nuestros días el Rey don Pedro vigila estas calles como queriendo guardar su memoria, quién sabe si temeroso de que Sevilla lo olvide como olvidó la Imagen de la calle Imagen, recientemente los Meones de la fuente de los Meones y, de seguir así, en poco tiempo olvidará la Palma de San Juan de la Palma.
Su regia Cabeza parece mirar imperturbable el viejo azulejo de vinos que milagrosamente nunca se cae de la esquina de Muñoz y Pabón con Almirante Hoyos, dos calles que contribuyen a mantener el ambiente mágico de este entorno, al que también convergen Candilejo, Augusto Plasencia y Corral del Rey.

Cabeza del Rey don Pedro


Para que podamos hacernos una idea de la importancia que tuvo este enclave en la antigüedad, ,algunos historiadores sitúan aquí una de las cuatro puertas de la Híspalis republicana, esa humilde colonia romana que rodeó Julio César “de muros y torres altas”, lo que le sirvió, entre otras cosas, para coronar el capitel de una de las dos columnas de la Alameda de Hércules
Las otras tres puertas de esta Sevilla embrionaria levantada sobre la primitiva Ispal, la ciudad sobre palos que se ubicaba en la llamada “cota 14”, estaban al parecer en Pajaritos, Abades y Madre de Dios si seguimos el recorrido según las agujas del reloj.

Julio César
Alameda de Hércules

A don Pedro, por la espalda, le llega la calle de Augusto Plasencia, un Teniente Coronel de Artillería que fue alcalde de Sevilla y para el que Alfonso XIII creó el Condado de Santa Bárbara
Según parece, el rey agradecía de esta forma que el buen hombre hubiera inventado el cañón de dicho nombre, una revolución militar en la Europa de finales del XIX ya que se cargaba por detrás.
Pero retrocedamos en el tiempo, vayamos atrás, muchos siglos atrás, cuando la pólvora no era más que unos “polvos mágicos” usados por los chinos para dibujar fuegos artificiales las noches señaladas.

China


Cuenta la leyenda que al final de esa calle se situaba un magnífico Palacio donde vivía una noble familia goda huida de Cartagena tras ser conquistada por los bizantinos.
Isidoro se llamaba uno de sus miembros, un joven inteligente y entusiasta que con el tiempo llegó a ser obispo de Sevilla, doctor de la Iglesia y uno de los intelectuales más importantes del alto medievo.
Este Palacio fue luego mezquita y más tarde, cuando San Fernando ya había recibido las llaves de Isbilya de manos del jeque Axataf, se transformó en iglesia llevando el nombre del santo erudito que, si hacemos caso a la leyenda, vio la luz por vez primera en esta calle.

Cabeza del Rey don Pedro
Calle Augusto Plasencia

Pero no era el Palacio de San Isidoro el más importante que había en la zona, ya que muy cerca se situaba nada más y nada menos que la residencia del Gobernador hispalense, algo hoy sólo recordado vagamente por el propio nombre de la calle: Corral del Rey.
A los pies del viejo Cardus romano, que desde la puerta de Abades moría como hemos dicho bajo el busto de don Pedro en tiempos de la República y en Santa Catalina, continuando por Alhóndiga, cuando se amplió la colonia en tiempos del Imperio, ubica allí la tradición el centro de poder de Híspalis primero y de Spalis en tiempos de los godos. 
Nada queda hoy día de este edificio, ni siquiera se intuye donde estuvo; dice González de León que por allí se encontró un pedestal romano hace unos siglos y nuestros abuelos pudieron ver en la calle un capitel visigodo que se embutía en una de sus esquinas a modo de guardacantón.
Poco más: del Palacio, ni rastro...

San Isidoro, cuadro de Bartolomé Esteban Murillo
Imagen: Wikipedia

La siguiente calle que encontramos, ya a la vista del rey don Pedro, es Muñoz y Pabón.
En lo antiguo era conocida como calle de la Carne, ya que por ella entraban las reses del matadero de la Puerta de la Carne camino de las históricas Carnicerías de la Alfalfa.
Pero una nueva leyenda nos transporta otra vez a los orígenes de la ciudad, antes incluso de que se clavaran los palos que le dieron nombre.
Y es que en sus inmediaciones, según parece, había unas cuevas excavadas por el mismísimo Hércules al fundar Sevilla, lo que le hizo merecedor de coronar el otro capitel de la Alameda de Hércules.
En esas cuevas dicen que los mozárabes de la Isbilya musulmana fundaron una iglesia, Santa María Sotorreña, donde se reunían de forma clandestina en los tiempos en que el fanatismo musulmán les impedía practicar su religión libremente.
En esas cuevas, por cierto, cuentan que fue encontrada la Virgen del Subterráneo, hoy venerada en el altar de la parroquia de San Nicolás.

Hércules Farnesio
Imagen: Wikipedia

Haciendo esquina en el azulejo de vinos que, como dijimos antes, milagrosamente aún se mantiene en su sitio, llegamos a la calle Almirante Hoyos, llamada antaño del Correo Viejo ya que allí estaban las primeras oficinas postales de la ciudad. 
Ahora sí, don Pedro se erige en nuestro protagonista absoluto. O quizás doña María Coronel, ya que la tradición sitúa en una casa de esta calle uno de los refugios donde la noble dama estuvo escondida huyendo de nuestro rey, que se había encaprichado de ella.
Previamente el monarca había decapitado a su padre y a su marido, algo que puede ayudarnos a entender que doña María no le tuviera mucha empatía, mucho menos como para enamorarse de él.
Normal pues que el amor regio nunca fuera correspondido, y bien se encargó de ello la Coronel, que terminó sus días en el convento de Santa Inés tras deformarse la cara con aceite hirviendo, única y efectiva forma que tuvo de alejar al cruel justiciero.

Iglesia del Convento de Santa Inés
Imagen: Wikipedia


Posiblemente andaba buscándola don Pedro por estas calles la noche que encontró al infeliz al que dio muerte y a la vez originó la tradición con la que cerramos estas historias y leyendas: hemos llegado a Candilejo

Cuentan que el rey castellano era tan diestro en el arte de la espada como acumulando enemigos, encontrándose entre los más acérrimos los miembros de la poderosa familia Guzmán, a la que había pertenecido por cierto el difunto y decapitado esposo de doña María Coronel.
Una noche se topó el monarca, al parecer intencionadamente, con uno de los Guzmanes que aún quedaban en Sevilla, y tras dedicarse una serie de reproches e improperios, no dudaron en batirse en duelo, saliendo el rey una vez más triunfador. Aún quedaban lejos los campos de Montiel



El azar quiso que el suceso fuera contemplado por una temerosa anciana que, ante el ajetreo, se había asomado a una ventana con un candil.
Por el fragor del combate y la oscuridad de la noche le habría sido imposible a la buena mujer reconocer al regio homicida, pero un detalle lo delató: el peculiar ruido que hacían las rótulas de sus rodillas al desplazarse, algo que debía ser conocido en todo el Reino por lo visto.
Nerviosa, también era conocido en todo el reino como se las gastaba don Pedro, la anciana cerró la ventana de inmediato con tan mala suerte que dejó caer el candil, hecho que curiosamente sería fundamental en toda esta historia, ya que fue a parar junto al cadáver del Guzmán.
Y así, a la mañana siguiente amaneció el infeliz difunto junto al candil de la anciana, que fue llamada a testificar en las investigaciones que se habían iniciado para esclarecer el terrible suceso. 
Paradójicamente la ley castellana señalaba que el Juez único del caso debería ser el propio rey, don Pedro así como que el castigo del asesino seria su muerte y, acto seguido, colocar su cabeza en el lugar del crimen. 
Como podemos imaginar, la situación debía ser bastante embarazosa: los Guzmanes demandaban a toda costa un culpable, el monarca Juez y Justiciero no quería avivar más las ya de por sí encendidas llamas de la discordia con la poderosa familia y la anciana, seguramente, querría vivir tranquila en su casa de los Cuatro Cantillos, que desde entonces se empezaron a conocer como Candilejo.



Poco tiempo después unos alarifes abrían una hornacina en uno de los edificios y situaban en ella un misterioso cajón de madera
Por lo visto el asesinato ya se había resuelto gracias a una declaración privada de la anciana a don Pedro, que como mandaban las leyes de Castilla ordenó colocar la cabeza del homicida en el lugar del crimen.
Sólo que esta cabeza, en la que fue considerada enésima extravagancia del monarca, debería estar encerrada dentro de un cajón y sin abrirse, al menos, mientras el rey estuviera vivo, que no fue mucho tiempo por cierto.

Porque Castilla era un polvorín: medio Reino se había levantado en armas a favor del hermanastro del rey, Enrique de Trastamara, nacido por cierto en un caserón de la calle Castelar que estuvo en pie hasta el siglo XIX.
A don Pedro no le fue mal la cosa al principio, pero su carácter imposible y sus intrigas incesantes le fueron dejando sólo, restando apoyos y, a fin de cuentas, dirigiendo hacia una muerte inevitable, que encontró en los campos de Montiel a manos de su hermanastro, con decapitación incluida.

Decapitación de Pedro I
Imagen: Wikipedia

Se dio entonces una curiosa circunstancia, y es que en ese momento había dos cabezas del Rey don Pedro circulando por el reino de Castilla.
La primera era la que hasta poco antes había estado sobre sus hombros, que clavada en una pica fue paseada por las ciudades del reino que aún le eran fiel.
La segunda estaba en Sevilla, en los Cuatro Cantillos; y es que cuando los Guzmanes conocieron el fallecimiento de su archienemigo acudieron presurosos a abrir la caja para conocer la identidad del asesino de su pariente, encontrando para su sorpresa el busto de piedra de don Pedro.
De piedra precisamente debieron quedarse ellos: habían sido objeto de una de las burlas más macabras de la historia, trasmitida en Sevilla durante siglos, como el busto de don Pedro en la hornacina de la calle que desde entonces recibe su nombre. 
Bueno, el de su Cabeza
Bien es cierto que no es la original, conservada en el Apeadero de la Casa de Pilatos, pero al menos mantiene viva la tradición, una más de las muchas que convergen en este cruce mágico de caminos, testigo de un patrimonio inmaterial de leyendas, tradiciones, anécdotas, historias y curiosidades que nunca, nunca, deberían caer en el olvido.

Cabeza original del Rey don Pedro
Casa de Pilatos




1 comentario:

  1. amigo Sergio, ¡tiempo sin saludarte!. El blog fenomenal, y esta entrada estupenda. Un fuerte abrazo

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Comentarios: