Por edad y vivencias los recuerdos de mi infancia están mas próximos al “barrio de barrios” que a mediados de los 80 dibujaran por sevillanas Cantores de Híspalis que al patio, huerto claro y limonero donde Antonio Machado fijó su Autorretrato.
Y eso que mi barriada quedaba lejos de ese colorido Polígono de San Pablo “de costumbres populares y corraleras”, pero era solo una distancia física, fácilmente salvable pese a que la Avenida Alcalde Manuel del Valle era todavía un alargado campito de albero, ya que en fondo y forma también yo estaba rodeado de gente güena.
Estamos hablando de otros tiempos, no muy lejanos, pero distintos, en los que el agua que caía de los balcones no venía del desagüe de los aires acondicionados, sino de las gitanillas que se regaban al caer la tarde.
Una Sevilla de barriadas y distritos que aún era joven, a medio camino de la castiza ciudad de corrales y patios heredada de nuestros abuelos y de la actual urbe deshumanizada donde la gente solo se saluda en el ascensor.
Todo era nuevo y a la vez cotidiano. El futuro se escribía sobre el pergamino del pasado, donde cada cual buscaba su sitio adaptando el presente a las costumbres de antaño, y viceversa.
Entre esas costumbres de antaño heredadas de la vieja Sevilla que se resistían a sucumbir a las nuevas maneras que establecía la “modernidad” estaban las tertulias veraniegas que, cuando el calor concedía una tregua, se improvisaban todas las noches a la luz de una farola.
Siempre a la distancia suficiente como para que panarras y salamanquesas no dejaran acercarse a los temibles mosquitos, eran noches de búcaros y abanicos, de olor a jazmín y a sandía recién calada, con el monótono cricri de los grillos como fondo sonoro solo interrumpido por el revoloteo de alguna lechuza errática que se resistía a abandonar los pocos árboles que quedaban de las antiguas huertas donde se había criado.
La tertulia era el foro social del vecindario: cualquier cosa se debatía allí, se tomaban decisiones, se daban consejos, fluían los chismorreos y, sobre todo, se contaban historias.
Al calor de la tertulia, o más bien al fresquito, los mayores, ancianos que por mor del destino habían ido a parar a un barrio de gente joven, hacían posible el regreso de la Tía Tomasa a su torreón de la Macarena, que Evita Perón saludara desde su descapotable por la ronda de Capuchinos, que Bobby Deglané montara otra Operación Clavel en los micrófonos de Radio España, radiaban el último gol de Juanito Arza en un Sánchez Pizjuán eternamente en obras o relataban en petit comité los cuchicheos que recorrían la platea del Teatro San Fernando.
Espectadores pasivos éramos los niños, que después de un día de batallas, escondites, tejes y carreras de chapas aguardábamos en hamacas de playa la llegada de Morfeo para cazar en sueños tortugas por los arroyos de Castilblanco, saborear los pasteles que el hijo de Joaquina vendía en la Campana antes de que la maldita heroína arruinara su vida y familia o escuchar a Manolo el relojero tararear el pasodoble Giralda como cuando marcaba las horas del reloj del Ayuntamiento.
Hoy, salvo raras excepciones, en las noches de verano no quedan tertulias; se perdieron con los nuevos tiempos y sus adelantos y su stress y sus comodidades; se perdieron como las historias que contaban los mayores antes que San Pascual Bailón crujiera sus muebles las tres veces de rigor; como antes se perdieron los corrales de vecinos, con su pozo, su brocal y sus galerías de geranios; como se han perdido tantísimas cosas, entre ellas escuchar a los demás y, sobre todo, tener tiempo para que te escuchen.
Qué entrada tan bonita, con un final soberbio. En Lora aún disfrutan de esas noches, en mi calle de toda la vida...donde hace mucho que no estoy.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Perdona Sergio pero hay una tertulia diaria que es impagable.
ResponderEliminarAlgunos días de la semana, la hacen especial y traen personas más contundentes, si puede, que las de diario.
Te lo aconsejo, no te las pierdas: Salvamé es la de diario y de Salvamé de luxe las especiales.
Ya me contarás que te parecen.
Un abrazo
Por suerte, no se han perdido del todo. Puede que ya no sean como antaño, pero la gente de ciertos lugares y de ciertos barrios aún se reúne para pasar de un modo más agradable las noches del verano. Aunque el ámbito (municipios más pequeños y determinadas zonas de las grandes ciudades) cada vez sea más reducido, todavía pervive tan buena costumbre. Una entrada estupenda. Saludos.
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