11 de enero de 2011

Los azulejos de Saimaza

Aunque cada vez quedan menos, aún es posible encontrar ventanas que nos asomen a la Sevilla de nuestros padres y abuelos, a esa Sevilla que de niños se nos recreaba al calor de la mesa-camilla, a esa Sevilla corralera de espíritu provinciano y aires pretenciosos, a esa Sevilla que hoy solo es posible rescatar en forma de recuerdo de los tristes anaqueles del olvido.
Testigos de esa Sevilla desaparecida y, quizás, añorada, son los azulejos que aún adornan el edificio que hace la esquina de las calles Goyeneta con Buiza y Mensaque, en el número 11.
Se trata de dos pares de conjuntos cerámicos en tonos blancos y azules donde se representan sendas escenas de negritos plantando café, recolectando café, sirviendo café y haciendo alguna que otra actividad que no acierto a adivinar pero que también está relacionada con el café; azulejos que enmarcan sobre la altura del zócalo una puerta, hoy de cochera, y una ventana que parece en desuso desde hace años. Sobre ellos un nombre, Joaquín Sainz de la Maza, remate y cornisa.
Retablos de “lo humano” que parecen contraponerse a la proliferación de esos muchos de “lo divino” que amenazan con alicatar la totalidad de la ciudad y que, según reza en alguno de los vértices, fueron fabricados en los desaparecidos alfares de Mensaque y Cía, que no tiene nada ver con el ilustre señor que da nombre a una de las dos calles y del que mas adelante hablaremos.

El conjunto llama poco la atención, posiblemente por lo escondido y solitario del lugar, y eso que Buiza y Mensaque, antigua calle de la Ballestilla, llegó a tener en tiempos tanta o mas importancia que su paralela Puente y Pellón o la misma Cuna.
De esa Ballestilla decía Benavides a finales del siglo XIX que a pesar de su estrechez era una vía de primer orden en la que encontrábamos edificios de lo mas variopinto: desde simples viviendas y corrales de vecinos como el que le daba nombre, con uno de los pozos mas famosos de la ciudad, hasta casas de préstamos e incluso un Colegio, el de Nuestra Señora de las Maravillas; menos importancia tenía Goyeneta, prácticamente relegada a trasera del Colegio de la Compañía de Jesús, donde hoy se levanta la Facultad de Bellas Artes.
Para entonces ya habían desaparecido el Hospital de Belén o la imprenta de Francisco de Leefdael, sitios ilustres como ilustre llegaría a ser el niño que seguramente por estos años recorrería las estrecheces de estas callejuelas, Joaquín Turina.
Pocos años mas tarde, ya con el cambio de siglo, la Ballestilla cede el nombre a su vecino don José Buiza y Mensaque, piadoso rector del Asilo de Mendicidad de San Fernando, a la vez que llega a la esquina con Goyeneta la familia Sainz de la Maza, que abre en el edificio un despacho de café, germen de la actual marca.
Cuentan los que recorrieron esas calles años mas tarde, cuando el tostadero de Saimaza estaba ya a pleno rendimiento, que el olor a café recién hecho invadía desde primera hora de la mañana los aledaños de nuestra esquina.
Y seguramente se fundiría con la amalgama de olores y sabores de las mercancías que descargaban los costaleros del puerto en el Mercado de la Encarnación, que entonces llegaba hasta casi la misma puerta del establecimiento cafetero.
Y se prendería en los finos tejidos de Las Siete Puertas, elevándose hasta perderse entre el rico artesonado aún conservado de las antiguas casas del marqués de Sortes.
Y ascendería hasta los balcones de fantasía del edificio Ciudad de Londres, acariciando esos telares de los que salían las mantillas y mantones mas elegantes de toda Sevilla, haciendo más llevadera la cola a los que esperaban pacientemente las gangas de la “Semana del Duro”.
Y recorrería las filas de asientos del cine Pathé, las mil y una herramientas de la ferretería La Llave, los juguetes del 0,65, la fea fachada del Vilima, y tantos y tantos comercios ya desaparecidos de nuestra ciudad y casi de nuestra memoria.
No solo café, también se vendieron legumbres y cereales en el tostadero de Goyeneta cuando los tiempos eran difíciles, como en Las Siete Puertas vendieron membrillos o en otros sitios no vendieron nada porque no había nada que vender.
En la bonanza café, sólo café, como se vendía café en la calle Azafrán, sede de Moca, o en el 55 de Recaredo, donde Coblan se vanagloriaba a principios de los 60 de ofrecernos lo mismo que consumían nuestros abuelos. De ellos no queda azulejo alguno que los recuerde. De Saimaza, de momento sí.
Porque los tiempos cambian, para bien o para mal. Hoy unos negritos no podrían ser reclamo publicitario, ni siquiera en un azulejo de Mensaque: se echarían encima del señor Sainz de la Maza varios ministerios, oenegés y hasta el séptimo de caballería. Queda mas correcto ver sonreír a George Clooney entre capsulitas que ni se tuestan, ni se huelen ni casi se saborean. Cuestión de gustos, nunca mejor dicho.

4 comentarios:

  1. Quizás debamos agradecer, pese a todo, que la calle sea solitaria y recóndita pues, visto lo visto, no sé si los azulejos habrían corrido la misma suerte de estar en la calle Cuna, por ejemplo.

    En mi casa Saimaza siempre fue la marca de nuestro café pero desde que Cloony llegó en forma de Nespresso a nuestra cocina yo lo he reemplazado, aunque mis padres no del todo, y he de contradecirte en que apenas se saboree; está delicioso.

    Un beso.

    ResponderEliminar
  2. Yo recuerdo perfectamente ese olor a café recien tostado. El mismo olor que imperaba en el bar de mi padrino, Faustino Gómez, en la Alfalfa.
    De muy niño recuerdo haber ido, muchas veces, hasta esa casa cuando salía del colegio para recoger a mi padre a la salida del trabajo. Mi padre fué muchas veces artífice de obras y reformas que se hicieron en ella.
    Como muchas veces evocadora entrada que despierta en mi cariñosos recuerdos.
    Un abrazo General.

    ResponderEliminar
  3. Tienes razón el aroma del café de ahora no es el mismo, y eso que tengo una cafetera de cápsula jaja. El café tostado tiene un olor especial que atrae, como todo las cosas de antes eran más naturales. ¿Un cafelito?.
    Besos de la maga curiosa.

    ResponderEliminar
  4. El edificio fue proyectado por Antonio Arévalo Martínez para Francisco Sainz de la Maza hacia 1925. No se si sería padre, hijo, o hermano de el tal Joaquín.

    ResponderEliminar

Comentarios: