Esta noche ha muerto un mendigo bajo los soportales de la Encarnación. Es el segundo que muere en menos de dos meses, ambos por las mismas causas, da igual las que sean: nadie hace nada. Debe ser duro que únicamente se den cuenta de tu existencia cuando precisamente dejas de existir, al igual que pasar de la indiferencia al olvido con dos días de margen para el remordimiento de conciencia.
Su principal tragedia es que sale demasiado barato darle una solución: no hay un colectivo social detrás; no hay una cultura marginal, no hay una discriminación racial, no hay ancianos malviviendo, no hay niños sin escolarizar, no hay infraviviendas ilegales, no hay nadie con quién hacerse la foto, no hay un foco de captación de votos. Por no haber, simplemente es que no hay nada.
El señor Monteseirín no tiene que darle 42.000 euros a nadie, el señor Zoido no tiene basura que limpiar, el señor Torrijos no tiene argumentos para una justificación social… Simplemente no merece la pena perder el tiempo, y menos a un mes de las elecciones.
En la misma plaza en que unos discuten sobre si unas torres de hormigón son el símbolo del progreso o el símbolo del despilfarro de la ciudad, un hombre ha muerto de frío en Febrero de 2008. En la plaza mas observada, mas criticada, mas alabada, mas vigilada, mas publicada, en el corazón de la ciudad, una vida se ha apagado. Delante nuestra, ante nuestros ojos.
Hoy todos nos hemos despertado con la noticia y todos, unos mas, otros menos, nos hemos quedado tocados. Por pena, por náuseas, por indiferencia, todos hemos vuelto la cabeza cuando al pasar bajo los soportales veíamos la manta, los cartones y el tetrabrick de tinto. Todos, sin excepción. Y hoy todos nos hemos avergonzado, porque todos sabemos que estaba allí. Como hay otros que siguen allí hasta que otra fría mañana alguien se de cuenta de su existencia.
Y es que en Sevilla, en nuestra Sevilla, en la Sevilla de izquierdas y la Sevilla de derechas, en la de Monteseirín y la de Zoido, la de ZP y la de Rajoy, la de la Ser y la de la Cope, la huele a incienso y la que homenajea al Ché, la que mata toros y la que se monta en el tranvía, en la Sevilla del siglo XXI, no hay lugar para los que no tienen lugar. Y esto es tan triste como que mañana, cuando se limpien los soportales, seguiremos debatiendo sobre las Setas.
Las setas de la Encarnación me parece una obra que va a engrandecer la ciudad pero la entrada me ha puesto los pelos de punta.
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