Aviso de antemano que esa tradición no tiene nada que ver con Sevilla.
De hecho, cabalgata al margen, posiblemente la presencia mas conocida de los Tres Reyes en la ciudad era el bar con ese nombre que hasta hace poco estuvo en Reyes Católicos y que una franquicia americana convirtió en tienda de pollos fritos.
A modo de vestigio, aún se adivina la silueta de los tres magos de Oriente (Occidente según Benedicto XVI) entre las rejas de sus ventanales.
Pero todo cambia si repasamos una las primeras representaciones pictóricas cristianas de la historia, concretamente las que se encuentran en las Catacumbas de Santa Domitila, en Roma, donde unos frescos fechados en torno al siglo III muestran a cuatro magos entregando sus ofrendas a la Virgen y al Niño.
Los cuatro Reyes Magos en las Catacumbas de Santa Domitila, Roma Imagen: Todo Arte |
Y es que, según se cuenta, de Oriente partieron cuatro sabios, magos, astrólogos o reyes, eso tampoco está muy claro, camino de Belén para ofrecer sus presentes al Mesías, que acababa de nacer.
Sus nombres eran Melchor, al que los hebreos llamaban Apelio y los griegos Gálgata; Gaspar, en hebreo Amelio y en griego Malgalat; y Baltasar, conocido como Damasco y Sarathin respectivamente.
Pero, como decimos, parece ser que aún hubo un cuarto más, Artabán, nombre persa que también se traduce como Azael.
Estos cuatro sabios se dedicaban a desentrañar los secretos de las estrellas y precisamente una estrella, que ahora resulta ser un cometa, los puso en camino en busca de un Niño que según sus cálculos había nacido por esas fechas.
Cada uno llevaba una ofrenda: oro por parte de Melchor, incienso Gaspar, mirra Baltasar y nuestro Artabán, más espléndido, tres joyas preciosas: un diamante para neutralizar los venenos, un trozo de jaspe para facilitar la oratoria y un rubí para alejar las tinieblas.
Pero no tuvo suerte este último Mago, perdiéndose nada más salir al no poder seguir el rastro de la Estrella, cometa o lo que fuera.
Y así, mientras los tres Reyes se encontraban según la tradición en el zigurat de Borsippa (sitio que habrá que cambiar en la versión andaluza por algún hostal de Loja o por la celebérrima Venta del Pan) llegando a los trece días al portal de Belén, el cuarto Mago seguía dando vueltas a lomos de su caballo Vazda, desorientado, en las regiones de Oriente Medio, que en la nueva versión benedictina podrían ser sustituidas perfectamente por los Cerros de Úbeda.
Puerta de la Epifanía o de los Palos, Catedral de Sevilla Imagen: Wikipedia |
Treinta y tres años estuvo buscando Artabán al Niño, tiempo en que se deshizo de todas sus joyas, ya que al parecer era una persona bondadosa y las entregaba a todos los necesitados que encontraba en su camino.
Tristemente, en la Andalucía de nuestros días se habría quedado sin ellas antes de perderse…
Treinta y tres años al cabo de los cuales nuestro cuarto Mago, que después de tanto tiempo parecía más un mendigo que un Rey, se presenta en la Jerusalén de Poncio Pilatos.
Allí presencia uno de esos hechos que le enervaban la sangre, una de esas injusticias que tanto le desagradaban: la subasta de una joven muchacha para usarla como esclava.
Artabán rebusca entre sus ropajes, antaño ricas vestimentas ahora reducidas a andrajos, y encuentra la última de las joyas que le quedaban: el trozo de jaspe.
Con él compra a la muchacha librándola de su aciago destino, pero poco más puede hacer ya que un temblor de tierra desprende una piedra de un templo con tan mala fortuna que impacta en su cabeza.
Moribundo, el anciano Mago aún puede distinguir antes de expirar el rostro de un hombre que había acudido a socorrerle, un hombre que le alivia el dolor y el sufrimiento, un hombre cuyas palabras le ayudan a exhalar el último suspiro… y un Hombre que, según los allí presentes, guardaba gran parecido con otro que pocos días antes había sido crucificado a escasos metros, en el monte Calvario.
precioso blog,felicidades
ResponderEliminarMuchas gracias isiang, saludos!
EliminarQue buena entrada, a caballo entre la sátira y la realidad.
ResponderEliminar¿y por qué no? jeje.
EliminarUn abrazo Jota!
Gran entrada, como no podía ser de otra manera. Igualmente apropiada las pinceladas irónicas que aportas, muy acorde a lo que realmente merece la situación actual donde parece que importa más la fama de modificar tradiciones milenarias que preocuparse por los problemas reales del mundo. En cuanto al final, me queda una duda, ¿realmente hay mucha información de que el supuesto cuarto Rey acabara así? Curiosa odisea entonces la del pobre Artabán ...
ResponderEliminarTodo un placer Jesús y totalmente de acuerdo con tus palabras.
EliminarTe comento; en realidad el número de Reyes se fija en 3 en la Baja Edad Media. Hasta entonces se representaban 2, 3, 4 e incluso se llegaron a poner 8. El ejemplo son esas catacumbas de Santa Domitila, de las primeras representaciones pictóricas del cristianismo, donde aparecen 4.
En cuanto al final, así aparece en un cuento de Henry van Dyke, escrito a finales del siglo XIX. Que ese fuera el verdadero final de Artabán, sinceramente, no lo creo... jejeje
Un abrazo!
Desconocía por completo que el número de los Reyes Magos no fuera fijado hasta la edad Media. Entonces, ¿cómo se llamaban antes los otros 5? jaja
EliminarGracias por aclararme lo del final! =P En cualquier caso, una excelente forma de acabar tu artículo. Simplemente, ¡me encantó!
Un saludo Sergio!
Magnífica entrada!
ResponderEliminarMuchas gracias Selu. Saludos!
EliminarNo conocía esta Estampas sevillanas.
ResponderEliminar"El pasado de Sevilla" y su calle de la Luna me han traído hasta aquí. Parajes que sin duda habré de pasear con frecuencia.
Me ha encantado la historia del Cuarto Rey Mago.
Un cordial saludo
Una gran historia, felicidades
ResponderEliminarMe encanta el blog, esta entrada muy buena. enhorabuena
ResponderEliminarMuy bueno, si señor, mi más sincera enhorabuena...salpicada de autocrítica.
ResponderEliminaruna historia encantadora, y gracias por poner el fresco.
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