Decía Séneca que “no hay viento favorable para el que no sabe dónde va”. Esta frase viene a la perfección para definir la situación en que se encuentra actualmente la Alameda de Hércules, uno de los estandartes de esta nueva Sevilla sostenible que tan difícil es a veces de entender.
El último episodio vivido con el intento de reapertura al tráfico de la zona Norte de la plaza vuelve a dejar ese tufillo a improvisación y chapuza, a no tener muy claras las ideas de lo que se tiene entre manos, que gravita alrededor de muchas de las actuaciones realizadas en pos del “nuevo modelo de ciudad” que según parece ha de alcanzarse a toda costa, aunque a veces haya que tirar del calzador.
Antes de entrar en materia, como suelo hacer, pongo mis cartas sobre la mesa: no me creo la Alameda, nunca me la he creído. Ni ésta ni las anteriores que he conocido.
El principal motivo de mi “incredulidad alamedesca” lo baso en la tendencia, casual o no, de darle un “lavado de cara” a esta plaza y a la de la Virgen de los Reyes cada vez que llega un nuevo inquilino al Ayuntamiento. Regla no escrita o manera fácil de hacerse notar desde bien pronto, lo cierto es que cada cambio de vara lleva aparejado un cambio de baldosas, en este caso amarillas.
De esta forma, si la memoria no me falla, es ésta la tercera Alameda que conozco y, aquí no tengo dudas, la que menos me agrada. Creo que está fuera de sitio, es incómoda, fría, no me dice nada. La considero más un lugar de paso que una plaza, como una calle amplia que se ha decorado de una forma que puede gustar más o menos, pero que perfectamente podría encajar en cualquier otra ubicación con muchas menos connotaciones históricas y tradicionales.
Recuerda los modernos espacios diagramáticos que ilustran las páginas de El Croquis y otras revistas arquitectónicas especializadas, actuaciones urbanísticas de vanguardia absolutamente válidas para ciudades del norte de Europa y de otras latitudes en las que el concepto de “plaza” como espacio público difiere bastante del que tenemos por estos lares, donde el lugar no se “usa”, sino que se “vive”.
Al Cabernet Sauvignon le echaban Coca Cola, aunque era sólo el principio: ahora llegaba el turno de la fuente.
Nadie duda que en Sevilla hace bastante calor, sobre todo en verano. Nadie duda que el calor provoca sed. Nadie duda que la sed se sacia con agua. Nadie duda que en un espacio público medianamente decente hay que colocar cuando menos una fuente pública para saciar esa sed. O sí.
En otro error de cálculo, error diagramático, error de diseño o error de lo que sea tampoco hay sitio para una fuente de agua potable en la Alameda, error que es afortunadamente subsanado de forma inmediata, aunque se hace de aquella manera…Y se incrusta junto al parterre de toboganes y columpios a imagen y semejanza de los parterres de toboganes y columpios de Rochelambert o Pino Montano una fuente de agua potable a imagen y semejanza de las fuentes de agua potable de Rochelambert o Pino Montano. Otro parche más, calimocho con Coca Cola Light.El último episodio vivido con el intento de reapertura al tráfico de la zona Norte de la plaza vuelve a dejar ese tufillo a improvisación y chapuza, a no tener muy claras las ideas de lo que se tiene entre manos, que gravita alrededor de muchas de las actuaciones realizadas en pos del “nuevo modelo de ciudad” que según parece ha de alcanzarse a toda costa, aunque a veces haya que tirar del calzador.
Antes de entrar en materia, como suelo hacer, pongo mis cartas sobre la mesa: no me creo la Alameda, nunca me la he creído. Ni ésta ni las anteriores que he conocido.
El principal motivo de mi “incredulidad alamedesca” lo baso en la tendencia, casual o no, de darle un “lavado de cara” a esta plaza y a la de la Virgen de los Reyes cada vez que llega un nuevo inquilino al Ayuntamiento. Regla no escrita o manera fácil de hacerse notar desde bien pronto, lo cierto es que cada cambio de vara lleva aparejado un cambio de baldosas, en este caso amarillas.
De esta forma, si la memoria no me falla, es ésta la tercera Alameda que conozco y, aquí no tengo dudas, la que menos me agrada. Creo que está fuera de sitio, es incómoda, fría, no me dice nada. La considero más un lugar de paso que una plaza, como una calle amplia que se ha decorado de una forma que puede gustar más o menos, pero que perfectamente podría encajar en cualquier otra ubicación con muchas menos connotaciones históricas y tradicionales.
Recuerda los modernos espacios diagramáticos que ilustran las páginas de El Croquis y otras revistas arquitectónicas especializadas, actuaciones urbanísticas de vanguardia absolutamente válidas para ciudades del norte de Europa y de otras latitudes en las que el concepto de “plaza” como espacio público difiere bastante del que tenemos por estos lares, donde el lugar no se “usa”, sino que se “vive”.
El problema no es que yo no me crea la Alameda, al fin y al cabo no soy mas que un tipo que expresa su opinión; el problema es que según parece no se la cree nadie, ni siquiera sus propios valedores. Prueba de ello son las continuas diferencias de criterio que se suceden desde su reinauguración.
Las primeras contradicciones empezaron antes incluso de que se acabaran las obras con la “zona de juegos para niños”, a la que se opuso rotundamente Elías Torres, padre de la criatura; oposición que cayó en saco roto cuando se incrustó en el camino de baldosas amarillas un parterre de toboganes y columpios a imagen y semejanza de los parterres de toboganes y columpios incrustados en las plazas de Rochelambert o Pino Montano. Un parche en toda regla para una inversión millonaria; parche por otro lado necesario, pero que podía haber sido tratado de otra forma.Al Cabernet Sauvignon le echaban Coca Cola, aunque era sólo el principio: ahora llegaba el turno de la fuente.
Nadie duda que en Sevilla hace bastante calor, sobre todo en verano. Nadie duda que el calor provoca sed. Nadie duda que la sed se sacia con agua. Nadie duda que en un espacio público medianamente decente hay que colocar cuando menos una fuente pública para saciar esa sed. O sí.
Pero claro, la penúltima palabra no estaba dicha: turno para el tráfico.
En un nuevo error de cálculo, de previsión, de lo que sea, ésta vez no achacable al señor Torres, resulta que ahora se pide a gritos la “despeatonalización” de la zona Norte de la plaza para descongestionar el problemón en que se está convirtiendo el tráfico del Casco Histórico. Más o menos lo que viene a ser un Cabernet Sauvignon con Coca Cola Light sin cafeína.
En un nuevo error de cálculo, de previsión, de lo que sea, ésta vez no achacable al señor Torres, resulta que ahora se pide a gritos la “despeatonalización” de la zona Norte de la plaza para descongestionar el problemón en que se está convirtiendo el tráfico del Casco Histórico. Más o menos lo que viene a ser un Cabernet Sauvignon con Coca Cola Light sin cafeína.
Si te gastas una millonada en reorganizar y prácticamente sacarte de la chistera una nueva Alameda para luego parchearla, trocearla y vulgarizarla, hay algo que falla. O en otras palabras, no se puede reinventar una plaza con casi quinientos años de historia poniendo en su lugar otra completamente distinta.Quizás antes de darle al intro del programita de diseño o el visto bueno a las infografías de turno no habría venido mal que alguien se hubiera leído los juegos de niños en la Jabanilla que nos relata Julio Martínez Velasco en su "Paseo por la Sevilla del 98" o reparado en los puestos de agua que aparecen en las fotos de finales del siglo XIX.
A lo mejor se habrían tomado otras medidas que no hubieran hecho necesario parchear las millonarias baldosas amarillas. Quién sabe, quizás las hubieran hecho hasta creíbles…
Mi parecer se asemeja en parte al tuyo, sin embargo tenemos algunos puntos de vista en los que diferimos. Por ejemplo la alameda ¿por qué piensas que es una plaza? Para mí siempre ha sido un paseo, y sólo su nombre ya indica lo que es, una alameda. Hay también otras cosas que no comparto pero lo que más me chirría es lo de las comparaciones de fuentes y "cacharritos". ¿En la alameda qué deben ir, columpios del s. XIX o qué? En mi humilde opinión me parece que están bien puestos, como en Rochelambert y Pino Montano, aunque no sean barrios de hace más de 200 años.
ResponderEliminarFantástico como siempre, querido amigo. Yo agradezco mucho todas entradas tuyas, que hace tiempo que ando retirado del mundanal ruidillo y así me pongo al día.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
No me gustan los espacios ideologizados, y creo que la Alameda lo es.
ResponderEliminarNo me gustan los espacios gentrificados, la Alameda lo es.
No me gusta nada el tal Elías Torres, quien dijo la gilipollez de que no quería poner zonas de juegos infantiles para no crear guetos de edad...
No me gusta su diseño, cual paseo playero...
No me gusta que se hable de peatonalización cuando quiere decir bicicletización.
NO ME GUSTA LA ALAMEDA
Saludos
Por cercanía a mi casa la tengo que frecuentar bastante y no me gusta nada: ni la decoración, ni la forma, ni el personal que la frecuenta, ni el rollo que hay en la alameda, en resumen ¡cambiemos la alameda, otra vez!
ResponderEliminarUn abrazo
Me reitero, estás que te sales y ¡olé!, jajajaja.
ResponderEliminarHola, fantástico tu post.
ResponderEliminarSevilla es mágica, de eso no tenemos ninguna duda.
LLena de cultura, de arte y de historia.
saludos.