Es lo primero que me vino a la cabeza al salir hoy a la calle:
- Vaya biruji...
Inconscientemente, el frío había rescatado de mis recuerdos una de esas viejas expresiones que poco a poco estamos relegando al ingrato baúl de las palabras en desuso, aunque muchas veces sean mágicas.
Porque biruji es una palabra mágica.
Biruji te transporta a la niñez.
Biruji suena a mesa-camilla en casa de la abuela, a merienda en sofá de eskay con bocata de mantequilla y onza de chocolate. De fondo, el la-la-lá de Espinete y el tran-tran de la mecedora.
Biruji es lo que te tenía los fines de semana encerrado en casa, moqueando y viendo por la ventana a los amigos jugando a la lima en el barro que habían dejado los charcos.
Biruji es el helicóptero de Tulipán, un chándal gris de Roscolina y Electroduendes dando saltos en un Telefunken con tapas imitación madera.
Biruji es volver a vivir y por eso nunca debería perderse, nunca.
Aunque sea incómodo y nos hiele hasta los huesos; aunque las calles estén desiertas antes de las seis de la tarde y una monótona melancolía se haya adueñado de nuestros jardines hasta la próxima Primavera.
Es que hace tela de biruji. Un saludo.
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