Dejábamos la entrada anterior con Simón Barris concluyendo el Instituto Provincial de Higiene en 1907 casi a la par que el de Murga. El resultado es un elegante edificio donde se entremezclarán elementos propios del modernismo con otros de carácter exótico y hasta ese momento poco trabajados en la arquitectura hispalense, destacando los curiosos vanos del segundo cuerpo conformados por arcos de medio punto o el almohadillado de la fachada.
Como remate, un estilizado frontispicio enmarcará la portada con una leyenda donde se relata el origen del inmueble. Justo encima un medallón reproduce el perfil de Louis Pasteur, el afamado químico francés en cuyo Instituto se había formado Seras.
El Instituto pasa a convertirse rápidamente en un referente dentro de la ciudad e incluso fuera de la misma, acudiendo a sus instalaciones enfermos de todo tipo y origen para recibir tratamientos que iban desde simples vacunaciones hasta estancias prolongadas en las habitaciones acondicionadas para tal fin.
Su excelente ubicación a escasos metros de la estación de trenes de San Bernardo y en una de las zonas con más crecimiento y desarrollo de la ciudad favorecen el auge del centro médico.
En paralelo al Instituto, ganará fama y prestigio el propio Antonio de Seras, que se convierte en una de las personalidades mas importantes y respetadas de la ciudad, siendo frecuentes sus apariciones en los medios de comunicación de la época.
Pero el tiempo avanza, sigue su curso inexorablemente, sin pausa. Y esas medidas higienistas que se habían intentado poner en práctica a mediados del siglo XIX ya han calado en la población, en sus costumbres, en sus hábitos, en su vida.
Muchas viviendas cuentan con cuarto de baño, con agua corriente, con red de saneamiento propia; el “agua vá” se escucha cada vez menos y los cántaros se cubren de polvo en los rincones de los trasteros. Los enfermos pasan de largo la estación de San Bernardo y continúan hacia las playas cercanas buscando la brisa marina y espacios al aire libre donde hacer deporte; las habitaciones del Instituto empiezan a quedarse vacías, las estancias se hacen mas breves. Todo ha cambiado.
Y entonces llega la guerra: lo que andaba se para, lo parado se muere, lo muerto desaparece. El doctor Murga cierra su mastodonte neoclásico, Seras reacciona con habilidad, toma otro camino, se recicla y adapta el Instituto a las nuevas necesidades de los nuevos tiempos: nace el Laboratorio Seras, especializado ahora en “productos biológicos para la especie humana” y “vacunas para la profilaxis y tratamientos de las enfermedades de la ganadería”. Lejos quedaba ese artículo de ABC, y eso que apenas habían pasado 30 años desde que se escribiera.
El cambio de uso parece dar aire al nuevo Laboratorio, que sobrevive a la posguerra y a su fundador, don Antonio de Seras, fallecido en 1941. Para entonces la calle Oriente había dejado de estar en la periferia de una ciudad que se expandía vertiginosamente a costa del cinturón de huertas y fincas que la rodeaban desde tiempos inmemoriales en un intento de, entre otras cosas, ofrecer a sus habitantes esa calidad de vida que 100 años atrás parecía ser una simple quimera fruto de la imaginación de unos soñadores ahora relegados al olvido.
Porque no se caracteriza Sevilla precisamente por su gratitud y menos por su memoria. A principios de los sesenta empiezan en Marqués de Paradas las obras de demolición del Instituto del doctor Murga, en cuyo lugar se levantará el actual Ambulatorio de la Seguridad Social.
Los laboratorios particulares ya no son tan rentables, pierden terreno frente a Hospitales y Universidad. Así, aunque la firma Seras, ahora Sociedad Anónima, sigue desarrollando su trabajo, el edificio que proyectara Barris se queda obsoleto, grande, desfasado o quién diablos sabe. Lo cierto es que en los años setenta encontramos en sus bajos una tienda de electrodomésticos, ayer un supermercado, hoy Confecciones El Rubio.
La leyenda que coronaba la fachada se oculta bajo una capa de pintura, los vanos que daban forma a los huecos de las ventanas se alteran, la planta baja se redistribuye en función del comercio de turno, se levantan dos plantas de ático y el edificio en general se vacía para construir modernos apartamentos, 20 según el porterillo electrónico situado en la puerta.
Solo sobrevive Pasteur que, en su medallón desde las alturas, parece ser el único que se empeña en recordar a unos hombres que con su dedicación, trabajo e incluso patrimonio personal pusieron los mimbres necesarios para que en la actualidad, al menos en nuestras casas, tengamos una vida mejor. A pesar de los políticos, claro.
Gracias, General, por tan provechosa conclusión del desconocido edificio. Creo que es de resaltar lo diferente de los estilos de los tres edificios colindantes: éste, el de Fdez Palacios y el del PSOE.
ResponderEliminarSaludos
También otro de los motivos de la decadencia del Laboratorios Seras fue el abandono de la dirección médico-técnica por parte del Dr. D. Pedro de Seras Romero, hijo del primitivo Dr. Seras, harto de los desmanes que como administrador cometía su hermano Antonio.
ResponderEliminarCambiando de tema, otros de los legados arquitectónicos que dejó el Dr. Antonio Seras Gónzalez para la ciudad de Sevilla fue una de las majestuosas casas en la avenida de la Palmera y que constituyó la sede del Comisionado para la Exposición Universal del año 1992.