Son dos las calles sevillanas con el nombre de San Diego.
La más popular discurre paralela a Arfe en el viejo arrabal de la Carretería, muy cerca del Postigo del Aceite.
La otra, un callejón sin salida, apenas es conocida, de hecho podría incluso decirse que ha sido olvidada, a pesar de encontrarse en la plaza de Los Venerables, en pleno corazón del barrio de Santa Cruz y a escasos metros de la casa en la que, según cuenta la tradición, naciera don Juan Tenorio.
Desapercibida entre veladores de restaurantes, delantales de flamenca, colecciones de postales e hileras de turistas ávidos por captar hasta el último detalle de la fiesta de los sentidos que se abre ante sus ojos en la antigua Judería, esta estrecha y sombría callejuela, posiblemente resto olvidado de algún viejo adarve musulmán, guarda una historia tan fascinante como trágica, ya que era el único punto por el que se podía acceder al lugar donde se celebraban los duelos a muerte en la Sevilla del Setecientos: la Plaza de los Desafíos.
Era ésta, más que una plaza, un espacio residual al que daban las traseras de varias casas de las calles Reinoso, llamada entonces del Moro Muerto; Lope de Rueda, que se llamaba de Barrabás; y del Callejón del Agua.
Estas traseras conformaban un rectángulo al que no se abrían puertas ni ventanas y al que, como se dijo antes, sólo se podía entrar por el callejón de San Diego, siendo ideal para mantener el anonimato de los participantes en el duelo, contendientes y padrinos, detalle importante ya que desde la época de los Reyes Católicos este tipo de envites estaba prohibido so pena de excomunión.
Una prohibición que, según parece, no resultó muy efectiva en la sociedad española del Siglo de Oro, donde valores como la dignidad y el honor se tomaban bastante en serio, tanto que cualquier afrenta o desagravio podía desencadenar una trifulca y, en último caso, un duelo a muerte.
Curiosamente las reglas del duelo son escritas en Sevilla por Jerónimo de Carranza en el libro Filosofía de las Armas.
Soldado veterano de las guerras de Italia que a finales del siglo XVI viene a la ciudad para entrar al servicio del duque de Medina Sidonia, es considerado el introductor de la esgrima en España y también el primer maestro de armas.
Son cuatro las razones por las que según Carranza una persona podía usar la espada: para defender la religión, a los seres queridos, al Rey y, por último, a los que no pueden defenderse por sí mismos.
No es de extrañar que con tantas posibilidades para desenfundar la espada, en una sociedad ya de por sí bastante beligerante, los duelos estuvieran a la orden del día.
El pueblo llano, los nobles, los soldados... hasta los intelectuales: se dice que Quevedo fue retado a muerte en numerosas ocasiones, así como Miguel de Cervantes, Lope de Vega o Calderón de la Barca.
Tampoco se salvaban las autoridades, de hecho entre los más famosos duelos entre personajes de alta alcurnia destaca el que libraron en 1628 el marqués de la Algaba con el conde de la Puebla, nada más y nada menos que Asistente de Sevilla por aquella época, que por cierto acabó en “tablas” por romperse la espada del segundo.
Recreación del duelo de don Juan por la Compañía Viento Sur Teatro Imagen: SevillaActualidad |
Pero el tiempo de los desafíos tenía los días contados, o eso intentaba por todos los medios el Gobierno, sobre todo tras la llegada de los Borbones.
Felipe V dicta una pragmática contra el duelo en 1716 que renueva su hijo Fernando VI en 1756, pero será Fernando VII el que se lo tome más en serio, decretando su prohibición mediante un Código Militar en 1819, aunque tampoco es que se siguiera de una forma muy exhaustiva.
Sin ir más lejos cuando en 1870 don Antonio de Orleans, duque de Montpensier y padre de nuestra María de las Mercedes, mata de un balazo cerca de Leganés a Enrique de Borbón, duque de Sevilla y hermano del Rey consorte de España, es condenado por un Consejo de Guerra a sólo un mes de destierro fuera de Madrid.
Armas con las que el duque de Montpensier mató al duque de Sevilla Imagen: España es Cultura |
En Sevilla el Ayuntamiento decide ir directamente por el lugar donde se celebraban los duelos, nuestra Plaza de los Desafíos, que es cerrada con un portón de forma que sólo podrían acceder a ella los vecinos.
Convertida ya en un simple corralón, en 1839 sale a subasta a razón de 4 reales de vellón por cada una de sus 307 varas de superficie, siendo adquirida por Manuel López Cepero, Deán de la Catedral y uno de los más reputados coleccionistas de arte de la ciudad.
Y así llega a su fin la Plaza de los Desafíos, que pasa a ser el jardín de una casa del barrio de Santa Cruz.
Sólo el callejón de San Diego, también desaparecido por cierto de padrones y catastros, permanece como testigo de esta historia y de todas las historias que acabaron trágicamente entre las cuatro paredes que cerraban esa plazuela.
Como siempre interesante entrada.
ResponderEliminarGracias por monstrarnos esa Sevilla desconocida.
Preciosa historia! Gracias
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