“El forastero que llega a Sevilla experimenta una agradable impresión a la vista del vasto edificio que ocupa el Instituto y Laboratorio de Higiene, propiedad del distinguido doctor D. Antonio de Seras (….)
En dicho centro se encuentran establecidos los servicios públicos de vacunación contra la viruela, tratamiento profiláctico de la rabia por el método del insigne Pasteur y servicio seroterápico, así como los laboratorios necesarios para los trabajos de bacteriología y química que exige la higiene moderna.”
Era éste el inicio de uno de los artículos con los que ABC, por el año 1908, daba a conocer a sus lectores los nuevos establecimientos e industrias que deberían suponer el despegue definitivo de una Sevilla estancada en todos los niveles desde hacía bastantes años que ahora depositaba sus esperanzas de progreso en el siglo recién estrenado.
Estamos hablando de una ciudad y, por extensión de todo un país, bastante tocado tras el baño de realidad que había supuesto el desastre del 98; de un país resignado a ocupar el furgón de cola del viejo Continente, alejado de los avances tecnológicos que se estaban produciendo, de las corrientes artísticas, de las ideas modernas, de los nuevos tiempos en general; un país que aspiraba a enterrar de una vez por todas a esos Tancredos, Girones y Mojiconas de los que hablara Manuel Machado y engancharse a ese mundo que una vez dependió de él y ahora se veía tan lejano.
A ese país y a esa ciudad llegaba a finales del siglo XIX el doctor Antonio de Seras y González tras completar su formación en el prestigioso Instituto Pasteur de París. Onubense de nacimiento, estudió medicina a caballo entre Sevilla y Madrid, marchando a principios de los noventa a la capital gala para ampliar sus conocimientos.
Allí conoce a los principales referentes médicos de la época, siendo tal su valía que es propuesto para importantes cargos que posiblemente habrían supuesto un giro radical en su carrera, pero contra pronóstico decide continuar su labor en la ciudad donde había dado sus primeros pasos profesionales, a la que regresa en 1896 para hacerse cargo del Instituto Provincial de Higiene.
Pero antes de avanzar es conveniente aclarar algunos aspectos. Podría afirmarse que en Europa no se empieza a mostrar interés por la limpieza, el aseo y la higiene en general hasta mediados del siglo XIX, siendo optimistas.
En el caso concreto de Sevilla, si bien es cierto que había contado desde su fundación con una larga e importante tradición higienista, de hecho cuando Fernando III reconquista la ciudad cuenta con la nada desdeñable cifra de 19 casas de baños, el devenir de los tiempos había “ensuciado” estas sanas costumbres y al comenzar la centuria ya no quedaba ninguno desde que se cerraran los de San Ildefonso en 1762.
Por ello, cuando llega este ecuador del siglo XIX y la ciudad intenta ponerse a la altura del resto de Europa tiene prácticamente que partir de cero, por lo que se toman una serie de medidas que en algunos casos aciertan de pleno y en otros dejan daños irreparables, como la demolición de las murallas.
Así, mas de 100 años después, renacen los baños públicos en Sevilla: y se crean en la Fonda Madrid, donde hoy se levanta el Corte Inglés de la Magdalena, en bares y cafés de moda, como el Iberia de la calle Sierpes y, por supuesto, en las orillas del Guadalquivir, donde la gente con menos dinero pero ganas de estar limpios desafiaban las aún impetuosas corrientes del río.
Pero el impulso definitivo a estos nuevos y aseados tiempos correrá a cargo de don Leopoldo Murga, que hacia 1883 establece en la calle Zaragoza un dispensario de vacunas y sueros que, con los años y el aumento de la demanda, se queda pequeño.
Ante el éxito de su flamante negocio el doctor Murga adquiere un inmenso solar en la recién urbanizada calle Marqués de Paradas, lugar antes conocido como “afueras de la Puerta de Triana”, uno de los puntos neurálgicos del desarrollo de esta nueva Sevilla donde en los últimos compases del siglo XIX se habían instalado un buen número de industrias y fundiciones aprovechando la cercanía de la estación de trenes de Plaza de Armas.
Bajo las órdenes del ingeniero Francisco Franco Pineda, el doctor Murga construye su Instituto de Higiene, un edificio mastodóntico de arquitectura neoclásica, algo desproporcionado y fuera de escala con un corte similar a los antiguos Juzgados, actual Hemeroteca de la calle Almirante Apodaca.
Concluido el Instituto en 1907, Murga traslada allí sus laboratorios y consultas a la vez que habilita 14 cuartos de baño en los que, al módico precio de una peseta pastilla de jabón incluida, el personal podría aliviar sus “inquietudes” salubres.
Encuentra por tanto Antonio Seras un “panorama higienista” al alza cuando llega de París para hacerse cargo del Instituto Provincial, que decide instalar en las que podríamos considerar antípodas de su homólogo doctor Murga tanto en la distancia como en proporciones: todo será más contenido, mas mesurado, incluso mas real y acorde con los nuevos tiempos.
Elige como emplazamiento la calle Oriente, también conocida como de la Industria, antigua Calzada de la Cruz del Campo y actual Luis Montoto, otra zona al alza dentro de este ansiado “renacimiento” hispalense, cambiando la orilla del Guadalquivir por el recientemente entubado cauce del Tagarete, el Puente de Triana por la Alcantarilla de las Madejas y la estación de Plaza de Armas por la de San Bernardo.
En constante y profunda transformación, sus vecinos habían visto en pocos años caer la Puerta de Carmona, desmantelar los últimos de los 410 arcos con que contaban los Caños o arrasar gran parte del antiguo Convento de San Agustín, en uno de cuyos solares segregados se instalará el nuevo edificio, que encargará a un arquitecto argentino afincado en Sevilla, Simón Barris y Bes.
También aquí mantiene las distancias respecto a su colega Murga, ya que Seras apostará decididamente por un nuevo estilo arquitectónico que con paso lento pero firme se abría camino en los gustos de la nueva sociedad civil sevillana: el modernismo.
Así pues en el número 7 de la calle Industria, junto a otro edificio segregado del viejo convento en el que Aníbal González había levantado la casa para Juan de la Rosa, construye Simón Barris el Instituto de Higiene, que según se cuenta es íntegramente costeado por el propio doctor Seras.
A su lado el propio arquitecto ha construido su casa, con lo que se colmata la que podría considerarse una de las aceras mas interesantes para el estudio del primer modernismo hispalense y, de paso, el desarrollo de la arquitectura regionalista. Afortunadamente los tres edificios, tanto el de Aníbal González como los dos de Simón Barris, siguen en nuestros días en pie aunque bastante alterados, sobre todo los de este último.
Echaba de menos una entrada así. Espero la segunda parte.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hace tiempo que sigo tu interesante blog. Con respecto a esta entrada, tengo una duda: ¿a qué se dedicaban exactamente estos institutos de higiene? Porque no creo que fueran meros dispensarios, ¿no?
ResponderEliminarUn saludo, y enhorabuena por el blog.
¡Fenómeno!
ResponderEliminarMuchas gracias por otra buenísima entrada, además de las curradas de verdad.
Un abrazo
En ello estamos Fernando.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras, Maese Maesa; la labor de los institutos de higiene, según tengo entendido, iba desde el suministro de vacunas y tratamiento de enfermedades a actuar como auténticos balnearios para los que se pudieran permitirse el lujo de ingresarse allí. De hecho el edificio del doctor Murga en su etapa final se conocía como "Baños del Doctor Murga".
Gracias a ti, no cogé ventaja.
Saludos.
Una entrada para entrar por la puerta grande.
ResponderEliminarExcelente recopilación de datos y detalles de esa parte de nuestra historia que algunos, como yo, desconocíamos.
Me ha resultado muy interesante.
Un abrazo
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHoy por casualidad encontré este post, que me ha parecido muy interesante a la par que me hecho mucha ilusión leerlo, puesto que Antonio Seras era mi bisabuelo.
ResponderEliminarUn saludo.
Angela de Seras García-Mauricio.