Luz de los ojos y alegría del alma,
es un Jardín que ofrece sus cabezas como fruto.
Que Dios te ayude, oh bien encaminado en tus afanes
que has cosechado esas cabezas de tales semilleros.
Nunca antes vi desolación hermosa
cuya visión horrible fuera agradable compañía.
Con estos versos, normalmente algo bello y delicado, se ensalza uno de los lugares más tétricos y siniestros que ha tenido Sevilla en toda su historia, si no el que más.
Un lugar que, curiosamente, era un Jardín, sólo que entre el colorido de las flores y el murmullo de las fuentes se mezclaban cráneos de príncipes y grandes guerreros andalusíes clavados en picas.
Para colmo, el poema ofrece otra singularidad más, y es que fue escrito por el propio dueño del Jardín: Al-Mutadid Bi-llá, “el que busca la ayuda de Dios“, segundo rey abadí de Sevilla, que orgulloso de su obra deseaba que se recordara eternamente.
En el Patio de la Reina del Alcázar de Sevilla Ernst Karl Eugen Körner |
Para tal fin había destinado uno de los patios del Alcázar, antigua fortaleza omeya donde tenía fijada su residencia y que poco a poco estaba transformando en un lujoso palacio.
Sería este el típico Jardín andalusí, con sus arriates, sus fuentes, sus plantas del mil colores y fragancias distintas, seguramente rodeado de galerías sustentadas por arcos recubiertos de ricas yeserías… pero con una peculiaridad, siniestra y macabra peculiaridad: su principal adorno eran cabezas clavadas en picas.
Y es que a Mutadid le encantaba decapitar a sus enemigos para decorar el patio del palacio con sus cráneos como si fuera un trofeo y así, según parece, poder disfrutar siempre de su "presencia".
Previamente, gesto importante, los había etiquetado con un pendiente donde aparecía el nombre del dueño del cuerpo al que había pertenecido, no fuera a confundirse...
Porque, como todo en esta vida, en el Jardín de Mutadid había cabezas y cabezas…
A unas las dejaba que se descompusieran con el paso del tiempo hasta quedar reducidas en blancas calaveras que luego se encargaba de perfumar y, si era menester, utilizaba de macetas para plantar flores.
Pero había otras que recibían cuidados y mimos casi diarios para evitar su deterioro: las de sus principales enemigos, a los que disfrutaba viendo mientras paseaba entre los arriates del Alcázar.
Y es que pocos placeres mayores encontraba el rey Mutadid que recitar una poesía junto al cráneo del califa Alí Ibn Hammud o tomarse un descanso tras una agotadora jornada de trabajo caminando entre los restos de Ibn Jizrun, rey de Arcos, o Ibn Nuh, señor de Morón.
Hijo de un rey guerrero, Abu al Qasim, fundador de la taifa sevillana tras la desaparición del califato de Córdoba; y padre de un rey poeta, el inmortal Al-Mutamid, hacía gala Mutadid de ambas virtudes junto a muchas otras que lo convirtieron en una de las figuras más apasionantes del medievo español.
Su personalidad era arrolladora y compleja: unos lo amaban y seguían como a un Dios, otros lo odiaban y temían como al mismísimo Diablo.
Se dice que era hermoso y cruel, inteligente y traidor, una persona culta pero sin principios, amante de la poesía y a la vez un asesino despiadado; su gran preocupación, casi obsesión, fue consolidar el reino que había heredado ampliando sus fronteras a toda costa y a la vez convertir su capital, Isbilya, en una ciudad a la altura de Córdoba, Constantinopla o Damasco, grandes referentes del momento.
Para ello no dudó en masacrar a sus enemigos al tiempo que se rodeaba de una pomposa corte, la más floreciente y extraordinaria de la época.
Así, mientras asesinaba nada más subir al trono a Habíb, visir y hombre de confianza de su padre, al mismo tiempo nombraba primer ministro y secretario del reino a Ibn Zaydun, quizás el mejor poeta de la historia de Al Andalus.
En el Patio de los Abencerrajes Filippo Baratti |
Fue Mutadid un genio militar, posiblemente el mejor general andalusí desde el mismísimo Almanzor.
Al comienzo de su reinado, en 1042, la España musulmana atravesaba una situación bastante compleja, casi desesperada, inmersa en una incertidumbre que ponía en duda su propia existencia.
El califato de Córdoba se había desintegrado a principios del siglo en decenas de taifas que a duras penas se defendían unas de otras y, por supuesto, incapaces de contener el ímpetu reconquistador de los reinos cristianos del Norte.
Mutadid, continuando la labor iniciada por su padre, las fue aglutinando una a una a la vez que “sembraba” con las cabezas de sus reyes el Jardín del Alcázar: primero cayó Mértola, después Niebla, después Santa María del Algarve (Faro), luego Huelva y más tarde Algeciras, Silves, Morón, Ronda, Carmona… hasta llegar a Arcos de la Frontera.
Cuando una taifa resistía más de la cuenta, siempre se las ingeniaba para que al menos quedara bajo su órbita, bien mediante el pago de tributos, bien estableciendo lazos diplomáticos, como por ejemplo en Denia, donde el sultán Muyahid, viejo amigo de su padre, ganó la paz mediante dos regalos: su propia hija, a la que Mutadid desposaría más tarde, y una esclava de nombre Abbadiya, culta e instruida que pasó a ser su concubina favorita.
No es de extrañar que a su muerte el Reino de Sevilla se hubiera convertido en la cabeza visible de Al Andalus, abarcando todo su cuadrante Suroeste: desde el Atlántico hasta Córdoba y desde Badajoz al estrecho de Gibraltar.
Los cruzados entran en Constantinopla Eugene Delacroix |
Pero si a Mutadid le apasionaba la guerra y acumular poder en su Reino, tanto o más le gustaban las mujeres.
Cierto es que tuvo una única esposa, la hija del rey de Denia, pero sus amantes se cuentan por cientos, y no es exagerado.
Dicen que por su harén pasaron más de 800 mujeres de todas las nacionalidades, razas, credos y religiones, de forma que al morir dejó junto a su viuda un serrallo de casi 70 concubinas y una prole compuesta por más de 40 hijos, cifra extraordinaria teniendo en cuenta lo ajetreado de su vida, que sólo duró 57 años.
El Serrallo Jean Leon Gerome |
El primogénito de estos 40 vástagos era Ismail, heredero de su ambición desmesurada e irrefrenable pero carente del temple necesario para, al menos, sobrevivir en un mundo tan peligroso y complejo.
Así, tras ganarse la admiración de todos en una campaña donde había devastado la taifa de Badajoz, Mutadid lo envió a conquistar Córdoba, pero esta vez el joven príncipe se negó.
En abierto acto de rebeldía, posiblemente se le habían subido los éxitos militares a la cabeza, e instigado por Muhammad Al-Bazliani, gran visir del reino, tuvo la feliz ocurrencia de saquear el Alcázar llevándose consigo el tesoro real y raptando a su madre así como a varias concubinas del harén, desatando la temible ira de Mutadid, que mandó a su guardia personal a la caza y captura del temerario muchacho.
Acorralado, Ismail no tuvo más remedio que rendirse e implorar perdón, dando al rey la oportunidad de hacer una vez más gala de su doble personalidad: así, mientras por un lado se mostraba magnánimo aceptando las súplicas, por otro plantaba en su tenebroso Jardín las cabezas del visir Bazliani y de aquellos que habían apoyado a su hijo.
Pero el príncipe no estaba tranquilo, sabía que su padre jamás olvidaba una afrenta y que mientras viviera no podría estar tranquilo, por lo que urdió un plan para asesinarlo en su alcoba mientras dormía.
Para su desgracia, Mutadid tenía confidentes en todos los rincones del reino y la trama llegó hasta sus oídos.
Esta vez no habría otra oportunidad: Ismail fue llamado a su presencia y con sus propias manos le dio muerte. Una pica más para el Jardín de las cabezas cortadas.
La Matanza de los Abencerrajes Mariano Fortuny |
A punto estuvo de correr la misma suerte su segundo hijo en línea de sucesión, el sensible e inteligente Al-Mutamid, joven príncipe, según los historiadores, “completamente diferente a su padre”.
Ya en un primer momento lo había enojado bastante cuando se extendió el rumor de que mantenía una relación homosexual con Ibn Ammar, su mentor y uno de los poetas más exquisitos de Al Andalus, que marchó inmediatamente al exilio para evitar que despertara la ira regia.
Pero Mutadid, al menos a sus hijos, concedía una segunda oportunidad, que para Al-Mutamid llegó en una guerra contra la taifa de Málaga.
Cuentan que el guerrero poeta, al mando de los ejércitos sevillanos, rodeó la ciudad costasoleña exigiendo su rendición… y cuentan que un nuevo contratiempo dio al traste con todo: la mayor parte de las tropas se emborracharon durante una noche, circunstancia que aprovecharon los sitiados para infringirle una dolorosa derrota.
Consciente de que a su cabeza le aguardaba una pica del Jardín paterno, Al-Mutamid luchó bravamente de forma desesperada, salvando el honor de la familia y de paso su propia vida, ya que se ganó definitivamente la estima de su padre, al que sucedería pocos años después, en 1069, cuando le sorprendió la muerte.
El Sultán de Marruecos y su séquito Eugene Delacroix |
Porque el corazón de Mutadid, el cruel guerrero despiadado, el tirano sanguinario y atroz, el dueño del Jardín de las Cabezas Cortadas, se ablandaba con la sola presencia de su hija Taira, la niña de sus ojos y, a la postre, el sentido de su vida.
Bella, inocente, cándida, era la única persona capaz de dibujar una sonrisa en su rostro, de hacerle aparcar a un lado las intrigas y quehaceres del reino, de hacerlo vivir.
Pero una mañana de invierno Taira murió, y entonces el gran Mutadid, el intratable Mutadid, el poderoso Mutadid, se sumió en la desesperación.
Roto de dolor, su tristeza no parecía tener límites y para colmo sufrió varios ataques cardíacos, por lo que los médicos de la corte aconsejaron que guardara reposo.
Pero ya nada parecía tener sentido para un Mutadid que, haciendo caso omiso a todos los consejos, quiso asistir al funeral de su hija para darle un último adiós.
Cuentan que subió a un ajimez para que, oculto, no pudieran ver su pena, y allí lloró amargamente durante horas sin que nada ni nadie pudiera calmarlo.
De repente, el intratable rey de Sevilla cayó al suelo entre convulsiones, acercándose rápidamente todos los presentes a socorrerlo: había sufrido una fuerte hemorragia y su vida se apagaba por momentos.
Dos días después, el 28 de Febrero del año 1069, expiraba en una de las suntuosas estancias del Alcázar que había levantado en Sevilla, esa pequeña taifa que con su valor, ingenio y crueldad había convertido en la ciudad más importante de Al Andalus.
La Tumba del Sultán Beyazit John Frederick Lewis |
Preciosa historia, la desconocía.
ResponderEliminarMi mas sinceras admiracion por este blog ,cosas que habia leido muy dispersas me las encuentro todas reunidas ..gracias
ResponderEliminarMuy buena historia! Yo también la desconocia.Me encanta soñar desde niño en tiempos pasados andalusies.
ResponderEliminarY quien crea en el mito de "vivir juntos en paz", que, según los Colaboradores, determinó la relación entre los conquistados y los conquistadores, haría bien en releer las historias sobre los monasterios y abadías incendiados, las iglesias profanadas. Las monjas violadas y las cristianas o judías secuestradas para ser encerradas en un harén. Haría bien en pensar en las crucifixiones en Córdoba, los ahorcamientos en Granada y las decapitaciones en Toledo y Barcelona, en Sevilla y Zamora. (El pedido de decapitaciones en Sevilla fue dado por Mutamid, un rey que decoró los jardines de su palacio con las cabezas cortadas. El pedido de decapitados en Zomara fue dado por Almanzor, un visir descrito como de-patrón del Los filósofos y el líder más grande que haya conocido la España musulmana. ¡Jesús! Si llamaste el nombre de Cristo o la Virgen María, fuiste inmediatamente ejecutado. Fuiste crucificado, decapitado o ahorcado. Y a veces empalado. Esto también sucedió si tocaste las campanas o si llevabas una prenda verde, porque el verde es el color del Islam. Cuando vino un musulmán, los perros incrédulos tuvieron que apartarse e inclinarse. Si fueron atacados o insultados por un musulmán, no se les permitió resistir. Por cierto, ¿sabes por qué los perros incrédulos no estaban obligados a convertirse al Islam? Eso se debía a que los conversos, a diferencia de los perros incrédulos, no tenían que pagar impuestos.
ResponderEliminarEn 721 se trasladaron de España a la Francia no menos católica. Dirigidos por Abd Al-Rahman, el gobernador de Andalucía, cruzaron los Pirineos y se apoderaron de Narbona. Mataron a toda la población masculina, esclavizaron a todas las mujeres y niños, y continuaron su camino hacia Carcasconne. De Carcasconne se trasladaron a Lyon y Dijon, donde saquearon todas las iglesias, y ¿saben cuánto les llevó avanzar en Francia? Once años En movimientos ondulatorios. En 731, una ola de 380,000 soldados de infantería y 16,000 jinetes llegó a Burdeos, donde se rindieron de inmediato. Desde Burdeos fueron a Poitiers y luego a Tours, y si Karel Martel no hubiera ganado la batalla de Poitiers-Tours en 732, los franceses ahora también bailarían flamenco. En 827 desembarcaron en Sicilia, lo que también había despertado su deseo. Conquistaron, como de costumbre, el derramamiento de sangre y lo profano, Syracuse, Taormina, Messina y luego Palermo, y en tres cuartos de siglo (ese fue el tiempo que llevó romper el orgullo siciliano), convirtieron la isla al Islam. Permanecieron allí durante más de dos siglos y medio, es decir, hasta que fueron expulsados por los normandos. Pero en 836 desembarcaron en Brindisi. Y en 840 en Bari. Y también convirtieron Apulia al Islam. En 841 desembarcaron en Ancona. Luego salieron del mar Adriático de regreso al mar Tirreno y desembarcaron en el verano de 846 en Ostia. La saquearon, la incendiaron y, navegando río arriba en el delta del Tíber, llegaron a Roma. Asediaron la ciudad y una noche la invadieron. Saquearon las basílicas de San Pedro y San Pablo y robaron todo lo que estaba suelto y atascado. Para deshacerse de ellos, el papa Serge II se vio obligado a pagarles una asignación anual de 25,000 monedas de plata. Para evitar otros ataques, su sucesor, León IV, se vio obligado a construir las murallas de la ciudad, que aún hoy conocemos como mura leonine.
ResponderEliminarPero cuando salieron de Roma, se establecieron en Campania. Permanecieron allí durante setenta años, destruyendo a Montecassino y haciendo que Salerno fuera inseguro. En un momento dado, se divertían desflorando a una monja todas las noches. ¿Y sabes dónde hicieron eso? En el altar de la catedral. En 898 desembarcaron en la Provenza. Para ser precisos, con la actual Saint-Tropez. Se establecieron allí, cruzaron los Alpes en el 911 e invadieron el Piamonte. Ocuparon Turín y Casale, incendiaron iglesias y bibliotecas, mataron a miles de cristianos y luego fueron a Suiza. Llegaron al valle de los Grisones y al lago de Ginebra, pero luego, desanimados por la nieve, se dieron la vuelta. Regresaron a la cálida Provenza, ocupando 940 Toulon y.
ResponderEliminarEn estos días se ha puesto de moda arrepentirse de las cruzadas, condenar a Occidente y ver las cruzadas como una injusticia para aquellos pobres e inocentes musulmanes. Pero más que una serie de operaciones militares para recuperar el Santo Sepulcro, las Cruzadas fueron la respuesta a cuatro siglos de invasión, ocupación, tiranía y masacres. Fueron una contraofensiva para detener el imperialismo islámico en Europa y hacer que los musulmanes se muden al este (mors tua vita mea). En dirección a India, Indonesia, China, el continente africano y también a Rusia y Siberia, donde los tártaros convertidos al Islam ya habían introducido el Corán. Y sí, cuando terminaron las Cruzadas, los hijos de Alá comenzaron a hostigarnos nuevamente, como antes, o incluso más que antes. Esta vez fueron los turcos quienes hicieron los preparativos para fundar el Imperio Otomano. Un reino que inundaría Europa con su codicia y gula hasta el siglo XVIII, y que haría de Europa su campo de batalla favorito. Esa gula representada y transmitida por los famosos janissaries, que han enriquecido la lengua italiana contemporánea con el sinónimo de (contratado) asesino o fanático. ¿Pero sabes quiénes eran esos janissaries?
Eran las tropas elegidas por el imperio. Súper soldados que eran tan buenos para sacrificarse como pelear, matar y saquear. ¿Y sabes dónde fueron reclutados, o más bien capturados? En los países que se habían sometido al Imperio. En Grecia, por ejemplo, o en Bulgaria, Rumania, Hungría, Albania, Serbia y, a veces, también en Italia. A lo largo de las costas controladas por piratas. Los primogénitos más atractivos y fuertes de buenas familias fueron seleccionados y secuestrados a la edad de diez, once o doce años. Después de ser convertidos, fueron encerrados en cuarteles y, mientras se les prohibió casarse o incluso entrar en una relación de amor o amistad (por el contrario, se les alentó a rapear), fueron adoctrinados de una manera que Hitler El adoctrinamiento de su Waffen SS, podría haber aprendido algo. Fueron transformados en el aparato de guerra más impresionante que el mundo había conocido desde la época de los antiguos romanos.
ResponderEliminarNo es mi intención aburrirte con lecciones de historia que, para gran alivio de Dudu, se están omitiendo meticulosamente en nuestras escuelas, pero aún necesito refrescarte un poco la memoria. Y allí, en 1356, 84 años después de la octava cruzada, los turcos alcanzaron Gallípolis, la península que se extiende por cien kilómetros a lo largo de la costa norte de Darnanelles. Desde allí partieron para conquistar el sureste de Europa y en ningún momento invadieron Tracia, Macedonia y Albania. Forzaron a la poderosa Serbia a arrodillarse y, tras un asedio de cinco años, eliminaron a Constantinopla, que ya había sido completamente aislada del resto de Occidente. Es cierto que en 1396 se detuvieron para oponerse a los mongoles (quienes a su vez ya se habían convertido al islam), pero en 1430 continuaron su marcha para ocupar Tesalónica bajo el gobierno veneciano. Mientras invadieron a los cristianos en Varna en 1444, se aseguraron de que adquirieran Valaquia, Moldavia y Transilvania.
En otras palabras, toda el área que ahora se llama Bulgaria y Rumanía. En 1453, sitiaron de nuevo a Constantinopla, que cayó en manos de Mohammed II el 29 de mayo. Era un salvaje que, según la ley islámica sobre el asesinato de hermanos (una ley que otorgaba permiso al sultán para destituir a sus parientes cercanos en interés de la dinastía), había tomado el trono por sus tres años. estrangular hermano mayor. Por cierto, ¿sabe la historia sobre la caída de Constantinopla que nos dejó el escritor Phrantzes? Tal vez no Después de todo, en Europa donde las personas solo lloran por los musulmanes y nunca por los cristianos, judíos, budistas o hindúes, no sería políticamente correcto conocer los detalles de la caída de Constantinopla ...
ResponderEliminarAl caer la noche, cuando Muhammad II dispara contra las paredes de Teodostus, la gente huye a la catedral de Santa Sofía, los salmos comienzan a cantar y piden la misericordia divina. El patriarca dirige la última misa a la luz de las velas y, para consolar al asustado, grita: "¡No tengas miedo! ¡Mañana estarás en el cielo y tus nombres vivirán hasta el final de los días! " Los niños están llorando y sus madres están sollozando: '¡Aún así, hija mía, todavía! ¡Estamos muriendo por nuestra fe en Jesucristo! ¡Estamos muriendo por nuestro Emperador Constantino XI y por nuestra patria! " Las tropas otomanas penetran en las aberturas de los derrumbados muros de la ciudad con tamborileros, abruman a los defensores genoveses, venecianos y españoles, matan a todos con su cimitarra, luego irrumpen en la catedral e incluso decapitan a los bebés. Con sus cabezas apagaron las velas ...
El derramamiento de sangre duró desde el amanecer hasta la tarde. Los soldados se calmaron solo cuando el gran visir se subió al púlpito de Santa Sofía y los asesinos hablaron: "Usted puede detenerse. Este templo ahora pertenece a Allah ". Y mientras tanto la ciudad estaba en llamas. La pandilla de soldados se dedicaba a la crucifixión y al ciclismo. Los janízaros violaron a las monjas (cuatro mil en unas pocas horas) y luego les cortaron las gargantas o encadenaron a los sobrevivientes para venderlos en el mercado de Ankara. Y los cortesanos prepararon la Comida de la Victoria, un banquete en el que Mohammed II (con la molienda del Profeta) poseía vinos de Chipre. Y como tenía una debilidad por los jóvenes, trajo al hijo mayor del gran duque ortodoxo griego Notaras. Era un niño de catorce años que era conocido por su belleza. Lo violó delante de todos, y después de esta violación hizo que trajeran a los otros miembros de la familia Notaras. Sus padres, abuelos, tíos y tías, sobrinos y sobrinas. Y los decapitó ante los ojos del niño, uno por uno. También destruyó todos los altares, las campanas se derritieron y todas las iglesias se convirtieron en mezquitas o bazares. Si de verdad Así fue como Constantinopla se convirtió en Estambul. Ya sea que los hermanos Accursio de la ONU quieran escuchar eso o no.
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ResponderEliminarEsta reorganización le permitió convertir el Mediterráneo en un territorio marítimo del Islam, para poder sumergirse en la fortaleza cristiana de Malta en 1565, después de haber frustrado una conspiración dentro del palacio por su primer y segundo hijo, más Estrangular a sus seis hijos, es decir, nietos. Y no importó que muriera de un ataque al corazón en 1566. No importó porque su tercer hijo tomó el trono. En lugar de ser apodado De Grote, fue conocido como De Dronkaard. Y fue justo debajo de Selim el Dronkard que el general Lala Mustafa conquistó al mismísimo Cypus cristiano en 1571. Aquí cometió uno de los crímenes más vergonzosos de los que una vez fue culpable la llamada Cultura Superior. Se refería a la tortura del patricio veneciano Marcantonio Bragadino, el gobernador de la isla. Como cuenta el historiador Paul Fregosi en su notable libro Jihad, Bragadino fue a Lala Mustafa para discutir los detalles de la paz futura después de firmar la rendición. Debido a que era un hombre apegado a los trámites, partió en plena conciencia. Así que en su corcel bellamente decorado, con su vestido morado del senado y escoltado por cuarenta soldados de crochet en uniforme de gala y por el apuesto padrino Antonio Quirini (hijo del almirante Quirini), que sostenía una preciosa sombrilla sobre su cabeza. Pero la paz no fue mencionada en absoluto. Porque de acuerdo con el plan diseñado de antemano, los janissaries inmediatamente capturaron la página para encerrarlo en el harén de Lala Mustafa, quien pensó que era más divertido que Mohammed II desflorar a los jóvenes. Luego rodearon a los cuarenta soldados de autobuses enganchados y los cortaron en pedazos con sus cimitarras. Literalmente en piezas. Finalmente, sacaron a Bragadino de la silla, se cortaron la nariz primero y luego las orejas en el lugar, y lo obligaron a arrodillarse tan mutilado ante el vencedor, quien dictó el veredicto de que tenía que desollarlo con vida. Trece días después se llevó a cabo la ejecución, a la que asistieron todos los chipriotas, porque se les había ordenado que estuvieran presentes. Mientras los janízaros se burlaban de él por su nariz y su rostro sin orejas, Bragadino tuvo que arrastrar bolsas de basura por la ciudad y lamer el suelo cada vez que pasaba por delante de Lala Mustafa. Murió mientras lo mataban. Lala Mustafa ordenó que la piel se llenara de heno y se convirtiera en una muñeca, que se colocó a horcajadas en una vaca y, por lo tanto, recorrió la ciudad una vez más para ser levantada a lo largo del mástil más alto de la nave del almirante. En honor al Islam.
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