Calle de paso, y ni siquiera eso, enclavada entre la alegre Hernando Colón y la bulliciosa Avenida de la Constitución, estar a la espalda del Banco de España le confiere una constante sensación de penumbra y oscuridad, acentuada por el hecho de no tener salida en uno de sus extremos.
A pesar de estos poco halagüenos antecedentes, en esta entrega vamos a desplazarnos hasta esta calle, concretamente al número 3, entre el antiguo Bodegón Pez Espada (hoy Taberna el 10) y la histórica tienda de F. Cuevas, donde se encuentra uno de esos edificios que suelen pasar desapercibidos para todo el mundo, entre otras cosas porque tampoco es que a simple vista tenga nada digno de destacar.
Y es que desgraciadamente en nuestro mundo acelerado muy pocas veces miramos a nuestro alrededor y, en caso de hacerlo, siempre suele ser de una manera tan fugaz y poco atenta que normalmente dejamos atrás detalles que en ocasiones pueden ser bastante interesantes.
Este número 3 es un inmueble deshabitado, a todas luces en un pésimo estado de conservación, como ponen de manifiesto los apuntalamientos de algunos de sus ventanales; que en un rápido análisis visual nos ofrece poco mas que los últimos restos de un pasado comercial del que ya sólo quedan unos soportes oxidados que seguramente sostenían algún tipo de cartelería publicitaria, muy al gusto de la Sevilla de la segunda mitad del siglo XIX.
Edificio típico de los que, siendo realistas, nos encontramos a puñados por las calles de Sevilla, en similares condiciones y con similar futuro, porque las rehabilitaciones que se derrumban por obra y gracia de la ley de la gravedad (algo así como el Espíritu Santo arquitectónico) son una realidad tan sangrante como cierta. Lo dice uno que ha sido partícipe de alguna que otra, honestidad ante todo.
Presidido por la gastadísima y poco legible placa de mármol que recuerda las gestas y hazañas del cabo asturiano que da nombre a la calle, héroe de las guerras de Marruecos y por tanto a salvo de la Ley de la Memoria Histórica (al menos de momento...), poco mas puede ofrecer este viejo edificio para todo aquel que busque entre sus paredes algo especial o fuera de lo habitual.
Poco mas salvo un pequeño detalle, apenas perceptible si uno no conserva una buena vista (o eso creo, hace años que no piso una óptica) y una manía cuasi obsesiva por escanear visualmente todas las piedras que encuentra a su alrededor; un pequeño detalle que, a mi entender, otorga a este edificio la categoría, cuando menos, de interesante.
Y es que si buscamos poco mas arriba de la cornisa, casi tapados por las ristras de jaramagos que han crecido tras las últimas lluvias y por la techumbre provisional que alguien ha colocado con el objetivo de frenar una mas que segura gotera en la planta alta, encontramos tres azulejos decorativos que adornan en puntos simétricos el pretil todavía carmesí de la azotea en los que se reflejan distintos lances de la tauromaquia.
Casualidad o causalidad, vaya usted a saber si estos azulejos fueron colocados por capricho del antiguo dueño del inmueble o rinden homenaje al pasado taurino de la vieja calle Batiojas. Hasta ahí no llego, soy sincero, aunque intuyo que no van muy desencaminados los tiros hacia lo último dados los colores, eminentemente taurinos, con los que está pintada la fachada.
La intención de la presente entrada es bucear algo en la historia de estos festejos, en su relación con Sevilla y arrojar un poco de luz sobre estos azulejos de la calle Cabo Noval, al menos antes de que alguien aseste el piquetazo definitivo al edificio.
Las corridas de toros, para algunos la fiesta nacional aunque otros muchos, entre los que me encuentro, no estemos tan de acuerdo, es casi tan antigua como este mismo país. En eso no hay discusión. Y tampoco pretendo entablar polémica alguna al respecto, para eso hay otros foros y otros debates.
De origen musulmán, como cuenta Larra en un maravilloso artículo sobre los orígenes de la cosa taurina, en un principio su ejecución estaba reservada a la nobleza, que se encargaba de “correr los toros” a caballo, entrando el pueblo al final de la función para poner punto y final a la existencia del maltratado animal.
Fue en el siglo XVIII, con la entronización de los Borbones en España en la persona de Felipe V y la importación de sus refinadas costumbres ilustradas francesas, cuando la aristocracia comenzó a desligarse de la fiesta, que quedó exclusivamente en manos del pueblo llano.
Un pueblo cuya primera reacción fue adaptarla a sus necesidades y posibilidades, con lo cual la tauromaquia bajó definitivamente de lomos de los caballos, ya que eran un lujo que no todos se podían permitir: el toreo pisaba el suelo y de camino surgían las primeras leyendas taurinas con los Costillares, Pepe Hillo o Pedro Romero.
Como es de suponer, antes de que se construyeran los cosos taurinos, las corridas se celebraban en lugares espaciosos del interior de las ciudades, que a la sazón se reducían a dos o tres sitios, ya que si por algo se caracterizaba nuestra herencia urbanística musulmana era precisamente por la ausencia de plazas y zonas amplias.
Es por ello que cuando, allá por 1405, se celebra uno de los primeros festejos taurinos en la ciudad de Sevilla con motivo del nacimiento del primogénito de Enrique III, que pasó a la historia como El Doliente, el lugar elegido para instalar el coso estaba en los aledaños de la Catedral y del Alcázar. También se tiene constancia de la celebración de corridas en la plaza del Duque, donde en 1628 la desaparecida hermandad de las Negaciones y Lágrimas de San Pedro patrocinaba un festejo a su costo.
Pero como es de suponer era la plaza de San Francisco el enclave favorito de los sevillanos a la hora de “correr” sus astados.
Su condición de plaza principal de la ciudad, en ausencia de una Plaza Mayor al estilo castellano y la presencia de edificios notables como las Casas Consistoriales, la Cárcel Real o la Audiencia motivaron que la de San Francisco fuera escenario habitual de eventos importantes tipo torneos, autos de fe o procesiones religiosas como el Corpus o la Semana Santa, que aún hoy la tienen como tránsito obligado. Las corridas de toros también eran unos de estos espectáculos, sobre todo teniendo en cuenta que su celebración siempre obedecía a algún evento festivo, ya fuera una coronación, un natalicio, una canonización o simplemente un homenaje.
Una de las calles que partían de la Plaza de San Francisco era (y es) la actual Cabo Noval. Su antiguo nombre, Batiojas o Batehojas, se debía a que en ella asentó el rey Fernando III a los batidores de oro una vez consumada la reconquista de la ciudad.
Esta asignación no fue arbitraria, ni mucho menos, ya que dicha vía se enclavaba dentro de uno de los principales núcleos comerciales de la Isbilya musulmana, la Alcaicería de la Seda, un complejo entramado de callejuelas y comercios en el que prometo detenerme mas tranquilamente en una próxima entrada.
La fisonomía de la calle Batiojas distaba mucho de la que conocemos hoy en día ya que, para empezar, no estaba cortada sino que tenía prolongación y salida hacia Alemanes, siendo además atravesada por mas calles y no sólo por Florentín, como sucede en la actualidad.
Sin embargo la condición de ser paralela a otras dos vías importantes como la calle Génova (actual Avenida de la Constitución) y Tundidores (actual Hernando Colón), así como el ocaso y desaparición definitiva del zoco musulmán enclavado en sus aledaños, hizo que se le asignara un papel secundario en el desarrollo urbano de esta zona de la ciudad, de forma que como ya se ha referido perdió incluso una de sus salidas.
Pero no hay mal que por bien no venga, o eso debieron pensar los sevillanos mas taurinos, que aprovechando el saco roto en que acababa la calle y que era la que menos importancia tenía de todas las que llegaban a la Plaza de San Francisco, no dudaron en usarla como chiquero y toril en las corridas que se celebraban en la misma. Llámese reciclaje o reconversión urbana, lo cierto es que no solo hay testimonios escritos que dan fe de ello, sino que también tenemos esquemas gráficos de esta adaptación de la céntrica plaza a su uso provisional a coso, como por ejemplo esta imagen realizada con motivo de la visita de la familia de Felipe V en enero de 1730, donde por cierto se lidiaron 8 astados, en la que se puede corroborar perfectamente esta “adecuación taurina”.
Tampoco es que la imagen tenga mucha calidad, pero en ella se puede apreciar claramente como para la celebración de estos eventos se cerraban las calles aledañas, instalándose unos graderíos de madera desde los que el respetable podía observar los lances del festejo, complementos de las tribunas que conformaban los propios edificios de la plaza.
Como se observa en la fotografía, en la esquina superior derecha, justo entre la tribuna instalada delante de la antigua embajada de Génova y el edificio donde hoy día se encuentra Cuevas, está la puerta desde la que las reses efectuaban su salida a los ruedos provenientes de la calle Batiojas.
3 años mas tarde de la visita del primer monarca Borbón se empezaba a construir sobre el monte de Malbaratillo, en el barrio del Arenal, la Real Maestranza, desde ese momento plaza de toros oficial y oficiosa de Sevilla, con permiso durante unos años de Joselito el Gallo y su Monumental, desapareciendo definitivamente la función taurina del albero de San Francisco, que por aquel entonces aún no estaba realizado el empedrado…
Poco o mas bien nada recuerda ese pasado taurino de la plaza mas céntrica y señorial de la ciudad, salvo estos azulejos de la calle que ejercía de chiquero. Azulejos que ya digo, no puedo ni tengo datos para poner en pie si están directamente relacionados con el tema o simplemente son fruto de la casualidad, que todo puede ser.
Azulejos que probablemente fueran colocados a principios del siglo XX, fecha en la que, según el catastro, fue edificado el inmueble, y que parecen tener bastantes semejanzas estilísticas con los que figuran en la Fuente de los Toreros, uno de esos rincones escondidos del Parque de María Luisa.
Y azulejos que, de momento, siguen ahí, aunque a tenor del estado en que se encuentra el edificio y de la suerte que ha corrido el medianero, puede que no sea por mucho tiempo…
El post no es sólo bueno, sino interesantísimo como nos tienes ya acostumbrados.
ResponderEliminarUn abrazo, amigo.
Que poco le queda a esa casa.
ResponderEliminarGran trabajo de investigación buscando razones de esta Sevilla que siempre tiene una historia en cada esquina.
Un abrazo General
Miraba a diario si tenias publicado alguna otra cosa, porque en verdad me encanta todo lo que publicas. De ésta no tenia yo, ni la más remota idea.
ResponderEliminarLo del nombre de la calle Cabo Noval, puede que algún señor del Excmo. Ayuntamiento, crea que fué algun cabo de la Guerra Civil, porque he leido incluso en un periódico, que la calle General Merry, hacia alusión al del 23 F.
vamos que ni idea.
Leyendo este articulo, en lo referente a las corridas de toros, me viene a la memoria y no se de quien es, la siguiente estrofa:
En un caballo alazano
cubierto de gala y oro
demanda licencia ufano
para alancear un toro
un caballero cristiano.
Vuelvo a repetir mi enhorabuena, por tus articulos. Gracias.
Perdona se me olvido decir que soy Alberto.
ResponderEliminarEs verdad que en este mundo de hoy no nos solemos fijar en casi nada y menos en los edificios pero yo soy unas de las personas que sí. Me encantan, sobre todo los antiguos. En sevilla hay edificaciones maravillosas y muchas de ellas van adornadas con cerámica así que casi siempre que voy a una nueva ciudad o en la mía propia voy mirando hacia arriba. Y otra cosa que siempre me gustó son los edificios derruidos, mirar dentro y ver donde estaba cada habitación e imaginar quien vivía en ellos. En algunos aún quedan hasta cuadros colgados. Algo que me gustaría es tener una de estas casas antiguas de Sevilla y restaurarla yo misma y tener mi estudio. Seguro que a tí también. Si algún día lo consigo (cosa que dudo), te llamo pa que me asesores. Un saludo.
ResponderEliminarPor cierto, es preciosa la casa esta última. La de tono rojo oscuro con los azulejos de los toreros. Me gusta.
ResponderEliminarLa de cornás que ha recibido esa casa.
ResponderEliminarUn post muy interesante, la verdad.
Ojú amigo, que pedazo de entrada te ha salido aunque la verdad es que es lo normal a lo que nos tienes acostumbrados.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu preocupación de mostrarnos Sevilla. Estos escritos son merecedores de ser dados a conocer por la prensa local.
Un abrazo
Me alegro mucho que te haya gustado, Miguel.
ResponderEliminarPienso lo mismo, Luz de Gas, aunque a decir verdad nunca se sabe... Ahora mismo creo que es sede de una fundación.
Te agradezco muchos tus palabras, Alberto; yo he leído que al general Merry lo han confundido con su padre, que era héroe de Cuba y el que daba nombre a la calle, pero bueno....ya sabemos....
Respecto a la estrofa (tampoco se de quien es) describe perfectamente lo que era la fiesta en sus orígenes, cuando se trataba mas de demostrar la pericia de los caballeros a lomos de sus caballos que lancear al toro en sí. Como comento, rematar el toro era lo que se dejaba para el pueblo...
Es curioso, pero lo popular para la gente en la Edad Media era apalear cerdos en las plazas públicas, era digamos el festejo público por excelencia...
En breve quiero publicar otra entrada en la que la cerámica tiene, como en este caso, mucho que ver, Fango. Lo que dices de la casa... jejeje, es con el pisito que me he comprado y he cambiado hasta las rejas... Encantado de asesorarte, por supuesto.
Pues si, zinquirilla, cornás y puyazos... Me recuerda bastante la de la pastelería que había junto a tu casa, otro ejemplo de arqueología edilicia, en este caso desaparecida...
Muchas gracias por tus palabras, amigo No cogé ventaja.
Saludos.
Vaya, después de esa decepción de la tarde en el mano a mmano de Morante y el Cid, me encuentro esto…
ResponderEliminarEn fin, siempre me llamó la atención esto de los festejos en plazas ordinarias, porque además, según tengo entendido, el entretenimiento estaba asegurado, al menos en tiempos del IV Felipe, la barrera era humana, así que si la cosa andaba aburridilla, siempre solía animarse cuando el morlaco de turno enganchaba a un soldado tudesco y… en fin, los entretenimientos de la época…
Gran entrada, si señor.
Kisses
Ay que ver el placer que es visitarte.
ResponderEliminarJamás se va una sin aprender y disfrutar de lo que has escrito.
Besos
Yo siento que he dado un paso por la Sevilla mas profunda,esa que si no es por ti no nos llega a muchos,que te puedo decir si llego y te lo han dicho,excelente,documentada,amena,una joya que ya muchos deberían de leer,saludos mi general.
ResponderEliminarEl Historiador urbano por antonomasia. El Nicolás Salas de la red bloguera. Los ojos atentos que nos abren esa ventana escondida donde nuestras miradas no han encontrado nada. Ése eres tú. Nuestro cicerone particular.
ResponderEliminarGracias por seguir desgranándonos los meticulosos secretos de nuestra mariana y bendita ciudad.
Un abrazo enorme amigo Du.
Los soldados debían pasarlo en grande Gata Roma. En tiempos de Felipe II se promulgó una bula papal que prohibía la fiesta de los toros por la cantidad de gente que moría en cada festejo... Así que...
ResponderEliminarEl auténtico placer es tenerte por aquí, verdial.
Saludos América, me alegra mucho que te guste la entrada y que conozcas mas cosas de esta ciudad.
Mucha leña querido aguaó, me vas a sacar los colores... y eso que estoy dando saltos de nerviosismo con el cafelito y el partido de esta tarde...
Saludos y gracias a todos, como siempre.
Muy buena e interesante entrada, si señor. Enhorabuena. Ahora te toca salir al centro del ruedo montera en mano y saludar al respetable ;)
ResponderEliminarCreo que hay crónicas de Felipe IV en festejos en Madrid, con barreras humanas incluidas. Ahora mismo con la Feria a dos palmos no me veo capáz de buscarlas, pero a ver si cuando pase…
ResponderEliminarEspero verlo a usted con Ester y sin la h en esta semana.
Estamos en contacto.
Kisses
Hoa!! Tengo un premio en mi casa para ti. Pasa a recogerlo cuando quieras.
ResponderEliminarUn beso
De nuevo poniendo el nivel donde no alcance mortal alguno... y encima entretenido. Ya hay quien se cree que soy tu representante por que no paro de recomendarte. Pero es que me quedo corto.
ResponderEliminarUn abrazo.
Antonio
P.D. Seguro que nos vemos en la feria. ¡¡Y Viva el SFC!!
Lo he encontrado por casualidad pero ya está en mis favoritos. Enhorabuena por el artículo... Para un joven sevillano como yo supone un gran concimiento del porqué de las cosas en mi Sevilla, más hoy día cuando vivimos muy justos con el día a día y haciendo que pase el tiempo sin preocuparnos por nada. Un abrazo y gracias de parte de opep2
ResponderEliminarTío, cada vez que entro aquí, me quedo anonadado. Es impresionante. Algunas entradas son mejores que otras, pero cada una te enseña algo nuevo que no sabías.
ResponderEliminarEnhorabuena, te lo digo de verdad.
Y yo que pensaba que la calle Cabo Noval solo estaba en Sanlúcar...
ResponderEliminarGracias, como siempre.
Hoy domingo dando un paseo, al pasar por la Plaza de San Francisco, me acordé de esta entrada tuya, y vi la casa a la que haces referencia, acordándome que en el portal de la izquierda habia un bar muy coqueto (te hablo de esto y hace 50 años), que ponian de tapa unas habas con jamón que quitaban el "sentio". Aún no existia el famoso bar de La Pescada que lo abrieron años después y tenia también entrada por la calle Hernando Colón, pero estaba en otra casa situada al lado de esta. Alberto.
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