La Plaza de Doña Carmen es, posiblemente, uno de los rincones menos conocidos del centro de Sevilla.
Poco o nada puede hacernos sospechar que tras el cancel del número 5 de la Plaza de San Pedro se encuentra esta recoleta barreduela que si bien no destaca por su belleza y singularidad, presenta algunos detalles que la hacen merecedora cuando menos de una visita, aunque solo sea por curiosidad.
La pintoresca cruz de forja sobre su peana de azulejos y cintas, los 3 faroles de las esquinas, las viviendas alrededor de una pequeña plazoleta, el colorido de las flores que asoman a los balcones, las motos aparcadas junto a los portales, hasta los desagües de los aires acondicionados: podría decirse que estamos ante la evolución lógica de un antiguo adarve musulmán a lo largo de la historia, un adarve con edificios actuales, necesidades actuales y habitantes actuales. Una adaptación de la Sevilla de hace mil años a nuestros días.

Remontándonos al siglo XV encontramos por primera vez la Plaza de Doña Carmen como una de las barreduelas del viejo Adarvejo, el barrio donde quedaron confinados los pocos musulmanes que no abandonaron la ciudad tras la conquista cristiana.
Amurallado como la Mancebía (donde vivían las prostitutas) y la Aljama (donde los judíos), este barrio mudéjar se extendía desde la actual Almirante Apodaca hasta la misma plaza de la Alfalfa, aunque sus verdaderos límites aún hoy siguen sin estar demasiado claros.
Como podemos suponer resulta difícil encontrar huellas de este pasado en la Sevilla actual, ni siquiera en la misma Plaza de San Pedro, que entonces estaba ocupada en su totalidad por una gran manzana de casas, mesones, talleres e incluso por una mezquita situada frente a la iglesia que le da nombre.
Como vemos en el plano del libro "La Arquitectura y el Lugar", de Alberto Oliver Carlos, la vía principal de esta gran manzana se llamó durante muchos siglos calle Morería (nada que ver con la de hoy) y se correspondería con la actual acera izquierda de la Plaza de San Pedro, naciendo frente a lo que ahora es la Heladería Rayas para, con un trazado sinuoso y constantemente interrumpido por los adarves y callejuelas sin salida que la atravesaban, morir en la Plazuela del Mesón del Rey, que se extendía desde la embocadura de Sales y Ferré hasta Descalzos.
El primero de estos adarves (señalado en rojo en el plano) se correspondería con la actual Plaza de Doña Carmen que, como el resto del barrio, estaría formada por casas modestas habitadas por gente con bajo poder adquisitivo.
Hago hincapié en este aspecto: el Adarvejo era una zona humilde donde vivía gente humilde. Por sus calles no paseaban precisamente los descendientes de Almutamid ni de los príncipes andalusíes. Tampoco encontraríamos una Susona o un Samuel Leví como en el cercano barrio de los judíos, de mayor abolengo y riqueza.
Para que nos hagamos una idea de su población, transcribo un pasaje de Celestino López Martínez donde hace una relación de los establecimientos y oficios que allí se encontraban: “[…] tuvieron los moros confiterías, el trato y obra del cáñamo, lino y de hilados: alcaicería de especias, comercios del sebo y de la cera; tiendas de verduras, legumbres, hortalizas, carnes y aves; ejercían sus oficios numerosos herreros, zapateros, albañiles, carpinteros, chalanes y canteros y allí hubo también casas de baño y mesones.”
El Adarvejo en la Sevilla actual
De esta forma permanecerá la minoría musulmana hasta 1502, cuando no tienen más remedio que convertirse al cristianismo por obra, gracia y pragmática de los Reyes Católicos, desapareciendo la mezquita y, con ella, el mismo Adarvejo, que se integra en el resto de la ciudad.
Según cuenta Ortiz de Zúñiga, los últimos mudéjares fueron bautizados en 1505 por fray Martín de Ullate. Apenas 250 años después de la entrada de Fernando III se ponía punto y final a la presencia musulmana en nuestra tierra.
Pero la vida sigue. Estamos ya en pleno siglo XVI y Sevilla se ha convertido en Puerto de Indias, para lo bueno y para lo malo. Para lo malo porque, como no podía ser de otra forma, el recién abandonado barrio mudéjar es ocupado rápidamente por cazadores de fortuna que acuden a la ciudad atraídos por el oro y riquezas de los galeones americanos.
Nuestra manzana se llena de tabernas, mesones e incluso se monta un corral de Comedias que levantará ampollas en el vecindario, ya que pronto es ocupado por prostitutas y gente de mala vida.
Para lo bueno porque el comercio indiano trae consigo un producto hasta ese momento desconocido cuyo consumo rápidamente se extenderá por todo el continente: el tabaco.
Sevilla, que ejerce de bisagra entre Viejo y Nuevo Mundo, es el lugar elegido para la instalación a mediados del siglo XVII de la primera industria tabacalera de la historia, eligiéndose el antiguo Adarvejo como lugar idóneo para su establecimiento: nace la Real Fábrica de Tabacos de San Pedro.
Pronto la nicotina comienza a surtir efecto y la fábrica, que al principio era sólo unas pequeñas casuchas habilitadas para tal fin, pronto se extiende por la manzana hasta ocuparla en su totalidad, como vemos en la siguiente ilustración procedente del libro "La Fragmentación de la Manzana", de Juan L. Trillo de Leyva.
Fueron años dorados para el viejo Adarvejo, siendo nuestra Plaza de Doña Carmen (en rojo) una calleja sin salida en la que seguramente vivirían los operarios de la fábrica y de la cercana Alhóndiga, almacén de cereales situado en el solar que hoy ocupa la Hemeroteca Municipal. 
Planta de la Fábrica de Tabacos de San Pedro
Pero la
nicotina sigue creando adicción, tanta que la
Fábrica de San Pedro se queda
pequeña, y eso que la
población sevillana se había
reducido considerablemente por mor de las
epidemias,
terremotos y la pérdida del
monopolio comercial con las
Indias.
Ante el aumento de la demanda se dispone que a las afueras de la Puerta de Jerez, aprovechando el cauce del Tagarete y ocupando el inmenso espacio que quedaba libre entre la Universidad de Mareantes (actual San Telmo) y el convento de San Diego, se construya la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla, abandonándose las instalaciones de San Pedro.
Una vez más la gran manzana se queda vacía, aunque esta vez será por poco tiempo: es turno para el ejército, pero eso lo veremos en la próxima entrada.