La Cruz de Molviedro se recorta en el atardecer. Quizás no sea uno de los rincones mas bellos de Sevilla, la piqueta hizo sus estragos en la segunda mitad del siglo pasado, pero al menos no deja de tener su punto elegante, sobre todo si lo refuerza la silueta neoclásica que Pedro de San Martín imprimiera a la capilla del Mayor Dolor a fines del siglo XVIII.
Poco o nada da pie a pensar que bajo esas baldosas se encuentran los restos de uno de los muchos cementerios improvisados en la ciudad durante las epidemias de peste que apuntillaron su época de mayor prosperidad.
Menos aún puede sospechar el visitante que si nos remontamos más en el tiempo estamos sobre los cimientos de los prostíbulos y bodegones que conformaban la Mancebía, el barrio de prostitutas asentado sobre la laguna de la Pajería, uno de los restos que quedaban del brazo del Guadalquivir que adentrándose por la Alameda (donde estaba otra laguna, la de la Feria) desembocaba cerca García de Vinuesa, la histórica calle de la Mar.
Lugar insalubre, fácilmente inundable con las crecidas del río, era uno de los barrios amurallados de la ciudad, como lo fueron también la Judería o el Adarvejo (Morería). De esta forma se aislaba a las prostitutas del resto de la población, pudiendo tan solo comunicarse a través de la única puerta con la que contaba el recinto, situada en la actual calle Gamazo y que recibía el nombre de “El Golpe” por su forma de cierre.
Pero no es objeto de esta entrada hacer un estudio de la Mancebía, aunque no lo descarto para futuras fechas,
Con el “Siglo de las Luces” y las nuevas ideas higienistas importadas principalmente de Francia, el arquitecto Manuel Prudencio de Molviedro reurbaniza la zona por completo, creando en su lugar un barrio señorial en 1771, siendo Asistente el marqués de Monterreal.
Las prostitutas son expulsadas, desperdigándose por todos los rincones de la ciudad como la calle Laraña (llamada durante un tiempo “Remángate Niña”) o los hoyos de San Diego, en las cercanías del Prado de San Sebastián, junto al antiguo Convento, un lugar donde según cuentan los historiadores de la época rameras y clientes excavaban su propio “nido de amor” para disfrutar del servicio.
Finalmente las acogería la Alameda de Hércules, la vieja Jabanilla, curiosamente tal y como se dijo antes, la otra laguna intramuros de Sevilla.
La antigua iglesia de Santa Lucía, una de las joyas mudéjares de la arquitectura religiosa sevillana, parece que al fin ha encontrado un uso permanente.
Después de dos siglos en los que simplemente el hecho de que se haya mantenido en pie puede considerarse un milagro, no en vano en su historial se cuenta que fue saqueada por Soult, desamortizada por Mendizábal, desacralizada por la Junta Revolucionaria de 1870, desperdigado su patrimonio por las demás parroquias sevillanas, desmochada su torre e incluso demolido el ábside para abrir una calle.
Pero los tiempos han cambiado, en este caso para bien, y todo apunta a que el Espacio Iniciarte, sala de exposiciones en que fue transformada hace poco mas de un año, la ha consolidado como uno de los referentes del arte contemporáneo en la ciudad.
Entre las columnas que sostenían este antiguo templo, donde por ejemplo fue bautizada Sor Ángela de la Cruz, los artistas exponen obras creadas ex profeso para este espacio, obras únicas con las que Iniciarte no es solo la zona expositiva, sino que forma parte de la misma obra.
En “Letargo Revolucionario”, el proyecto expuesto durante el mes de Marzo por Cristina Lucas, se ofrecían varias proyecciones audiovisuales en las que la artista daba una especie de visión personal de varios momentos históricos.
Uno de ellos se proyectaba en lo que posiblemente fue una de las antiguas capillas laterales del templo y versaba sobre una señora desnuda que introducía en su vagina una brocha para, sobre un cristal, escribir algo parecido a Big-Bang.
Ese momento final, que podríamos llamar “desenlace” de la obra, es el que traigo bajo estas líneas, aunque la calidad de la fotografía es escasa. De todas formas si amplían la imagen pueden distinguir a la señora en cuclillas terminando su escrito. Mérito no le falta.
Sexo, religión y arte entrelazados por los caprichos de la historia. Molviedro y Santa Lucía, Santa Lucía y Molviedro. Del prostíbulo a la iglesia, de lo sagrado a la sacralización del sexo, todo bajo el amplio prisma del arte. Caminos que se cruzan, que se encuentran, que convergen, aunque siempre hayan estado separados. Contrastes, al fin y al cabo.
Genial tu entrada, de verdad, me ha gustado muchísimo.
ResponderEliminarLa fiebre parace que no es tan mala para ciertas cosas.
Un beso.
Maravilloso paseo por las aceras y por las propias entrañas de la ciudad y el hombre.
ResponderEliminarCon tu permiso -me aprovecho de tu intestabilidad febril- le doy la difusión entre mi círculo .... para culturizarnos de verdad...
Saludos, y salud.
Antonio
La historia tiene eso,cuando se investiga como lo haces está llenas de sorpresas,estupenda crónica donde como bien dices,sexo religión y arte han encontrado su espacio en un momento determinado.
ResponderEliminarUn abrazo.
No se como no está usted contratado en el consistorio municipal. En mi país sería usted un alto cargo en urbanización y movilización. Nos ha dejado a toda la familia impresionados. Pronto esperamos poder establecer contacto para proyecto entre ciudades.
ResponderEliminarCon amor desde Lima, en el Perú.
Joder. Es que parece que está uno andando por Sevilla en distintas épocas sólo siguiendo tus escritos.
ResponderEliminarMe encataría leer esa entrada sobre la prostitución en las distintas épocas sevillanas.
Un abrazo y felicidades.
No esta el horno pa bollos canijo porque vaya tela conlos curitas cogeculos y tu dandole coba con el papaaliñá
ResponderEliminarYa ha remitido la fiebre, zapateiro, que vaya semanita...
ResponderEliminarTodo un placer, Antonio.
Es lo que me fascina de la historia, América, que siempre es novedosa.
Gracias por tus palabras, Alberto, por supuesto sería todo un placer establecer contacto.
Pues en breve me pondré manos a la obra, no cogé ventaja.
Creo que las cosas hay que saber separarlas para valorarlas en su medida, anónimo.
Saludos y gracias como siempre.