Durante los próximos 10 meses las puertas del Hotel Alfonso XIII permanecerán cerradas debido a unas obras de reforma; 10 meses durante los cuales Sevilla se quedará sin el que podríamos considerar “su hotel” por excelencia.
Edificio de “grandes lujos y magnificencias”, tardó 12 años en ser levantado bajo la dirección y proyecto del arquitecto José Espiau en lo que fueron antiguos Jardines de Eslava, una zona de recreo situada en las afueras de la Puerta de Jerez que los duques de Montpensier habían cedido a la ciudad para uso y disfrute de sus vecinos.
Imagen: Wikipedia
Pocos recordarían por aquel entonces que siglos atrás formó parte del arrabal de Marruecos, donde los obispos titulares de ese país tuvieron sus casas tras la Reconquista hasta que se dio por perdida toda posibilidad de devolver el Magreb a la fe cristiana; menos aún que allí estuvo la Mary al Fidda o pradera de la Plata en la que Almutamid conociera a su amada Itimad.
Y son éstos solo dos de los bellísimos nombres que tuvo el lugar a lo largo de la historia, sin desmerecer por supuesto el de Jardines del Niño Mimado que le pusiera la Sevilla Romántica, esa que recorría día tras día su hijo más ilustre, Gustavo Adolfo Bécquer, camino de la Escuela de Mareantes (hoy Palacio de San Telmo) para cursar sus estudios de marino y de paso navegar con su imaginación hacia lugares a los que solo podía llegar un genio de su talla.
Tampoco es de extrañar que años después esos mismos arriates y senderos del Niño Mimado fueran testigo de los paseos de otra niña mimada de la ciudad, María de las Mercedes, cuando la Escuela, los Jardines y prácticamente todo lo que había hasta llegar a Eritaña pasó a ser propiedad de sus padres, los duques de Montpensier.
Precisamente se cuenta que fue la duquesa, María Luisa, la que tuvo a bien ceder los Jardines en propiedad a la ciudad, que los rebautizó homenajeando al celebérrimo autor del Miserere, don Hilarión Eslava.
También se cuenta que en poco tiempo estos Jardines de Eslava llegaron a ser los mas concurridos y agradables de Sevilla, más aún que los fronteros y afortunadamente todavía existentes del Cristina. Cerrados con una verja de bellísima factura hacia la calle San Fernando y la Avenida de Roma, en su interior se levantaba en palabras de José Andrés Vázquez “un espacioso teatro, con café adjunto, que a partir del Corpus funcionaba durante el verano”.
Por un precio que oscilaba entre los 50 céntimos y la peseta, los sevillanos de la época disfrutaban en primer lugar de una sesión de Circo para luego dejarse atrapar por la mágica elegancia de la ópera o el costumbrismo castizo de la zarzuela. Incluso una de las primeras sesiones cinematográficas de la ciudad, con permiso del Café Suizo, tuvo lugar al amparo de los bojes y naranjos de estos Jardines.
Hasta que cambiamos de siglo y, prácticamente de escenario; aunque habíamos tenido un anticipo décadas atrás cuando se desmonta la Puerta de Jerez para gloria y alivio de una ciudad que pensaba alcanzar la modernidad derribando su pasado, el sueño de la Exposición Iberoamericana transforma radicalmente el entorno hasta acercarlo, prácticamente, a la imagen que ha llegado hasta nuestros días.
Nada volverá a ser igual: la moderna Avenida que morirá a los pies de la nueva Puerta de Jerez sin puerta se lleva por delante manzanas enteras de edificios hasta llegar a la Plaza Nueva, los Jardines del Cristina se cercenan con el Hotel del mismo nombre y los de Eslava, simplemente, son condenados a desaparecer.
Saltimbanquis, funambulistas, tenores y estrellas del género chico deberán buscarse otro escenario ya que el inmenso Teatro será demolido para ceder su lugar a un fastuoso edificio donde recibirán alojo las personalidades que visiten la Exposición y que, no en vano, se llevará el 10% de su presupuesto: el Hotel Alfonso XIII.
Como ya se dijo al inicio, desde que comienzan las obras en 1916 bajo la dirección de José Espiau Muñoz pasarán doce años hasta que el edificio, ejemplo y modelo de la arquitectura regionalista, sea inaugurado a pocos meses del inicio de la muestra, en 1928, aprovechando un banquete homenaje a la infanta Isabel Alfonsa, sobrina del monarca, que acababa de contraer matrimonio.
Un año antes, junto a la que sería una de las puertas del lujoso Hotel y frente a la fuente que el escultor Delgado Brakenbury estaba levantando en el centro de la plaza que ensanches, derribos y alineaciones habían perfilado, era plantado un curioso árbol que acaba de desembarcar desde la lejana Argentina: un ceibo o árbol del coral.
No se tienen noticias sobre de la existencia de este tipo de árboles anteriormente en la ciudad, a pesar de la estrechísima relación que durante siglos mantuvo Sevilla con su país de origen; y es que de las Indias venía el oro y, hasta que no se acabó, no comenzaron a llegar las flores.
Este Árbol del Coral no solo establecía un vínculo mas fuerte entre Argentina y Sevilla más allá de la propia Exposición: a la sombra de sus ramas el presente del Hotel hacía lo propio con el pasado de los ya desaparecidos Jardines de Eslava, que aún muchos añoraban en las calurosas tardes de verano.
Y allí permanece desde entonces, junto al pórtico de entrada al apeadero, testigo de los sucesivos cambios y transformaciones que en casi 90 años ha experimentado la zona: despidiendo líneas de tranvías pasadas de moda que décadas mas tarde vuelven con otro nombre y tecnología, viendo como las obras del Metro sacaban de las entrañas de la tierra la vieja muralla para volver a enterrarla; como desaparecían los “meones” de la fuente de Híspalis ante el beneplácito de todos; como la ciudad, en definitiva, cambia para volver a ser la misma.
Bajo sus ramas han pasado ilustres huéspedes y gente anónima, personajes de alta alcurnia y guiris decepcionados por no ver toreros y cigarreras paseando a su alrededor; las mismas ramas que atrapan los acordes de las primeras marchas con las que el Señor de la Victoria entra en la ciudad antigua cada Domingo de Ramos; las mismas que asomaban curiosas para ver al final de la calle la portada de la Feria cuando se celebraba en el Prado y que hoy sirven de fondo en fotografías de improvisadas flamencas foráneas que cogen el coche de caballo a su sombra camino del Real.
Ahora, con la llegada del mes de Junio, han aparecido como todos los años las primeras flores entre sus ramas y las del joven ejemplar que se levanta a su lado; flores que en unas semanas esparcirán sus pétalos granates sobre los grises adoquines de la calle San Fernando recordando las amapolas que siglos atrás crecerían en la que una vez fue Pradera de la Plata; flores que son testigo de esa Sevilla que vivieron nuestros padres y abuelos; una Sevilla cuya llama permanecerá encendida mientras no caigan en el olvido estos pequeños detalles que la mantienen viva.
Fantástico como siempre, estas pequeñas historias que pasan inadvertidas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Preciosa entrada, con su punto melancólico, pero sin lloros por un pasado que sólo existe en la mente de algunos.
ResponderEliminarMuy sugerente la idea de una Sevilla hecha de dinámicos estratos que se superponen, y no sólo de grandes civilizaciones, sino de vida cotidiana (el teatro de los jardines, la Escuela de Mareantes, los Montpensier y su corte sevillana ...), y que contrasta con la manida idea de la Sevilla Eterna e inamovible.
Tu texto me ha transmitido la hermosa idea de una realidad en permanente cambio, una cotidianidad que nunca se detiene en su gradual avance hacia no se sabe dónde, ni hace falta saberlo.
Un saludo.
Me quedo con las amapolas de la pradera de la plata, preciosa imagen. Y pensar que ahora es la calle San Fernando....
ResponderEliminarSaludos.
Sevilla cambia para seguir igual.Como siempre, gran relato, compañero.Saludos.
ResponderEliminarMe encantan tus historias gracias por descubrirme otra Sevilla
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