Una vez más, volvemos a recordar el pasado de Sevilla dando un paseo por su presente.
Para ello, situaremos en la Campana de nuestros días el Gran Café París, un magnífico edificio modernista desaparecido hace décadas que daba a esta céntrica plaza una elegancia difícil de imaginar en la actualidad, cuando apenas es un lugar de paso o, como mucho, donde quedar citado.
Situado en la esquina de O’Donnell con la Campana, el Café París fue uno de los grandes referentes de la vida social sevillana durante las primeras décadas del siglo XX.
Construido por Aníbal González entre 1904 y 1906 a encargo de Manuel Suárez, en sus salones de amplios espejos y sillas con tapicería roja podía perfectamente tomarse el pulso de la ciudad, su día a día.
Allí discutían a los partidarios de Belmonte con los de Joselito, los del Sevilla con los del Betis, y se rezaba al Gran Poder cuando enfilaba la Campana mediada la madrugá con los anticlericales ejemplares de "El Motín" de José Nakens apilados en los estantes en señal de respeto.
Allí se contaban los días que quedaban para la Exposición Iberoamericana, se organizaban los magníficos bailes de máscaras que ponían el toque de distinción a la locura de los Carnavales y se hacía una última parada antes de que levantara el telón del Teatro San Fernando.
Allí, en resumen, se vivía Sevilla.
Café Novedades. A la derecha, los ventanales del Café París. Imagen de la Fototeca de la Universidad de Sevilla |
Hablamos, claro está, de una Sevilla y una Campana bastante diferentes a lo que hoy conocemos.
Para empezar, ocupando buena parte de la actual Martín Villa se encontraba el Café Novedades, sala de conciertos y espectáculos que pretendía recoger el testigo de los tradicionales cafés cantantes y que sería inmortalizada por los pinceles de Joaquín Sorolla antes de caer bajo la piqueta en 1923 para ensanchar dicha calle.
Frente por frente, en su salida hacia el Duque, se encontraba la Farmacia Central, la más moderna y lujosa de la ciudad, edificio decimonónico del que tampoco se apiadaría la piqueta, ya que fue demolido en 1978 para ampliar la Plaza y hacer un horripilante mastodonte de color blanco y múltiples ventanitas.
Junto a estos emblemáticos edificios, otros establecimientos también desaparecidos como la joyería Delmás o la cafetería Riviera, además de la celebérrima Confitería que desde hace más de un siglo endulza nuestras vidas, hacían de la Campana un sitio más cercano, familiar, incluso entrañable, que la Plaza que conocemos hoy día, como dijimos al principio, un mero lugar de paso, uno más de esta Sevilla estresada y siempre con prisas.
La Farmacia Central durante la riada de 1952 |
En ese contexto sitúa Aníbal González su Café París, un bello edificio que se puede enmarcar en un estilo cercano al Modernismo por aquel entonces desarrollado en toda Europa, la arquitectura del “cambio de siglo”, internacional y cosmopolita.
Prueba de ello es el remate del cuerpo cilíndrico acristalado que resuelve la esquina, una cúpula totalmente ajena a cualquier tipo de lenguaje arquitectónico construido hasta la fecha en Sevilla.
Este “Aníbal internacional”, por cierto, se prodigará poco tiempo, ya que en 1907 está levantando, dentro de la misma Campana en la esquina con Martín Villa, un edificio con caracteres islamizantes, precedente de la que será una de sus más importantes y celebradas obras: el Pabellón Mudéjar de la Plaza de América.
Pabellón Mudéjar, en la Plaza de América |
Quizás el Café París se llamó así en homenaje al de la Avenida de la Ópera de la capital francesa, del que eran asiduos parroquianos intelectuales de la talla de Maupasant o Emile Zola y que hasta su cierre en los años 30 fue considerado el establecimiento más famoso del mundo.
Curiosamente durante la Guerra Civil el nuestro, el de la Campana, cambiaría de nombre y ciudad, llamándose Café de Roma ya que sus propietarios, para eliminar suspicacias, pensaron que era la mejor manera de congraciarse con el bando vencedor de esa triste contienda y así no perder popularidad.
Ya para entonces el edificio había sufrido varias reformas que le habían restado buena parte del esplendor de sus inicios. Y es que Aníbal González era un excelente diseñador, pero su faceta de constructor dejaba bastante que desear…
Con el nombre recuperado en los años 40, no durará sin embargo mucho más el Café París, ya que para la década siguiente no existía.
El local de planta baja del edificio modernista que diseñara Aníbal González fue entonces ocupado por unos almacenes, “La Importadora”, una suerte de Bazar donde podía encontrarse de todo, algo novedoso para la época.
Por cierto, unos almacenes… curioso paralelismo con otro bellísimo edificio que se encontraba en la vecina Plaza del Duque, el Palacio de los Marqueses de Palomares, otra de las grandes joyas arquitectónicas de Sevilla que sucumbió a los golpes de la piqueta para que su lugar lo ocupara un Corte Inglés.
El Café París daría paso a un Burguer King…
No siempre Sevilla ha tenido un gobierno municipal a la altura de sus respectivos cargos. La historia y, sobre todo, los sevillanos le juzgarán. Eran los que debían proteger y defender el Patrimonio de Sevilla, pero frecuentemente ejercieron de verdugos. Valientes y positivas denuncias como las tuyas, ayudarán a conservar lo que nos queda. Por mi parte, te lo agradezco y apoyo.
ResponderEliminarSigue con esta meritoria y necesaria labor, mi enhorabuena.
Un saludo
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