25 de abril de 2011

De lo Eterno....

Artículo con el que he colaborado en el Especial de Semana Santa 2011 de la revista Casco Antiguo.


A pesar de la cantidad de años que habían transcurrido aún recordaba aquella noche con extraordinaria nitidez.

Se había acercado con precaución, con cautela, lo justo y suficiente como para escuchar las voces de los hombres que examinaban el viejo pontoncillo de la Campana. Y es que había llovido tanto los últimos días que el tímido hilo de agua que desde tiempo inmemorial llegaba, aseguraban, desde la Alameda, se había convertido en un charco insalvable.

Cabizbajos, los hombres volvían sobre sus pasos por la calle de las Armas: aquella noche no se podría salir, el Nazareno no franquearía por este año las puertas de San Antonio Abad.

Como entonces, una agria mezcolanza de sensaciones y contrastes se apoderó de ella mientras, casi por inercia, avanzaba entre los árboles de la Plaza del Duque.

Tristeza, impotencia, resignación, eran muchos los adjetivos capaces de describir su estado de ánimo, y barajándolos estaba cuando, por algún extraño motivo que no sabría poner en pie, se detuvo frente a la inmensa mole que hacía esquina con Trajano.

Una vez más los recuerdos afloraron a borbotones, como si de una cascada se tratase. Y sobre el frío avispero de ventanitas cuadradas trató de esbozar una torre mudéjar, unas ojivas, unos pilares, unos capiteles: la arquitectura gótica que daba forma a la iglesia de San Miguel. Ya no estaba, desde hacía bastantes décadas, más de un siglo. Tampoco estaba el Teatro que se levantó en su lugar. Ni la Soledad, ahora en San Lorenzo. Ni el Amor, junto a Pasión en el Salvador.

Maldita piqueta, pensaba mientras volvía su vuelo sobre el surco que recientemente había abierto en la oscura noche. Oscura noche de recuerdos y fantasmas, de siluetas borrosas, de torreones difuminados como el del Palacio del Marqués de Palomares, que ahora dibujaba sobre el aberrante aplacado blanco-humo del Corte Inglés; de tesoros perdidos para siempre bajo los escombros de la casa de don Miguel Sánchez-Dalp; de lecciones olvidadas en los desaparecidos pasillos del Colegio Alfonso X.

Se agobiaba, necesitaba huir, dejarse llevar por la brisa para no escuchar los ecos del Hotel Venecia, el jaleo del Pasaje Duque o las guardias nocturnas de la Farmacia Central.

Campana, Martín Villa, Laraña… quiso volver a escuchar las oraciones dominicas de Santa María de Gracia, los sonetos que desde su balcón soñara el poeta Arguijo, a los niños del Colegio de Villasís recitando de carretilla las tablas de multiplicar… pero todo estaba en silencio.

Buscó entre los árboles que asomaban tras los merlones florentinos del palacio del Marqués de la Motilla, en las aulas aún desiertas de la Facultad de Bellas Artes, a través del rosetón que corona la portada de la Anunciación por si encontraba refugio en los ojos verdes de la Virgen del Valle… pero todo estaba oscuro.

Su mundo había cambiado, aunque seguía allí; presente y pasado se daban la mano, aunque no se reconocieran. Era muy confuso.

Y entonces decidió elevar su vuelo.

Tanto lo elevó que pudo atravesar el entramado de maderas y acero que días atrás habían terminado de colocar en el centro de la plaza de la Encarnación, sobre el viejo mercado de abastos, sobre el convento de las agustinas, sobre las casas de don Pedro Ponce, sobre la Isbilya que llorara Almutamid y los cimientos de la misma Híspalis romana.

Tanto que dejó de oler el azahar de los naranjos de San Andrés, que apenas distinguió la Fe sobre las olvidadas techumbres de Santa Catalina, que las luces de la SE-30 garabatearon sus líneas en el horizonte.

Tanto que al fin se percató de que llevaban un buen rato observándola, que le tenían fijada la mirada desde tiempo atrás, que sus temores y angustias no habían viajado a solas con ella.

Y así, en la oscuridad, en la soledad de la noche, con la luna por testigo, encontró la respuesta escrita en los ojos de Santa Juana: nada en Sevilla es eterno, salvo el vuelo de las golondrinas en Primavera.


5 comentarios:

  1. Y asi es, porque podemos ver que la Fuente que adornaba la Plaza de la Encarnación, ha quedado alli escondida detrás de las Setas, Fuente que surtió de agua a Sevilla, pero claro eso no tiene valor para estos incultos que nos gobiernan en la ciudad, tiene valor ese engendro que nos ha costado tanto millones a los sevillanos, y ahora resulta que esa famosa madera traida de Alemania, va a resultar que es un conglomerado de madera, pero en fin aqui está el sufrido sevillano.

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  2. Pues un precioso artículo para una publicación que esta edición ha estado poblada por magníficos blogueros de Sevilla.
    Lamento no haberme podido hacer con un ejemplar.
    Un abrazo.

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  3. Por fín puedo escribir!
    Magnífico, poder hacerlo y magnífico tu artículo.

    No entiendo muy bien qué ha pasado con esa edición, he visto el jarrillo de Alvaro por tres o cuatro blogs.

    Un beso.

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  4. Dama, en esta edición hemos colaborado varios blogueros bajo la coordinación de Ramsés pero los editores en el último momento no han publicado el artículo de Álvaro, y ni el bueno del Aguaó (coordinador de la obra) ni el sentido común han podido con este despropósito.

    Un abrazo.
    Antonio

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  5. Sergio, ¿qué seríamos sin nuestras calles? qué sería de nuestra fiesta sin el entorno. Para gustos los colores y para desastres la de nuestros gobernantes... y esto es de toda la vida... como la soledad de la Soledad.

    Describes la ciudad como si cada pisada por sus calles fuera un pellizco en tu piel. Se nota que la amas.

    Un abrazo.
    Antonio

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Comentarios: