Un ejemplo se encuentra en la antigua iglesia de San Clemente, nombre olvidado del Sagrario de la Catedral, en un rincón de la capilla de la Concepción donde, entre enseres del Corpus Christi, cuelga un viejo retablo de madera en estado de conservación algo precario que representa a la Virgen de los Reyes con San Fernando a sus pies.
En principio podría considerarse como una representación más de las muchas que hay y hubo en Sevilla hacia su patrona de lo eclesiástico (el título de patrona “a secas” lo ostenta la Virgen del Pilar), de hecho se trata de una pintura sobria, de trazas antiguas, sin otro valor aparente que el de su antigüedad.
Pero hay que seguir observando para apreciar un detalle que confiere a este retablo una importancia capital, que lo hace único: y es que en la parte inferior aparece un letrero, de difícil lectura dado el escorzo que hace la posición de la imagen y el obstáculo que representa el estandarte colocado enfrente, con las siguientes palabras:
“Estas Ymágenes de Nª Sª de los Reyes y S Fernando se veneraron en su retablo C Tundidores 284 años y se transladaron a esta cap. por un devoto el año 1840”
Nada nuevo en un principio, de hecho todo entra dentro del guión que tantas veces hemos escrito en este blog: representación religiosa que a mediados del siglo XIX, dentro de la corriente desacralizadora en que estaban inmersas las autoridades hispalenses, es cambiado de lugar o simplemente eliminado. Ya lo vimos con las cruces de Omnium Sanctorum o con la cruz de la Parra que estuvo en la calle Monsalves.
En este caso tendríamos un retablo dedicado a la Virgen de los Reyes (se contaban tres más por aquella época, uno en Placentines, otro en Toqueros y uno más en la Puerta de la Macarena, de los que no se sabe nada desde ese mismo 1840) que es trasladado al Sagrario por un devoto tras decidir las autoridades su retirada de la calle Tundidores. Y es aquí donde reside la singularidad de esta imagen: en su emplazamiento original, una calle de la que ya no queda rastro alguno, apenas esta huella oculta en una pequeña capilla.
Para comenzar a desgranar esta historia hemos de conocer en primer lugar el enclave de esa calle de los Tundidores, nombre que recibían aquellos que se encargaban de tundir, o lo que es lo mismo, cortar e igualar con tijera los paños de las telas.
Palabra que suena a gremio antiguo, como el de los chapineros o el de los chicarreros, que aún dan nombre a sendas calles del entorno de la Catedral, precisamente por allí se encontraban nuestros tundidores, en concreto a lo largo del tramo de la actual Hernando Colón que va desde la Plaza de San Francisco hasta Florentín, donde quiebra para enfilar la Puerta del Perdón.
Que estos señores estuvieran aquí instalados no es casualidad, y es que además de los dos gremios antes citados, también se encontraban por los alrededores las calles de los Plateros, de los Batehojas, de los Alfayates (sastres), de los Gorreros… oficios en muchos casos desaparecidos que tienen un nexo común: el trabajo de joyas y tejidos, objetos de lujo en la época medieval, como de lujo era el recinto que los agrupaba: la Alcaicería Mayor o de la Seda.
Fue esta Alcaicería de la Seda el mas importante de los mercados que tuvo la Isbilya musulmana primero y la Sevilla cristiana después, una importancia que no se basaba en el volumen de comercio, sino en lo que dentro se vendía: alhajas, sofisticadas sortijas, telas y paños de finos tejidos, ropa suntuosa… en definitiva, un zoco especializado en género elegante y caro que no estaba al alcance de todos los bolsillos.
Se organizaba alrededor de una calle principal, el primer tramo de Hernando Colón si arrancamos desde la Puerta del Perdón, a la que convergían varias callejas dispuestas simétricamente dando forma a una especie de retícula ortogonal, con lo que quedaba un recinto cerrado con sólo dos puertas en los extremos: el Arco de la Rosa, en la confluencia con Alemanes, y el de los Traperos en Florentín. Con el paso del tiempo llegó a adquirir tanta importancia que se quedó pequeño, extendiéndose hacia las zonas aledañas, tanto que la misma Plaza de San Francisco llegó a estar bajo su influencia.
Hoy apenas quedan vestigios que lo recuerden: los arcos de entrada desaparecieron a mediados del siglo XIX, las tiendas de los comerciantes antes, de las callejas internas sólo hay pequeños tramos sin salida ya que la mayoría están cerradas u ocupadas por viviendas y patios de luces; de ahí la importancia de este olvidado retablo de la Virgen de los Reyes, una de las pocas huellas no borradas de esta Alcaicería de la Seda que intentaremos reconstruir en la próxima entrada.
Despues de leer estos rescates de historia con los que nos delitas, uno se siente orgulloso y honrado de tu sabiduría. Que la "vieja dama" te lo pague. Hasta la próxima.
ResponderEliminarEs maravilloso lo que eres capaz de llegar a contarnos.gracias
ResponderEliminarHago mías las palabras de natural de Sevilla. Me quito el sombrero y te doy las gracias por estas entradas.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Magnífica entrada una vez más. Sigue siendo un misterio para mí de dónde eres capaz de sacar tan valiosa información, oculta a nuestros ojos durante cientos de años en muchos casos.
ResponderEliminarMuchas gracias, nunca dejará de sorprendernos nuestra ciudad.
Yo por "el arte de la seda", ma-to.
ResponderEliminarUn abrazo amigo que sabes como llenar vacíos en estos desiertos blogueros...
Antonio
Honrado me siento yo al leer tus palabras, natural de sevilla.
ResponderEliminarMuchas gracias, Juan Antonio.
Y yo a ti por estar siempre ahí, Juanma.
Completamente de acuerdo, alejandriacarmesi, Sevilla nunca dejará de sorprendernos.
Tampoco es para tanto, antonio...
Saludos.
¿lo primero o lo segundo?
ResponderEliminarSaludaso
Antonio
No he poido menos que acordarme, leyendo tu magnífica entrada, de mi amigo Manolo Gonzalez Labrado, hombre de Capa sevillano castizo y por más, joyero, de la calle Hernando Colón, ya fallecido que conforme a su estilo de vida en Sevilla no pudo tener su establecimiento en lugar más apropiado e idóneo, consecuente con su historia.
ResponderEliminarA el y su Carmen, vaya este recuerdo. Para tí Du, saludos
El anterior comentario es mío, entré con otra cuenta que a veces uso. Perdón
ResponderEliminarEsta entrada es de las waka.
ResponderEliminarEs una zona de Sevilla que siempre me ha encantado y que los sevillanos hemos dejado de disfrutar y regalado a los guiris.
Un abrazo.
Mi tatata...tarabuelo Manuel Sánchez-Castellanos al venir a Mexico en 1608 nombra algunas de estas calle, Piñon, La Vega. Al aprecer se dedicaba a algo de la seda ya que en su oficio decia "Pe sedero" aun no se que significa la contraccion"Pe" .Hermosa ciudad que espero llegar a conocer.
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