Y llegó Noviembre, el mes de don Juan Tenorio.
El amor y la muerte se dan la mano en las calles de Sevilla
bajo la figura del burlador, un tipo blasfemo, sarcástico, pendenciero, truhán, mujeriego… y
uno de los personajes mas conocidos de la ciudad cuya figura ha trascendido
todo tipo de fronteras, épocas y estilos.
En esta entrada repasaremos las estampas sevillanas de don
Juan, esos rincones donde autores tan variados en el tiempo, disciplinas y
nacionalidades como Tirso de Molina, José Zorrilla, Mozart, Moliere, Lord Byron
o Merimeè situaron las andanzas de este fascinante personaje.
Se cuenta que los Tenorio era una familia de notables
guerreros originarios de Galicia que participaron en la toma de Sevilla al lado
de Fernando III, rey de Castilla.
Este aspecto lo confirma Tirso de Molina poniendo en boca de
nuestro burlador los siguientes versos:
Yo soy noble caballero
cabeza de la familia
de los Tenorios, antiguos
ganadores de Sevilla.
En el repartimiento de la ciudad conquistada les
correspondieron unos terrenos en las inmediaciones de la actual plaza de San Leandro, una zona cercana a la Mezquita del Coral y a los
baños árabes donde la joven reina doña Juana de Pointiheu hacía mas llevaderas
las calores sevillanas.
Allí labraron los Tenorio su palacio y allí vivieron más de un siglo hasta que se enfrentaron a otro rey, Pedro I, Cruel o Justiciero, que haciendo valer lo primero los expulsó para siempre de sus casas, estableciéndose en ellas las monjas agustinas en 1369, germen de lo que hoy es el convento de San Leandro que da nombre a la plaza.
Allí labraron los Tenorio su palacio y allí vivieron más de un siglo hasta que se enfrentaron a otro rey, Pedro I, Cruel o Justiciero, que haciendo valer lo primero los expulsó para siempre de sus casas, estableciéndose en ellas las monjas agustinas en 1369, germen de lo que hoy es el convento de San Leandro que da nombre a la plaza.
Pese a ser desposeídos de sus palacios, los Tenorio no
llegaron nunca a abandonar Sevilla.
De esta forma a mediados del siglo XVI, cuando fecha
Zorrilla las andanzas de don Juan, la familia está afincada en pleno barrio de Santa
Cruz, en la calle del Chorro, llamada así porque por ella corrían las aguas
cuando los conductos procedentes de los Caños de Carmona que discurrían por el Muro del Agua se desbordaban.
En esta calle, que desde 1895 es conocida como Justino de
Neve en homenaje al canónigo fundador del cercano Hospital de los Venerables,
se sitúa la casa natal de nuestro burlador, tal y como hoy en día recuerda el
bello azulejo que reproducimos bajo estas líneas.
A escasos metros, en plena Plaza de los Venerables, se encontraba
la Hostería del Laurel, establecimiento que aún hoy existe y de donde parte
toda esta historia que, según se cuenta, escribió Zorrilla mientras se alojaba precisamente en una de sus habitaciones.
Por aquella época esta plaza era bastante diferente a la que hoy conocemos; aún quedaba tiempo para que Neve fundara el Hospital y el entorno era una amalgama de callejuelas oscuras y poco salubres entre las que destacaba el callejón de San Diego, situado en uno de los costados de la Hostería y desde el que se llegaba a la Plaza de los Desafíos, sitio predilecto de los sevillanos para retarse a muerte.
Regentaba esta “casa de gulas” el italiano Cristófano Buttarelli, uno de
los muchos forasteros que habían acudido a Sevilla al calor
del oro de las Indias, debiendo ser un local poco agradable como se desprende
de las palabras del propio hostelero:
Ni caen aquí buenos peces,
que son casas mal miradas
por gentes acomodadas
y atropelladas a veces.
Pues bien, cuentan que cierta noche se dieron cita en dicha Hostería nuestro protagonista, don
Juan, y otro bravucón con el que años atrás había realizado
una desagradable apuesta, don Luis Mejías.
Dicha apuesta consistía en contabilizar el número de hombres asesinados y de mujeres conquistadas por cada uno, resultando vencedor evidentemente el que hubiera hecho más "méritos".
En ambos campos salía derrotado claramente el Mejías, pero
don Juan, osado y prepotente, en vez de poner paños calientes y dar por zanjado el reto, no tuvo otra ocurrencia que ampliarlo: conquistaría dos mujeres más, a una novicia y a la prometida del mismísimo don Luis, Ana
Pantoja.
Pero, la verdad a hablaros,
pedir más no se me antoja,
porque, pues vais a casaros,
mañana pienso quitaros
a doña Ana de Pantoja.
Para su infortunio en la Hostería se encontraban en ese momento dos
hombres encapuchados que escuchan atentamente la conversación de los dos
charlatanes.
Uno era don Diego Tenorio, padre de nuestro protagonista; el
otro don Gonzalo de Ulloa, Comendador de Calatrava y padre de la prometida
de don Juan, doña Inés, encerrada desde niña en un convento.
Los Ulloa vivían en las inmediaciones de la Plaza de doña
Elvira, que por la época era en realidad una manzana de casas delimitada por las calles
Vida, Ataúd y Caballos.Dicha manzana fue demolida en la primera mitad del siglo
XIX, ganando de esta forma Sevilla uno de sus rincones más bellos y recoletos,
a pesar de los veladores de bares y restaurantes.
Como era de esperar, el Comendador montó en cólera: las andanzas del Tenorio eran una absoluta falta de respeto y, por supuesto, toda una afrenta al honor de su hija doña Inés, que ajena a todo contaba los días que faltaban para salir del convento y desposarse con semejante canalla.
Ofendido, de inmediato don Gonzalo rompió el matrimonio e hizo venir a una ronda alguaciles para apresar a los dos truhanes, que dieron con sus huesos en las frías celdas de la calle Sierpes, donde se encontraba la Cárcel Real.
Ya en el siglo XIV se tienen noticias de este presidio que formaba la esquina de Sierpes con Bruna y cuyo lugar hoy ocupa un anodino edificio que aloja una entidad bancaria.
A pesar de que sus celdas tuvieron ilustres huéspedes como Mateo Alemán, Martínez Montañés o Miguel de Cervantes, que se cuenta escribió allí algunos capítulos de El Quijote, era la Cárcel Real un lugar inhóspito y desagradable, siendo frecuente el contagio de enfermedades entre los reclusos que, por regla general, estaban hacinados. De hecho durante la terrible epidemia de peste que asoló Sevilla en 1649 quedó totalmente desocupada al morir incluso los carceleros.
Pero poco tiempo estarán presos los ya encarnizados enemigos tras la bravuconada de don Juan.
Y es que las intenciones del Tenorio eran tan oscuras que Don Luis, primero en ser libre, no perdió un ápice de tiempo y acudió a casa de Ana de Pantoja, su prometida, para ponerla sobreaviso y, al mismo tiempo, escuchar de sus labios palabras tranquilizadoras.
¡Bah! Duerme, don Luis, en paz,
que su audacia y su prudencia
nada lograrán de mí,
que tengo cifrada en ti
la gloria de mi existencia
Vivía doña Ana en la Plaza del Pozo Seco, un cruce de callejas adosado a las murallas del Alcázar donde algunos siglos más tarde se abrirá la famosa taberna de la Alianza que desde entonces da nombre al lugar.
En tiempos de don Juan e incluso en los de Zorrilla era un ensanche de varias callejuelas estrechas y mal empedradas; hay que tener en cuenta que aún no estaba abierta la calle Romero Murube ni se habían plantado los naranjos ni situado la fuente de mármol, con lo que su aspecto distaba bastante de la coqueta plazuela que hoy conocemos.
Tampoco duró mucho nuestro Tenorio entre rejas; tipo osado y soberbio a partes iguales, nada más ser puesto en libertad tuvo la feliz idea de acudir junto a su fiel criado Ciutti a casa de la mismísima Ana de Pantoja, aunque para su sorpresa a quién encontró fue al despechado de Luis Mejías.
Diestro don Juan en el arte de la espada y su criado aún más en el del engaño, sumando ambos el Mejías fue atrapado y encerrado en una bodega, lo que festeja ufano el burlador.
Buen lance, ¡viven los cielos!
¡Estos son los que dan fama!
Mientras le soplo la dama,
él se arrancará los pelos
encerrado en mi bodega.
Pero no queda ahí la cosa; don Juan decide rizar el rizo de forma temeraria y visitar a su hasta hace poco prometida, doña Inés, que sigue recluida en el convento alejada de tanto ajetreo.
Canalla sin escrúpulos, previamente había sobornado a Brígida, sirvienta de la novicia, para que le entregara una carta donde declaraba su amor incondicional y sincero...
[…] acuérdate que al pie mismo
de esos muros que te guardan,
para salvarte te aguardan
los brazos de tu don Juan […]
Doña Inés, una muchacha de apenas diecisiete años encerrada tras las tapias del convento desde su más tierna infancia, se emocionó tanto al leer la carta que cuando de repente apareció el Tenorio en la misma celda cayó desmayada: los nervios, la impresión, la sorpresa... o vaya usted a saber.
Lo cierto es que una vez más la fortuna se había aliado con el burlador, que sin oposición alguna ya que el resto de monjas dormían, cargó sobre sus hombros a doña Inés y se la llevó consigo.
La tradición sitúa este famoso rapto en la placita de Santa Marta, aunque en los tiempos en que debió suceder esta historia la comunidad de monjas agustinas que aún hoy habitan el convento se enclaustraban felizmente en la Encarnación, de hecho aún quedaban dos siglos largos para que los franceses las expulsaran y se abriera la plaza que hoy ocupan las Setas de Jürgen Meyer.
Mientras don Juan y su amada desmayada se fugan en compañía, faltaría más, de la alcahueta Brígida, un inesperado visitante irrumpe a altas horas de la noche en el convento.
Se trata de don Gonzalo de Ulloa, padre de doña Inés, que quiere llevársela a toda costa: por la ciudad corre el rumor de que el Tenorio ha comprado a Brígida y teme lo peor…
No le faltaba razón, aunque ya era tarde, demasiado tarde, tanto que la monja enviada por la Abadesa en busca de la muchacha a su celda llega justo en el momento en que están saltando las tapias.
Una vez más el Burlador se ha salido con la suya, para desgracia de un Comendador que, impotente, estalla definitivamente en cólera, llegando incluso a insultar a la Superiora.
¡Imbécil! [Voy] tras de mi honor,
que os roban a vos de aquí.
Don Gonzalo podía permitirse esos “lujos”, tanto faltar el respeto a la Abadesa como entrar en el cenobio, ya que era Comendador de Calatrava, orden a la que pertenecía esta comunidad religiosa.
Error de Zorrilla o totalmente adrede, lo cierto es que estas monjas no tenían convento femenino en Sevilla (sí, por ejemplo, en Madrid o en Burgos), aunque durante siglos hubo un priorato masculino en la antigua calle de San Benito, llamada hoy precisamente Calatrava en su memoria.
Para 1844, cuando fue escrito el Tenorio, esta comunidad llevaba ocho años extinguida, transformándose el edificio en almacén, casa de vecinos e incluso de nuevo en convento, ya que entre 1869 y 1885 se establecieron allí las monjas de las Dueñas.
Finalmente la piqueta echó a andar y todo fue demolido salvo la capilla de Nuestra Señora de Belén, desacralizada hace años y usada en nuestros días como almacén.
No hace falta decir que esta posible ubicación del convento en que se recogía doña Inés es contradictoria con la tradición, según la cual fue raptada en la placita de Santa Marta. Sin duda, una “licencia” tomada por Zorrilla.
Antigua capilla de Ntra. Sra. de Belén, hoy un almacén. |
Pero volvamos con nuestros enamorados.
Don Juan, con su amada desmayada en brazos, sube a una barcaza y atraviesa el Guadalquivir para refugiarse en su Quinta.
Allí esperarán la llegada de un barco con el que abandonar para siempre Sevilla rumbo a Italia: se había metido en demasiados líos y el rapto de una novicia, sin duda, era un escándalo que daría con sus huesos en prisión una buena temporada.
Por su parte, doña Inés sigue ajena a todo ya que el patatús aún no se le ha pasado. Cuando al fin despierta y Brígida la pone al día, no sabe si enfadarse o caer rendida a los brazos de don Juan, aunque tampoco tiene tiempo para resolver la duda ya que éste acude presto a su lado.
Tiene lugar entonces la escena del sofá, posiblemente la más conocida, la más representada y, de paso, la más parodiada del Tenorio.
[…]¿No es cierto, ángel de amor,
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor? […]
Sitúa la tradición la Quinta de don Juan en la Hacienda Valparaíso, en San Juan de Aznalfarache, un palacete del siglo XVIII que mandó edificar el conde de Peñaflor como residencia veraniega.
Aún hoy existe, sin muchas modificaciones respecto al original según parece, y como curiosidad alberga en sus jardines un cementerio de perros con tumbas casi centenarias.
Hacienda Valparaíso. Imagen: Wikipedia |
De repente, un misterioso encapuchado interrumpe la “sofadesca” escena amatoria: es don Luis Mejías, que había escapado de la bodega donde el Tenorio lo tenía encerrado.
Clamaba venganza ya que, además de perder la apuesta, había sido ridiculizado y su honor estaba mancillado, por lo que sólo quedaba una forma de reparar tamaño daño: matar a don Juan.
No os engañó el corazón,
y el tiempo no malgastemos,
don Juan; los dos no cabemos
ya en la tierra.
A punto está de pasar la cosa a mayores cuando Ciutti trae un nuevo aviso: acaba de llegar el Comendador, don Gonzalo de Ulloa, en busca de su hija y también viene con aires vengativos, ridiculizado y con el honor mancillado. No hace falta decir que sólo había también una única forma de reparar la afrenta: matar a don Juan.
Y don Juan, como es normal, está desbordado con tantos candidatos para acabar con su vida.
Tanto que pide a don Luis que se encierre en una habitación para “atender” al Ulloa, cuyas voces se escuchan desde la calle:
¡Miserable!
Tú has robado a mi hija Inés
de su convento, y yo vengo
por tu vida o por mi bien.
Pero algo está cambiando en el Tenorio.
El amor de doña Inés ha ablandado su áspero corazón, tanto que deja a un lado su proverbial bravuconería y se muestra conciliador, al punto de estar dispuesto a devolver a su amada para congraciarse con el Comendador.
Por desgracia, poco dura este in-pass sentimentaloide, ya que don Luis Mejías, que escuchaba desde la habitación, irrumpe jocoso y, buscando la complicidad del Comendador, se burla del Burlador, hombre de sangre caliente que no tarda en encenderse.
Sin apenas mediar palabra, don Juan mata de un pistoletazo a don Gonzalo de Ulloa, padre de su amada Inés, y de un espadazo a don Luis Mejías, prometido de Ana de Pantoja.
En un momento el enamorado se ha convertido en asesino por partida doble.
Alarmado, su fiel Ciutti acude a ver lo sucedido y de paso advertir a su amo que un grupo de alguaciles han entrado en la casa: la situación pinta muy mal.
El Tenorio sabe que de ser capturado le espera el patíbulo u otra muerte más atroz, ya que sus manos están manchadas de sangre. No le queda otra que saltar al Río y huir en el barco que lo iba a llevar a Italia con su amada.
Todo ha terminado para él y, aún más, para doña Inés, que cuando llega al lugar de los hechos sólo puede reconocer el cadáver de su padre.
Rota de dolor, saca fuerzas de flaqueza y asoma al balcón, divisando en el horizonte un bergantín que navega rumbo a Italia: su amor se diluye entre las milenarias aguas del Guadalquivir.
Muchas gracias Sergio por este recorrido. Te animo a que te pongas en marcha con una segunda ruta por los parajes de Don Juan.
ResponderEliminarHoy la capilla de Belén forma parte del colegio Safa Nuestra Señora de los Reyes como salón de actos.
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