La noticia no había dejado a nadie indiferente. Desde el más poderoso miembro de la aristocracia al más humilde los obreros, el fallecimiento de Aníbal González había dado aquella mañana un triste aldabonazo en todas y cada una de las puertas de la ciudad.
Serían las dos y media de la madrugada del 31 de mayo cuando, como consecuencia de las complicaciones de una infección intestinal, el corazón del ilustre arquitecto se paraba para siempre. El hombre que con sus sueños había conseguido despertar una ciudad que llevaba casi trescientos años dormida, la dejaba huérfana pocos días después de inaugurarse el que debía ser su punto de despegue definitivo: la Exposición Iberoamericana.
Las muestras de respeto no paran de sucederse durante todo el día en señal de duelo: por su capilla ardiente, instalada en la iglesia del Sagrario, desfilan las principales personalidades de la ciudad, desde el alcalde Conde de Halcón hasta el cardenal Ilundáin, pasando por el asistente del Infante don Carlos, el Hermano Mayor de la Real Maestranza o los miembros del Ateneo. Pero, sobre todo, destaca la continua afluencia de trabajadores que quieren rendir su último homenaje al que durante años fuera algo más que un simple maestro y que obligan a abrir de par en par las puertas del templo.
Mayor aún era la afluencia de gente concentrada en las calles para presenciar el desfile del cortejo fúnebre que parte desde su casa, en el número 18 de la calle Albareda y pasa por Tetuán, O’Donell, Campana, Amor de Dios… los comercios están cerrados, las fábricas paralizadas, las obras silenciosas. En la Alameda de Hércules aguardan mas de ochocientos taxis enlutados con crespones negros para trasladar gratuitamente al Cementerio de San Fernando a todo aquel que quiera asistir al sepelio. Nadie quería quedarse sin despedir al hijo más ilustre de Sevilla.
Pero, aunque pueda parecer lo contrario a tenor de los gestos que se sucedieron para honrar su memoria, no había sido nada fácil la vida de Aníbal González. Víctima de los difíciles tiempos que le había tocado vivir, de ese sentimiento tan español como es la envidia e incluso de su propia genialidad, junto a los numerosos reconocimientos obtenidos a lo largo de su carrera, entre los que se encontraban el de Hijo Predilecto de la ciudad o la Cruz de Alfonso XII a su labor profesional, el arquitecto acumulaba un largo y penoso rosario de sinsabores que iban desde el atentado sufrido en 1920 pasando por los problemas surgidos a la hora de afrontar la construcción de su último gran proyecto, la Basílica de la Inmaculada Milagrosa, y, sobre todo, por los desacuerdos con el Comité Organizador de la Exposición Iberoamericana que le llevaron a dimitir de su cargo de director de las obras en 1927. Todo ello, unido a su frágil salud, había ido poco a poco minando su vitalidad de forma casi irreversible hasta desembocar en el trágico final.
Y la ciudad lo sabía; Sevilla lo sabía, sabía que durante varios años se dedicó en cuerpo y alma a forjar esa nueva imagen de la que ahora todos se enorgullecían en la Plaza de España, en los Palacios de la Plaza de América o en los rincones del Parque de María Luisa. Sabía que, por desavenencias con el Comité, apenas cobró sus honorarios, que trabajó prácticamente gratis, que había salido por la puerta de atrás. Sabía, en definitiva, que se había cometido una gran injusticia: “Don Aníbal, por cuyas manos pasaron tantos millones, muere pobre”, publicaba El Liberal tras su fallecimiento.
Quizás por ello cualquier gesto parecía insuficiente con tal de honrar al arquitecto. Los actos y homenajes no dejan de sucederse, la conciencia colectiva no terminaba de estar tranquila y al fin, apenas 5 meses después de su muerte, el periódico antes mencionado pone en marcha una iniciativa a la que rápidamente se adhiere la mayor parte de la sociedad civil hispalense, incluido el Ayuntamiento: realizar una suscripción popular para construir una casa donde vivirían la viuda, Ana Gómez Millán, y los hijos del fallecido.
Asociaciones, empresas, estamentos, particulares… todos quieren participar en este último homenaje en la medida de sus posibilidades y las donaciones se suceden: desde las 10.000 pesetas del Círculo Mercantil hasta los céntimos de obreros anónimos, la ciudad se vuelca con la memoria de Aníbal González.
El entusiasmo es unánime: se nombra una Comisión que se encarga de gestionar el dinero recaudado, de adquirir una parcela de 780 m2 en unos terrenos que el marqués de Esquivel poseía en la avenida de la Reina Victoria y de encargar a los arquitectos Juan Talavera y José Espiau las obras de la que sería última morada de Aníbal González: la de su memoria.
Y así el 31 de Mayo de 1930, primer aniversario de su muerte, se inauguran unas obras que, bendecidas por el Cardenal Ilundáin, acaban a finales de 1932, entregándose a la familia su nueva vivienda el último día del año.
La conciencia hispalense quedaba definitivamente limpia gracias a ese bello palacete de trazas regionalistas donde Talavera y Espiau habían aparcado sus gustos personales para dar una vez más, la última, rienda suelta a los conceptos “anibalistas”. El ladrillo, el azulejo, la forja, las columnas de mármol, el mirador... todo el universo estilístico del arquitecto se materializaba en esta obra póstuma que rendía tributo a su recuerdo y donde pasaría su viuda los últimos días de su vida.
Cerca de 80 años han pasado desde entonces y, por suerte, la casa en la que se reflejó la gratitud de la ciudad para con su hijo predilecto todavía se mantiene en pie, aunque algo cambiada: doña Ana murió en 1973 y desde entonces ha pasado por diversas manos que, como es normal, fueron dejando su “impronta” con mayor o menor acierto.
Así, aún puede leerse tras el cerramiento del número 14 de la Avenida de la Palmera un azulejo donde se recuerda el espíritu que dio origen a la vivienda, el espíritu de una ciudad agradecida:
“Esta casa, hogar de la familia del gran arquitecto don Aníbal González y Álvarez Ossorio, se hizo mediante el esfuerzo y la aportación de todas las clases sociales deseosas de rendir un póstumo homenaje al glorioso artista hispalense. La ciudad de Sevilla se enaltece a sí misma recordando en este lugar al hombre insigne que levantó en su recinto tantas obras de imperecedera belleza. MCMXXXII.”

A modo de epílogo, apuntar que si usted tiene interés y 3 millones de euros en su cuenta corriente puede adquirir esta casa ya que ahora mismo está en venta. Posiblemente en cualquier otra ciudad medianamente respetuosa con su patrimonio hubiera tenido desde hace muchos años un destino acorde a su significado y simbolismo pero, para bien y para mal, estamos en Sevilla…