Tristeza.
Es la sensación que queda tras visitar el Palacio del Pumarejo, uno de los edificios más grandes e importantes de Sevilla cuyos orígenes se remontan al siglo XVIII.
Y es que esta joya del patrimonio hispalense, de la que todo el mundo ha oído hablar aunque realmente poca gente conoce, se encuentra en un estado de degradación tan acusado que, de no ser por los esfuerzos de sus inquilinos y de algunas asociaciones, podríamos darla ya por sentenciada a la desaparición.
Humedades, desconchones, revestimientos caídos o forjados apuntalados son el presente de este magnífico exponente de la arquitectura dieciochesca.
Afortunadamente su esplendoroso pasado aún es posible distinguirlo entre tanta ruina, como una pequeña luz que tratara de sobrevivir en la más profunda y terrible oscuridad.
La historia de este Palacio comienza en el último tercio del siglo XVIII, cuando don Pedro Pumarejo, caballero veinticuatro, adquiere las más de 70 casas (calle Lázaro Díaz incluida) que se situaban entre la calle San Luis y la Huerta de los Toribios.
Don Pedro las manda derribar y en el solar resultante levanta su residencia y deja además un espacio suficiente como para abrir una plaza que diera realce a la fachada; acababan de nacer Plaza y Palacio del Pumarejo.
Pero poco tiempo disfrutaría esta familia de su nueva casa, ya que en 1802 la vemos transformada en Colegio, viéndose inmersa desde ese momento en un continuo proceso de cambios de usos y funciones hasta llegar a nuestros días, en los que es vivienda en planta alta de las tres vecinas que aún viven de la antigua corrala mientras en la baja tienen su sede asociaciones y grupos empeñados en la conservación del edificio frente a la desidia de autoridades y sevillanos en general.
Afortunadamente, como ya hemos señalado, entre tanto abandono e incluso ruina, aún es posible reconocer elementos de tiempos pasados que pueden darnos una idea del esplendor y belleza que llegó a tener la casa de don Pedro Pumarejo.
Empezando por la propia portada, construida en piedra según trazas propias del incipiente neoclasicismo de la época en que fue levantada.
Sin salir de la fachada, aunque casi todas las yeserías y molduras que adornaban balcones y ventanales fueron retirados hace décadas para evitar su desprendimiento, llama mucho la atención el balcón que hace esquina con Fray Diego de Cádiz, rodeado por una bella balaustrada que hoy tapa una malla de obras y preside el escudo de armas de la familia Pumarejo.
Ya en el interior una elegante cancela de forja nos transporta al patio, elemento entorno al que se organiza todo el Palacio.
Aquí encontramos una de las grandes singularidades del Pumarejo: las columnas de caoba que sostienen el nivel superior.
Este material, la caoba, rara vez usado en la arquitectura sevillana como elemento estructural, denota el poder adquisitivo y la ostentación de que hizo gala don Pedro en la construcción de su Palacio, ya que seguramente sería importada de regionales tropicales hacia una Sevilla que, recordemos, ya no era Puerto de Indias por aquellos tiempos.
Más comunes pero no por ello exentos de belleza, a pesar del deterioro, son los azulejos que conforman el zócalo de los muros laterales, una profusión de colorido y formas geométricas que producen un bonito efecto cromático con las baldosas del piso, que seguramente no son las originales.
En las galerías de planta alta todo es más austero y sencillo, propio de la arquitectura popular de casa de vecinos que durante décadas fue y, aunque diezmado, sigue siendo en nuestros días el Palacio.
Paredes encaladas, macetas con plantas de interior, cortinas de raso… tan sólo los huecos recuerdan el pasado nobiliario del edificio, tanto en los ventanales que comunican las galerías con el patio como en los óculos cenitales que proporcionan constantemente luz a los pasillos.
Sin duda las primeras son las más interesantes, conformadas por huecos dobles con parteluz de ladrillo que se enmarca al exterior con un sencillo resalte y azulejos verdiblancos que contrastan con el desgaste de la pintura y el revestimiento.
Y es que, por desgracia, el tiempo corre en contra del Palacio del Pumarejo.
O más exactamente el tiempo, la desidia y, según cuentan, la especulación, ese mal endémico de nuestro patrimonio que se llevó por delante tantas casas de vecinos y palacios históricos, como el cercano del duque de Montemar, donde nació el padre del que les escribe.
Esperemos que cuanto antes se ponga remedio y pueda recuperar su esplendor esta joya de la arquitectura civil sevillana.
Voluntad y gente hay implicada en ello, me consta; sólo falta que los dejen trabajar.
coincidencia...
ResponderEliminarA tus órdenes Selu, jeje
EliminarSiempre he tenido curiosidad por ver lo que había dentro, es un edificio que llama mucho la atención.
ResponderEliminarEspero que se rehabilite, debió ser precioso
Totalmente de acuerdo Helena, saludos.
EliminarCreo que deberíamos ser más conscientes del patrimonio de nuestra ciudad, y no dejar pasar cosas como estas, se le debería caer la car de vergüenza a más de uno por permitir que pase esto
ResponderEliminarY que siga pasando. Según me comentaron durante la visita, la rehabilitación del edificio está corriendo a cuenta de asociaciones y grupos vecinales. De instituciones (Ayto., Junta, etc) nada de nada.
EliminarEso sí, luego Patrimonio obliga a mantener la primera crujía y la fachada cuando se demuele una casucha del siglo pasado....
En fin.
Saludos
Es una vergüenza, y todo por estar en la zona en la que está y por tener una comunidad vecinal detrás de poco rédito para los que gobiernan.
ResponderEliminarDespués esos mismos que dejar morir sin pestañear nuestro patrimonio se dan golpes de pecho, de sevillanas maneras al tipo compadre, porque Sevilla es una ciudad sin igual.
Si estúpidas son la Ordenanzas, más estúpidos son los Ordenantes... que te voy a contar, Rocío...
EliminarSaludos
Hola a los señores y señoras del blog.¿es cierto que se quiere cerrar la estación de autobuses del Prado? Cerrar quiere decir cambiar el uso, o sea, cerrarla. ¿Y colocar un centro de exposiciones?La noticia me deja pasmao, Sergio. Te la coloco comentando el Pumarejo, ya que habláis de conservar el patrimonio desde esta entrada.La estación de autobuses es una barbaridad de bonita, eso para empezar, aparte de todos los aparte que son innumerables y que estan al alcance de todo el mundo que tenga ojos. La noticia me tienen en ascuas. Y eso que vivo bastante lejos. Otra mas, ¿será posible?.
ResponderEliminarUn abrazo, IsidOro Eolo
Es arquitectura Racionalista, Isidoro, y eso en Sevilla o se cae o se tira, o no se descansa hasta que se caiga o se tire. En este caso apuesto por lo primero.
EliminarEs lo que pasa cuando no se valora lo que administras, o peor aún, cuando no tienes ni idea de lo que administras. Cerrar esa Estación es una aberración, pero si te pasara fotos de la Comisaría de la Gavidia...
Un abrazo muy fuerte y aireado, jeje
Buenas Sergio hace tiempo hablamos de la Calle duque de Montemar y te comente que mi familia tambien procede de la misma calle,te pregunte si tu padre conocía a mi familia se lo comentaste a tu tío y me dijo que no le sonaban,me gustaría darte referencias de nuevo por si recordara a alguien de mi familia,mi madre y mi abuela nacieron al igual que tu padre en dicha calle,en el número 13,una pena que no quede absolutamente nada en esa calle.
ResponderEliminarSe me caen las lágrimas al ver el estado del Palacio, yo nací allí hace 71 años he estado en Alemania y al regresar a España he visto en Facebook las fotos y el artículo.
ResponderEliminarLa foto de la Portería me llena de recuerdos , allí en la Portería nací con quién me puedo poner en contacto , no vivo en Sevilla pero la próxima vez que esté en Sevilla iré a ver mi "Casa Grande"