Aunque mucho más tarde de lo esperado, al fin Al Mutamid pudo escapar del Alcázar.No es que huyera de sus quehaceres y obligaciones; al contrario, más bien había decidido tomarse algo de tiempo libre para despejar mente e ideas, que falta le hacía.
Eran tantos los frentes abiertos en su poderoso Reino, los amigos con que enemistarse y los enemigos con que conciliarse, que dar un paseo era sin duda el mejor servicio que en ese momento podía prestar a Sevilla.
La Recepción - John Lewis |
Era éste el principal pilar en que se sustentaba Al Andalus por aquel entonces.
Tras la debacle de los omeyas, el califato de Córdoba se había descompuesto en decenas de taifas que, poco a poco, fueron aglutinadas por el reino sevillano gobernado con mano de hierro por el antiguo cadí califal Abu l-Qasim y después por su sucesor Al Mutadid, miembros de la familia Abbad, un poderoso clan de origen yemení establecido en la zona de Tocina tras la conquista árabe de España.
La Taifa de Sevilla en tiempos de Al Mutamid Imagen: Wikipedia |
Cuando llega al poder Al Mutamid, hijo y nieto de los anteriores, no sólo se encargará de consolidar el reino, sino que lo llevará a su máxima expansión, extendiéndolo desde Faro hasta Murcia, de Oeste a Este, de Océano a Mar.
Pero claro, para alcanzar tanto poder había que pagar ineludiblemente un alto precio en forma de quebraderos de cabeza, problemas, intrigas…. por lo que el joven malik apenas tenía tiempo para gozar de esos placeres mundanos como la lectura, el paseo o la poesía que tanto le gustaban.
Músicos tocando para el Sultán - Rudolph Ernst |
Pero ese día era diferente; de una forma u otra había conseguido hacer un hueco y acompañado como siempre de su fiel amigo Ibn Ammar, inseparable desde esos cada vez mas lejanos años de juventud en el Algarbe, abandonó las altas y gruesas murallas de la ciudad para perderse entre los olmos de la Pradera de la Plata, la Mary Al Fidda de las crónicas musulmanas.
Era ésta una extensa llanura que corría en paralelo al Tagarete, milenario arroyo que desde los Alcores venía a morir a los pies del Río Grande, Guadalquivir, el que todo daba y, a la vez, quitaba.
Su extensión abarcaba prácticamente la desembocadura del arroyo, cerca del lugar donde algunas décadas mas tarde levantarían los almohades la majestuosa Torre del Oro, hasta la Puerta de Yahwar, que los cristianos de la Reconquista llamarían de Minjoar y nosotros de la Carne.
Puerta de Jerez, aguada de George Vivian (1837)
En primer plano, la desembocadura del Tagarete
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Por las crónicas parece ser que era un lugar ameno y agradable, ideal para pasear, charlar y en verano buscar algo de alivio a las altas temperaturas que solían azotar la capital abadí, con la seguridad añadida de estar a los mismos pies de la muralla.
No es de extrañar por tanto que fuera el escenario escogido habitualmente por Al Mutamid para evadirse de su ajetreado universo personal.
Más lejos y menos frecuentados por el rey poeta quedaban otros lugares de esparcimiento típicos de la época, como los Jardines del Oratorio, situados en la otra orilla del Tagarete y totalmente cubiertos de cañas de azúcar.
Casi a continuación se extendía el Bocado del Faraón, ocupando una especie de albufera donde años más tarde se levantará el Palacio de la Buhaira; o el bellísimo Valle de las Acacias, en la otra margen del Guadalquivir y al que sólo se podía llegar navegando, ya que aún no se había levantado el Puente de Barcas.
Pero volvamos a la Pradera de la Plata, la Mary Al Fidda, el bucólico jardín de los olmos.
La Buhaira |
Cuentan que caminaba entusiasmado el rey enfrascado en juegos de rimas y versos con Ibn Ammar, menos ágil de mente pero con más experiencia y sabiduría en el arte de la poesía.
De repente una tenue brisa agitó las ramas de los olmos que daban color y nombre a la Pradera de la Plata, dibujando ondas en la fina lámina de agua del arroyo.
Al Mutamid, fascinado por la imagen, estuvo rápido e improvisó un hemistiquio pillando totalmente desprevenido a su buen amigo, que según las reglas del juego debería completarlo:
“La brisa convierte al Río
en una cota de malla…”
Ibn Ammar callaba, pensativo; quizás le cogió de improviso, quizás estaba también hechizado por la apacible brisa que ondulaba las aguas del Tagarete, lo cierto es que aún no había sido capaz de articular palabra cuando una dulce voz se abrió paso desde la orilla.
“…mejor cota no se halla
como la congele el frío.”
Al Mutamid, impresionado, miró a su alrededor: entre los juncos, tímidamente, le observaba una joven lavandera.
En ese instante sus miradas se cruzaron por primera vez, como se habían cruzado sus versos y como, desde ese momento, se cruzarían sus vidas.
Porque, a pesar de su apariencia humilde y de sus ropajes casi andrajosos, se advertían en ella rasgos de una belleza extraordinaria, digna de protagonizar muchas de las canciones que en las veladas nocturnas acariciaban con su música los gruesos muros del Alcázar.
Rumaiquiya la llamaban y, como su nombre indica, era esclava de Rumaiq, un rudo mulero más o menos acomodado que gustosamente la regaló al monarca.
Total, lo único que hacía era fantasear y cantar durante todo el día...
Mujeres lavando en el agua - Arthur Bridgeman |
No podía sospechar el buen hombre que eso, precisamente eso, es lo que enamoró perdidamente a Al Mutamid, señor de la taifa más importante que había conocido Al Andalus desde tiempos de los omeyas… y rendido ahora mansamente a los pies de una simple esclava.
Porque si el destino es caprichoso, el amor lo es aún más; y la Rumaiquiya pasó de ser propiedad de un mulero a dueña del corazón del rey poeta y de una ciudad entera, Sevilla, que a partir de entonces la conocería como su Gran Señora, Madre de la Primavera, o, simplemente, Itimad.
Buenas tardes. Es la primera vez que escribo en un blog y tras leerte me han entrado las ganas. En principio quiero darte las gracias por haberme ayudado a sobrellevar mejor los calores del mes de agosto, pues he tenido que trabajar y no veía el momento de llegar a casa y deleitarme con tu lectura. He disfrutado desde la primera hasta la última de las entradas, las cuales me han transportado al pasado glorioso unas veces y decadente otras, de nuestra ciudad.
ResponderEliminarPor todo ello, no se me ocurre otra cosa que darte las gracias y animarte a seguir con esta labor.
No me quiero extender más, sólo decirte que las dos últimas entradas (la de Kristina y Al Mutamid) me han encantado.
Saludos.