En la España del Siglo de Oro, donde el honor y la rectitud moral se contaban entre sus principales valores, tener un hijo ilegítimo podía llegar a ser una deshonra no sólo para la futura madre, sino para la familia al completo.
Por ello cuando llegaba un embarazo no deseado había que hacer todo lo posible por disimularlo, que pasara desapercibido y, una vez la criatura estuviera en el mundo, deshacerse de ella de la forma más discreta posible.
Por ello cuando llegaba un embarazo no deseado había que hacer todo lo posible por disimularlo, que pasara desapercibido y, una vez la criatura estuviera en el mundo, deshacerse de ella de la forma más discreta posible.
Así, de la noche a la mañana, muchachas jóvenes que apenas habían empezado a vivir emprendían extraños viajes de los que no regresaban en una larga temporada, contraían enfermedades que durante nueve meses les impedían ver la luz del Sol o, en el mejor de los casos, hacían sus apariciones en público siempre ataviadas con una prenda bastante popular entre las féminas de la época: el guardainfante.
La condesa de Monterrey posa orgullosa para Carreño de Miranda luciendo su guardainfante |
El propio nombre de este artilugio, originario del Norte de Europa, era de por sí una declaración de intenciones.
Mediante un entramado de aros metálicos, cuerdas, varillas de mimbre e incluso pelos, la silueta femenina se ensanchaba justo debajo del talle a modo de campana, tanto que a veces llegaba a impedir a las mujeres entrar por puertas o pasillos estrechos, cubriéndose posteriormente con una falda amplísima, la basquiña.
Bajo el guardainfante las mujeres disimulaban sus hechuras cuando no eran muy agraciadas, no dejaban que fueran apreciados los efectos del paso del tiempo en su figura y, como su propio nombre indica, ocultaban los embarazos, deseados y no deseados, tanto dentro como fuera del matrimonio, de las leyes y de la moral de la época.
Así era un guardainfante, el miriñaque o criolina del siglo XIX |
Fue esto último lo que escandalizó a los principales moralistas del momento, que identificaron el guardainfante con el adulterio y la lujuria, emprendiendo una campaña de críticas furibundas con el fin de salvaguardar los valores patrios.
Inesperadamente encontraron un aliado en la figura de Felipe IV, el Rey Planeta, que solía estar en boca de medio Reino por sus continuos líos de faldas pero que, bien presionado por esas voces de la conciencia social, bien en un importante ejercicio de hipocresía, promulgó el 12 de abril de 1639 unas ordenanzas destinadas a regular el vestuario femenino.
Y así, a las mujeres españolas del Siglo de Oro les prohibieron taxativamente el uso de mantos para taparse el rostro, el lucimiento de escotes e incluso que llevaran moño.
El guardainfante, la prenda maldita, estaba por supuesto total y absolutamente perseguido por estas leyes del buen vestir bajo multas que podían llegar a los 20.000 maravedíes, toda una fortuna.
Un dato curioso: de estas normas se eximían a las prostitutas.
Guardainfante literal en una colección de moda de Jean Paul Gaultier |
Con estupor celebraron estas Ordenanzas autoridades y clero; con recelo el resto… y con indignación la mayoría de las mujeres que, a pesar de todo, tras titubear al principio, decidieron hacer caso omiso y seguir usando mantos, moños y guardainfantes.
El escándalo era ahora doble, ya que no sólo seguían vistiendo las prendas de la lujuria, sino que además se saltaban por las buenas toda una Orden Real: una afrenta contra la moral, la ética, la compostura y, ahora, las Leyes del Reino.
Para evitarlo en la medida de lo posible, el conde de Salvatierra, por aquel entonces Asistente de Sevilla, ordenó que la pragmática fuera impresa en casa de Francisco Lyra para su mayor difusión, pero todo fue en vano: las sevillanas anteponían su belleza (con sus secretos ocultos) al dinero y, para colmo, los agentes del orden público tampoco estaban por la labor.
Los guardianes de la moral y las buenas costumbres estaban cada vez más encendidos, y no precisamente de lujuria, pero salvo criticar y criticar y criticar poco más podían hacer, ya que las amenazas no surtían efecto.
La gota que colmó el vaso fue la procesión del Corpus, donde a pesar de la solemnidad del momento se constató que esas leyes del buen vestir habían sido un completo y absoluto fracaso.
Y así llegó el calentón de don Pedro de Soria, mano derecha del Asistente y uno de los hombres más extrictos y rectos de la ciudad.
Escandalizado ante la desvergüenza de las sevillanas, don Pedro agarró un batallón del glorioso ejército español y se presentó la mañana del 20 de Agosto en plena Alcaicería de la Seda con la intención de hacer cumplir la Ley de una vez por todas.
La Alcaicería de la Seda era un entramado de callejuelas de origen almohade que se situaba en el segundo tramo de la actual calle Hernando Colón.
Cerrado por una gruesa tapia a la que sólo se podía acceder mediante dos arcos, uno situado frente a la Puerta del Perdón y otro en el extremo opuesto, dentro se desarrollaba un universo de tiendas, puestecillos, tenderetes y vendedores ambulantes especializados principalmente en tejidos, ropa y orfebrería.
Chicarreros, Chapineros, Tundidores… aún hoy es posible encontrar en el entorno restos de esas callejas y los nombres de algunos de los gremios que trabajaban allí fabricando, entre otras cosas, guardainfantes.
Tienda de crinolinas en la Inglaterra del XIX |
Pero volvamos a don Pedro de Soria, en esos momentos uno de los señores más cabreados de toda la Cristiandad.
Bajo el Arco de la Rosa, que así se llamaba la puerta norte de la Alcaicería, no paraba de vociferar y lanzar improperios como un poseso.
A sus órdenes, los soldados comenzaron a desvalijar las tiendecillas y los puestos de ropa, arrancando los guardainfantes de los expositores y amontonándolos en el centro de la Plaza de San Francisco ante la mirada atónita de vendedores, clientes y todo el que pasara por allí.
Como colofón al espectáculo, una vez saqueada la Alcaicería, el colérico don Pedro se acercó al montón de ropajes prohibidos y le prendió fuego igual que si se tratara de un hereje condenado por la Santa Inquisición.
Al fin su conciencia estaba tranquila: el fuego purificador se llevaba los símbolos de la lujuria y la perversión.
Había cumplido con la ley, con la moral, con la religión y con su país, España, tan necesitado estaba en esos momentos de semejantes actos de valentía.
También la crinolina, sustituta del guardainfante, tuvo sus enemigos en el siglo XIX, como atestigua esta caricatura. |
El pobre de don Pedro, buen cristiano, mejor patriota y excelente súbdito del Rey Planeta, estuvo en boca de toda Sevilla durante décadas, y no precisamente por su carrera política, para su desgracia frenada en seco tras este incidente.
Quemar guardainfantes salió bastante caro; a él y, en un principio, a los tenderos de la Alcaicería de la Seda, que perdieron su género y con él sus ingresos.
Pero fue por poco tiempo, ya que en escasas semanas las tiendas y puestecillos estaban otra vez vendiendo mantones, basquiñas, blusas abiertas… y guardainfantes.
Ni leyes, ni multas, ni siquiera el fuego, pudo con las sevillanas y su ideal de belleza.
Don Pedro de Soria había hecho el ridículo, los moralistas miraron hacia otro lado y la iglesia se centró en sus herejes.
Retrato de la Familia de Felipe IV, las Meninas |
Diecisiete años mas tarde un pintor sevillano, Diego Velázquez, concluía en Madrid el retrato de La Familia de Felipe IV.
En primer plano su hija favorita, Margarita de Austria, luce un suntuoso vestido que se abre como una campana al llegar a la cintura. Idéntica indumentaria llevan sus damas de honor, las Meninas. Son guardainfantes.
Al fondo, el Rey Planeta contempla la escena. Si años atrás había prohibido esas prendas de vestir, ahora veía orgulloso como su hija posaba de esa guisa para el pintor de la Corte en un cuadro que a la postre se convertiría en una de las obras de arte mas importantes e influyentes de todos los tiempos.
Quizás, quién sabe, la Historia del Arte hubiera sido muy distinta si le hubieran hecho caso a don Pedro de Soria…
Versión cerámica de una Menina según la artista sevillana Teresa Aguilar |
No había visto esto. Me ha encantado la entrada y toda la información. Besos!!
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