En Sevilla no resulta difícil encontrar a las musas.
Pintores, escultores, poetas, novelistas, compositores, cantantes, arquitectos… desde la más remota antigüedad la ciudad siempre ha fascinado a los artistas, locales y foráneos, que han encontrado en ella fuente de inspiración para su obra.
De todos ellos, posiblemente uno de los casos mas peculiares haya sido el del belga François-Antoine Bossuet, un pintor romántico que reinterpretaba los paisajes a su antojo, creando escenas realmente curiosas que en ocasiones nada tenían que ver con la realidad.
Vista de Córdoba - François Bossuet |
Nacido en 1798 en la ciudad belga de Ypres, Bossuet es considerado uno de los pintores mas importantes de su país del siglo XIX, ejerciendo como profesor de la Academia de Bellas Artes de Bruselas durante mas de 20 años, entre 1855 y 1876.
Personaje inquieto, imbuido por el espíritu romántico de la época emprende un viaje que le llevará a recorrer varios países de la ribera mediterránea, en aquellos tiempos lugares exóticos bastante alejados de la Europa industrializada de la que provenía.
Uno de estos destinos, que por cierto le cautivará desde el primer momento, será España, “la Tierra de lo imprevisible, el país de lo imprevisto, donde la excepción es la regla” en palabras de su contemporáneo inglés G. Brenan.
Y es que el Imperio donde nunca se ponía el Sol era ahora un Reino que a duras penas lograba mantenerse cohesionado, que trataba de engancharse al tren del progreso a base de guerras y, sobre todo, el país más singular y diferente de Europa en todos los aspectos, más que nada en lo referente a cultura, costumbres y forma de vida.
En este contexto el pintor belga, ávido de paisajes bucólicos y escenarios pintorescos en los que dar rienda suelta a su imaginación, se enamora de Zaragoza, cae hechizado por Toledo y deja que Córdoba le arrebate el corazón, sin hacer tampoco mucho por escapar al embrujo de Granada.
Vista de Zaragoza - François Bossuet Imagen: viticodevagamundo.blogspot.com |
Pero sobre todo Bossuet cae rendido ante Sevilla.
La Nueva Roma del Renacimiento era ahora una ciudad pobre y arruinada con un impresionante patrimonio artístico abandonado desde hacía décadas donde los viajeros románticos encuentran ese lugar decadente en que reconfortar su espíritu atormentado por definición.
No hace falta decir que cada uno de estos ilustres viajeros vive Sevilla a su manera: no hay juerga a la que no asista Lord Byron en la semana corta que pasa en el barrio de Santa Cruz, Alejandro Dumas es asiduo a cafés y tertulias durante su estancia en Sierpes mientras Hans Christian Andersen se empapa de todas las leyendas, tópicos y tradiciones que se cuentan por aquel entonces en su “reina de las ciudades”.
Los pintores también van a su aire, y mientras Richard Ford toma apuntes in situ con tanta exactitud que aún hoy son usados para recrear lugares desaparecidos en los años venideros como las Puertas de la ciudad, el británico David Roberts deformará los principales monumentos hispalenses para dotarlos de una arquitectura prácticamente imposible.
Sevilla desde la Cruz del Campo - David Roberts |
Aunque ninguno llegará al nivel de François-Antoine Bossuet, que simplemente inventa una Sevilla a su gusto y en función de sus necesidades.
El pintor belga domina la técnica a la perfección, maneja la perspectiva de forma admirable y conoce el color y la luz como pocos; el único problema es que a la hora de plasmarlo en su obra o no se acuerda o no se quiere acordar de lo que ha visto. Y se lo inventa...
Lo más seguro es que durante su estancia en la ciudad tomara apuntes de los monumentos, espacios y paisajes que quería representar para, ya de vuelta a su estudio de Bruselas, situarlos en el entorno que le apetecían, un entorno que de paso modifica quitando o ignorando aquello que no le interesa.
Sólo así podemos comprender la vista de Sevilla que tenemos bajo estas líneas.
Sevilla - François Bossuet |
La imagen se toma desde lo que hoy sería el Puente de las Delicias, apareciendo a la derecha el cerramiento del Palacio de San Telmo, habitado por aquel entonces por los duques de Montpensier.
El recientemente estrenado muelle de Nueva York es un sinuoso muro de defensa a la altura del mismo Paseo de las Delicias con un telón de fondo monumental y exagerado: la Torre del Oro, enorme Torre del Oro, casi tan alta como la Catedral sin Giralda que aparece a la derecha.
Una Catedral que nada tiene que ver con la real, totalmente inventada, en la que destaca una impresionante cúpula que bien podría ser una deformación en escala de la existente en la iglesia del Salvador, con su linterna y todo.
En la otra orilla se difumina la silueta del Castillo de San Jorge, anticipo de una Triana incomunicada o totalmente independiente, vaya usted a saber lo que pasaba por la cabeza de Bossuet, ya que no hay rastros ni del Puente de Barcas ni del de Isabel II.
La Torre del Oro - François Bossuet Imagen: super-art.com |
En ruinas no, lo siguiente, está la Torre del Oro que pinta Bossuet en 1878. De hecho se sabe que es la célebre albarrana por el nombre del cuadro… bueno, y por la Catedral, otra vez “estilo Salvador” con su cúpula de media naranja y su linterna..
También esta vez el Puente y la Giralda están ausentes, atisbándose en la lejanía una especie de torreón que bien podría ser la Puerta Real o la Almenilla de la Barqueta, aunque cualquiera sabe lo que pasaba por la mente de Bossuet.
Escena callejera - François Bossuet |
Por fin aparece la Giralda en la “Escena callejera” que recrea en 1880 lo que bien podría ser la calle Placentines.
Una calle ensanchada casi al tamaño de la actual Avenida para dar realce a una espléndida Giralda que sin embargo luce sin Giraldillo y con el remate renacentista de Hernán Ruiz algo recortado en tamaño y forma.
Procesión en Sevilla - François Bossuet |
También se ensancha la calle Alemanes para dar cabida al Corpus de la “Procesión en Sevilla”, cuadro pintado en 1873.
Posiblemente Bossuet realiza en esta obra la representación mas fiel de la Catedral y la Giralda, con una Puerta del Perdón en lastimoso estado de ruina y unas Gradas inusualmente bajas.
Por la calle, de tierra y sin empedrado, avanza el paso de Santas Justa y Rufina, que han dejado atrás lo que parece ser una iglesia, templete o vaya usted a saber, creada evidentemente por la imaginación del maestro belga para dar riqueza a la obra.
Paisaje Oriental - François Bossuet |
Y de la misma forma que Sevilla ve como la mente de Bossuet sitúa en ella edificios, calles e incluso paisajes de otras ciudades, su imagen es "exportada" hacia el exterior para dar vida a otros cuadros.
Es el caso de este “Paisaje Oriental”, inspirado posiblemente en uno de sus viajes a Marruecos, donde una caravana de comerciantes pasa bajo unas ruinas moriscas que, curiosamente, recuerdan las imágenes del Templete de la Cruz del Campo que por la misma época reflejaban contemporáneos suyos como Joaquín Domínguez Bécquer o el ya citado David Roberts, que vimos más arriba.
Una ciudad inventada que también servía para inventar en la privilegiada imaginación de François-Antoine Bossuet, pintor apenas valorado, poco conocido y, motivo por el que aparece en estas Estampas, un enamorado más de Sevilla.
Magnífico reportaje, Sergio :)
ResponderEliminarMuchas gracias Sergio, un abrazo!
EliminarRomanticismo puro: combinación de elementos, creación de otros, gusto por lo oriental... Todo esto se demuestra en este pintor. Por ejemplo, en "Vista de Zaragoza", la torre junto a la arcada tiene un parecido más que razonable con la que aparece en su versión de la "Torre del Oro". Una mezcolanza que convierte en atractivos sus paisajes, con elementos inventados que dotan de misterio sus obras, característica del Romanticismo. Que él conocía la Torre del Oro y sus formas se demuestran en su obra titulada "Sevilla", pero prefiere modificar la realidad e introducir detalles nuevos, como la ruina, que le otorga un aspecto casi místico, pero también efímero y fútil a la vez. La decadencia es otra característica a tener en cuenta. Y en cuanto al famoso edificio de aspecto orientalizante, que recuerda a Santa Sofía de Constantinopla, no deja de ser un recurso del autor para otorgar a sus paisajes un carácter más pintoresco si cabe. Arquitecturas inventadas, imaginadas e idealizadas. Todo sobre el marco del "Grand Tour", precursor del turismo, un recorrido que aunaba el carácter de excursión e investigación, con predilección por los lugares desconocidos y misteriosos, entre los que España, y en concreto el sur de la Península, se encontraban.
ResponderEliminarUna vez más, magnífica entrada. Enhorabuena mi General.
¿Qué habría sido de nosotros sin ese "Grand Tour"? En mi opinión es una de las claves cruciales para el desarrollo de Andalucía en el siglo XIX.
EliminarComo siempre, un placer leerte Ramsés.
qué interesante artículo!
ResponderEliminarse agradece.
Un placer Emiliano.
EliminarSaludos!
Genial, de verdad. Da gusto aprender contigo ;)
ResponderEliminarHola Sergio y secuaces; he dado con el último ejemplar de "Calles de Sevilla" de Manuel Ferrand. La edición popular -una reedición- que le sacó la Diputación en 1998 (aunque la primera edición parece ser de 1976, y el ISBN , del 84). Es encantador. Como se sabe, tambien el pasado se inventa. Pero no es eso.El libro es precioso. Esa ciudad, aún casi ceñida a la Ronda y barriadas, ha desaparecido.No sé porqué hago este comentario en tu blog. Quizás para apartar la nostalgia con un falso remedio pero verdadero consejo: Si podéis dar con el libro en bibliotecas, leedlo. Manuel Ferrand escribe estupendamente. ¡salud!
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