20 de febrero de 2011

Algo huele mal (o la venda de Zurbarán)

Una mañana de febrero Zurbarán apareció con la nariz tapada. “Algo le olerá mal al pobre hombre” pensaban los transeúntes tratando de dar una explicación al extraño acontecimiento.

Porque no es precisamente la Plaza de Pilatos un lugar insalubre o de los más dejados de la ciudad: queda fuera de los circuitos habituales de los coches de caballos, esos animales ante cuyos excrementos parece que nada se puede hacer; los balcones de los alrededores no lucen carteles de “plagapalomas”, de hecho la de don Francisco puede presumir de ser una de las pocas estatuas no coronadas con pinchos espantapájaros; e incluso en el ranking de ciudades españolas mas contaminadas Sevilla por una vez no ha quedado muy mal parada, ¿qué le ha pasado entonces a Zurbarán?

Y es que algo huele mal para que el maestro se haya tenido que tapar la nariz, aunque dado el tamaño considerable que le diera en su momento Aurelio Cabrera la venda se ha corrido fosa arriba.

Algo huele mal en la Plaza de Pilatos y en el resto de la ciudad, de norte a sur, de este a oeste; un cierto tufillo a embuste, a engañifa, a mentira. Un tufo que va en aumento conforme se acerca Mayo, el mes de las flores, de María, este año de la Feria y para colmo de las Elecciones Municipales.

Un tufo que aumenta día a día, semana a semana y que se hizo insoportable la semana pasada tras el debate de Giralda TV: o nos encontramos ante los 4 años mas importantes de la historia reciente de la ciudad o nos van a engañar sin piedad ni vergüenza.

Basta con teclear "Zoido promete" en el buscador de Google para obtener más de 4000 resultados (que no 4000 promesas, claro); el “Espadas promete” genera casi 3500; Torrijos 5000, aunque hay que decir que comparte apellidos con el presidente de Panamá. Podríamos decir por tanto que estamos en las Elecciones de las Promesas. Otra cosa es que luego se cumplan.

Que toca hablar de Metro, se agujerea alegremente el subsuelo de la ciudad como un queso gruyer colocando a todo el que proteste una parada en la puerta de su casa o se hacen estudios geotécnicos a mansalva en las calles principales, que quedan muy efectistas.

Que toca reunión con los hosteleros, ponemos un Centro de Interpretación de la Tapa en los bajos de Marqués de Contadero.

Que las bandas de música pasan frío, les damos el Convento de Santa Clara o directamente cubrimos media ciudad de carpas para que ensayen.

Que toca la Ciudad de la Justicia, jugamos al Monopoly en el Prado de San Sebastián o situamos Los Gordales definitivamente en el mapa.

Que el pueblo demanda sangre y plumas, quitamos de circulación las palomas, que ni votan ni protestan.

Y yo me pregunto…. ¿hay dinero para tantas cosas? ¿hay presupuesto? ¿por qué no se dan plazos? ¿por qué no se dan precios o se hacen informes de viabilidad? Solo prometer y prometer y prometer… así también soy yo político. Lo que nadie dice es cuando se cumplirán esas promesas: eso no es popular y mucho me temo que tampoco real….

No estaría nada mal que los señores alcaldables, en un ejercicio de consideración y respeto hacia los ciudadanos, formularan una nueva promesa, algo que nos de garantías, como por ejemplo no presentarse a las próximas elecciones si dentro de 4 años no ha cumplido la mitad de lo que ahora están diciendo. Cumplido es cumplido, es decir, en su totalidad, no poner un cartelito de obras para que se oxide junto a un descampado.

Sería, desde mi punto de vista, un gesto de responsabilidad con el que al menos demostrarían que sus palabras no están encaminadas sólo a obtener la alcaldía, sino a solucionar los problemas de la ciudad y mejorarla realmente.

Pero claro, prometer no es lo mismo que comprometer, aunque sean palabras parecidas.

Visto lo visto, lo tengo claro: no pienso tomarme de aquí en adelante en serio a estos señores hasta que sus promesas no se vean refrendadas con un compromiso, principalmente porque creo que son ellos los que con su actitud no nos están tomando en serio a nosotros. Quid pro quo. Por cierto, no estaría mal que en futuros debates televisivos aparecieran otras ideas, otras estrategias y, en definitiva, otras formaciones, al menos para ver si todos cojean de la misma pierna.

Así que cuando se vaya acercando mayo, cuando haga la calor, cuando los trigos encañen y estén los campos en flor, éste que les escribe lo mismo se agencia una venda a lo Zurbarán para proteger sus pituitarias del tufillo a engañifa que entonces anegará sin remisión toda la ciudad. Porque si a tres meses estamos así, no quiero ni pensar como estará Google cuando queden tres semanas para las elecciones….

13 de febrero de 2011

El Laboratorio del doctor Seras (I)

“El forastero que llega a Sevilla experimenta una agradable impresión a la vista del vasto edificio que ocupa el Instituto y Laboratorio de Higiene, propiedad del distinguido doctor D. Antonio de Seras (….)

En dicho centro se encuentran establecidos los servicios públicos de vacunación contra la viruela, tratamiento profiláctico de la rabia por el método del insigne Pasteur y servicio seroterápico, así como los laboratorios necesarios para los trabajos de bacteriología y química que exige la higiene moderna.”

Era éste el inicio de uno de los artículos con los que ABC, por el año 1908, daba a conocer a sus lectores los nuevos establecimientos e industrias que deberían suponer el despegue definitivo de una Sevilla estancada en todos los niveles desde hacía bastantes años que ahora depositaba sus esperanzas de progreso en el siglo recién estrenado.

Estamos hablando de una ciudad y, por extensión de todo un país, bastante tocado tras el baño de realidad que había supuesto el desastre del 98; de un país resignado a ocupar el furgón de cola del viejo Continente, alejado de los avances tecnológicos que se estaban produciendo, de las corrientes artísticas, de las ideas modernas, de los nuevos tiempos en general; un país que aspiraba a enterrar de una vez por todas a esos Tancredos, Girones y Mojiconas de los que hablara Manuel Machado y engancharse a ese mundo que una vez dependió de él y ahora se veía tan lejano.

A ese país y a esa ciudad llegaba a finales del siglo XIX el doctor Antonio de Seras y González tras completar su formación en el prestigioso Instituto Pasteur de París. Onubense de nacimiento, estudió medicina a caballo entre Sevilla y Madrid, marchando a principios de los noventa a la capital gala para ampliar sus conocimientos.

Allí conoce a los principales referentes médicos de la época, siendo tal su valía que es propuesto para importantes cargos que posiblemente habrían supuesto un giro radical en su carrera, pero contra pronóstico decide continuar su labor en la ciudad donde había dado sus primeros pasos profesionales, a la que regresa en 1896 para hacerse cargo del Instituto Provincial de Higiene.

Pero antes de avanzar es conveniente aclarar algunos aspectos. Podría afirmarse que en Europa no se empieza a mostrar interés por la limpieza, el aseo y la higiene en general hasta mediados del siglo XIX, siendo optimistas.

En el caso concreto de Sevilla, si bien es cierto que había contado desde su fundación con una larga e importante tradición higienista, de hecho cuando Fernando III reconquista la ciudad cuenta con la nada desdeñable cifra de 19 casas de baños, el devenir de los tiempos había “ensuciado” estas sanas costumbres y al comenzar la centuria ya no quedaba ninguno desde que se cerraran los de San Ildefonso en 1762.

Por ello, cuando llega este ecuador del siglo XIX y la ciudad intenta ponerse a la altura del resto de Europa tiene prácticamente que partir de cero, por lo que se toman una serie de medidas que en algunos casos aciertan de pleno y en otros dejan daños irreparables, como la demolición de las murallas.

Así, mas de 100 años después, renacen los baños públicos en Sevilla: y se crean en la Fonda Madrid, donde hoy se levanta el Corte Inglés de la Magdalena, en bares y cafés de moda, como el Iberia de la calle Sierpes y, por supuesto, en las orillas del Guadalquivir, donde la gente con menos dinero pero ganas de estar limpios desafiaban las aún impetuosas corrientes del río.

Pero el impulso definitivo a estos nuevos y aseados tiempos correrá a cargo de don Leopoldo Murga, que hacia 1883 establece en la calle Zaragoza un dispensario de vacunas y sueros que, con los años y el aumento de la demanda, se queda pequeño.

Ante el éxito de su flamante negocio el doctor Murga adquiere un inmenso solar en la recién urbanizada calle Marqués de Paradas, lugar antes conocido como “afueras de la Puerta de Triana”, uno de los puntos neurálgicos del desarrollo de esta nueva Sevilla donde en los últimos compases del siglo XIX se habían instalado un buen número de industrias y fundiciones aprovechando la cercanía de la estación de trenes de Plaza de Armas.

Bajo las órdenes del ingeniero Francisco Franco Pineda, el doctor Murga construye su Instituto de Higiene, un edificio mastodóntico de arquitectura neoclásica, algo desproporcionado y fuera de escala con un corte similar a los antiguos Juzgados, actual Hemeroteca de la calle Almirante Apodaca.

Concluido el Instituto en 1907, Murga traslada allí sus laboratorios y consultas a la vez que habilita 14 cuartos de baño en los que, al módico precio de una peseta pastilla de jabón incluida, el personal podría aliviar sus “inquietudes” salubres.

Encuentra por tanto Antonio Seras un “panorama higienista” al alza cuando llega de París para hacerse cargo del Instituto Provincial, que decide instalar en las que podríamos considerar antípodas de su homólogo doctor Murga tanto en la distancia como en proporciones: todo será más contenido, mas mesurado, incluso mas real y acorde con los nuevos tiempos.

Elige como emplazamiento la calle Oriente, también conocida como de la Industria, antigua Calzada de la Cruz del Campo y actual Luis Montoto, otra zona al alza dentro de este ansiado “renacimiento” hispalense, cambiando la orilla del Guadalquivir por el recientemente entubado cauce del Tagarete, el Puente de Triana por la Alcantarilla de las Madejas y la estación de Plaza de Armas por la de San Bernardo.

En constante y profunda transformación, sus vecinos habían visto en pocos años caer la Puerta de Carmona, desmantelar los últimos de los 410 arcos con que contaban los Caños o arrasar gran parte del antiguo Convento de San Agustín, en uno de cuyos solares segregados se instalará el nuevo edificio, que encargará a un arquitecto argentino afincado en Sevilla, Simón Barris y Bes.

También aquí mantiene las distancias respecto a su colega Murga, ya que Seras apostará decididamente por un nuevo estilo arquitectónico que con paso lento pero firme se abría camino en los gustos de la nueva sociedad civil sevillana: el modernismo.

Así pues en el número 7 de la calle Industria, junto a otro edificio segregado del viejo convento en el que Aníbal González había levantado la casa para Juan de la Rosa, construye Simón Barris el Instituto de Higiene, que según se cuenta es íntegramente costeado por el propio doctor Seras.

A su lado el propio arquitecto ha construido su casa, con lo que se colmata la que podría considerarse una de las aceras mas interesantes para el estudio del primer modernismo hispalense y, de paso, el desarrollo de la arquitectura regionalista. Afortunadamente los tres edificios, tanto el de Aníbal González como los dos de Simón Barris, siguen en nuestros días en pie aunque bastante alterados, sobre todo los de este último.

19 de enero de 2011

Estructuras Sostenibles

Dicen que la investigación y el desarrollo (I+D) son imprescindibles para salir de esta crisis que se eterniza.

Dicen que para ser competitivos hay que arriesgar con nuevas tecnologías y sistemas alternativos a los de toda la vida que aceleren el ansiado cambio de modelo productivo.

Dicen que el ámbito de la construcción necesita renovarse y romper los clichés tradicionales para que empiece la regeneración del sector.

Dicen que en esta nueva etapa que está tardando tanto en abrirse (demasiado), ecología y sostenibilidad jugarán un papel fundamental.

Dicen que el reciclaje puede fomentar a la creación de empleo y evitar que en plazo medio-largo se agoten los recursos.

Todo ello lo han llevado a rajatabla los dueños de esta nave, valientes pioneros que haciendo frente a Newton y sus leyes de la Gravedad no han dudado en revolucionar el mundo de la física con un sistema estructural novedoso, barato, limpio y 100% sostenible (porque el techo, no es broma, se sostiene).

Ahora sí, estamos en el camino: la Tercera Modernización, al fin, ha llegado. Solo falta que no se caiga.

16 de enero de 2011

¿Tengo que subvencionarlos?

El tema de los apoyos que un selecto y predecible grupo de artistas patrios (sobre todo relacionados con el llamado séptimo arte) está realizando a la Ley Sinde me recuerda las visitas que hacían las folclóricas al Pardo para rendir homenaje y pleitesía a Franco cuando su cumpleaños.

Salvando las distancias, el concepto es el mismo: artistas agradecidos apoyando “algono constitucional para que les siga dando de comer. Lo que viene siendo “mamar de la pera limonera” en lenguaje coloquial, en este caso de la “pera limonera” de las subvenciones.

Porque el cine español contemporáneo no se entiende sin las subvenciones de papá Estado y Autonomías, subvenciones que, por supuesto, salen del bolsillo de los españoles, entre los que se encuentran esos “terroristas internautas” a los que aludía Manuel Gutiérrez Aragón hace pocos días.

Ya que estamos metidos en cine, guionizaremos el asunto: el terrorista Pérez trabaja, el terrorista Pérez paga sus impuestos y parte de éstos se usan para que Santiago Segura contrate a Paquirrín en la enésima secuela de Torrente o El Hormiguero se quede sin experimentos las semanas que se ruede Campamento Flipy.

Eso sí, el terrorista Pérez no puede acceder libremente a esa “cultura” que se apoya con su dinero, ni a ninguna otra, para que no mueran de hambre los sufridos subvencionados (Rosarillo Flores dixit) porque, como todos sabemos, cada vez que uno enciende el Emule se vacía el frigorífico de un artista. Un drama.

De esta forma Rosarillo y amiguetes justifican por ejemplo, la pésima recaudación del cine español con las descargas de internet, aunque en realidad lo que hacen es demostrar que no tienen ni idea de cómo está el patio, algo parecido a cuando los políticos comparan una subida de impuestos con el precio de un café. Sólo hay que echar un vistazo a las principales páginas de descarga y comprobar la posición que ocupan las películas patrias en los rankings de las más vistas.

El cine español, señores Resines, Gutiérrez Aragón o Bardem (madre, hijo y espíritu santo) no recauda dinero porque no atrae, salvo honrosas excepciones. Y eso es culpa vuestra, no del Ares ni de Seriesyonkis. Ni de los terroristas del ADSL.

Porque el terrorista Pérez puede estar obligado a subvencionar el trabajo de Antonio Resines, pero no a pagar además 7 euros para ver en el cine La Daga de Rasputín. Creo que no es difícil de comprender, aunque todo indica que si estás bajo el mecenazgo de Cultura cuesta un poco más.

Lo peor es que, según parece, no tenemos mas remedio que seguir tributando para que un selecto número de bendecidos contribuyan a la evolución del séptimo arte con joyas como Spanish Movie o Fuga de Cerebros. Y con un tren de vida subvencionado mucho mejor que el mío y el del terrorista Pérez juntos, claro.

Llegados a este punto me viene la cabeza una pregunta: ¿por qué tengo que asumir que ustedes vivan mejor que yo con mi dinero y para colmo se permitan incluso el lujo de menospreciarme?

Se me ocurren mil millones de sitios en los que invertir esas subvenciones antes que en Campamento Flipy, por ejemplo, aunque no los ponga aquí para no hacer demagogia.

Es más, quizás sea mas interesante dejar a un lado la Ley Sinde, que mientras nadie diga lo contrario no es constitucional, y plantear la posibilidad de colocar una X en la Declaración de la Renta, como se hace con la Iglesia, para destinar la parte de estas subvenciones a fines sociales.

Porque al fin y al cabo se trata de mi dinero y, visto lo visto, prefiero que se invierta en una ONG antes que en permitir que la señora Bardem tenga tiempo libre para seguir escribiendo chorradas.

11 de enero de 2011

Los azulejos de Saimaza

Aunque cada vez quedan menos, aún es posible encontrar ventanas que nos asomen a la Sevilla de nuestros padres y abuelos, a esa Sevilla que de niños se nos recreaba al calor de la mesa-camilla, a esa Sevilla corralera de espíritu provinciano y aires pretenciosos, a esa Sevilla que hoy solo es posible rescatar en forma de recuerdo de los tristes anaqueles del olvido.
Testigos de esa Sevilla desaparecida y, quizás, añorada, son los azulejos que aún adornan el edificio que hace la esquina de las calles Goyeneta con Buiza y Mensaque, en el número 11.
Se trata de dos pares de conjuntos cerámicos en tonos blancos y azules donde se representan sendas escenas de negritos plantando café, recolectando café, sirviendo café y haciendo alguna que otra actividad que no acierto a adivinar pero que también está relacionada con el café; azulejos que enmarcan sobre la altura del zócalo una puerta, hoy de cochera, y una ventana que parece en desuso desde hace años. Sobre ellos un nombre, Joaquín Sainz de la Maza, remate y cornisa.
Retablos de “lo humano” que parecen contraponerse a la proliferación de esos muchos de “lo divino” que amenazan con alicatar la totalidad de la ciudad y que, según reza en alguno de los vértices, fueron fabricados en los desaparecidos alfares de Mensaque y Cía, que no tiene nada ver con el ilustre señor que da nombre a una de las dos calles y del que mas adelante hablaremos.

El conjunto llama poco la atención, posiblemente por lo escondido y solitario del lugar, y eso que Buiza y Mensaque, antigua calle de la Ballestilla, llegó a tener en tiempos tanta o mas importancia que su paralela Puente y Pellón o la misma Cuna.
De esa Ballestilla decía Benavides a finales del siglo XIX que a pesar de su estrechez era una vía de primer orden en la que encontrábamos edificios de lo mas variopinto: desde simples viviendas y corrales de vecinos como el que le daba nombre, con uno de los pozos mas famosos de la ciudad, hasta casas de préstamos e incluso un Colegio, el de Nuestra Señora de las Maravillas; menos importancia tenía Goyeneta, prácticamente relegada a trasera del Colegio de la Compañía de Jesús, donde hoy se levanta la Facultad de Bellas Artes.
Para entonces ya habían desaparecido el Hospital de Belén o la imprenta de Francisco de Leefdael, sitios ilustres como ilustre llegaría a ser el niño que seguramente por estos años recorrería las estrecheces de estas callejuelas, Joaquín Turina.
Pocos años mas tarde, ya con el cambio de siglo, la Ballestilla cede el nombre a su vecino don José Buiza y Mensaque, piadoso rector del Asilo de Mendicidad de San Fernando, a la vez que llega a la esquina con Goyeneta la familia Sainz de la Maza, que abre en el edificio un despacho de café, germen de la actual marca.
Cuentan los que recorrieron esas calles años mas tarde, cuando el tostadero de Saimaza estaba ya a pleno rendimiento, que el olor a café recién hecho invadía desde primera hora de la mañana los aledaños de nuestra esquina.
Y seguramente se fundiría con la amalgama de olores y sabores de las mercancías que descargaban los costaleros del puerto en el Mercado de la Encarnación, que entonces llegaba hasta casi la misma puerta del establecimiento cafetero.
Y se prendería en los finos tejidos de Las Siete Puertas, elevándose hasta perderse entre el rico artesonado aún conservado de las antiguas casas del marqués de Sortes.
Y ascendería hasta los balcones de fantasía del edificio Ciudad de Londres, acariciando esos telares de los que salían las mantillas y mantones mas elegantes de toda Sevilla, haciendo más llevadera la cola a los que esperaban pacientemente las gangas de la “Semana del Duro”.
Y recorrería las filas de asientos del cine Pathé, las mil y una herramientas de la ferretería La Llave, los juguetes del 0,65, la fea fachada del Vilima, y tantos y tantos comercios ya desaparecidos de nuestra ciudad y casi de nuestra memoria.
No solo café, también se vendieron legumbres y cereales en el tostadero de Goyeneta cuando los tiempos eran difíciles, como en Las Siete Puertas vendieron membrillos o en otros sitios no vendieron nada porque no había nada que vender.
En la bonanza café, sólo café, como se vendía café en la calle Azafrán, sede de Moca, o en el 55 de Recaredo, donde Coblan se vanagloriaba a principios de los 60 de ofrecernos lo mismo que consumían nuestros abuelos. De ellos no queda azulejo alguno que los recuerde. De Saimaza, de momento sí.
Porque los tiempos cambian, para bien o para mal. Hoy unos negritos no podrían ser reclamo publicitario, ni siquiera en un azulejo de Mensaque: se echarían encima del señor Sainz de la Maza varios ministerios, oenegés y hasta el séptimo de caballería. Queda mas correcto ver sonreír a George Clooney entre capsulitas que ni se tuestan, ni se huelen ni casi se saborean. Cuestión de gustos, nunca mejor dicho.