21 de noviembre de 2010

Las columnas del Pasaje Gámez Laserna (y II)

En la anterior entrada dejábamos nuestras 4 columnas en el Corral de los Gallegos, caserón de la calle Oropesa donde permanecieron hasta su derribo en los años 70, pasando entonces a la pared encalada del Pasaje Gámez Laserna.

Escasos metros de recorrido y muy pocos años retrocedidos para el camino y la historia que atesoran estas columnas, y es que si la idea de la entrada es bucear en el pasado de la ciudad siguiendo sus huellas, podría decirse que no nos hemos mojado ni los pies. Ya lo comprenderán.

Vamos a dar un salto en el tiempo, exactamente hasta la primera mitad del siglo XIX, cuando la familia Aponte adquiere el Corral de los Gallegos. Por los datos que dispongo no me atrevería a asegurar si la compra es en forma de solar o el edificio ya se encuentra construido; sea como fuere, no es la única pertenencia que tendrá esta familia por la zona, ya que en un boletín del Ministerio de Fomento fechado en 1860 se hace referencia a una lápida romana que aparece al abrir Guillermo Aponte los cimientos de una casa en la vecina calle Gallegos, actual Sagasta. Lápida que, por cierto, se negó a entregar al Museo Arqueológico según denuncia dicho boletín.

Seguramente esas obras se realizaron en el número 21 de esta calle Sagasta, edificio donde se encontraba una Tienda de Loza de Pedernal que según Álvarez-Benavides ofrecía “un extraordinario surtido de loza de Cartuja; porcelana y cristales planos y huecos del reino y extranjeros”, siendo en palabras de este mismo autor “uno de los establecimientos de su género mas antiguos y acreditados”.

Esta tienda la abrió en el primer tercio del siglo XIX Guillermo Aponte junto a su socio, un joven inglés llamado Carlos Pickman, y se encargaba de importar loza y cerámica desde Liverpool. Un negocio que debía ser bastante rentable, ya que entre la calidad del producto, mas refinado y elegante del que hasta ese momento se fabricaba en los alfares de Triana, y la tradicional novelería sevillana, a los pocos años el señor Pickman decide montar su propia industria, para lo que en 1838 alquila primero y después compra el Monasterio de la Cartuja.

Había sido este Monasterio de Santa María de las Cuevas una de las joyas mas importantes del barroco sevillano. Fundado hacia 1400 por el arzobispo Gonzalo de Mena sobre una ermita en la que se veneraba una imagen de la Virgen encontrada en una cueva, de ahí su nombre, fue tal su importancia que el siempre recurrente Félix González de León pide perdón antes de describirlo porque “es tan magnifico que temo ofenderlo con mi pluma y no dar á mis lectores una idea de su grandeza porque no es fácil recordar tantas bellezas y riquezas como contenía.

Y es que el mecenazgo de la casa de Alcalá, de los Veraguas, del mismo Colón y de otras ilustres familias sevillanas había convertido este convento en uno de los mas importantes y ricos de la ciudad, contándose en su interior innumerables obras de arte y maravillas de orfebrería.

Pero el empobrecimiento progresivo en que se va sumiendo Sevilla con el paso de los años arrastra consigo al propio Monasterio, que llega al siglo XIX en una franca decadencia que será apuntillada con la llegada de los franceses en 1808.

Advertidos los monjes de la afición de las tropas napoleónicas a expoliar todo aquello que se pusiera a su paso, deciden poner a salvo sus tesoros y por ello lo dividen en dos partes para su salvaguarda, enviando por barco una de ellas a Cádiz, ciudad que se había hecho fuerte frente al invasor, mientras la otra sale en carros de mulas camino de Lisboa, al amparo de la ayuda inglesa. Caminos dispares los que toman los bienes cartujanos con idéntico resultado: el fracaso. Y es que en Sanlúcar son interceptadas las barcazas por los franceses, que no perdonan nada, mientras que la parte enviada a Portugal logra escapar a la codicia gabacha pero topa de frente con las necesidades de la resistencia, que no duda en fundir los fabulosos tesoros para hacer monedas. De esta forma los incalculables bienes acumulados por los cartujanos a lo largo de los siglos desaparecen en pocos meses.

Tampoco corre mejor suerte el mismo Monasterio, que es exclaustrado para instalar en sus dependencias un cuartel. Lo poco de valor que quedaba desaparece para siempre, como la magnifica yeguada de caballos cartujanos que primorosamente cuidaban los monjes y que, según la tradición, descendían del mismísimo caballo de Mahoma.

Así, cuando en 1812 regresa la comunidad tras la derrota de los franceses, encuentran una Cartuja completamente arrasada, tanto que los monjes tardan 4 largos años en hacer habitables sus antiguas dependencias.

Pero la suerte parecía estar echada para nuestros cartujanos, que son de nuevo exlcaustrados en 1820 al suprimirse en las Cortes las órdenes monacales, aunque vuelven a ser restauradas tres años mas tarde por Fernando VII. Tiempos convulsos y agitados en los que la comunidad sufre muchos reveses de los que a duras penas logra sobreponerse hasta que llega el año de 1835, el del golpe definitivo por obra y gracia de don Juan Álvarez Mendizábal: la Desamortización.

Los cartujanos son despojados del Monasterio, exclaustrados definitivamente y Santa María de las Cuevas pasa a manos de la Junta de Enajenaciones de Conventos Suprimidos, que instala una cárcel en sus dependencias.

Es entonces cuando entra en escena Carlos Pickman, que ante la buena marcha de su negocio de importación de la calle Gallegos decide fabricar él mismo la loza, para lo cual necesita un lugar donde ubicar su industria.

Siguiendo los pasos de su paisano Nathan Wetherell, que había establecido una fábrica de Curtidos en el viejo convento de San Diego, el señor Pickman alquila a la Junta el antiguo Monasterio para comprarlo definitivamente en 1840. Ahora sí, la suerte estaba echada.

Y es que Pickman no duda en adecuar las viejas dependencias cartujanas a la nueva industria cerámica, para lo que realiza todo tipo de obras que, definitivamente, cierran una página de la historia del edificio.

De las pocas obras de arte que había sobrevivido al expolio napoleónico, algunas se pierden para siempre mientras que otras son reutilizadas aunque nunca volverán a la Cartuja. Así, según escribe Joaquín González Moreno, el coro es trasladado a Cádiz para su restauración, aunque se queda definitivamente en su Catedral; dos ángeles de mármol se trasladan al mausoleo de la familia Pickman en el cementerio de San Fernando; los sepulcros de la familia Ribera, benefactora del monasterio, son trasladados a diversos templos hispalenses como la iglesia de la Anunciación; los cuadros supervivientes a la codicia francesa se trasladan al incipiente Museo de Bellas Artes; ni siquiera las espléndidas puertas de taraceas que cerraban las dependencias monacales se salvan.

Nuestro Monasterio es ahora una fábrica y mientras se levantan los hornos que desde entonces se convertirán en nuevo símbolo del edificio, muchas de las antiguas dependencias monacales son modificadas e incluso destruidas: los graneros de los monjes se convierten en almacenes, las capillas pasan a ser depósitos y talleres, en el atrio de entrada instala Pickman su propia vivienda y el claustro chico es transformado en nave de fabricación, para lo cual se desmantela su histórica arquería del siglo XV, inspirada en la del monasterio de Santa Paula y modelo en el que se basaron los mismos frailes para realizar en la misma Cartuja el claustro grande, que afortunadamente ha llegado hasta nuestros días y que podemos contemplar en la imagen de abajo, procedente de Wikimedia.

Y ahora pido que se fijen en la columna que aparece en primer plano, que como ya he dicho podemos encontrar actualmente en la Cartuja. Una columna de mármol blanco con anillos concéntricos en los extremos del fuste. Una columna de estilo nazarí similar a las cuatro que adornan el Pasaje Gámez Laserna. Como ya pueden suponer, una columna hermana a las cuatro de nuestra historia y de las 24 que formaban el claustro chico del Monasterio de la Cartuja.

24 columnas desmanteladas por Carlos Pickman para construir una estancia de su fábrica de loza y 24 columnas que fueron repartidas por la ciudad, llegando 4 de ellas al Corral de los Gallegos de su socio Aponte. De las otras 20, que yo sepa, no se tienen noticias, aunque me gusta pensar que se encuentran adornando el patio de algún caserón de la época.

Concluimos así el relato de estas 4 columnas: del monasterio al corral de vecinos, de soportar un claustro del siglo XV a adornar la pared de un Pasaje; un trozo de nuestro pasado que tras diversos avatares queda arrinconado en una calle cualquiera, en el mismo olvido. Cuatro columnas que bien podrían ser una metáfora en la que se reflejan muchos episodios de la historia de Sevilla. Quizás demasiados.

8 comentarios:

  1. Sencillamente un trabajo tan admirable como fascinante y enriquecedor.

    Un fuerte abrazo.

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  2. Magnífica entrada compañero, ni por asomo se me habría ocurrido pensar que las columnas podían proceder del Monasterio cartujano.
    Las que están actualmente en el Monasterio, entiendo que son réplicas, que no sabemos en qué momento se instalaron ¿verdad?
    Como comentas, excelente el paralelismo entre la historia de estas columnas y la de nuestra ciudad.
    Un saludo.

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  3. Pues no tenía ni idea...anda que pertener al monasterio...me has dejado con la boca abierta

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  4. ¡Premio Bitacoras para este hombre ya!
    La ciudad de escribe en sus pilares.

    No esperemos a que se nos vaya por favor.

    ;-)
    Antonio

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  5. ¿Se pueden enumerar más crímenes, contra el patrimonio sevillano, de los que detallas en esta entrada?
    Que lástima que esto no lo puedas recoger en un libro. Sería impagable.
    Un abrazo

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  6. Muchas gracias Juanma.

    No exactamente alejandría carmesí; las que se ven en la foto pertenecen al claustro grande, que al parecer se respetó y, eso sí, se hizo a semejanza del pequeño, del que proceden nuestras 4 columnas.

    La de vueltas que dieron, S.

    O al menos que queden cosas que nos recuerden ese pasado, antonio.

    Así se ha escrito nuestra historia, no cogé ventaja; aunque precisamente la Cartuja no ha sido de los lugares mas castigados por piquetas y demás... al menos sigue en pie...

    Saludos.

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  7. Alucinante tu trabajo, en serio.

    Iba a comentar una duda sobre las cuatro columnas pero ya lo aclaras en un comentario.

    Un saludo!

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  8. Felicitaciones por una entrada tan interesante, pero aún me queda una duda.
    Comentas que la fotografía pertenece al claustro grande, cuando ese es el claustrillo o claustro mudéjar. El claustro grande o de monjes sería el que rodea la iglesia por detrás con pilares en vez de columnas.
    Existían dos claustros más de los que no quedan restos, el de legos y el de san Miguel, quizás pertenecieran a estos.

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Comentarios: