Tras sortear numerosas dificultades y obstáculos, la primera Feria de Abril se inauguraba por fin el 18 de Abril de 1847, apenas un mes después de que José María Ibarra y Narciso Bonaplata consiguieran traer de Madrid esa Real Orden que aprobaba su celebración.
La expectación que había levantado el evento (recordemos, un mercado de ganado), fue tan grande que llegó a sobrepasar todas las previsiones realizadas, y más con el escaso margen de tiempo que había para organizarla.
Pero todo salió bien.
La Feria de Sevilla - Andrés Cortés y Aguilar, 1856 Museo de Bellas Artes de Bilbao |
De todos los puntos de Andalucía acudieron los más importantes ganaderos con sus mejores bestias, no en vano suculentos premios incentivaban su presencia: cuatro mil reales de vellón se llevaría el buey de más peso, otros tantos el lote de diez carneros con mejor lana y seis mil el caballo más veloz de la carrera que clausuraría la Feria el día 20 en el hipódromo de Tablada.
El lugar elegido para acoger a ganado, ganaderos y visitantes fue el Prado de San Sebastián, una inmensa dehesa situada a las afueras de la Puerta de San Fernando, entre los arroyos Tagarete y Tamarguillo.
Los usos de este Prado, otra concesión del rey Alfonso a la ciudad de Sevilla, fueron tan variados como curiosos a lo largo de la historia, siendo principalmente pasto para el ganado menor y campo de trigo, aunque también se ubicó allí el Quemadero de la Inquisición y en tiempos de epidemias servía de camposanto para los fallecidos.
La recién estrenada Feria de Abril haría olvidar pronto a los sevillanos este “oscuro pasado” del Prado de San Sebastián, dándole ahora un cariz lúdico y festivo que durará más de cien años, hasta su traslado a los Remedios en los años 70 del siglo pasado.
La Feria de Sevilla - Joaquín Domínguez Bécquer, 1867 Museo Carmen Thyssen Málaga |
El epicentro de esta primera Feria de Abril era por lo tanto el Prado de San Sebastián, donde los ganaderos y tratantes participantes situaron a lo largo de calles del albero sus casetillas, tinglados de lona bastante simples donde hacían sus negocios y, prácticamente, vivían.
El ganado, principal protagonista, pastaba mientras tanto en el mismo Prado o en Tablada, otra dehesa de mayor extensión aunque más alejada de la ciudad.
Para facilitar las labores de los ganaderos, la organización colocó dos abrevaderos para las reses: uno a las puertas del arrabal de San Bernardo y otro junto a la Fábrica de Tabacos. Además, para prevenir los más que previsibles altercados que pudieran suceder, se improvisó una caseta como Juzgado junto a la Puerta de San Fernando.
De allí a la Puerta de la Carne, en paralelo a la Huerta del Retiro, se colocaron dos hileras de puestecillos donde se vendían juguetes, frutas y chucherías.
El mismo esquema compositivo seguiría otra “calle” donde, hasta el arrabal de San Bernardo, se situaron los vendedores de buñuelos, tabernas y puestos de agua.
Para concluir, sin ubicación fija, por todo el mismo Prado se esparcían diversas atracciones que hacían furor entre los asistentes, sobre todo los jóvenes, como calesitas, polichinelas y teatrillos al aire libre.
Curiosamente no sólo se sentaban las bases de la actual Feria de Abril, sino también de la calle del Infierno.
Un lance en la Plaza de Toros - José Jiménez Aranda, 1870 Museo Carmen Thyssen Málaga |
La Feria de Abril, por tanto, había nacido. Y a modo de inauguración se celebraba una corrida de toros en la Maestranza, donde fueron lidiados ocho astados por dos diestros de la tierra: Juan Lucas Blanco, sevillano, y Manuel Díaz Laví, un torero obeso y patoso al que llamaban el “monstruo de la fortuna”, ya que pese a su torpeza casi nunca sufría cogida alguna.
De hecho no moriría en el ruedo, sino víctima de un aneurisma en la lejana ciudad de Lima una década después.
Casetas, puestos, calesitas, toros… la Feria de Abril de “estampas risueñas, llena de gracia y candor” que recordaran los hermanos Álvarez Quintero estaba en marcha; una amalgama de colores, sensaciones y vida, sobre todo vida, se extiende por todos los rincones del Prado de San Sebastián.
Gente de todas las provincias de España, de todas las razas, credo y condición se dan cita en esa ciudad efímera que, con el paso del tiempo, se hará universal.
Durante tres días Sevilla disfrutaría de su primera Feria, el inicio de todo, o no… porque tampoco quiso faltar a la cita otro de sus ingredientes más famosos: la lluvia.
Si bien el primer día el tiempo parece ser que se comportó, los otros dos cayó bastante agua, tanta que la carrera de caballos que debería clausurarla se pospuso para el siguiente, el 21, así como la finalización del mercado de ganado.
Y es que nada ni nadie quiso perderse esa primera Feria de Abril del ya lejano año 1847.
Procedencia de las imágenes: http://www.foroxerbar.com
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