25 de junio de 2009

¿Es necesaria la Torre Pelli?

Esta semana se reúne en Sevilla el Comité de Patrimonio Mundial de la UNESCO para decidir los nuevos sitios a incluir en el listado de bienes reconocidos por el organismo.

Buena noticia porque la organización de este tipo de eventos siempre es motivo de satisfacción, pero se da la paradoja de que la ciudad puede pasar a engrosar la lista de Patrimonio Mundial en Peligro. Cierto es que “en casa de herrero…”.

El motivo es la construcción de un rascacielos de 178 metros de altura, la Torre Pelli (en honor al arquitecto que la diseñó), en los terrenos de la Cartuja, mas concretamente en Puerta Triana, en la zona donde antes se situaba el Pabellón de los Descubrimientos.

En una ciudad dualista por excelencia donde las cosas no tienen mas remedio que ser blancas o negras, sin que haya opción alguna a la existencia de otros colores o matices intermedios, era de esperar que tan controvertido proyecto encontrara reacciones opuestas y dispares, generando un intenso debate que, desgraciadamente, ha quedado relegado al plano de la ciudadanía, ya que políticamente las cosas han estado claras desde el principio.

Periódicos, telediarios, programas radiofónicos, foros, blogs, encuestas, conversaciones: Torre Pelli, ¿sí o no?

El proyecto del rascacielos me genera una serie de dudas e interrogantes. En primer lugar y fundamental, ¿es necesario un rascacielos en Sevilla? O lo que es lo mismo, ¿necesita Sevilla un rascacielos?

En caso de ser la respuesta afirmativa, ¿para qué? ¿por qué un rascacielos y no otro tipo de edificación? ¿qué ganamos con su construcción?

Es evidente que Sevilla tiene un déficit de arquitectura moderna, de edificaciones contemporáneas de calidad que, como en tantos otros lugares (Bilbao o Valencia son clarísimos ejemplos), potencien la imagen de la ciudad y atraigan un abanico de visitantes que demanden algo mas que la oferta turística tradicional, típica y tópica que llevamos ofreciendo prácticamente desde el año 29.

Ahora bien: ¿es un rascacielos el tipo de arquitectura que necesita Sevilla?

Mi opinión es clara y rotunda: no.

Bien es cierto que mucha gente ve en este tipo de megaconstrucciones el paradigma de la modernidad, un símbolo del progreso, de los nuevos tiempos. Prácticamente se identifica la edificación en altura con la arquitectura mas vanguardista y puntera del momento. Desde mi punto de vista eso es un error.

Para empezar, ya a finales del siglo XIX la Escuela de Chicago, con Louis Henri Sullivan como abanderado, realiza los primeros rascacielos, aunque se elevan del suelo en apenas 10 plantas de altura. Hay que esperar hasta 1893 para que se superen los 100 metros con el Manhattan Life Insurance de Nueva York.

Para el siguiente ejemplo ni siquiera nos vamos a mover de Sevilla: en 1925 el alemán MAH Jochens proyecta un conjunto de rascacielos en el mismísimo Prado de San Sebastián que se abría en abanico sobre el Guadalquivir, el llamado MiraBetis, propuesta desechada ipso facto por Ayuntamiento y Academia de las Bellas Artes.

Años mas tarde Aníbal González diseña la Basílica de la Inmaculada Milagrosa, a la que adosa dos torres de 100 metros de altura que tampoco llegan a edificarse.

En definitiva, que la construcción en altura no es algo nuevo, ni mucho menos. Es mas, por la misma época en que se empezaban a elevar los edificios en Chicago y Nueva York aquí manteníamos aún intacto más de la mitad del perímetro amurallado de la ciudad…

Se me ocurren mil formas distintas de modernizar Sevilla sin tener que sobrepasar los 10 metros de altura. De hecho los grandes emblemas e iconos de la arquitectura moderna rara vez tienen más de dos plantas.

Otro aspecto que me preocupa bastante es el funcional. Una inversión tan fuerte y de tanta envergadura debería servir para solucionar buena parte de los problemas de la ciudad, o al menos de esa zona. La Torre Pelli, siempre desde mi punto de vista, mas que resolver los crea.

Porque sigue sin convencerme el argumento de que un coloso recubierto de cristal con 178 metros de alto vaya a ser sostenible, del mismo modo que se repite mi escepticismo referente a que se vayan a generar miles de puestos de trabajo cuando las torres de oficinas del cercano Torneo Parque Empresarial están semi-vacías. Del tema atascos, infraestructuras y tráfico ni hablamos.

Por poner un ejemplo en Metropol Parasol, que para servidor sí es una edificación moderna y de calidad, se resuelven todos los problemas iniciales de la zona (mercado, tratamiento de los restos romanos, conexión de los ejes Imagen-Laraña y Puente y Pellón-Regina, etc..) y además dota de personalidad a un entorno bastante degradado desde hace décadas. Todo ello si finalmente se termina, por supuesto…

Sin embargo la Torre Pelli no solo hace aguas en los problemas que se plantean a la hora de acometer un edificio de tales características, sino que genera un debate que a estas alturas de la película debería ser totalmente innecesario: la imagen de la ciudad.

Desde que en el siglo XVI se realizan las primeras representaciones pictóricas y grabados del que en ese momento era Puerto de Indias se aprecian unos límites claramente marcados.

Por un lado está la vieja muralla, heredada del período islámico, delimitando horizontalmente una urbe que presenta una característica excepcional frente al resto de ciudades de la época: un límite vertical, la Giralda.

Ese límite horizontal desaparece en el siglo XIX en pos del progreso y del crecimiento, para favorecer la expansión hispalense hacia el cinturón de huertas periféricas. Como anécdota destacar que el tramo de muralla que se consigue salvar, precisamente el que cerraba una de las zonas más deprimidas de la ciudad, los barrios de la Macarena y San Julián, es actualmente uno de sus símbolos turísticos y monumentales.

No deja de resultar curioso que una actuación que hoy día nos parece aberrante e innecesaria en esa época fuera considerada poco menos que fundamental para el desarrollo de la ciudad.

El límite vertical se mantiene intacto y la Giralda se consolida como canon de altura, pese a los intentos ya descritos anteriormente de arrebatarle dicho estatus.

El tren de la arquitectura moderna descarrila definitivamente en 1929 frente al regionalismo y el historicismo, más del gusto sevillano. Solo algunos pabellones comerciales como el de Maggi realizan incursiones en otros estilos mas vanguardistas, pero todo queda en una declaración de buenas intenciones, poco mas.

Sin embargo quizás fue precisamente ese el momento de hacer el rascacielos, de hacer algo nuevo, innovador, que asombrara al resto del mundo, que realmente llamara la atención. Pero, ¿ahora?

Ahora lo único que se conseguiría es anular o restar importancia a uno de los elementos que hacen de Sevilla una ciudad diferente y distinta, su imagen misma. Se rompe ese límite vertical, se elimina innecesariamente. Y para colmo a menos de una iniciativa privada (se me viene a la cabeza la terracita del Abades-Triana…)

Si se quiere hacer un nuevo emblema de Sevilla, algo innovador y moderno, que se dejen de medias tintas y se llegue hasta el último extremo, como hicieron los almohades cuando levantaron hace mas de 8 siglos un alminar de casi 100 metros de altura.

Con este tipo de edificación, que en algunos lugares ya está incluso pasada de moda, más que evolucionar me parece que se está dando un paso atrás, ya que anulamos lo que tenemos, antiguo pero original, a costa de introducir algo menos antiguo pero nada original.

Y lo peor es que al final continuaremos igual: el que quiera ver un rascacielos moderno seguirá yendo a Dubai mientras que en Sevilla la Giralda se mantendrá como principal reclamo turístico, aunque con una sombra de 178 metros

19 de junio de 2009

Mis "Ilustres Veteranos"

Ni Maldonado, ni Montes de Oca, ni Mario Picazo antes de hacer el indio en el Caribe; aquí el único hombre del tiempo infalible es el que inventó el refranero. Y es que ha sido llegar el 40 de Mayo y no hemos tenido mas remedio que cambiar a pelo el sayo por el aire acondicionado

Cada día tenemos una alerta diferente: que si roja, naranja, que se queda en amarilla... Lo cierto es que hace calor, mucho calor. O mucha, que ahora están de moda las palabras epicenas, aunque sea a nivel coloquial.

Para colmo uno no tiene otra ocurrencia que salir a callejear sin rumbo ni sentido, por el simple placer de pasear aunque sea bajo la nada despreciable temperatura de 40 grados (para gustos colores, sarna con gusto no pica…. a este paso el del refranero me pide derechos de autor)

Normalmente la de hoy habría sido otra tarde sin pena ni gloria que añadir a la lista de tardes sin pena ni gloria que acumulo en mi historial de tardes sin pena ni gloria, pero un cartel ha llamado mi atención en la calle Laraña.

Un cartel que intenta acaparar el poco viento que merodea por los rincones de la Sevilla estival y la atención de aquellos que pese al bochorno se atreven a desafiar las plusmarcas que señala la columna de mercurio.

Colgado de un balcón, fondo blanco, letras rojas, Domago, pantalones y camisas, anuncia el punto y final de su existencia: “Liquidación por Cierre, todo a mitad de precio

Siendo sincero nunca he sido un cliente habitual de la tienda. Siendo mas sincero aún, puedo llevar cerca de 10 años sin entrar ni comprar nada. Pero también es verdad que siempre que echa el cierre un comercio de los que llevo viendo toda la vida me invade una extraña sensación nostálgica, como si desapareciera un pedazo del universo que gravita a mi alrededor, de mi mundo, aunque como ya he dicho, ese mundo estuviera reducido a un escaparate frente al que apenas he parado mas de un minuto.

La ley de la vida o la ley del mercado. A Domago lo liquida la crisis económica, la crisis de los pequeños comercios cada vez mas arrinconados por las grandes superficies, la crisis inevitable que establece el paso del tiempo y la edad… Crisis y más crisis. La crisis en sus múltiples variantes es el comodín que justifica todos los males de los tiempos que corren, el Lucifer de la modernidad.

En fin, otro que cierra. Y el calor que no se va. Al menos las puertas de la Anunciación están abiertas y un fresquito místico alivia algo el panorama. No paro de darle vueltas a este “no somos nadie comercial” cuando observo en la acera contraria los esbozos de una nueva tienda de deportes: la juguetería de Cuervas, hasta hace muy poco una inmobiliaria, tiene nuevo dueño. Ya tengo la tarde hecha…

Que yo recuerde de las tiendas de juguetes de mi infancia ya solo queda Osorno. Tampoco pongo la mano en el fuego: si llevaba unos 10 años sin entrar en Domago, en una juguetería ya ni me salen las cuentas.

Lejos quedan esos tiempos en que comprándole un Master del Universo a Cuervas pensaba que amortizaba parte del fichaje de Pablito Bengoechea. Inocente de mi, con el calor que pasé años mas tarde…

Ya no hay quien me pare. Eso si, siempre “por la sombrita”. Y nada mejor que las velas de Puente y Pellón para al menos quitarse el sol de encima: baja la temperatura, baja el sudor y la alerta se vuelve naranjita clara. Algo es algo.

También ha tenido esta calle bajas importantes; que yo recuerde la Casa de los Pantalones (o algo así), Vilima… aunque si hay que tirar de historias, recuerdos y sentimentalismos la palma se la lleva sin duda Casa Marciano, Ultramarinos Finos.

Fueron muchas las tardes que pasé agarrado a la mano de mi abuela haciendo cola para comprar chacinas, siempre con la vista fija en la inmensa pata de cochina que presidía el escaparate… Los parroquianos aseguraban que en sus tiempos era gigantesca pero con los años había ido menguando. A mi me daba igual, y aunque escuchaba atentamente ésta y otras historias que se contaban en el local, no podía evitar hacer un cálculo “a grosso modo” del número de bocatas que podía sacarle a esta versión ahora reducida mientras el papel estrasa se llenaba de lonchas de chorizo, morcilla y jamón de los nietos de la cerda, de menor tamaño pero seguramente igual de exquisitos.

Se fueron Marciano, sus ultramarinos finos, sus parroquianos y su pata de cerda. Hoy lo mas grande que queda en la calle Harinas es un caracol gigante y lo mas antiguo el bar “El Comercio” con las ruedas de churros y las pizarras escritas con tiza blanca.

En la Plaza del Pan se acaban las velas, la sombra y el olor a incienso de la calle Córdoba. Las tiendecillas de joyas y recuerdos del lateral de la iglesia hacen del entorno una auténtica reliquia del comercio sevillano, mas por su tipología que por la antigüedad.

Aunque para una mente distraída y gustosa de encontrar esos detallitos estúpidos con los que matar el tiempo durante un buen rato, he de reconocer que mi foco de atención de siempre ha sido el azulejo esquina a Alcaicería donde entre otras cosas se anuncia la venta de chubesquis. No tengo ni la mas remota idea del uso que tienen estos artilugios ni de su fundamento, de hecho nunca he llegado a buscar su significado en un diccionario porque seguro que me decepcionaría; pero bueno, me hace gracia saber que antaño se compraban aquí, fueran lo que fueran.

Sigo atravesando la plaza y a mi alrededor no hay sombra ni nada que se le parezca: otra vez el sol a puerta gayola. Menos mal que la calle Villegas es cuesta abajo, aunque no sople una pizca de aire (quizás haya quedado definitivamente atrapado detrás del cartel de Domago). No hay tiempo para entrar en Rorro a saludar a la prima Rafi, ni de buscar en el Salvador algún amigo que esté cerveceando a estas horas de la tarde; hay que aligerarse y escapar otra vez del bochorno

Tampoco me paro en el Bazar Victoria, y eso que para mi gusto es uno de los establecimientos con mas encanto de la ciudad tanto por su antigua y bella fachada caoba como por el género expuesto en sus escaparates, donde se puede encontrar desde el último modelo de freidoras hasta una jaula de grillos pasando por un deshuesador de aceitunas.

No bajo, ya casi ruedo por Entrecárceles, que hoy día bien podría llamarse Entrebancos, en singular desde la fusión. Al fondo se atisba la tan ansiada sombra, los toldos blancos, gente paseando: la calle Sierpes.

La peatonalización de Tetuán, de la Avenida, los Factorys, los Carrefoures, los Hipercores… todos tuvieron que aliarse para acabar con la hegemonía económica de esta calle, durante muchos años pulmón comercial de Sevilla. Al final pasó lo que tenía que pasar, tanto fue el cántaro a la fuente que mucha gente aún no se ha dado cuenta que ya no luce las playeras baldosas de colores que la pavimentaban hasta hace pocos años.

De los “ilustres veteranos” desaparecidos de la calle Sierpes no hay material para una entrada sino para una saga de novelas en plan Caballo de Troya: Calvillo, Virgin Megastore… pero claro, esto es un blog y tampoco es plan de cansar al personal, así que sintetizaremos en la medida de lo posible.

Lo único que queda de Deportes Zulategui, Armería Z, son unos azulejos que afortunadamente se conservan en la esquina que hace el edificio sobre sí mismo. Recuerdo que para los chavales de mi edad esta tienda siempre era visita obligada cuando se iba al centro, no en vano era de las pocas oportunidades que se tenían para ver camisetas de equipos extranjeros sin necesidad de coger un avión. Después llegarían Nike, Adidas, Florentino y el marketing para hacerlo todo mas fácil y caro, pero esa es otra historia…

Menos suerte tuvieron Las Vegas. Tampoco es que la tuviera que tener, la verdad. En esa época ya estaba mas crecidito, que no madurito, y de la fase contemplativa de camisetas futboleras pasé a la activa, aunque fuera previo pago y a través de la pantalla de una máquina de videojuegos, no confundir con videoconsola.

Todo ello aderezado con las típicas matanzas de indios, de enanos del Golden Axe, de aviones, de ninjas, de nazis, de marcianos… y es que con solo cinco duritos uno lo mismo organizaba un holocausto mundial que salvaba de un secuestro a una neumática heroína pixelizada antes de que el dichoso Game Over señalara el camino de vuelta a casa. Era la época dorada de los salones recreativos, por suerte o por desgracia una auténtica especie en extinción en estos días de Wii y Play Station.

Mi último “ilustre veterano” desaparecido se dio de baja hace poco tiempo: la Papelería Padura. Aquí ya estaba crecidito, madurito y empezaba a encontrarme atareadito… Los cinco duros de las maquinitas de Las Vegas se multiplicaban por diez en forma de A3 de papel diapost para croquis y caballo para los claroscuros.

Pero una vez más el paso del tiempo se llevó su tributo, las papelerías técnicas dejaron de ser un negocio rentable y la firma Padura, que llegó a tener hasta 3 establecimientos en la ciudad, cerraba su última tienda en la calle Cuna hace solo unos meses. Y pensar que al empezar la carrera muchos de mis profesores renegaban del Autocad

En fin, que llegamos ya al idem con otro de mis “ilustres veteranos” que aún sigue dando guerra donde muere la calle Sierpes (según el recorrido que he trazado, ya que en realidad este es su nacimiento); la Confitería La Campana, uno de los comercios con mas solera y arraigo de Sevilla.

Desde que fuera fundada en 1885 por un pastelero que había hecho fortuna en Filipinas los dulces expuestos tras sus escaparates de caoba siempre han sido objeto de deseo de buena parte de la ciudad y visitantes; para algunos incluso una obsesión enfermiza, como el señor que a mediados de los 90 pasaba las horas muertas en la acera opuesta, junto al antiguo Burguer Alameda, vigilando no se sabe qué, o al menos yo nunca lo supe.

Lo que sí tengo claro es cual será mi destino en breves instantes. Las velas se acaban, vuelve el sol, la alerta naranja y el termómetro otra vez se asienta en mi inconsciente; conclusión, ya va siendo hora de que se acabe el paseo.

Se han quedado muchos “ilustres veteranos” en el tintero pero bueno, siempre habrá tiempo para recorrer otras calles de Sevilla en las que repasar y recordar esas tiendas que alguna vez han sido parte de nuestra vida. Las cordonerías de Francos, las bodeguitas del Arenal, los albures en adobo de la calle Feria

Aunque ya digo, eso será otro día; de momento servidor regresa a casa que un buen surtido de frigorías y de agua congelada me está esperando.

9 de junio de 2009

Hasta pronto Santa Rosa....

Podría decirse que el monumento que hace los honores a Santa Rosa tiene la extraña peculiaridad de estar siempre situado a medio camino.

Empezando por su propia ubicación en los Jardines del Valle, ese reducto (me niego a llamarlo espacio) verde del que ya se ha tratado en alguna que otra ocasión en este blog, atrapado entre la ciudad histórica que se encerraba tras los límites almohades y la Sevilla extramuros que a fines del siglo XIX soñó con expandirse mas allá de la Arrebolera, hoy la unidireccional María Auxiliadora.

De esa indefinición no se salva ni siquiera el mismo monumento, ya que al observarlo uno no sabe si está ante un trozo de pared indultado de un derribo por albergar un azulejo de la santa limeña o si por el contrario tiene delante un altar de ladrillo visto construido por devotas manos de fieles santarrosinos.

También sirve de contrapunto la soledad placentera de las calles de albero que atraviesan el parque frente al gran abanico de tentaciones que se abre tras las tapias de los Jardines: los guiris del Palacio Andaluz, las colas del Cash Converter, los alumnos salesianos, las cervezas del Trini

De la espiritualidad del viejo convento del Valle al mundanal ruido de la Sevilla con sabor a arrabal; de las ofrendas florales de antiguas alumnas a los altares improvisados con latas de Coca Cola y Cruzcampo: dualidad por los cuatro costados, o como se dice ahora, carácter bipolar.

En lo que no hay duda es que nos encontramos ante un monumento desconocido para la gran mayoría de los sevillanos. Quizás parte de la culpa de ese anonimato la tenga el hecho de estar en un rincón de unos de los rincones mas arrinconados de la ciudad. Evidentemente eso hace mucho…

Tampoco es un gran aliciente la corta vida que atesoran sus ladrillos, mas aún si tenemos en cuenta que durante muchos años no fue mas que un altar doméstico ubicado en el patio del antiguo Colegio del Sagrado Corazón hasta su traslado a Mairena del Aljarafe, en uno de esos pelotazos conventuales comunes en el tardofranquismo que tantos tesoros hispalenses regaló a la piqueta.

La historia de los Jardines del Valle se habría acabado en los años setenta como la del colegio de Villasís, el de los carmelitas de Bustos Tavera o los escolapios de Ponce de León. Ni siquiera habría tenido principio, ya que tanto las Ordenanzas Municipales como la inmobiliaria que adquirió los terrenos tenían en mente cambiar árboles y albero por pisos y cemento.

Por fortuna nada de esto se llevó a cabo ya que la presión social ejercida por vecinos y ecologistas hizo cambiar de ideas al Ayuntamiento y de planes a los propietarios, acontecimiento desgraciadamente poco usual en esta ciudad y que es recordado mediante un azulejo en el viejo pórtico de entrada al Colegio, hoy acceso principal del parque, el cual por salubridad e higiene recomiendo sea visto en esta foto mejor que in situ, ya que el nivel oloroso que alcanzan los orines en la zona es bastante considerable.

Santa Rosa se salvó con sus Jardines y su tramo de muralla, ese lienzo olvidado que cada cierto tiempo regala a algún turista desorientado destellos de una Sevilla monumental ajena a las guías turísticas, a los objetivos de las cámaras de fotos y al romero de las gitanas que persiguen a todo aquel que no camina mirando al frente.

Y se ha salvado durante todos estos años porque las cosas tienden a salvarse; porque la gravedad suele tener especial benevolencia con aquellos lugares que merecen ser respetados antes que olvidados. Esa misma benevolencia que evita el hundimiento de la cubierta de Santa Catalina o hace que se mantenga en pie el Humilladero de San Onofre.

De esta forma han llegado los Jardines del Valle hasta nuestros días, envueltos en un taimado silencio esporádicamente profanado por ladridos de los perros enmarañados en la maleza que alguna vez pretendió ser parterre, por los gritos de los niños que corren hacia los columpios que hay en la esquina de la muralla y por las voces de los yonkis que buscan el anonimato que proporciona la sombra de los árboles.

En pocas fechas parece ser que se inician las obras de remodelación del parque. Esperemos que en este caso no nos quedemos a medio camino y, sobre todo, que este camino no se dilate demasiado en el tiempo. Y es que no siempre vamos a estar encomendándonos a Santa Rosa para que las ramas de los árboles caigan en tierra de nadie…