En nuestros días cada vez quedan menos historias que contar. Quizás porque hayamos dejado abandonados esos menesteres en manos de la televisión; quizás porque nuestro mundo sea tan anónimo e impersonal que ya casi nada nos importa; quizás, y seguramente, sea un poco de todo.
Por ello es de agradecer que quede gente como la vieja María, uno de los escasos personajes que todavía tienen el don de transportarnos al pasado, a esa Sevilla de la que nos hablaron de niños nuestros padres y abuelos, esa Sevilla de cuentos y tradiciones que, para bien o para mal, hoy es muy difícil de reconocer.
Y es que la vieja María siempre ha existido: es esa mujer extraña, solitaria, huraña, rodeada de un halo misterioso que encarnaba la Beata Dolores cuando vendía huevos en la calle Dados a fines del XVIII o la tía Tomasa oculta en su Torre Blanca a los pies de la Macarena.
No en vano su improvisado tenderete de chucherías bajo los soportales de la calle Imagen bien podría haber formado parte de algún capítulo de Rinconete y Cortadillo u ocupado un hueco en cualquiera de los dibujos que nos regaló Richard Ford en el siglo XIX.
Es lo poco que nos queda de los rumores y cuchicheos que recorrían los pasillos de los corrales de vecinos, de la imaginación desatada en niños que no necesitaban de la Wii para soñar. Forma parte de nosotros mismos, de nuestra propia idiosincracia, que siempre ha necesitado de vagabundos y gente diferente para unas veces compadecerse de ellos y otras fabular historias exageradas.
Seguramente ella sea la única ajena al universo de chismorreos y habladurías que gravita sobre las calles por las que día tras día transita su carrito. La única que no sabe lo que se comenta en Árbol Gordo de sus dinerales escondidos, lo que se dice en El Fontanal sobre las casas que tiene por San Carlos y San Nicolás, los bulos que corren por la calle Arroyo acerca del origen de sus chucherías o lo que se cuenta en la Encarnación sobre su vida pasada. Seguro que no sabe nada, ni falta que le hace.
Principalmente porque su vida es el día a día, su vida comienza cada amanecer, ese amanecer sevillano tantas veces eternizado en poemas y canciones que seguramente ella desconocerá. Francisco de Ariño, Arroyo, Puñonrostro, Escuelas Pías, Imagen, Encarnación.
No hay días laborales ni festivos, veranos ni inviernos, lluvia ni sol, frío ni calor. Sólo hay vida, una vida monótona, solitaria, silenciosa, pero vida al fin y al cabo.
Tampoco hay setas en la Encarnación, ni polémicas en periódicos cada vez más sectarios, ni carriles bici, ni tiene cabida una torre que dentro de poco señalará el nuevo techo de su ciudad, entre otras cosas porque ¿cuánto tiempo llevará sin ver a su ciudad misma? Sólo hay vida, una vida anónima, aislada, vagabunda, pero vida al fin y al cabo.
Todo acaba al anochecer, ese anochecer sevillano que también eternizaron canciones y poemas que seguramente ella también desconocerá. Encarnación, Imagen, Escuelas Pías, Puñonrostro, Arroyo, Francisco de Ariño.
Algún día el carrito se parará para siempre. Seguramente nadie lo notará: todo seguirá igual, Sevilla seguirá igual, nosotros seguiremos igual. Tan sólo quedará un hueco vacío en una de las esquinitas que resguardan los soportales de la calle Imagen.
Y una historia, una historia más en la larga lista de historias de esta ciudad; una historia más que seguramente mezcle fantasía y realidad, pobreza y soledad; una historia más que se apagará conforme se apague la memoria de aquellos que algún atardecer vieron el transcurrir de la procesión mas pura y real de todas las que se celebran en la tierra de las procesiones: la de la vida misma.
La vida siempre sigue su curso, irremediablemente, y a veces hacemos paradas para contemplar la vida ajena pero en general, va la gente tan absorta en sus propias cosas que no se detiene para mirar alrededor. No pienses siempre que tiempos pasados fueron mejor, cada momento tiene su magia en el tiempo. Siempre las personas piensan que las nuevas generaciones son peores que las pasadas y la vida sigue igual (como la canción de Julio Iglesias). Un abrazo. ¡Felices recuerdos nuevos!
ResponderEliminarMe rindo, no tengo capacidad de observación.
ResponderEliminarLa he mirado muchas veces pero sin verla. Ese es problema de nuestra sociedad y eso que yo, al menos, tengo la inquietud que tengo de ser buena persona y solidario con todo el que puedo.
Gracias por estar ahí y ser un poco la voz de mi conciencia.
Un abrazo
Qué gran entrada, mi querido amigo, de lo mejor, más puro y emocionante que te he leído.
ResponderEliminarQué ciegos, qué sordos estamos...que sin sentido todo, tantas veces.
Un fuerte abrazo.
Grande. Esas vidas anónimas, calladas, escondidas, presentes pero translúcidas ante el fragor diario, a la espera de que un observador perspicaz y sensible las rescate. Gracias por hacerlo, amigo.
ResponderEliminarEs cierto es una mujer que parece enigmática, pero da miedo el verla empujar ese carrito de supermercado, como sortea los coches, como sube cuando puede las aceras. En cierta ocasión me pidió que le montara los tablones del puesto, porque su kiosko está formado por dos o tres tablones colocados sobre unos cajones de plástico. Al ver a esta mujer, me acuerdo de otra persona que no hace mucho que murió, y era conocida por la "Chester", vendia tabaco por las noches con su canasto en La Campana, concretamente en la confluencia de la calle Carpio hoy Capataz Rafael Franco con La Campana. Son las personas que sin ser famosas, para el sevillano. le deja siempre un recuerdo. Alberto
ResponderEliminarTu entrada ha traído a mi memoria a la "Vieja Poté", en San Bernardo, años de mi niñez, que ejercía por igual en los chavales fascinación dada su actividad de venta de caramelos, y repulsión, llegar a su puesto era una odisea con la que disfrutábamos toda la semana.
ResponderEliminarUn saludo
Gracias por este relato sobre una vida anónima que todos hemos visto y reconocemos en distintos puntos de la ciudad.
ResponderEliminarDa miedo verla empujar el carro sortando coches camino de la calle Imagen. Pese a las habladurías (que siempre las hay), solo puedo resaltar el coraje que demuestra todos los días con esa edad.
Como otros tantos y tantos casos que hemos conocido.
Un saludo.
La vieja María, la vieja Juana sillera de la calle enladrillada, grandes personajes anónimos de reparto de esas historias grandes, jamás contadas de Sevilla. Saludos por devolvernos a la niñez, que todos llevamos dentro.
ResponderEliminarTu capacidad de observación es increible.
ResponderEliminarNos haces un gran favor al rescatar estas historias anónimas.