En las calles de Sevilla hay vestigios de su pasado que suelen pasar desapercibidos bien porque no se conocen o, simplemente, porque han sido olvidados.
Es el caso de los faroles y hachones que ordenaron colocar en las fachadas de las casas los Asistentes de la ciudad en el siglo XVIII para dar luz a las oscuras y peligrosas noches sevillanas.
Primeros pasos del alumbrado público en la ciudad, antecedentes de las actuales farolas y, sobre todo, un intento de amedrentar a los delincuentes que campaban a sus anchas por todos los rincones de la ciudad a partir de la puesta del Sol.
Detalle de balcón en la calle Doña María Coronel |
Y es que Sevilla es una ciudad decadente en el siglo XVIII.
La profunda crisis política, militar, económica y social del Reino de España azota especialmente a la que había sido su ciudad más próspera de los últimos siglos.
Golpe tras golpe, la vieja Nueva Roma ve mermado drásticamente su potencial económico perdiendo el monopolio del comercio indiano, sufriendo todo tipo de desastres naturales o asistiendo impotente al desmantelamiento de varias de sus industrias más florecientes para llevarlas a otras regiones descontentas con la recién estrenada dinastía borbónica y de esta forma acallarlas.
Archivo de Indias |
La conjugación de éstos y otros factores provocan que Sevilla vaya hundiéndose progresivamente, aumentando la pobreza, la insalubridad, la marginalidad, el descontento y, por supuesto, la delincuencia en unas calles que hasta hace poco eran alabadas en medio mundo.
Para que podamos hacernos una idea, José María Blanco White comentaba a principios del siglo XIX que “una cierta irritabilidad natural (…) lleva al frecuente derramamiento de sangre. Unos litros de vino de más o, ni aún eso, el simple hecho de que sople el levante o el viento solano, es festejado infaliblemente en Andalucía con peleas mortales. El promedio de muertos o heridos graves que hay en Sevilla en cualquier fiesta es, según creo, de dos o tres”.
Una cifra que parecería escandalosa en nuestros tiempos y que en esa época debía ser dramática, ya que la población de Sevilla era casi diez veces menor que ahora (apenas 80.000 habitantes).
"Duelo a Garrotazos", Francisco de Goya Imagen: Wikipedia |
Esta peligrosidad aumentaba considerablemente por la noche, cuando la ciudad quedaba completamente a oscuras.
Maleantes, ladrones, delincuentes, gentes de mala vida campaban a sus anchas por unas calles desiertas sólo transitadas por valentones armados hasta los dientes o desdichados desesperados por solucionar alguna urgencia surgida a mitad de la noche.
Según cuenta Manuel Chaves, “rara era la mañana en que en las collaciones de la Feria, san Vicente, santa Cruz, la Macarena o san Pedro, no aparecía algún hombre muerto o se tuviese noticia de alguna casa robada o de algún atropello bárbaro cometido entre las sombras y el silencio”.
Es por ello que las Autoridades trataron de buscar soluciones a esta delincuencia nocturna promulgando durante décadas toda clase de leyes y ordenanzas con las que, al menos, reducir esa peligrosidad que tenía atestado de heridos el Hospital de la Sangre y de cadáveres los camposantos.
Parlamento de Andalucía, antiguo Hospital de la Sangre Imagen: Wikipedia |
La primera de estas medidas la tomará en 1732 el Asistente Manuel de Torres, que ordenó a los vecinos colocar faroles en las fachadas de sus casas.
Esta idea se “inspiraba” en las luces con que las Hermandades alumbraban los retablos y cruces situados en las calles, única iluminación junto con la Luna que podía encontrarse en Sevilla tras la puesta de Sol.
La Cruz de la Cerrajería iluminada de noche |
Según la Ordenanza de Torres, desde el atardecer hasta las doce de la noche los vecinos deberían colocar faroles y velas en las fachadas de sus casas para mitigar la oscuridad y, de esa forma, cohibir en la medida de lo posible a los maleantes.
Pero no calibró bien el Asistente sus intenciones, que se toparían con dos serios contratiempos: por un lado las protestas de los vecinos, ya que esta iluminación pública salía de sus bolsillos; por otro la picaresca de los propios delincuentes, que destrozaban los faroles a pedradas.
Todo será por tanto en vano, y a pesar de que el edicto sigue vigente incluso en tiempos del sustituto de Torres, Rodrigo Caballero Illanes, al caer la noche seguirá siendo toda una aventura adentrarse en las calles sevillanas, aventura que suele acabar mal.
Balcón en la calle Dormitorio |
Los bandos se repiten durante los años siguientes, pero el problema continúa día tras día con la llegada de la noche.
Habrá que esperar hasta 1760 para que otro animoso Asistente, Ramón Larrumbe, busque nuevas soluciones, reinterpretando las Ordenanzas que redactara Torres tres décadas atrás.
Larrumbe insta de nuevo a los vecinos a colocar faroles en las fachadas de sus casas, que deberán permanecer iluminados desde la puesta de Sol hasta las once de la noche bajo multas que oscilarían desde 2 hasta 8 ducados para el que se negara.
Asimismo ataca directamente a los delincuentes tomando una medida bastante drástica: la prohibición de transitar por las calles a partir de las 11 sin llevar luz ni acreditación, siendo en este caso el castigo pena de cárcel.
Para terminar, ordena el cierre de todas las tabernas, mesones y bodegas a partir de las 8 de la noche, atajando de esta forma otro de los grandes males de esa Sevilla dieciochesca: el alcoholismo… y es que con apenas 80.000 habitantes, se contaban en la ciudad cerca de 400 tabernas que, llegada una cierta hora, eran escenario frecuente de algaradas, peleas y asesinatos.
El Asistente Larrumbe golpeaba directamente los tres principales problemas de la noche sevillana, pero de nuevo es en vano: los faroles no se iluminan, los transeúntes nocturnos son imposibles de detener y los bodegones cierran, pero siguen vendiendo sus caldos a través de ventanas y portezuelas escondidas.
Fachada de la Casa de la Torre |
Pese a todo, no cejarán en su empeño los sucesivos Asistentes de la ciudad, que edicto tras edicto tratan de combatir los problemas derivados de la oscuridad en la Sevilla del Siglo de las Luces.
Uno de los más activos será Pablo de Olavide, cuya llegada a principios de la década de los setenta supone una bocanada de aire fresco y buenas intenciones.
El nuevo Asistente urbanizará la Laguna de la Pajería, en pleno Molviedro, para reducir la insalubridad; derribará la Puerta de San Miguel, junto a la Catedral, para favorecer las comunicaciones; redactará el Plano más exacto de la ciudad que se había hecho nunca…. y de nuevo intentará hacer más segura su peligrosa noche.
Así, vuelve a la carga con los faroles, cierra otra vez las tabernas y ahora detendrá a todo el que deambule por las calles a partir de la medianoche, aunque tenga luz, esté acreditado, justificado y no tenga más remedio que hacerlo.
Una medida drástica, quizás la más dura tomada hasta ahora, pero una vez más nada efectiva, ya que los vecinos no están dispuestos a poner su dinero para iluminar las calles, los bodegueros no piensan perder esos ingresos nocturnos y los delincuentes, por supuesto, aprovechan la noche precisamente para pasar desapercibidos.
Detalle de un grabado de Pedro Tortolero donde aparece la antigua Puerta de San Miguel (derecha) |
Todo ésto parece comprenderlo el nuevo Asistente, José Ávalos, que en 1790 da un giro a la política municipal en materia de alumbrado público que se había llevado a cabo hasta entonces.
Ávalos coloca más de 1200 farolas en las calles intramuros y los arrabales de Carretería y Cestería.
Estas farolas las costea el Ayuntamiento, pero serán cargadas a los sevillanos en sus impuestos. Como curiosidad, no se encendían las noches de luna llena ni en Verano, funcionando sólo entre Octubre y finales de Junio.
Para su mantenimiento crea un cuerpo de “mozos del alumbrado”, antecedente de los serenos, que tendrán zonas asignadas en las que se encargan del encendido y el apagado, de reparar las farolas dañadas si fuera necesario y de comprobar el correcto funcionamiento de este nuevo alumbrado público que, al fin, abandonaba las fachadas de los edificios.
Un alumbrado público que durante los siglos siguientes se desarrollará, perfeccionará y modernizará hasta llegar a nuestros días, en los que las farolas son elementos cotidianos e imprescindibles de cualquier calle, como en su momento debieron serlo esos faroles que aún se pueden encontrar en muchas de las casas sevillanas del siglo XVIII que aún siguen en pie.
Luces de la Sevilla del Siglo de las Luces que, aunque ya no iluminan, son testimonio de un pasado que siempre es bonito recordar.
Balcón en San Juan de la Palma |
Me llena de satisfaccion y orgullo que sevillanos autenticos se acuerden de nuestra ciudad para recordar lo que fue, en el Siglo de Luces. Pertenesco a una Asociacion de Mayores que hemos hecho un curso en la UPO, con tal motivo hace un mes hicimos una representacion del siglo de las luces en esta universidad, cuyo personaje central fue OLAVIDE, que tuve el honor y el placer de representar. Hoy me habeis emocionado, un amigo mio Carlos Barrero, sevillano de pro me dio vuestra direccion y me recordo emocionadamente el ayer. Naci en la calle San Luis y de pequeño mi padre me enseño a mirar para arriba a los edificios y hoy me he sentido muy complacido, al verme recompensado por el conocimiento que teneis de la historia de Sevilla mirando sus fachadas., ¿ no es esto hermoso?. Gracias mil os seguire leyendo desde hoy.
ResponderEliminarAntonio San Roman.