

Hace dos semanas, en los comentarios al hilo de la terracita del EME, surgía un debate bastante interesante donde se ponía en duda quienes eran los principales beneficiarios de las obras de peatonalización que se están llevando a cabo.
Este tema podría enfocarse desde muy distintos y variados puntos de vista: económico, turístico, demográfico (recomiendo al respecto este fantástico artículo publicado por José M. Gómez Muñoz en Diario de Sevilla), pero aquí vamos a centrarnos en el ámbito del peatón, del ciudadano anónimo por y para quién se realizan estos cambios.
Porque claro, si bien es cierto que a costa del tráfico hemos ganado nuevos espacios que antes solo podían ser disfrutados en momentos puntuales y excepcionales, como no se tomen medidas la situación puede llegar incluso a revertirse.
Creo que se debe partir de una base, y es que el disfrute pleno de Sevilla por parte del peatón, sea autóctono, visitante o simplemente esté de paso, es desde hace unos años prácticamente imposible (al menos a corto-medio plazo) dado que la imagen principal de la ciudad, esa que tantas veces fue pintada, fotografiada, cantada y descrita por todo tipo y género de artistas, es en la actualidad propiedad de la cadena Abades.
La cosa es bastante sencilla: si usted quiere disfrutar de esa Sevilla eterna que desde el siglo XVI inmortalizaran los lienzos de Merian, Coello o Tortolero basta con abonar lo que estipule la carta de precios del restaurante Abades-Triana. Por supuesto, las vistas son preciosas.
Hecho este pequeño inciso, entremos de nuevo en materia. Tres son por el momento los principales emblemas de la “nueva” Sevilla peatonalizada: Avenida de la Constitución, entorno Alfalfa-Salvador (Piel Sensible) y Alameda de Hércules. Esta última la dejaremos un poco al margen ya que su estructura urbana apenas se ha visto alterada y es difícil hablar de un resultado final en una plaza que, como la del Triunfo, suele ser remozada por completo cuando se mueve el sillón del Ayuntamiento.
La Avenida de la Constitución es sin duda la estrella de esta hornada de cambios. La joya de la corona de la Sevilla Sostenible. Y sobre el papel podríamos decir el objetivo está sobradamente cumplido en la actualidad. Sobre el papel, que no sobre los adoquines.
Porque claro, si nos atenemos al significado que otorga el diccionario de la RAE a la palabra “peatonalizar” creo que no hay nada que objetar: Metrocentro, bicicletas y coches de caballo son obstáculos que se oponen a que esta acepción se cumpla de pleno. Eso sí, el primero se estima necesario (aceptemos “tranvía” como medio de transporte) y los otros dos son inevitables. De todas formas no son las únicas nubes que acechan en el horizonte…
Las características de la Avenida pre-peatonalizada la hacían territorio propicio para oficinas y edificios administrativos en detrimento de bares y comercios, que preferían otros lugares de accesibilidad y tránsito mas propicio para su clientela. Sin embargo ahora, con una calle de 20 metros de anchura en pleno centro administrativo, comercial y turístico de la ciudad, se han vuelto las tornas y Constitución se ha convertido en una presa bastante golosa para el ramo de la hostelería, mas aún si tenemos en cuenta que la competencia es prácticamente inexistente por lo antes comentado.
El primero en posicionarse sobre este tablero en blanco ha sido el Horno San Buenaventura, establecimiento afincado desde hace años en la esquina de García de Vinuesa que no ha dudado en colocar veladores en plena Avenida (cosa lógica) acotándolos con vallas para “blindar” a su clientela (cosa ya no tan lógica).
Y es que claro, entre la zona a respetar para tránsito del Metrocentro y la zona acotada por el Horno resulta que nos quedamos con menos espacio que antes de la peatonalización. Todo ello suponiendo un escenario ideal, de gravedad cero: es decir, en el que no pase una bicicleta por los alrededores, ni esté la típica papelera de Lipassam “estacionada”, ni una gitana nos venda romero.
Si, como todo parece indicar, en un futuro crece el número de establecimientos en la Avenida y todos siguen el mismo ejemplo, puede llegar un momento en que la peatonalización quede reducida a un simple cambio de dueño de la calle: el coche por el velador.
Otro ejemplo lo tenemos en la Plaza de la Alfalfa. Durante años convertida en un simple aparcamiento de coches, su peatonalización, encuadrada dentro del proyecto “La Piel Sensible”, gana un nuevo espacio urbano para la ciudad que antes solo podía disfrutar los domingos en el mercadillo de animales (del cual lamento profundamente su desaparición por cierto).
Todo perfecto, hasta que empiezan las acotaciones: parterre (o como se llame el recinto para tierra que se ha colocado en el lateral de la plaza), bancos extralargos, zona de juegos para niños. La Alfalfa Sensible se reduce pero aún así el peatón sigue ganando respecto a su estado anterior. Hasta que irrumpen los bares con sus veladores.
La invasión empieza tímidamente, ocupando prácticamente el mismo espacio que antes en el antiguo acerado. Pero llega la relajación… Y en breve se prevé la apertura de una pizzería.
Al menos los dos bares que copan la entrada a esta plaza desde Alcaicería han tenido la delicadeza de no acotar su zona de veladores con vallas ni maceteros, como por ejemplo ha hecho el Robles-Laredo unas decenas de metros mas arriba. O el EME de marras.
En fin, que desde mi punto de vista sí a la peatonalización, pero siempre que el beneficiario sea el peatón y que éste necesite beneficiarse (tampoco se trata de peatonalizar por peatonalizar).
Esto lo podría firmar el mismísimo Perogrullo, pero claro, según se están desarrollando los acontecimientos tiene todas las papeletas de que o se toman medidas o todo va a quedar en un simple cambio de dueño. Y lo que es peor, que dentro de unos años no tengamos mas remedio que peatonalizar los veladores…
Seseo
Según parece en algunas zonas de la Sevilla de antaño era bastante común el seseo. Sirvan como ejemplo estas palabras de Santiago Montoto al hablar de la Puerta de la Carne en su maravilloso libro “Esquinas y Conventos de Sevilla”, donde comenta que a sus vecinos “no se les llena la boca con la palabra corazón, se les escapa en un largo silbo”.
Una huella de este pasado “seseante” resiste el paso del tiempo y de las obras en la actual Ximénez de Enciso, que aún mantiene el rótulo de “Ensisos” en la fachada de una de sus casas. Lo mismo ocurría en otras calles como Placentines (Plasentines) o Argote de Molina (Siprés), aunque en estos casos los viejos letreros ya han desaparecido.
Ceceo
El rótulo de esta calle de La Rinconada sería algo así como el gol de Zarra de las patadas al diccionario, ya que históricamente es insuperable. De nada le sirvió al pobre hombre conquistar el imperio azteca, ni tan siquiera haber pasado los últimos días de su vida a pocos kilómetros de esta localidad… La LOGSE, que hace estragos (o era la LOU… o Bolonia… ni idea, ya me he perdido)
Como curiosidad, la amiga Charo publicaba hace unos meses en su blog el estudio de una empresa de telefonía donde se decía que en España tenían 611 calles el nombre del militar extremeño. Yo lo corregiría: 610.
Ceceo Máccimo
Seguimos por la antigua carretera de Córdoba y llegamos a Lora del Río. Aunque el cartel daña la vista e incluso los oídos, el mérito de este letrero es que va “a contracorriente”: mientras hoy día las palabras tienden a acortarse, este señor nos regala un 2x1.
Y Rorreo…
Pintar de dorado las puntas de flecha de la verja puede salir por unos 50 euros.
Forrar la columna de la puerta con mampostería serán unos 200 euros.
La estatua del león sedente y vigilante costará alrededor de los 400.
Que Enrique Mari se equivoque en el cartelito de su casa… no tiene precio.
Son cada vez más las voces que se están levantando en contra de la nueva “moda” de colocar candados en el Puente de Triana, alcanzando el problema tal magnitud que incluso fue la semana pasada la temática estrella a tratar por la Comisión Local de Patrimonio Histórico.
Como señala el amigo Duende del Sur en su blog, es ésta una tradición importada por los Erasmus italianos basada en una novela de Federico Moccia, “Tengo ganas de ti”, consistente en que cada pareja de enamorados fija a la barandilla un candado con sus iniciales para de esta forma alcanzar algo así como el amor eterno.
Basta darse un paseo por cualquiera de las dos aceras del Puente para comprobar que la variante hispalense de esta tradición ha calado bastante hondo en la población autóctona, que cuando se lo propone es capaz de alcanzar unos niveles de esnobismo y novelería fuera de lo normal.
Como se suele decir, “nadie es profeta en su tierra”, y en Sevilla menos. Así, seguramente muy pocos de los seguidores de esta moda sabrán que a escasos metros del Puente cómplice de sus amores se encuentra, por ejemplo, la Piedra Llorosa, último vestigio de una de las historias mas tristes y conmovedoras de esta ciudad, convertida en la versión moderna del PipiCan que estaba en la isleta del cruce José Laguillo con María Auxiliadora hasta que Manuel Fraga nos obsequió con un Cruceiro allá por el cada vez mas lejano 92… No es que fuera muy original el hombre y tampoco es que anduviéramos escasos de cruces por estos lares, pero al menos se adecentó un poco el lugar.
Candados hay para todos los gustos. Aunque las supuestas reglas dicen que se deben colocar dos, uno por cada tortolito, parece que la crisis no perdona y la mayoría de las veces encontramos solo uno.
Servidor, que tenía ganas de perder el tiempo esta mañana, se dio un paseíto por el Puente que, dicho sea de paso, se ha convertido en toda una radiografía de los diferentes tipos de relaciones sentimentales. Y es que en la barandilla podemos encontrar parejas heterosexuales, parejas gays, parejas de lesbianas, parejas con posibles económicos, de distintas clases sociales, amantes de la física, de las matemáticas, de la pintura, parejas extranjeras, parejas horteras. Hasta orgías…
Por haber, hay incluso un tío con mis iniciales (sobra decir que no tengo nada que ver al respecto).
Tampoco es la primera vez que se rellena un espacio de esta ciudad con candados. De hecho cuando me enteré de esta moda vinieron a mi cabeza las largas caminatas que, algunos días, daba por la Avenida de la Borbolla hacia Reina Mercedes. Y es que hubo un tiempo en que uno hacía hasta deporte…
Sin que nunca supiese el motivo ni la causa, en una de las vallas del Parque de María Luisa, concretamente en el Centro de Educación Vial, una o varias personas se entretuvieron durante años en colocar candados de forma similar, aunque en menor número, a como hoy se está haciendo en el Puente de Triana. De hecho aún hoy se pueden ver algunos de estos cerrojos, algo oxidados por el paso del tiempo, en la verja del Centro.
Allí han pasado desde entonces desapercibidos, claro que no molestaban a nadie. Por eso quizás dejaron de colocarse.
Para acabar, ya que estamos metidos en materia y dado que el Pisuerga pasa por Valladolid, o en este caso que el Guadalquivir lo hace bajo el Puente de Triana, aprovecho para meter mi pullita mensual a la Torre Pelli.
Porque claro, me parece fantástico y maravilloso que la Comisión de Patrimonio, un organismo por cierto creado por el Ayuntamiento, se reúna para debatir este tema y tomar medidas al respecto, pero, ¿son esos candados el mayor peligro que se cierne sobre el Puente de Triana?
Evidentemente los candados afectan a la imagen del mismo, esa imagen centenaria y típica que todos tenemos del principal lazo de unión de Sevilla con su arrabal mas famoso. Pero al fin y al cabo todo se reduce a una simple cuestión de perspectiva: uno debe estar dentro del puente para verlos, porque de lejos no se aprecia absolutamente nada.
Pese a todo Patrimonio cree que existe riesgo de que el Puente pueda sufrir daños de seguir esta moda en auge, y por ello ha tomado la decisión de vigilar la colocación de los dichosos cerrojos, aspecto que, siendo sincero, aún no he llegado a entender como va a llevar a cabo: supongo que colocará cámaras de videovigilancia o, yéndonos por las ramas, igual se crea un cuerpo de vigilantes de barrotes y así matamos dos pájaros de un tiro: se deja libre el Puente y baja algo el paro.
Ahora en serio, si Patrimonio cree que esta moda puede poner en peligro la imagen del Puente, ¿qué pasa entonces con la Torre Pelli?
Que cada cual saque sus propias conclusiones. Yo ya tengo la mía. Y una hipoteca, así que me río de candados…
Como parece ser que se ha vuelto a convocar el concurso de graffitis en los contenedores de vidrio, este blog no quiere ser menos y por ello propone un juego inspirado en algunas de las calles donde los artistas urbanos plasmarán sus obras en breve.
De temática parecida al típico Ahorcado, se trata de completar el nombre de la calle oculta en el panel que se ofrece en la fotografía.
El premio será un barrote impoluto del Puente de Triana donde vencedor y familia podrán unirse a la última moda rellenándolo de candados.
01.- Para ir calentando motores, una facilona.
02.- Ahora por partida doble, la misma letra para calle y tienda.
03.- La cosa se complicaría con dos letras, si no fuera por la calle…
04.- No es una calle pero bueno… Eso sí, mas que los azulejos se echa en falta una manita de pintura… vamos, que si a algún graffitero le sobra un poco de spray blanco se puede hacer un apaño.
05.- Más difícil, aquí faltan tres letras, dos de ellas vocales.
06.- Esta tiene de todo. Para ir perdido…
Eso es todo por ahora. Ya saben, un fantástico barrote del Puente de Triana les está esperando...La semana pasada el grupo Inditex daba un paso mas en esa colonización del centro comercial de la ciudad que parece estar llevando a cabo. Una nueva tienda de ropa en la calle Rioja se une a los Mango, Zara y compañía que acaparan los edificios comerciales de la que en su momento se vino a llamar Milla de Oro sevillana, aunque entre crisis, obras y peatonalización lo mismo ahora se ha devaluado hasta la plata o el bronce, cualquiera sabe.
Si en nuestros días se siguiera utilizando el mismo criterio que en la Edad Media de dar a la calle el nombre del gremio que habitaba en ella, la zona Sierpes-Tetuán podría llamarse perfectamente barrio de Amancio Ortega o mejor de “Los vendedores de Inditex”, que el hombre parece que no es muy amigo de la popularidad. Con la millonada que debe tener yo tampoco lo sería, la verdad…
Serán los efectos del síndrome post-vacacional, la morriña del salitre chipionero o el verano que parece este año empeñado en quedarse perennemente, pero este apunte de actualidad económica hispalense, que al fin y al cabo me da absolutamente igual, ha vuelto a transportarme al, desgraciadamente, cada vez mas lejano mes de Agosto.
Y es que ya digo, aunque no sea mi intención, estos días cualquier excusa me hace retornar a esas eternas tardes de vagancia y ocio en la playa de Regla, con el faro a mis espaldas y un azul infinito en el horizonte. Casi nada, y eso que uno es de secano…
Mi amigo Jota, motero de Villamartín y chipionero de adopción los meses estivales (mas aún este año de paro forzoso), no es precisamente la versión gaditana de Fidias Fog, aunque hay que reconocer que en eso de pasear allende las fronteras haya hecho sus pinitos.
Entre baño y cerveza (por mi parte, Jota es abstemio practicante), me comentaba que los centros históricos de las ciudades europeas cada vez son mas parecidos entre sí, ya que como en todas se están estableciendo las mismas firmas y empresas que, además, plasman en los edificios donde se asientan su imagen corporativa, se está produciendo una especie de homogeneización de las grandes urbes modernas.
Es decir, que mientras por un lado desaparecen los establecimientos autóctonos y tradicionales que formaban parte de la imagen característica de la ciudad, por otro se instalan nuevos comercios que incorporan elementos comunes con otras capitales. Así uno puede pasear por el centro de Barcelona, de París o de Bruselas y encontrarse una esquina similar a la que aquí hacen Velázquez con Rioja.
Era ésta una de las cosas que le habían llamado la atención en su último viaje a Londres, donde por poner un ejemplo puedes comer, beber y vestirte exactamente igual que si estuvieras en la calle Sierpes. Para que luego los guiris se crean que aquí vamos vestidos de torero por las calles...
Afortunadamente en esa globalización hay de todo, como en botica, y no podía faltar la nota castiza: y es que en plena Neal’s Yard, junto a la casa donde vivieron los Monty Phyton, hay nada mas y nada menos que un azulejo con el escudo de Rota junto a un paisaje de la localidad costera.
El por qué de este homenaje no me lo pregunten; quizás los caballeros de la mesa cuadrada tenían en un lugar preferente de su dieta la urta a la roteña. “No idea”.
Idéntica sensación, o eso creo, deben llevarse los nativos de Guayaquil y otras latitudes ecuatoriales cuando pasean por la calle Alemanes.
Y es que a Sevilla, supongo que haciendo honor a su antigua condición de Puerto de Indias, no le bastaba con tener los mismos Bershka (o como diablos se escriba), McDonald’s y Telepizzas que Dublín, sino que además ha tenido que importar características propias de las ciudades amazónicas. O esa es la explicación que yo le doy a la terraza del EME.
Porque el hecho de que a los mismos pies de la Giralda (fantástico blog por cierto), en el corazón de la zona turística y monumental, en ese espacio protegido por la UNESCO que tanto dio que hablar hace algunas semanas con la Torre Pelli, encontremos un micro-ecosistema de arbustos, macetones e incluso un olivo es, cuando menos, digno de estudio.
Desde mi punto de vista este pequeño vergel (recordemos, en unos de los entornos mas protegidos y cuidados de la ciudad) que separa los veladores del mundanal ruido que se extiende mas allá de los macetones, chirría por todos lados.
En repetidas ocasiones he mostrado mi simpatía por la peatonalización del Centro Histórico y de todo lo peatonalizablemente peatonalizable (el que lo peatonalice buen peatonalizador será) ya que, siempre según mi opinión, restringiendo el tráfico al centro histórico la ciudad gana bastante, aunque por supuesto también existan contras.
Pero claro, que en plena calle Alemanes, junto a la Avenida de la Constitución, estandarte de esta Sevilla peatonalizada y presuntamente moderna, se acote un trozo de calle a favor de un comercio, no le encuentro respuesta. Porque si bien entre veladores y plantas se pueda pasar, ésto no deja de ser un obstáculo para el viandante. Todo ello aderezado con una obra, una cabina de teléfonos y los coches aparcados que, prácticamente, aíslan la terracita.
No tiene sentido ganarle terreno a los coches para cederlo a los peatones (incluso a costa de reducir la accesibilidad de los mismos al centro, uno de los principales contras que le veo al invento) mientras a pocos metros se permite acotar y limitar el tránsito en una zona que, por cierto, sigue estando abierta al tráfico.
Y mas teniendo en cuenta que en esa misma calle, precisamente, hay bares que también tienen veladores de toda la vida sin que hayan supuesto nunca un obstáculo para los transeúntes ni hayan desentonado en ningún momento con el entorno.
Todo ello por no hablar del dineral que se está invirtiendo en pieles sensibles y demás proyectos encaminados a homogeneizar el mobiliario urbano y adecentar el casco histórico mientras se permite en la calle Alemanes la creación de esta miniselva tropical mas cercana a las ruinas de Machu Pichu y la Riviera Maya que al gótico tardío de la catedral.